Capítulo 25

Hombre de palabra, Ramón de Cala dejó para Patrick aquella tarde en el hotel un sobre con ocho o nueve páginas de providencias recortadas de la Gaceta de Madrid. Todas ellas de marzo y abril de 1871. La mayoría citaban y emplazaban a Paul Angulo en su calidad de director de El Combate, acusándole de haber cometido en sus columnas sedición, calumnias y otros delitos, y requiriendo su presencia en el término de nueve días. Pero en un edicto del 12 de abril de 1871, firmado por Servando Fernández Victorio, entonces titular del juzgado del distrito del Congreso, que instruía la causa motivada por el asesinato de Prim, ya se empezó a reclamar su comparecencia en relación con el crimen de la calle del Turco, así como la de Felipe Fernández (alias Carbonerín), Francisco Huertas, Francisco Lorenas (alias Capellán), José Montesinos, Benítez Rodríguez (alias Porrón) y Urbano Rozas.

A Patrick, de aquellos seis nombres, sólo le sonaba el de Francisco Huertas.

Los recortes demostraban que los juzgados no sólo se metían con El Combate, sino con otras publicaciones republicanas. Estaba claro que, después de consumado el asesinato de Prim, y con Serrano ya presidente del Consejo de Ministros, la libertad de expresión había empezado a padecer un grave retroceso.

Paul, según especificaban algunas de las providencias, era «exdiputado, soltero y propietario» y, antes de desaparecer, vivía en la Fonda de París, en la Puerta del Sol.

Cala también había dejado para Boyd los dos tomos de su libro Los comuneros de París, con una emotiva dedicatoria manuscrita en la cual aludía al «heroico irlandés» sacrificado al lado de Torrijos.

Boyd hojeó al azar algunas páginas del primer volumen, descubriendo con satisfacción que el antiguo redactor de El Combate tenía un estilo ameno. Resolvió llevarlos consigo en el tren. Le ayudarían, con el Trafalgar de Galdós y otras lecturas, a combatir el inevitable tedio del viaje, y sería interesante comparar su propia experiencia en París con la de su nuevo amigo.

La próxima vez que viera a Cala le preguntaría, además, si conocía a José López. Quizás le podría proporcionar alguna información objetiva acerca del maquiavélico individuo que alegaba, sin pruebas, haber sido tan amigo de Prim y haber tratado de evitar su muerte penetrando en la organización de Montpensier.