4. La Escuela austriaca de economía

Cuando me matriculé en la Universidad, Carl Menger estaba a punto de dejar la enseñanza. No había por entonces señales de una Escuela austriaca de economía, ni yo tenía el más mínimo interés por ella.

En tomo a la Navidad de 1903, leí por primera vez los Grundzätze der Volkswirtschaftslehre[33] de Menger, y fue esta lectura la que hizo que me convirtiera en economista.

Sólo cuatro años más tarde conocí personalmente a Menger. Cuando le conocí había pasado ya de los setenta años, era muy sordo y sufría de una molesta enfermedad en los ojos, pero su espíritu era aún joven y vigoroso. Siempre me he preguntado por qué este hombre no empleara mejor los últimos decenios de su vida. Que aún era capaz de aportar espléndidas contribuciones, lo demuestra el ensayo «Geld» [Dinero] que escribió para el Handwörterbuch der Staatswissenschaften[34]

Creo, sin embargo, saber qué fue lo que le desalentó y le redujo precozmente al silencio. Su lúcida inteligencia había intuido qué camino estaban emprendiendo Austria, Europa y el mundo entero. Veía cómo esta espléndida civilización corría precipitadamente hacia el abismo. Menger tuvo el presentimiento de todos los horrores que hoy estamos viviendo. Sabía las consecuencias que el mundo pagaría por el abandono del liberalismo y del capitalismo, e hizo cuanto estaba en su poder para contrarrestar estas tendencias. Sus Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften [und politischen Ökonomie insbesondere][35] fueron escritas también en polémica contra todas aquellas corrientes ideológicas que desde las cátedras del gran Reich prusiano intoxicaban al mundo. Pero sabía también que la suya era una batalla inútil y desesperada, y esto le sumergió en un negro pesimismo que paralizó sus fuerzas y que transmitió a su joven alumno y amigo, el archiduque hereditario Rodolfo de Habsburgo. El archiduque no se suicidó ciertamente por una mujer, sino porque no tenía esperanzas en el futuro de su imperio y de la civilización europea. Llevó consigo a aquella joven mujer —que también quería morir—, pero no se suicidó por su causa.

Mi abuelo materno tenía un hermano que murió muchos años antes de que yo naciera. Se llamaba Joachim Landau, y era diputado liberal en el parlamento austriaco e íntimo amigo de su colega de partido Max Menger, hermano de Carl. Un día le habló a mi abuelo de una conversación que había tenido con Carl Menger, el cual —según me contó mi abuelo en torno a 1910— habría hecho la siguiente afirmación: «La política que persiguen las potencias europeas conducirá a una guerra espantosa que terminará con revoluciones devastadoras, con el total aniquilamiento de la civilización europea y con la destrucción del bienestar de todas las naciones. Ante estos inevitables acontecimientos, el mejor consejo que se puede dar es invertir en oro y tal vez en obligaciones de los dos países escandinavos». Y de hecho Menger invirtió sus ahorros en títulos suecos.

Es lógico que quien es capaz de prever tan lúcidamente, antes aún de cumplir los cuarenta años, la tragedia que arrollará a todo lo que para él tiene un valor, no pueda escapar al pesimismo y a la depresión psíquica. ¡Cuál habría sido la vida de Príamo —decían los antiguos retóricos— si hubiera previsto con veinte años de antelación la caída de Troya! Carl Menger no había traspasado aún la mitad de su vida cuando intuyó la ineluctabilidad de la caída de su Troya. Este pesimismo, por lo demás, dominó el ánimo de los austriacos más clarividentes. Ser austriaco ofrecía el triste privilegio de estar en las mejores condiciones para preconizar el propio infausto destino. Tal es la raíz de la melancolía y el descontento de Grillparzer. Fue el sentimiento de impotencia ante el desastre inminente el que confinó en una amarga soledad al más capaz y puro de todos los patriotas austriacos, Adolf Fischhof.

Como bien puede suponerse, discutí a menudo con Menger sobre la Staatliche Theorie des Geldes de Knapp[36]. Y esta fue la definición que él me dio: «Es el desarrollo coherente de la Polizeiwissenschaft prusiana. ¿Qué se puede pensar de un pueblo cuya élite, tras doscientos años de economía política, se extasía, como si fuera una sublime revelación, ante semejante absurdo, que por lo demás ni siquiera es nuevo? ¿Qué podemos esperar de un pueblo así?».

El sucesor de Menger en la Universidad fue Friedrich von Wieser, una persona muy culta, una mente aguda y un científico de gran honestidad intelectual. Tuvo la suerte de conocer antes que otros la obra de Menger, y hay que reconocerle el mérito de haber comprendido inmediatamente su importancia. En muchos aspectos, enriqueció la teoría de Menger, aunque como teórico no era una mente creadora y, en general, fue más perjudicial que útil. Nunca captó efectivamente el núcleo del subjetivismo, y ello fue causa de muchos equívocos fatales. Su teoría de la imputación es insostenible. Sus ideas sobre el cálculo del valor permiten afirmar que no puede considerarse miembro de la Escuela austriaca, sino más bien de la de Lausana, que en Austria tuvo dos excelentes representantes en Rudolf Auspitz y Richard Lieben.

La característica que distingue a la Escuela austriaca, la que realmente le asegurará una fama imperecedera, es el haber formulado una teoría de la acción económica y no una teoría del equilibrio económico, que es sinónimo de inacción. La Escuela austriaca emplea también los modelos teóricos del equilibrio estático, de los que el pensamiento económico no puede prescindir. Pero es profundamente consciente del carácter puramente instrumental tanto de estos como de los demás modelos teóricos. Lo que se propone es explicar los precios que efectivamente se forman en el mercado, no los que se formarían en ciertas condiciones que jamás se darán. No rechaza el método matemático porque desconozca la matemática o porque no atribuya ninguna importancia a la minuciosa representación de una hipotética condición de equilibrio estático. Jamás ha sido esclava de la fatal ilusión de poder medir los valores, ni se ha engañado sobre el hecho de que los datos estadísticos se refieren simplemente a la historia económica y que no tienen nada que ver con la teoría económica.

Y como la economía política austriaca es una teoría de la acción humana, tampoco Schumpeter puede contarse entre sus representantes. Es sintomático que en su primera obra reconozca su afinidad con Wieser y Walras y no con Menger y Böhm-Bawerk. Para él la economía política es una teoría de las «cantidades económicas» y no una teoría de la acción humana. Su Theorie der wirtschaftlichen Entwicklung[37] es un típico producto de la teoría del equilibrio.

Conviene también eliminar algunos equívocos a que puede dar lugar la expresión ‘Escuela austriaca’. Ni Menger ni Böhm-Bawerk pensaron jamás fundar una escuela en el sentido que se da habitualmente a este término en los ambientes universitarios. En sus seminarios, no trataron de adiestrar a sus alumnos para seguir ciegamente su propia orientación, ni se preocuparon de asegurar cátedras a sus herederos. Sabían que los libros y la enseñanza académica pueden ayudar a comprender los problemas económicos, y en este sentido prestaron un gran servicio a la colectividad, pero sabían también que los economistas no se pueden formar en criaderos. Siendo ellos mismos pioneros y teóricos originales, sabían perfectamente que el progreso científico no se puede organizar y que la innovación no puede soportar las ataduras de la planificación. No trataron de hacer propaganda a favor de sus teorías. Estaban convencidos de que la verdad se afirma con sus propias fuerzas, si los hombres tienen la capacidad de captarla; pero si esta facultad falta, de nada sirve arrancar con medios idóneos una profesión de fe puramente formal a quien no logra comprender el contenido y el alcance de una teoría.

Menger no se esforzó nunca en complacer a sus colegas de facultad para obtener a cambio el apoyo para sus eventuales propuestas de asignación de puestos. Böhm-Bawerk, por su parte, habría podido ejercer toda su influencia como ministro y ex ministro; pero se negó siempre a hacerlo. Menger trató si acaso —aunque sin éxito— de impedir que se concediera la habilitación a la enseñanza a personajes como Zwiedineck, que no tenía ni idea de lo que es la economía política. Böhm-Bawerk ni siquiera se preocupó de ello; tanto es así que acabó apoyando, en lugar de impedirlo, el nombramiento de Gottl y de Spann a la Technische Hochschule de Brno.

La posición de Menger sobre esta cuestión se desprende con toda claridad de un apunte que Hayek ha descubierto entre sus papeles inéditos, y que dice así: «En la ciencia no hay modo más seguro para hacer que una idea triunfe definitivamente que dejar que toda orientación contraria llegue a sus últimas consecuencias». Schmoller, Bücher, Lujo Brentano no opinaban así. A quienes no les siguieran ciegamente les privaban de toda posibilidad de enseñar en una universidad alemana.

Así fue como las cátedras de las universidades austriacas acabaron todas en manos de los herederos del historicismo alemán. Alfred Weber y Spiethoff se sucedieron en una cátedra de Praga, y un cierto Guenther fue catedrático de Innsbruck. Digo esto sólo para poner en su justa luz la afirmación de Franz Oppenheimer de que la escuela de la utilidad marginal habría monopolizado las cátedras de teoría económica. Es cierto que Schumpeter fue durante mucho tiempo catedrático en Bonn. Pero este fue el único caso en que una universidad del Imperio alemán nombró un profesor que podía contarse entre los representantes de la economía política moderna. Sobre centenares de catedráticos que, entre 1870 y 1934, enseñaron materias económicas en las universidades alemanas, no hubo ni uno que tuviera la más mínima familiaridad con las Escuelas Austríaca o de Lausana, o con la moderna economía anglosajona. Jamás se concedió una habilitación a la enseñanza a un estudioso que fuera sospechoso de pertenecer a una de estas escuelas. Knies y Dietzel fueron los últimos economistas que ocuparon cátedras alemanas. Luego, en las universidades del Reich alemán ya no se enseñó economía política, sino marxismo o nacionalsocialismo, igual que en la Rusia zarista no se enseñaba economía política sino marxismo ‘legal’ o historia económica. Para las pretensiones totalitarias de las ciencias económico-sociales alemanas incluso la circunstancia de que en Austria algunos profesores pudieran enseñar economía política parecía algo intolerable.

La Escuela austriaca de economía era austriaca en el sentido de que nacía en el terreno de aquella cultura austriaca que el nacionalsocialismo aplastaría más tarde. Era el terreno en el que había echado raíces la filosofía de Franz Brentano, en el que habían germinado la epistemología de Bolzano, el empirismo de Mach, la fenomenología de Husserl y el psicoanálisis de Breuer y de Freud. Por Austria no vagaba el espectro de la dialéctica hegeliana. En Austria no se consideraba un deber nacional la «superación» de las ideas de Europa occidental. En Austria el eudemonismo, el hedonismo y el utilitarismo no eran proscritos sino estudiados.

Sería un error pensar que el gobierno austriaco alentara estos grandes movimientos. Al contrario, quitó la cátedra a Bolzano y a Brentano, hizo inofensivo a Mach, y se desinteresó completamente de Husserl, de Breuer y de Freud. Por lo que se refiere a Böhm-Bawerk, apreció en él al experto funcionario público, no al economista.

Böhm-Bawerk fue profesor en Innsbruck, pero se cansó pronto de este puesto. El bajo nivel cultural de aquella universidad, de aquella ciudad y de todo el Tirol le resultó insoportable y le indujo a preferir la actividad en el ministerio de Hacienda en Viena. Cuando dejó definitivamente el gobierno, le ofrecieron una buena prebenda, que rechazó para pedir en cambio una cátedra en la Universidad de Viena.

Fue un gran día, en la Universidad de Viena y en el desarrollo de la economía política, aquel en el que Böhm-Bawerk inauguró su seminario. Para el primer semestre eligió como tema los fundamentos de la teoría del valor. Otto Bauer trató de refutar sistemáticamente, desde el punto de vista marxista, la teoría subjetiva del valor. La discusión entre Bauer y Böhm-Bawerk ocupó todo el semestre invernal, dejando en segundo plano a los demás participantes. Bauer tuvo ocasión de desahogar todo su brillante ingenio y demostrar que era un gran antagonista del gran maestro, que con su crítica había asestado el golpe mortal a la economía política marxista. Creo que al final del debate también Bauer tuvo que admitir que la teoría del valor-trabajo es insostenible. De hecho, abandonó su idea de escribir una réplica a la crítica de Böhm-Bawerk a Marx. En el primer número de los Marx-Studien apareció en cambio una anticrítica de Hilferding que causó cierto ruido, pero Bauer me dijo abiertamente que Hilferding no había comprendido la naturaleza de los problemas que se discutían.

Participé regularmente en los ejercicios del seminario de Böhm-Bawerk hasta 1913, año en que recibí la habilitación a la enseñanza. Los dos últimos semestres invernales en que asistí se dedicaron a discutir mi Theorie des Geldes und der Umlaufsmittel. En el primero se discutió mi explicación del poder adquisitivo del dinero, en el segundo mi teoría del ciclo económico. Más adelante hablaré aún de la diversidad de opiniones entre Böhm-Bawerk y yo sobre estos dos puntos.

Böhm-Bawerk dirigía su seminario de manera espléndida, sin asumir nunca el papel de profesor, sino el de moderador que en el momento oportuno intervenía personalmente en el debate. Por desgracia, no faltaba algún fanfarrón particularmente palabrero que a veces abusaba de la libertad de palabra que concedía a los participantes. Recuerdo con particular disgusto, por ejemplo, los disparates que Otto Neurath solía propinamos con fanática insistencia. En aquellos casos no habría sido inoportuna una aplicación más rigurosa de los derechos del moderador. Pero Böhm-Bawerk prescindía de estos derechos. En la ciencia —decía en total acuerdo con Menger— hay que dejar que cada uno diga libremente lo que piensa.

Böhm-Bawerk nos dejó una obra maravillosamente sistemática. Su magistral crítica a las teorías económicas anteriores y la exposición de su teoría positiva son hoy un punto de referencia para todos nosotros. Y, sin embargo, conviene añadir que habría podido dar mucho más si las circunstancias lo hubieran permitido. En sus intervenciones a lo largo del seminario y en las conversaciones personales desarrollaba ideas que iban mucho más allá de lo que ha quedado consignado en sus escritos. Por desgracia, su constitución física le impidió proyectar nuevos trabajos de gran alcance. Su sistema nervioso no estaba ya en condiciones de afrontar grandes fatigas. Ya las dos horas de seminario le pesaban enormemente, y sólo gracias a una vida extremadamente ordenada conseguía recoger las energías suficientes para afrontar una actividad científica totalmente dedicada a los estudios económicos, y en la cual los únicos momentos de distracción y de placer eran los conciertos de la filarmónica.

También sobre la última fase de la vida de Böhm-Bawerk pesó la preocupación por el futuro de Austria y su civilización. Pocas semanas después del estallido de la guerra sufrió un infarto. Una tarde de principios de septiembre de 1914, cuando volvía a mi batería desplegada al este del Tirol, después de patrullar, alguien me enseñó un periódico con la noticia de su muerte.