Diario de Patrick Boyd.
Sevilla, Fonda de Londres.
Viernes, 14 de noviembre de 1873.
¡Otra vez Sevilla! Desde mi primera estancia han pasado dos meses, quizás los dos meses más intensos de mi vida. No me he dado cuenta del transcurso del tiempo. Los Machado llevan semanas preparando mi visita a Doñana, y ahora por fin voy a poder realizar mi sueño. ¡Qué generosidad la suya!
A mi llegada me esperaban tres sobres. Uno sin remite, otro con el de Machado Álvarez y el tercero ¡horror!, con el de Francisco Mateos Gago.
Impelido por una sensación casi de ahogo abrí este primero. Lo acabo de releer. Me dice el orondo cura que el marqués le ha puesto al tanto de los planes para nuestra excursión; que le habría encantado ir con nosotros y verificar con sus propios ojos la alegada ingestión de arena por los ánsares, pero que sus compromisos religiosos de estos días se lo impiden; que le gustaría volver a saludarme, y propone, en consecuencia, que nos veamos mañana por la tarde; que me ruega que le deje unas palabras al efecto en el hotel y que mandará recoger…
Intuyo por el tono de su misiva que sabe algo de mis investigaciones. No me fío nada de él, sobre todo después de lo que me ha contado López de su revista El Oriente.
No sé qué hacer. Lo consultaré con la almohada.
Machado Álvarez por su parte me invita a comer mañana con ellos y Ana y sus padres en Triana. Vendrá aquí a las doce y me acompañará.
El tercer sobre contenía un mensaje de Araceli. Lo habría abierto primero, pero como mi nombre estaba escrito por otra mano no caí en la cuenta de que podía ser de ella. Me anuncia que Benito no puede acompañarnos porque ha tenido que ir corriendo a la finca, donde, por lo visto, hay un problema con el pozo, un problema que, si no se arregla inmediatamente, nos dejaría sin agua para nuestra pernoctación allí, lo cual no puede ser. Se juntará con nosotros en el palacio de Doñana tras la visita a las dunas.
Lo más importante, no se ha opuesto a que Araceli nos acompañe, sabiendo la ilusión que le hace. ¡Y su tozudez, añado yo!
No sé si la noticia es buena o mala. Con Benito a nuestro lado habría sido imposible hablar con franqueza de mis pesquisas y de Montpensier, por lo cual su ausencia será beneficiosa. Lo malo es que, no estando él, me va a ser muy difícil no dejar traslucir los sentimientos que me inspira Araceli, algo que debo evitar a toda costa para no comprometer a los Machado, sobre todo al padre.
Estoy inquieto, la verdad, y la insistencia de Gago en verme no ayuda nada.