Capítulo 9

Carta de Araceli Domínguez a Rebeca Peralta.

Sevilla, miércoles, 24 de septiembre de 1873.

Mi querida Rebeca:

Te comunico una grata noticia… ¡es que acabo de conocer al hombre que intuyo puede ser el que llevo tanto tiempo esperando!

Se llama Patrick Boyd y no me vas a creer cuando te diga que es hijo nada menos que de Robert Boyd, aquel irlandés valiente y generoso fusilado en Málaga junto a Torrijos en 1831. Hijo ilegítimo, debo añadir, fruto de la relación de su padre con una joven de Algeciras a quien conoció en Gibraltar cuando preparaban la sublevación. Resulta que unos años después la madre se casó con un coronel del Peñón y que, cuando Patrick tenía diez años, se fueron con él a vivir a Irlanda. Sólo se enteró de su verdadera identidad cuando falleció el coronel y su madre se lo dijo (o quizás fue cuando se moría ella, no sé). Es muy romántico, ¿no te parece?

Todo esto me lo contaron los Machado en agosto, antes de que Patrick llegara a Sevilla. De modo que yo ya estaba predispuesta a encontrarlo interesante. Cuando le vi te juro que superaba lo que me había imaginado. Es guapo, no muy muy guapo como a ti te gustan los hombres, pero sí apuesto —alto, con el pelo rojizo y ojos verdigrises que me parecen hermosísimos—. Habla como un andaluz que ha vivido muchos años fuera. Claro, aprendió el idioma en Gibraltar y nunca lo perdió porque su madre le siguió hablando en español.

Machado, el hijo, me invitó a ir con ellos a escuchar a Silverio Franconetti y fue allí donde le conocí. Me había vestido de maja y no me pudo quitar de encima los ojos. Después hubo una juerga y, cuando bailé con las gitanas, se quedó boquiabierto. Sospecho que me cree medio calé.

Es periodista en Londres, y por lo visto muy conocido allí, perdió a su esposa hace año y medio o así y tiene dos obsesiones: el asesinato del general Prim, a quien conoció en Inglaterra, y, otra vez no lo vas a creer, ¡¡los gansos silvestres que pasan el invierno en el Coto de Doñana!! No sé por qué le interesan tanto, ya me enteraré. Los Machado le van a llevar allí en noviembre para verlos y creo que Benito y yo iremos también. A mí desde luego me gustaría.

Vino aquí para que los Machado le contaran lo que saben de la posible implicación de Montpensier y su ayudante Solís en el asesinato del general. Antes de nuestra soirée con Silverio le habían explicado que soy republicana, pese a estar casada con un marquesito, y que además he tratado, aunque no mucho, al gran cerdo del duque y tengo algunas noticias al respecto. De modo que estaba un poco pendiente de mí profesionalmente antes de conocerme. O sea, para ambos el terreno estaba abonado.

Te estoy escribiendo como una colegiala, pero si no me confieso contigo, ¿con quién lo hago? Necesito desahogarme y tú eres mi mejor amiga, mi única amiga de verdad.

Al día siguiente le volví a ver en una fiesta en el Alcázar. Logramos hablar a solas unos diez minutos y me di cuenta de que nunca había estado con un hombre tan fascinante, además con un sentido del humor estupendo.

Rebeca, no digas nada de esto a nadie, tú a quien tanto te gusta el chismorreo. ¡Si me traicionas contaré las muchas cosas tuyas que me sé! ¡De modo que chitón!

Sigo. Está ahora en Madrid, en el hotel de las Cuatro Naciones, investigando sobre Prim. Le he dicho que me puede escribir aquí a lista de correos, pero todavía no lo ha hecho. Estoy inquieta. También quedé en informarle si encontraba algún dato nuevo. No tengo ninguno, pero, sin embargo, le voy a poner unas palabritas.

Por otro lado, Benito y yo vamos a ir a Madrid dentro de algunas semanas por lo del piso nuevo y encontraré la manera de volver a verle allí. Ya te tendré al corriente.

¡Es horrible la falta de posibilidades que tenemos las mujeres en este maldito país! Somos esclavas del hombre, nos excluyen de todo, cuando nos casamos se apoderan de nuestros bienes, si es que los tenemos, y ni con la República podemos respirar. Yo protesto, protesto y protesto y no me resigno, aunque es verdad que Benito me deja bastante libertad. Quisiera estar en París, estoy harta de Sevilla y sus miserables aristócratas holgazanes que no hacen más que vivir de sus rentas sin contribuir absolutamente nada a la sociedad. ¡Parásitos! Benito entre ellos. Tampoco me seduce Madrid, la verdad, aunque por lo menos allí podéis respirar un poco mejor que aquí. ¿Lo ves? Ya sale otra vez la palabra respirar, es que yo necesito aire, necesito… escaparme.

¿Estoy enamorada de Patrick sin apenas conocerle, cuando no he hablado más de unos minutos con él? Creo que sí. Tú sabes, Rebeca, que aprecio mucho a Benito, que Benito se ha comportado muy bien conmigo. Y sabes que he hecho todo lo posible por quererle. Pero era muy joven cuando nos casamos, fue realmente un enlace decidido por las familias, y apenas contaron conmigo. ¿Yo qué sabía entonces del amor? ¿Qué sé ahora? Me produce rabia cuando veo que tengo ya treinta años, que este hermoso cuerpo que me dio Dios ya lo es menos, y que todavía no he conocido el amor loco, el amor dispuesto a todo, capaz de todo, el amor hasta el fin del mundo. Si tuviera hijos tal vez me conformaría, pero no los tengo y es muy triste.

Supongo que te estarás riendo de mí, aunque en el fondo tú y yo somos muy parecidas. Además tú tampoco estabas a gusto con el marido que te dieron y de quien la vida se ha encargado de liberarte.

No sabes en qué estado de excitación me encuentro y que procuro disfrazar para que Benito no se entere. Si no te lo cuento a ti, mi Rebeca, te juro que me muero de angustia.

Contéstame pronto y dime que, como yo, crees en el amor a primera vista. Dime que no estoy desvariando.

Un abrazo muy fuerte, Araceli.