Capítulo 17

La casa del amigo de López se encontraba en la planta baja de un viejo inmueble de la Ribera de Curtidores, no lejos de donde vivía Horacio Pérez. Cuando se presentó Boyd allí aquella tarde le preguntó una mujer de voz ronca quién era y qué quería. Le explicó que traía una nota de don José López para el señor Hinojosa. Hubo un silencio, luego otra voz, ahora masculina, le pidió que se la pasara debajo de la puerta antes de abrir, «ya que con los tiempos que corren uno tiene que tomar sus precauciones…».

Comprobada la autenticidad de la nota, Hinojosa le franqueó la puerta y le invitó a sentarse a la mesa que ocupaba el centro del pequeño salón mientras buscaba el documento.

Una hora después, a la luz de una lámpara que olía mal, Boyd había leído dos o tres veces la declaración de García Mille, que ocupaba once folios, y apuntado lo que más le interesaba.

No había tardado en darse cuenta de que, si no se encontraba ante una falsificación en toda regla, lo cual no se podía excluir, se trataba de una puesta en limpio por otra mano (pero no la de López) del informe del preso. Lo indicaba su tono más bien literario, su ortografía correcta y el hecho de no tener ni una sola tachadura.

El escrito ampliaba la versión que daba El Acusador del papel desempeñado por José María Pastor en el asesinato de Prim. Relataba la fuga del presidio de Ceuta de García Mille y otros diez presos a cambio de ponerse incondicionalmente a las órdenes de Pastor en Madrid; su llegada a la capital en noviembre de 1870 tras largas y complejas peripecias; las tropelías y robos que cometieron los conjurados en la capital mientras se preparaba el atentado; los conciliábulos en que se perfilaron los detalles de este y en los cuales participaron, además de Pastor y los fugados de Ceuta, cinco personas que decían representar a los elementos republicanos acaudillados por Paul Angulo; la exclusión de García Mille, por decisión de los demás, de la lista de los que iban a disparar contra el general; lo ocurrido la noche del 27 de diciembre cuando volvieron los autores del crimen a casa de Pastor, denotando su culpabilidad «el color lívido de sus rostros» y «la poca fijeza de sus miradas»; el pormenorizado relato del crimen suministrado a García Mille por uno de los asesinos, Joaquín Fenellosa, que alegaba que habían tomado copas previamente en la taberna de la calle del Turco; la coincidencia de García Mille en las prisiones militares de San Francisco con José López, y su determinación de contarle a este la verdad de su participación en los hechos.

Boyd se levantó de la mesa decepcionado. El documento no contenía nada que no se hubiera publicado ya en El Acusador. Y no ofrecía ninguna garantía de autenticidad. Como mínimo, habría que contrastarlo con las declaraciones de García Mille en el sumario. Pediría mañana la colaboración de Antonio Pérez. Agradeciéndole al matrimonio su amabilidad, salió a la calle con la convicción de que apenas valía la pena hablar ya más con López, de quien era imposible sacar nada en claro.

En el hotel le esperaba debajo de la puerta de su habitación un sobre sin remite. Lo abrió en el acto. La nota que había dentro decía: «Ya se lo advertimos antes. Deje este asunto. Si no, ya sabe lo que le espera».

Bajó presuroso a la recepción para preguntar quién le había dejado el sobre. Allí negaron todo conocimiento del asunto.

—Tenemos muchos huéspedes parando en el hotel —dijo el gerente—, y además viene bastante gente al restaurante. No sé quién pudo haber sido, quizás uno de ellos.

Otra vez en su habitación, Patrick consultó, ansioso, su diario. El primer anónimo le había llegado el 12 de octubre, hacía unas tres semanas. Casi lo había olvidado.

«No sólo saben que estoy en el Cuatro Naciones sino en qué habitación —pensó, preocupado—. Esto se está poniendo serio».