Diario de Patrick Boyd.
Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones.
Tarde del martes, 4 de noviembre de 1873.
Acabo de tener otra sesión con Horacio Pérez en casa de su prima. Atendiendo mi petición de información sobre Pastor, ha estado releyendo las declaraciones de María Josefa Delgado.
Son de extraordinario interés. Resulta que era viuda, que tenía entonces cincuenta y dos años y que, en su primera indagatoria, explicó que trabajaba como criada de un cura anciano y achacoso. Dijo que para socorrer a aquel pobre hombre, que estaba sin recursos, estuvo pidiendo limosna en la calle cada noche durante los últimos meses de 1870. Y que la del 27 de diciembre lo hizo primero en la puerta del Congreso, de la cual vio salir a dos señores que subieron a un coche tirado por un caballo blanco. Declaró que desde el Congreso ella fue andando bajo la nieve hacia la esquina de Turco con Alcalá, con la esperanza de recoger en aquel punto algún dinerito más, y que allí constató con sorpresa que estaba parado en la calle, mirando hacia el Congreso, el coche con el caballo blanco que había visto partir diez minutos antes desde la entrada del mismo. Tenía dos señores dentro, pero le dijo al juez que no estaba segura, dada la oscuridad de la noche, de si eran los mismos.
Al poco rato, siguió contando, entró desde la calle de Alcalá un segundo coche, tirado por un caballo oscuro, que se situó al lado del primero. Salieron de él dos señores que se pusieron a hablar con los del otro. Por allí había otros individuos, además, esperando algo. Uno de ellos, bajito y delgado, con capa y hongo, le dio una moneda y le dijo con voz bronca que «se marchara porque hacía mala noche y ya llevaba para su puchero».
En ese momento, siempre según la mujer, se cambiaron unos silbidos entre los coches, como avisando de algo, y llegó deprisa por Turco una berlina tirada por dos caballos, que se tuvo que parar bruscamente al encontrar la calle cortada.
Dijo haber presenciado luego el atentado.
Lo más tremendo del caso es la declaración posterior en que, según ha comprobado Horacio, alegó que quien le dio la limosna, diciéndole que se fuera, era José María Pastor.
¿Cómo le conocía? Pastor negó al principio ante el juez, cuando ella le identificó en una rueda de presos, haberla visto nunca. Pero después, en un careo, no tuvo más remedio que admitir que, cuando era jefe de Orden Público, la había utilizado como espía.
El juez no sabía si creer lo que le había dicho María Josefa Delgado y mandó, primero, a por el cura para quien decía trabajar. Y el cura no sólo confirmó que, en efecto, era criada suya, sino que la noche de autos le había mostrado una leve herida producida en el lugar del crimen por una bala al parecer rebotada.
Pérez dice que Pastor, en una de sus declaraciones, llama a la Delgado «vieja alcahueta» y se queja de que el juez le haya hecho caso. Pero es indudable que ella le conocía. ¿Quizás le denunció por algún rencor almacenado desde los días en que trabajaba para él? ¿O realmente lo vio en Turco? ¡Quién sabe! Como dice Horacio, esto es una novela, pero una novela en que, mezclados con los elementos de ficción, hay otros reales, verídicos, históricos, por muy inventados que parezcan. ¿Cómo distinguir entre ellos? ¿Cómo separar los hechos de los cuentos chinos y de las fantasías?
Tengo que localizar a María Josefa Delgado. Le pediré a Pérez que haga todo lo posible en este sentido. Es evidente que se trata de un testigo clave.