9. Mi actividad docente en Viena

Ninguna otra profesión me parecía más atractiva que la de profesor universitario. Pero no tardé en comprender que un liberal como yo jamás podía alcanzar un puesto de catedrático en una universidad de lengua alemana. El único pesar era tener que ganarme la vida con un trabajo no académico. Sin embargo, la enseñanza libre me pareció suficiente para poder desarrollar una provechosa actividad docente.

Recibí la habilitación para la enseñanza en 1913 en la facultad de Derecho de Viena, y en 1918 fui nombrado profesor extraordinario en dicha universidad. En Austria no pasé de aquí en mi carrera académica. Supongo que los nacionalsocialistas me borrarían en 1928 de la lista de profesores, sin tomarse siquiera la molestia de comunicármelo.

En los primeros años de mi actividad académica, enseñé incluso durante algunos cursos. Posteriormente me limité a mantener un seminario de dos horas semanales sobre problemas de teoría económica. El éxito de estas lecciones iba aumentando cada año, y a ellas asistían casi todos los alumnos que estudiaban seriamente la economía. Naturalmente, eran sólo una pequeña parte de los muchos centenares de estudiantes que cada año se graduaban en Derecho y en Ciencias Políticas. Mis clases eran muy concurridas. En general, a un seminario no acudían más de 20-25 estudiantes; al mío asistían de 40 a 50.

Después del retiro de Wieser y el traslado de Grünberg a Fráncfort, quedaron como titulares de las tres cátedras de economía política Othmar Spann, Hans Mayer y Ferdinand Degenfeld-Schonburg. Spann ignoraba casi totalmente todo lo referente a la economía política moderna, y en realidad no enseñaba economía política sino «universalismo», que en definitiva no era otra cosa que nacionalsocialismo. Todavía menos chapurreaba Degenfeld de problemas económicos; su enseñanza se habría considerado apenas suficiente en una escuela de comercio de bajo nivel. Mayer era el alumno predilecto de Wieser. Conocía las obras de su maestro, y también las de Menger y Böhm-Bawerk. Pero carecía absolutamente de toda capacidad crítica, y jamás parió una idea autónoma. En realidad jamás comprendió el sentido mismo de la economía política. La conciencia de esta su esterilidad e incapacidad le produjo una grave forma de depresión que le hizo malicioso y de humor inestable. Pasaba el tiempo atacando a Spann y tramando mezquinas intrigas contra mí. Sus lecciones eran penosas, y lo mismo ocurría con su seminario. Y por tanto no tenía yo razón para estar orgulloso si los estudiantes, los jóvenes recién graduados y muchos extranjeros que querían estudiar uno o dos semestres en Viena, preferían mis lecciones.

Spann y Mayer estaba celosos de mi éxito y trataban de quitarme los estudiantes, los cuales entre otras cosas decían que a los candidatos matriculados en mis cursos se les trataba muy mal en los exámenes. No podía comprobar la autenticidad de tales afirmaciones, pero solía decir a mis estudiantes que no habría tenido en consideración el hecho de que estuvieran matriculados oficialmente en mi seminario. Y de hecho ellos hicieron buen uso de esta autorización, de tal modo que de 40 o 50 que asistían a él, no más de ocho o diez estaban inscritos en los ejercicios. Además, los profesores ordinarios creaban muchas dificultades a los candidatos al doctorado en ciencias políticas que querían hacer la tesis conmigo. Y quien pretendía obtener la habilitación a la enseñanza debía tener mucho cuidado de no aparecer como alumno mío.

A los estudiantes matriculados en mi seminario se les negaba incluso el acceso a la biblioteca del Seminario de economía política, a no ser que también estuvieran matriculados en el seminario de uno de los catedráticos. Pero la treta falló su objetivo, porque mientras tanto había creado en la Cámara de comercio una excelente biblioteca, incomparablemente más nutrida que la del Seminario universitario, especialmente en lo referente al sector de la literatura económica anglosajona moderna.

Pero todas estas mezquindades me dejaban indiferente. Mucho más grave en cambio era el nivel, en general bajo, de la enseñanza universitaria en Viena. El esplendor que tenía aquella universidad cuando yo estudiaba era ya un lejano recuerdo. Muchos profesores no merecían siquiera la calificación de hombres cultos. En la facultad de Derecho y en el departamento de Ciencias Humanas de la facultad de Filosofía se respiraba un aire que tenían muy poco que ver con la cultura y con la ciencia. En la primera mitad de los años veinte me invitaron en varias ocasiones a algunos debates entre eminentes profesores ordinarios, cuyo tema se centraba en las aportaciones del Estado a las universidades. Me invitaban a esas discusiones porque contaban con mi influencia sobre el consejero ministerial Patzauer, al que amparaba el comisario de la Sociedad de Naciones Zimmerman. Cuando, durante una de estas reuniones, se leyó una carta de un extranjero, amigo de la cultura vienesa, en la cual se empleaban términos como ‘pragmatismo’, ‘behaviorismo’ y ‘revival’, resultó que ninguno de los presentes había oído jamás ninguna de estas palabras. En una ocasión pudo constatarse que el nombre de Benedetto Croce lo desconocían todos y que la mayoría de aquellos eminentes profesores no habían oído hablar de Henry Bergson.

Y sin embargo entre ellos se encontraban el presidente de la Academia de Ciencias, Oswald Redlich, titular de una cátedra de historia medieval, y el catedrático de Derecho penal, conde Wenzel Gleisbach.

Esto puede servir para darse una idea del nivel medio cultural de los estudiantes. Examinaba en economía y ciencia de las finanzas a los candidatos en los exámenes de Estado de ciencias políticas. Pues bien, la ignorancia que revelaban los candidatos era simplemente desalentadora; pero aún más grave era el hecho de que los miembros del tribunal examinador no atribuían ninguna importancia a estos desastrosos resultados. Recuerdo que una vez tuve que hacer enormes esfuerzos para convencer al tribunal de que tenía que suspender a un candidato que creía que Marx vivió en el siglo XVIII, que el impuesto sobre la cerveza era un impuesto directo y que en el examen de derecho público había demostrado que no tenía ni idea de lo que es «responsabilidad de los ministros». En realidad, un día tuve que constatar que esta ignorancia se daba también en gentes muy encopetadas. El presidente de la República, Miklas, que había sido profesor de historia en un instituto, tuvo una vez conmigo y con el presidente del Banco nacional, el profesor Richard Reisch, una discusión a propósito de la cláusula de nación más favorecida. En la conversación mencioné la paz de Fráncfort. Pues bien, Miklas me preguntó cuándo y entre qué Estados se celebró ese tratado de paz.

Había en Austria un foso insalvable entre los diversos grupúsculos de intelectuales vieneses y la masa de los —llamados— hombres de cultura. El sistema de enseñanza había caído a niveles tan bajos que ya no podía ofrecer formación alguna a los jóvenes. La mayor parte de los graduados en derecho, ciencias políticas y filosofía no estaban suficientemente preparados para ejercer su propia profesión, eran incapaces de pensar y evitaban cuidadosamente los libros serios. De cien abogados vieneses, como mucho diez eran capaces de leer una revista inglesa o francesa. Y no hablemos de la situación fuera de Viena, y de los graduados en derecho empleados en la administración pública, donde la relación era peor aún.

Entré en contacto directo con estas cosas porque era secretario de la Cámara de comercio. Como profesor, sólo tenía que tratar con un grupo seleccionado de las personas más dotadas. Y debo decir que cuando enseñaba economía política en la Academia comercial femenina —hablo de los años 1906-12— y luego de nuevo en 1918-19 en la Academia vienesa para la exportación (convertida posteriormente en Instituto superior para el comercio mundial) donde expliqué un curso para oficiales que deseaban pasar a la vida civil, mi auditorio estaba formado prevalentemente por personas culturalmente por encima de la media.

Pero mi actividad docente se centraba sobre todo en mi ‘seminario privado’. A partir de 1920, de octubre a junio, un cierto número de jóvenes había tomado la costumbre de reunirse conmigo cada dos semanas. Mi despacho en la Cámara de comercio era bastante espacioso para contener de 20 a 25 personas. De ordinario nuestras reuniones empezaban a las siete de la tarde y terminaban a las diez y media. En aquellas reuniones discutíamos de manera informal de todos los problemas importantes de la economía política, de la filosofía social, de la sociología, de la lógica y de la epistemología de las ciencias de la acción humana. Fue en aquel círculo donde surgió la joven Escuela austriaca de economía política; y fue allí donde la cultura vienesa conoció uno de sus periodos áureos. Yo no era ni su maestro ni el director del seminario, sino simplemente el primus inter pares, uno que en aquellas reuniones recibía más de lo que daba.

Todos los integrantes del círculo acudían voluntariamente, atraídos sólo por el afán de conocer. Venían como alumnos, pero a lo largo de los años se convertían en amigos. Con posterioridad vinieron a formar parte del círculo también algunos coetáneos míos. También acudieron, y participaron directamente en las discusiones, muchos estudiosos extranjeros residentes en Viena.

El seminario privado no tenía ningún papel o función oficial. No tenía nada que ver con la Universidad, ni con la Cámara de comercio. Era y permaneció siempre el círculo de mis amigos, todos más jóvenes que yo. Fuera nadie supo nunca nada de nuestros encuentros; vieron sólo los trabajos que los distintos integrantes iban publicando.

No formábamos una escuela, un grupo o una secta. Nos estimulaban más las diferencias que las coincidencias de opinión. En una sola cosa estábamos firmemente unidos: en el anhelo de construir las ciencias de la acción humana. Cada uno seguía su propio camino y sus propias reglas. Jamás organizamos o emprendimos algo que se asemejara a las repugnantes ‘iniciativas’ de los ‘científicos’ de la época guillermina y posguillermina. Jamás se nos ocurrió publicar una revista o una colección de ensayos. Cada uno trabajaba por su cuenta, como corresponde al verdadero teórico. Cada uno de nosotros trabajaba para el círculo y no buscaba más recompensa que el reconocimiento de los amigos, no su aplauso. Todo el interés estaba en este intercambio gratuito de ideas, en el que todos nos sentíamos felices y satisfechos.

Junto al seminario privado existía un segundo grupo de amigos de la investigación económica. Karl Pribram, Emil Perels, Else Cronbach y yo organizamos, a partir del 12 de marzo de 1908, reuniones regulares dedicadas a la discusión de problemas económicos y de las principales cuestiones de las disciplinas limítrofes. Este grupo no tardó en ampliarse, hallando un hermoso marco en la sala de conferencias de la Zentralstelle für Wohnungsreform. Pero en el periodo en que yo estuve ausente de Viena, debido al servicio militar, se había tenido imprudentemente demasiada manga ancha en la admisión de nuevos participantes, con grave perjuicio para la armonía de las discusiones. A mi regreso, estas cesaron completamente. Inmediatamente después de la guerra, traté de dar nueva vida al grupo. Para no entrar en conflicto con las autoridades, tuvimos que constituir formalmente una asociación que llamamos Nationalökonomische Gesellschaft. Pero muy pronto surgieron dificultades; en efecto, resultó evidente que una colaboración con Spann, por ejemplo, era imposible. Sin embargo, al poco tiempo conseguimos alejarle, y la asociación reanudó su actividad.

De ella podía formar parte todo el que estuviera seriamente interesado en los problemas económicos. A intervalos regulares, organizábamos en la sala de reuniones de la Unión de bancos conferencias que pronunciaban miembros de la asociación o invitados extranjeros, a las que solían seguir animadas discusiones. El núcleo de la asociación estaba formado por amigos que participaban en mi seminario privado; pero también había algunos excelentes economistas como Richard Schüller, Siegfried Strakosch von Feldringen, Viktor Graetz y muchos otros.

Para no molestar a los catedráticos de la Universidad, la asociación tuvo que nombrar como presidente a Hans Mayer, mientras que yo era el vicepresidente. Después de mi traslado a Ginebra en 1934, que sólo me permitía regresar a Viena para breves visitas, la asociación empezó lentamente a languidecer.

El 19 de marzo de 1938 Hans Mayer envió a todos los miembros una comunicación del siguiente tenor: «Ante la nueva situación de la Austria alemana, se comunica que en obediencia a las leyes sobre la materia actualmente vigentes también en este país, todos los miembros no arianos de la Nationalökonomische Gesellschaft quedan expulsados de la asociación».

Fue esta la última señal de vida de la asociación.

Lista de los asistentes fijos al seminario privado:

Ludwig Bettelheim-Gabillon Victor Bloch
Stephanie Braun-Browne Friedrich Engel-Jánosi
Walter Froehlich Gottfried von Haberler
Friedrich A. von Hayek Marianne von Herzfeld
Felix Kaufmann Rudolf Klein
Helene Lieser-Berger Rudolf Loebl
Gertrud Lovasy Fritz Machlup
Ilse Mintz-Schüller Oskar Morgenstern
Adolf G. Redlich-Redlley Elly Offenheimer-Spiro
Paul N. Rosenstein-Rodan Karol Schlesinger
Fritz Schreier Alfred Schütz
Richard von Strigl Emanuel Winternitz
Eric Voegelin Robert Wälder