Capítulo 11

Otra vez en su habitación Patrick durmió una larga siesta —hacía todavía calor— y, cuando despertó, abrió la carpeta que le había entregado Machado Núñez.

Cada número de ambos diarios constaba de cuatro páginas. Debajo de la cabecera de El Combate, después del nombre de Paul Angulo, al cual seguían los de sus colaboradores, se leía: «¡Viva la República Democrática Federal!». El subtítulo de La Igualdad decía, sencillamente: «Diario Republicano Federal». Ya de entrada la diferencia de tono era evidente.

Empezó con el número inaugural de El Combate, correspondiente al 1 de noviembre de 1870. Contenía una violenta diatriba, visceralmente antimonárquica, dirigida, con pluma brillante y mordaz, contra quienes, a juicio del autor —que Patrick suponía no podía ser otro que el propio Paul—, traicionaban desde el Congreso el espíritu de la sublevación de 1868. A la cabeza de los enemigos figuraba «el antirrevolucionario general Prim». «El partido republicano —leyó— ha apurado, durante dos años, el cáliz de la amargura, y es ya la hora de la reparación social… La miseria ha llegado ya a su colmo. La Revolución de septiembre, agravando en vez de resolver la crisis económica y social que la provocara, ha llevado la confusión a las conciencias, la inmoralidad a la administración y el desorden a la sociedad. Parece increíble que el pueblo pueda aguantar más… El trabajador busca trabajo y no lo encuentra, pide pan y se lo niegan. Las familias, acosadas por las necesidades más perentorias de la vida, se dispersan. “¿Qué va a ser de nosotros?”, se preguntan. “¿Quién nos salvará?”».

A renglón seguido venía la llamada a la fraternidad de los pueblos, inherente al credo federalista: «Una voz se oye por Europa, y esa voz clama: “¡Abajo todas las tiranías políticas, económicas, sociales y religiosas! ¡Paso franco a los Estados Unidos de Europa! ¡Viva la República Federal universal!”».

Clavado en su butaca, olvidado todo menos lo que tenía delante, Boyd siguió leyendo.

Las dos últimas páginas del número reproducían un extracto del Diario de Sesiones del día anterior donde se recogía la enconada discusión habida entre el presidente de la Cámara, Manuel Ruiz Zorrilla, y Paul Angulo. Durante la misma este había expresado el infinito desdén que le inspiraban aquellas Cortes. Eran las vísperas de la votación de Amadeo, y Paul no estaba dispuesto a callar cuando ya se aproximaba el desenlace de la farsa en que para él se había convertido «La Gloriosa». «El gobierno que nos ha desgobernado hasta aquí no es más que una dictadura fatal, cubierta con la capa de constitucionalismo», había espetado. Y recurriendo ya a la amenaza: «El partido republicano organizará sus huestes, y quizás muy pronto el partido republicano os enseñará que también en el terreno de la fuerza estamos por delante de vosotros».

Patrick hojeó algunos de los números siguientes del diario. Paul era a todas luces un considerable político, orador y polemista. Un fanático, quizás, pero con notables tablas y, al parecer, una valentía y un arrojo nada comunes. Un revolucionario de verdad que se declaraba, públicamente, dispuesto a recurrir a la violencia en aras de sus convicciones, empezando con «la partida de la porra», que «los hombres de El Combate» —la frase volvía una y otra vez— juraban exterminar si los atacaban.

Al llegar al número correspondiente al 17 de noviembre de 1870 notó una cruz escrita a lápiz en la parte superior de la primera plana. Suponía que era de Machado Núñez. El día antes el Congreso había votado a Amadeo, y El Combate vomitaba odio, desdén y rabia contra Prim y su gobierno. Reproducía los nombres de los 191 diputados que habían apoyado la candidatura del italiano, y advertía que en su día serían juzgados «por el tribunal del pueblo».

Siguió hojeando. El 9 de diciembre el diario aseguraba: «La lucha decisiva está tan próxima que casi la tocamos». El 15 prometía que «la venganza no se hará esperar» e informaba que la redacción se acababa de mudar desde su sede en la plaza de los Mostenses a la calle de Relatores, número 13, principal, al lado de la plaza del Progreso, sin explicar el motivo del cambio. El 17 anunciaba que sonaba «la hora de la expiación» y reproducía un extracto de otro intercambio violento en el Congreso, el día antes, entre Paul Angulo y Ruiz Zorrilla.

Durante el mismo, Paul se había reafirmado en su denuncia de «la farsa indignante que aquí se representa». El presidente quiso saber a qué se refería al emplear la palabra farsa. «Al sistema parlamentario aquí seguido», había contestado, implacable.

Venía luego el número correspondiente al miércoles, 21 de diciembre. «Nos vamos aproximando a la fecha del asesinato de Prim —pensó Patrick con creciente excitación—. Veremos qué dice el hombre ahora».

El Combate incitaba ya de manera explícita a la lucha armada. En el artículo «Las promesas setembristas» —las promesas de los hombres de 1868—, Prim era calificado de traidor por insistir en imponer a España un miserable reyezuelo italiano «que la nación en masa rechaza». Reyezuelo que iba a llegar en cualquier momento. Para el articulista, el general es la misma encarnación de la corrupción; el gobierno ha gastado una fortuna indecente en la comisión de diputados enviados a Italia para entrevistarse con Amadeo; se va a conceder al rey una dotación del todo desmesurada; en el presupuesto de gastos se asigna una cuantiosa partida para el clero, como si no hubiera cambiado nada desde los tiempos del régimen oscurantista de Isabel II; se ha colocado un hilo telegráfico en el castillo que tiene Prim en los Montes de Toledo, operación costosísima para el erario público; incluso hay un proyecto para construir una línea de ferrocarril particular a otro cortijo suyo… y esto cuando el general y su entorno insisten en que trabajan «con mucha economía». Son todos, para El Combate, unos redomados enemigos del pueblo soberano, y si Amadeo llega al trono será una vergüenza para los españoles de buena ley.

En otra página Patrick se encontró, estupefacto, con un «acertijo» envenenado que preguntaba: «¿Quién es el personaje que será silbado en Barcelona, apedreado en Zaragoza y fusilado en Madrid, a menos que lo sea en otro punto antes de llegar?».

Iba, evidentemente, por Amadeo (quien, según se rumoreaba, desembarcaría en la capital catalana).

En el número del día siguiente, jueves 22 de diciembre, el libelo continuaba vertiendo su despecho contra Prim, el principal responsable de dos años de «crímenes, apostasía y farsas». El «pequeño dictador y sus cómplices», que habían elegido rey de España a un miserable duquecito extranjero, merecían ser barridos cuanto antes «por el huracán revolucionario, cuyos primeros rugidos parecen exhalarse del último rincón de la conciencia popular».

El objeto principal de tanto odio era una grotesca parodia del Prim a quien creía haber conocido Boyd en Londres y luego en Madrid. Al ir repasando las páginas de El Combate se preguntaba si se había equivocado en cuanto al general. Pero no, no podía ser. Paul Angulo cargaba fanáticamente las tintas.

El diario había tomado nota de que, día tras día, La Igualdad repetía incansablemente, refiriéndose a la inminente llegada de Amadeo: «No vendrá, no vendrá, no vendrá». El Combate no estaba de acuerdo en absoluto: «Sí, carísimo colega —discrepaba—, sí VENDRÁ pero NO VOLVERÁ. Esta España será para él la realización del castillo de Irás y no Volverás».

Era, otra vez, una explícita amenaza de muerte para el italiano, la mayor hazaña de cuyo padre, el rey Víctor Manuel II —en opinión del diario— había sido… ¡engendrar a veintiocho hijos bastardos!

El penúltimo número de El Combate, correspondiente al viernes 23 de diciembre de 1870, seguía en la misma línea, con aún más estridencia si cabía. Prim y los parásitos parlamentarios que le rodeaban habían cometido, al elegir a Amadeo, «el horrendo delito de lesa nación». La Revolución contra ellos, inevitable, ya había empezado. Era aún débil, pero, aseguraba El Combate, «por uno de esos milagros de la ciencia de curar, el hierro, el acero, el metal y el plomo la robustecerán muy pronto, tan robustamente que no la conocerá ni la madre que la parió». Así las cosas, «al tiempo y un poquito de calma, no más que un poquito, que el VERDADERO fiat lux no se hará esperar muchos días».

«EL QUE NO ESTÁ CON NOSOTROS ESTÁ CONTRA NOSOTROS», iba terminando el artículo. Y por si acaso no quedaba claro, su autor concretaba a continuación la disyuntiva que a su juicio les tocaba ya a los españoles: «¡Con la libertad o con la reacción! ¡Con la patria vendida o con Prim que intenta venderla! ¡O leales a la nación o traidores! Elegid».

El último número de El Combate, el 54, llevaba la indicación «Madrid – Domingo 25 de diciembre de 1870». Tenía una sola hoja y constituía un vehemente manifiesto federalista dirigido al pueblo español.

«Cuando la violencia y la fuerza son las únicas armas de un gobierno usurpador —arrancaba—, los defensores de los derechos del hombre y de las libertades patrias deben cambiar la pluma por el fusil y repeler la fuerza con la fuerza».

—Ya estamos —musitó Patrick—, ahora viene la guerra abierta.

Seguía una larga letanía de imprecaciones contra el «dictador» Prim y su gobierno, «que cínica e impúdicamente conculca la ley, pisotea el derecho, arrastra la libertad y barrena la Constitución». En tales circunstancias, ¿cuál era el deber de «los hombres de El Combate», que tenían declarada en sus columnas «guerra sin cuartel al traidor Prim, a sus Cortes Constituyentes, cómplices de un crimen nacional, y a ese dios terrenal asalariado, a ese tirano extranjero que se llama Amadeo, duque de Aosta»? Consistía primero, aquel deber, en suspender inmediatamente la publicación del diario, pues era obvio que iba a ser ya «de todo punto imposible», con la implantación del nuevo régimen, «continuar con la franqueza y valentía que hasta aquí». Y, segundo, en sublevarse en armas, «porque LA FUERZA NO SE REPELE CON LA PLUMA SINO CON LA FUERZA». Fiel al nombre de la publicación, incumbía ahora combatir el régimen fusil en mano.

Boyd resolvió que, como fuera, era imprescindible dar con Paul Angulo. Con el fanático republicano que había sido amigo íntimo de Prim en el exilio y que, llegado diciembre de 1870, culpándole de lesa patria, le odiaba mortalmente.

Echó luego una ojeada a los dos números de La Igualdad incluidos en la carpeta. No ocultaban su animadversión contra Prim ni su convicción de que la elección de Amadeo había sido un terrible error. Pero faltaban la retórica fanática del órgano de Paul Angulo, así como sus virulentas e insistentes llamadas a la resistencia armada. El segundo correspondía al 31 de diciembre de 1870. Acababa de llegar a la redacción la noticia de la muerte del general, que el diario lamentaba profundamente, con palabras adoloridas y nobles, a la vez que condenaba con execración a los miserables capaces de cometer tamaño crimen. No por nada era La Igualdad portavoz oficial del Partido Republicano Federal, liderado por hombres de la talla y la mesura de Pi y Margall y Castelar.

El día había resultado más fructífero de lo que Boyd hubiera podido imaginar. Ya tenía una pista nueva importante: Solís Campuzano, el ayudante del duque de Montpensier, encarcelado en relación con el crimen. En cuanto a Paul Angulo, sólo Dios sabía dónde estaba, pero McKinley y los chicos de The People’s Word lo encontrarían si fuera humanamente posible. ¿Y Montpensier? Como le había dicho Mac, no iba a ser nada fácil entrar en contacto con el duque, estuviera donde estuviese. Pero de alguna manera quizás habría que intentarlo en su momento.