3. El problema austriaco

El Estado plurilingüístico de los Habsburgo habría podido desempeñar una gran función. Habría podido producir una constitución capaz de plasmar la convivencia pacífica de pueblos de distinta lengua en un único sistema estatal. La constitución de 1867, elaborada por Perthaler, había intentado hacerlo, pero estaba destinada a fracasar porque el partido en el poder, que era el de los magnates de los Sudetes, combatió con todos los medios contra el Estado liberal. De modo que Austria, en torno a 1900, era un Estado que los súbditos no querían. Todos preveían la inminente disolución del Estado, al que el principio de nacionalidad negaba la legitimidad misma de existir.

Sólo en Viena existía aún un grupo restringido de personas que reflexionaban sobre el modo y las posibilidades de mantener en pie el Estado. Los acontecimientos que desencadenó la destrucción de la monarquía de los Habsburgo demostrará con retraso que estas personas se habían esforzado por salvar de una inmensa catástrofe a Europa y a toda la civilización humana. Pero sus esfuerzos estaban destinados a fracasar, porque carecían de una sólida plataforma ideológica.

Esta carencia se manifestó claramente cuando se vio que nadie estaba dispuesto a conceder la buena fe a hombres que se preocupaban por el futuro de Austria. Se podía ser, en sentido nacionalista, ‘buenos’ alemanes, checos o polacos. Un clerical alemán o un feudatario bohemio podían ser neutros desde el punto de vista de la nacionalidad y pensar sólo en el bien de la propia región o de la propia clase; pero quien se sentía ‘austriaco’ acababa por ser considerado únicamente como alguien que quería agradar a los de ‘arriba’. Lo cual no era en absoluto cierto, ya que la corona no privilegiaba en modo alguno a los lealistas ‘amarillo-negros’, sino que más bien prefería a los irredentistas ‘moderados’.

Por aquella época nadie en Viena podía liberarse de la implicación en los problemas políticos referentes a la nacionalidad. En el Sozialwissenschftlicher Bildungsverein Otto Bauer y Karl Renner sostenían las ideas que más tarde expusieron en sus libros y que llevaron a la elaboración del programa de «Autonomía nacional», y Ludo Hartmann informó sobre sus investigaciones —que lamentablemente jamás se publicaron— sobre el problema de la asimilación lingüística. El profesor de derecho público en la Universidad de la capital, Adolf Bednatzik, llamó mi atención sobre el problema de las ‘circunscripciones electorales nacionales’, que deberían constituir la base para la formación de los colegios electorales de nacionalidad homogénea.

Seguía todas estas tentativa con gran interés, pero dudaba que pudieran tener éxito. Era innegable que los pueblos de la monarquía danubiana querían disgregar el Estado. Y entonces ¿merecía la pena luchar para salvar este Estado regido por una nobleza frívola e inculta y por una burocracia ambiciosa e inepta? Particularmente profunda fue la impresión que los acontecimientos que condujeron a la caída del gobierno Körber suscitaron en todos los que se preocupaban por salvaguardar el Estado. Entre los numerosos presidentes del Consejo que se habían sucedido en el gobierno de la vieja Austria en los últimos veinticinco años, Ernst Körber había sido el único en perseguir una política de tutela del Estado, apoyado en esta tarea por la extraordinaria competencia del jefe de su gabinete, Rudolf Sieghart, y por su ministro de Hacienda Böhm-Bawerk. Ahora bien, Körber había dado órdenes a los fiscales de que fueran más tolerantes en materia de secuestro de los periódicos. Sucedió entonces que un artículo de un periódico nacionalista vienés ultrajó el sacramento de la eucaristía, sin que por ello fuera reconvenido. Inmediatamente los adversarios de Körber aprovecharon la ocasión para derribar al gobierno. Frailes confesores y damas de corte de la gran duquesa desencadenaron una violenta campaña contra el «judío» Körber (una de cuyas abuelas o bisabuelas había sido hebrea), acusado de profanar los sacramentos de la Iglesia. Y así fue brutalmente destituida la última persona honrada que tuviera sentido del Estado.

Hoy debo admitir que mi opinión sobre las carencias del Estado austriaco fue entonces demasiado dura, y que veía en cambio en una perspectiva demasiado rósea muchas cosas de los países extranjeros que por entonces conocía sólo por los libros o por alguna breve visita superficial. Pero esto no cambia en absoluto la realidad de las cosas. El Estado habsbúrgico, al que el principio de nacionalidad había privado de toda legitimación ideológica, era incapaz de resistir a esta fuerte dosis de mal gobierno económico y político que otros Estados podían fácilmente soportar. Errores que cualquier Estado nacional podía tolerar, podían en cambio infligir heridas mortales al Estado habsbúrgico. Una política errónea podía llevarle a la ruina con mucha mayor rapidez de la que podría producirse en el Estado inglés o francés.

La circunstancia de que, en Austria, Estado y nación no coincidieran incitaba a estudiar problemas a los que en los Estados nacionales no era tan fácil prestar atención. En inglés y francés no existen aún expresiones capaces de ofrecer una visión correcta de los problemas políticos y político-económicos que brotan de este dualismo.

Me he ocupado principalmente de las consecuencias que el intervencionismo estatal tendría especialmente en el Imperio austrohúngaro. Toda medida intervencionista practicada en un Estado de nacionalidad mixta no puede menos de afectar a las relaciones de fuerza nacionales. Es algo que los políticos austriacos sabían perfectamente, como lo demuestran ampliamente las actas de los debates parlamentarios y la prensa de la época. Desde luego, sólo cuando, en 1909, entré a formar parte de la Cámara de Comercio de Viena como miembro de la Oficina central de política comercial me percaté del verdadero alcance de tales problemas.

Decidí entonces estudiar a fondo la cuestión, y cuando en 1913-14 tuve mi primer seminario en la Universidad, seleccioné a cuatro jóvenes graduados para que analizaran la actitud de los alemanes, de los checos, de los polacos y de los magiares en materia de política comercial, en el ámbito del sistema aduanero austrohúngaro, y las medidas con las que el gobierno húngaro y las administraciones autónomas (las «juntas regionales» del Imperio austriaco) se proponían erigir en el interior del área aduanera un proteccionismo administrativo a favor de los respectivos connacionales. Esperaba poder encontrar un quinto colaborador que se ocupara del grupo étnico italiano, y yo mismo tenía intención de escribir un informe recapitulador que acompañara a la publicación del trabajo de mis colaboradores.

De los cuatro jóvenes investigadores, dos cayeron en las primeras semanas de guerra. El tercero fue dado por desaparecido tras las batallas de los Cárpatos en el invierno de 1914-15. El cuarto cayó prisionero de los rusos en julio de 1916 en Volinia, sin que de él se volviera a tener noticia.