Extracto del diario de Patrick Boyd.
Madrid, Hotel de las Cuatro Naciones.
Sábado, 20 de septiembre de 1873.
Todo el mundo comenta, y toda la prensa, la decisión que acaba de votar mayoritariamente el Congreso de cerrar sus sesiones hasta el 2 de enero de 1874 y de conceder a Castelar poderes excepcionales para luchar contra los carlistas, que tienen al país en constante vilo, y el cantón de Cartagena, que continúa en sus trece (lo ha llamado, siguiendo a Salmerón, «un nido de piratas»). En su discurso el nuevo presidente del Poder Ejecutivo estuvo tajante: los españoles son olvidadizos, es como si ya no recordasen, tan pocos años después, cómo era el país bajo el régimen tiránico de Isabel II, y cuánta libertad bienhechora se ha conquistado desde entonces gracias a la Revolución del 68. Teniendo «todo el espacio de la democracia moderna», ¿quieren ahora volver atrás otra vez a lo que fueron aquellos más de cuatro siglos de despotismo? ¿Quieren ver otra vez a la Iglesia mandando y cortando? ¿Están locos y dementes? La insurrección cantonal ha herido en el corazón a la República, siguió, y los carlistas son enemigos mortales de la libertad. ¡La República no se puede permitir el lujo de tener dos guerras civiles en curso, es un suicidio! ¡Hay que crear un ejército nacional fuerte, disciplinado, leal al Estado y alejado de pronunciamientos! ¡Si no, el régimen está perdido!
Castelar estuvo estupendo, la verdad.
Pi y Margall se ha opuesto enérgicamente a la clausura del Parlamento, que considera peligrosísima cuando la República sólo lleva «cuatro días» de vida y todavía está sin Constitución, inerme. En vez de dividirse en bandos, dice, los republicanos debieron haber trabajado enseguida todos juntos, afanosamente, para promulgar una Carta Magna aceptable para todos. Y no lo han hecho. Ha sido una locura.
Me pregunto si Castelar, ahora investido de poderes casi omnímodos, podrá corregir una situación tan caótica. Y ello en unos pocos meses, con el 2 de enero de 1874 como fecha límite. Lo veo muy difícil. Si yo fuera conspirador borbónico me iría preparando ya para asegurar que tal día resultara fatídico para las pretensiones republicanas.
Noto que estoy impaciente por recibir noticias de Araceli, pero, claro, es temprano aún, una semana nada más. ¿Habrá sido todo imaginación mía? ¿Le escribo yo? ¿Espero un poco?