Peter Falkland era catedrático de ciencias naturales en el University College de Londres. Boyd le había conocido en Cambridge, donde, unidos por su apego a las largas caminatas por el campo, así como por un compartido fervor darwiniano, los dos habían ido forjando una estrecha relación amistosa.
Falkland conocía personalmente a Darwin y era uno de sus discípulos más combativos en la capital británica.
Patrick —que estudiaba historia de Europa— había leído El origen de las especies en 1863, cuatro años después de su publicación, cuando arreciaba en torno al libro una polémica cada vez más virulenta. La verdad era que había sacudido violentamente los cimientos de la autocomplacencia de la Iglesia anglicana… y de los creyentes en general, en Inglaterra y fuera. Los últimos rescoldos del catolicismo de Boyd, heredado de su madre andaluza y luego trabajado a conciencia por los jesuitas irlandeses, se habían ido apagando ante el peso de la evidencia aportada por la asombrosa obra. Y era inevitable que, al conocer a Peter Falkland, siguiera creciendo su admiración por el genial científico.
Por Darwin se había puesto en contacto con Falkland, Antonio Machado Núñez, catedrático de ciencias naturales en la Universidad de Sevilla, quien, gracias a las nuevas libertades traídas por la Revolución de 1868, era uno de los propagadores españoles más fervientes de las teorías evolucionistas. Teorías ferozmente combatidas por la Iglesia católica, para cuyos representantes en la capital andaluza, Machado Núñez —por más inri republicano y masón— se les aparecía como poco menos que el diablo en persona.
A partir de entonces se habían carteado con frecuencia Peter Falkland y Machado —este tenía un conocimiento razonable del inglés—, y en diciembre de 1871, fascinado por lo que el otro le contara de Doñana, el inglés le había visitado en Sevilla y conocido a su lado las marismas del Guadalquivir. Maravillado, divulgó en varias publicaciones sus impresiones al respecto, haciendo un llamamiento para su reconocimiento por la comunidad científica internacional.
Falkland, como no podía ser de otra manera, se había quedado muy sorprendido al constatar la presencia en Doñana de miles y miles de ánsares migratorios. Y con la colaboración de unos estudiosos escandinavos, no había tardado en poner en marcha una investigación preliminar del fenómeno.
A Patrick Boyd, informado por Falkland de todo ello, le había faltado tiempo para tomar la determinación de visitar él mismo el Coto cuanto antes.
El primer paso había sido entrar en contacto con Machado Núñez, quien, en el curso de la relación epistolar resultante, le fue informando no sólo acerca de las marismas, sino —dado el interés que mostraba el otro por la España contemporánea— de su participación en la Revolución de 1868, en cuyos primeros momentos, por lo que le tocaba a Sevilla, había desempeñado un papel relevante.
Cuatro días después de ver a McKinley, Boyd recibió en su casa de Regent Square, a dos pasos del University College, la visita de Falkland, quien, al tanto del próximo viaje a España de su amigo, le quería entregar unos libros para Machado.
Todavía caía la lluvia sobre Londres. Al no poder sentarse en el pequeño jardín trasero de la casa, los dos se acomodaron, con sendos whiskys en la mano, en el invernadero que daba al mismo.
—Espero que sea posible tu excursión a Doñana —dijo el catedrático de ciencias naturales—. No olvidaré nunca la mía. Fue demasiado breve y tengo muchas ganas de volver. Es un lugar absolutamente único. Y, claro, como guía, nadie mejor que Machado.
Peter Falkland y su mujer habían frecuentado con asiduidad la casa de Regent Square durante los terribles meses en que se iba muriendo Mary Boyd. Después habían hecho todo lo posible por consolar y animar a Patrick, que se sentía agotado y cerca de la desesperación. Gracias a ellos, así como a Edward McKinley y a otros amigos, se había ido recuperando poco a poco.
Como McKinley, Peter Falkland opinaba que a Boyd le vendría muy bien una estancia en España que combinara una indagación sobre el asesinato de su amigo Prim con una escapada a Doñana. En fin, que le permitiera volver a las raíces que, debido a su madre, tenía por tierras ibéricas. Estaba convencido de que todo ello actuaría sobre su sistema nervioso como un tónico.
—Cuento con que me mantengas al tanto de tus peripecias —le pidió antes de despedirse, mirando el cielo y desplegando su paraguas—. Además, no olvides que estamos en la era de la telegrafía. Si necesitas algo de mí, sabes dónde me tienes.
Una semana después Patrick Boyd avisó por telegrama a Antonio Machado de su inmediata salida para Gibraltar y embarcó en Southampton.