Dos días después Patrick Boyd bajó del tren en la madrileña estación de Mediodía.
Mandó su equipaje al Hotel de las Cuatro Naciones y se dirigió sin perder un momento a la tumba de Prim, todavía provisional, en la cercana basílica de Atocha. Era consciente de que, al hacerlo, imitaba el proceder de Amadeo, cuyo primer acto en la Villa y Corte, al llegar desde Cartagena el 2 de enero de 1871, había sido arrodillarse delante del cadáver de su valedor, todavía de cuerpo presente.
Desde entonces habían pasado casi tres años durante los cuales la justicia había sido incapaz de identificar a los responsables del magnicidio.
Contemplando el sepulcro, Patrick Boyd volvió a jurar que no cejaría en su empeño de identificar a aquellos malvados, con las pruebas en la mano.