Capítulo 13

Diario de Patrick Boyd.

Sevilla, Fonda de Londres.

Miércoles, 10 de septiembre de 1873.

Estuve no sé cuántas horas anoche copiando extractos de El Combate. Me dormí muy cansado pero feliz, pues el material es de sumo interés.

Hoy vi otra vez a Machado Núñez en la universidad. Le devolví los periódicos y le comenté la tremenda impresión que me había hecho el de Paul Angulo.

—La Revolución nos trajo una libertad de expresión antes desconocida en España —me dijo—. Nunca en la historia de este país había habido tanta. Luego, con Amadeo, hubo menos, pero ha vuelto con la República. El problema es que hay mucha gente, muchísima, que ha abusado de ella. Paul Angulo, por ejemplo. Era un fanático, no sé si lo sigue siendo.

Quería que me dijera dónde puedo consultar la colección completa de El Combate. Me sugirió que a lo mejor en la Biblioteca Nacional.

Le pregunté por Ricardo Muñiz, el diputado, y confirmó lo que me dijo ayer su hijo: Muñiz estuvo con Prim justo después del atentado y el general le aseguró que oyó la voz de Paul en la calle del Turco, dando la orden de disparar. Machado me prometió escribirle esta misma noche para pedirle que me recibiera. Según él se trata de un hombre ecuánime y uno de los amigos más íntimos de Prim.

No quise prolongar la entrevista porque el hombre estaba muy atareado poniendo los últimos toques a su discurso para la «solemne apertura» del nuevo año académico, que tendrá lugar dentro de diez días. Me habló de su contenido y me leyó varios párrafos. Asustará, sin duda, a los elementos reaccionarios del claustro, que según me dijo no escasean, porque aboga con entusiasmo por las teorías evolucionistas de Darwin. Además es un apasionado alegato a favor de una instrucción pública libre de injerencias eclesiásticas. Sin la mejoría de esta, insiste, el progreso de España es imposible.

Tiene toda la razón, claro. Aunque el tono del discurso es comedido, no titubea mi amigo a la hora de expresar el férreo rechazo que le provocan todos los fanatismos, empezando con el de la Iglesia. ¡Seguramente le encantará a su enemigo Gago Fernández! Apunté algunas frases: «El espectáculo desgarrador de nuestras discordias»; «las doctrinas de lo sobrenatural y lo maravilloso», tan enemistadas con la razón y la ciencia, y desde hace siglos impuestas a los niños españoles; la locura de los extremistas republicanos andaluces, que «proclamando el dogma de la fraternidad humana, hieren a sus hermanos».

En los trozos del discurso que me leyó hay varias referencias al anarquismo. Es lo que más teme don Antonio en estos tiempos caóticos en que, casi exactamente cinco años después de «La Gloriosa», parece inminente un golpe de Estado que acabe con las libertades. «Sin el principio de autoridad y la obediencia de la misma —dice en un momento de su homilía—, es imposible el gobernar a los hombres».

No se equivoca. Es precisamente la ausencia de tal principio lo que más se nota en la España de hoy. Don Antonio me ha transmitido su pesimismo. Como me decía Mac en Londres, tendré que darme prisa con esta investigación antes de que sea demasiado tarde.