11. Nuevos estudios sobre el cambio indirecto

En mi Teoría del dinero y del crédito había algunos puntos con los que no estaba del todo satisfecho, y sentía la necesidad de volver a tratarlos. Ni las críticas que se habían hecho a mi libro, ni los estudios de otros autores, publicados después de 1911, sobre problemas del cambio indirecto invalidaron mis tesis. Ciertamente, los estudios de B. M. Anderson, T. E. Gregory, D. H. Robertson, Albert Hahn, Hayek y Machlup me han estimulado notablemente a profundizar en mi teoría y a mejorar su formulación; pero, aun cuando se oponían a mi planteamiento, acabaron por confirmar, en lugar de desmentir, el núcleo de mi teoría. En los escritos de estos estudiosos no sólo he encontrado buenas sugerencias, sino también la satisfacción de no estar solo como economista y de no trabajar sólo para las bibliotecas.

Por lo demás, lo que se ha publicado en los últimos treinta años sobre los problemas del dinero y del crédito es bastante irrelevante. La decadencia del pensamiento científico en este campo es notable. De algunos trabajos publicados en este periodo puede decirse que en conjunto son aceptables, aunque algunos puntos pueden ser insostenibles y la exposición inadecuada. Pero la mayor parte de los libros y artículos carecen totalmente de valor.

Este juicio tan duro se refiere en primer lugar a todos aquellos escritos que creen descubrir «errores» que la teoría «ortodoxa» sería incapaz de explicar o que la refutarían.

Los autores de estos escritos piensan que estos errores son nuevos e inéditos, porque conocen muy poco de la historia monetaria y bancaria. Si no pueden explicar estos hechos con los instrumentos de la teoría «ortodoxa», es porque no conocen la teoría y no tienen mentalidad científica.

Creo que sería una tarea importante seguir sistemáticamente la literatura sobre los problemas económicos y someter inmediatamente a una crítica radical cualquier afirmación carente de sentido o irrelevante. Esto no significa que así se evitaría definitivamente la repetición de viejos errores, pero se prestaría en todo caso un gran servicio al público que se ocupa de los problemas económicos. He pensado, junto con algunos amigos, en fundar una revista dedicada a esta tarea. Pero no hemos podido encontrar un editor dispuesto a afrontar su publicación sin un apoyo financiero. Pienso de todos modos que refutar las teorías erróneas que circulan debe ser tarea de las tesis doctorales de los jóvenes que se encaminan a cultivar nuestra ciencia. El requisito mínimo que se le exige a un economista es saber descubrir los errores y refutarlos críticamente. Por mi parte, no he dejado de alentar en varias ocasiones este trabajo.

Quiero recordar aquí sólo uno de ellos, porque las difíciles condiciones que atravesaba Austria en 1920 impidieron su publicación. Se trata de la tesis con la que Helene Lieser obtuvo el primer doctorado en ciencias políticas otorgado a una mujer por una universidad austriaca. La disertación trataba de las medidas de reforma monetaria propuestas en Austria en los años de la devaluación de los billetes, y demostraba que la mayor parte de los proyectos de reforma discutidos en los países europeos no eran tan nuevos como pensaban sus autores.

En mi seminario aproveché cualquier ocasión que se me ofreciera para refutar los errores de las teorías al uso, pero no tuve ni tiempo ni ganas para dedicarme por escrito a la enésima refutación de errores ya refutados en mil ocasiones. Lo que más bien lamento es haber perdido demasiadas de mis limitadas energías en combatir la pseudoeconomía política. En los momentos de tranquila reflexión me he propuesto repetidas veces atenerme firmemente al principio de Spinoza veritas norma sui et falsi est. Pero luego me he dejado llevar siempre de mi temperamento.

Durante la época de la inflación publiqué muchos ensayos encaminados a definir la verdadera naturaleza de la desvalorización de la moneda y a refutar la explicación del cambio a través de la teoría de la balanza de pagos. Además del ensayo ya recordado sobre la teoría cuantitativa, escribí para las Mitteilungen des Vereins Österreichischer Banken und Bankiers (el boletín interno de la Unión austriaca de bancos y banqueros, que luego se transformó en una revista de dominio público) un artículo sobre «Zahlungsbilanz und Devisenkurse». En Schriften des Vereins für Sozialpolitik publiqué «Geldtheoretische Seite des Stabilisierungsproblem». Este ensayo permaneció durante meses sobre la mesa de la dirección del Verein, porque estos señores tenían dudas sobre la oportunidad de enfrentarse a las tesis oficiales según las cuales la devaluación del marco fue provocada por las reparaciones y por el «agujero en el Oeste». Finalmente el ensayo se publicó, en el verano de 1923, y era mi segunda contribución a Schriften des Vereins, después del de 1919 para un volumen sobre el problema del Anschluss, titulado «Wiedereintritt Deutsch-Österreich in das Deutsche Reich und die Währungsfrage».

En la segunda edición de la Teoría del dinero y en el breve escrito de 1928 sobre «Geldwertstabilisierung und Konjunkturpolitik»[46], di a mi teoría del ciclo una formulación que hace de ella la primera explicación orgánica de los cambios coyunturales. El boom se fragua en la expansión del crédito. Pero ¿a qué se debe esta? A esta pregunta no había respondido en la primera edición de la Teoría En el intervalo hallé la respuesta, y era la siguiente: los bancos, a través de la expansión del crédito, tienden a reducir el tipo de interés; la política económica que fomenta el ‘dinero barato’ y cree que la expansión del crédito es el medio más adecuado para alcanzar este fin, alienta esa orientación y se esfuerza en crear las condiciones institucionales para hacerla posible.

La preparación de mi Nationalökonomie me ofreció la ocasión de reflexionar una vez más sobre todas mis ideas en materia de teoría monetaria y bancaria y de reexponerlas de una forma nueva.

En mi libro sobre el dinero había criticado el esquema comúnmente adoptado de un mercado de cambio exclusivamente directo, sin uso del dinero, pero lo había hecho limitándome a la exigencia de rechazar la teoría de la neutralidad del dinero. De la problemática del cálculo monetario me había ocupado sólo en la medida en que era necesario para indagar las consecuencias sociales del cambio de valor de la moneda. Todo lo demás debía reservarse a la teoría del cambio directo. En el libro sobre el dinero ya estaba la idea central: existen valores y valoraciones, pero no una medida del valor y un cálculo del valor; la economía de mercado calcula con los precios monetarios. La tesis no era nueva; no era sino el corolario necesario e irrefutable de la teoría subjetiva del valor. Ya Gossen se había referido a las consecuencias que de ello deben sacarse en orden a una economía socialista. Pierson, cuyo ensayo leí muchos años después, en la traducción de Hayek, había repetido los conceptos de Gossen.

De ahí que cuando me dispuse a escribir mi libro sobre el socialismo, tuve que desarrollar esta parte de la fundamentación de la cataláctica y exponerla de manera autónoma. Una teoría del socialismo que no tuviera su centro en el problema del cálculo económico sería simplemente absurda. Así, en 1919 escribí el ensayo sobre «Die Wirtschaftsrechnung im sozialistischen Gemeinwessen» y lo presenté a la Nationalökonomische Gesellschaft. Por sugerencia de algunos amigos lo publiqué luego, en 1920, en el Archiv für Sozialwissenschaft. Posteriormente el ensayo entró a formar parte, en forma apenas modificada, de Gemeinwirtschaft[47]. El ensayo original se publicó también en el volumen Collectivist Economic Planning en 1935, editado por Friedrich A. von Hayek, con el título «Economic Calculation in the Socialist Commonwealth».

Todos los intentos encaminados a debilitar la coherencia lógica de mis argumentaciones estaban destinados a fracasar de entrada, debido a que no iban al fondo del problema, es decir a la teoría del valor. Los libros, los ensayos y artículos que se escribieron al respecto pretendían salvar el socialismo. Sus autores querían demostrar que en todo caso se puede construir una colectividad socialista en la que pueda introducirse el cálculo económico. Pero no se daban cuenta de que el verdadero problema del que hay que partir es el siguiente: en la actividad económica —que consiste siempre en preferir algunas cosas y aplazar otras, es decir en hacer valoraciones diversas— ¿cómo es posible llegar a valoraciones iguales y por lo tanto a equiparar dos cosas? Al no ver este problema, esos autores cayeron en la absurda idea de proponer sustituir el cálculo monetario, propio de la economía de mercado, que se realiza mediante el dinero, por las ecuaciones matemáticas de la cataláctica, que describen un modelo ideal del que queda eliminada toda acción.

Sólo en mi Nationalökonomie[48] pude afrontar en todo su alcance los problemas del cálculo económico. Mientras tanto tuve que contentarme con denunciar los errores y las contradicciones de las propuestas tendentes a hacer posible el cálculo económico socialista. Puede decirse que mi teoría del dinero sólo quedó completa tras las argumentaciones desarrolladas en la tercera parte de mi Nationalökonomie. En ella pude culminar el proyecto elaborado treinta y cinco años antes: unificar la teoría del cambio indirecto con la teoría del cambio directo en un sistema unitario de la acción humana.