Carta de Araceli Domínguez a Rebeca Peralta.
Sevilla, 5 de octubre de 1873.
Mi querida Rebeca:
Te agradezco mucho, muchísimo, tu carta. Tienes toda la razón del mundo al calificarme de romántica loca y empedernida, etcétera. Lo soy, no lo niego. Lo soy, quiero serlo y creo que lo seré hasta el final de mis días. También tienes razón cuando me dices que no hay que herir a Benito más de lo estrictamente inevitable, puesto que se ha comportado bien conmigo. Es cierto. Pero lo que pasa es que necesito vivir mi vida, la vida que me pertenece a mí, y no lo voy a conseguir siendo razonable y pensando sólo en los demás. Si yo compruebo que Patrick es el hombre que llevo tantos años esperando —ya me ha escrito y le he contestado—, nada me impedirá escaparme con él. Estoy decidida a todo, aunque parezca una locura y aunque me ahorquen.
Y ahora te pido un favor. Te dije en mi última carta que íbamos a ir pronto a Madrid por lo del piso. Bueno, será a finales de este mes. Estaremos diez días o así. ¿Me dejarás tu casa una tarde —un par de horas digamos— para que pueda entretener debidamente a mi galán, caso de que las cosas vayan bien, y sin que nadie, pero nadie, se entere? ¡Claro que sí! Si no, ¿cómo voy a poder hablar a solas con él? A nadie más se lo podría pedir. Te ruego que me contestes a vuelta de correo y me digas si puedo contar contigo (él no sabe nada de todo esto, son maquinaciones mías). Luego, cuando sepa la fecha exacta de nuestra llegada, el 29 o el 30, podremos ir afinando la puntería, ¿te parece?
No me faltes, espero tu respuesta enseguida. Muchos besos, Araceli.