Fa cambió lentamente de posición y se acomodó de nuevo. Lok, mirándola de reojo, vio que se pasaba la lengua roja por los labios. Una pausa los unió, y durante un momento Lok observó dos Fa que se separaban; para unirlas se necesitaba mucha firmeza. En la parte interior de la hiedra había criaturas que volaban y cantaban débilmente o se le posaban en el cuerpo estremeciéndole la piel.
Las sombras entre los rayos y los parches del sol se desprendían y disminuían hasta que la luz quedó en un nivel diferente. Unas frases raras de Mal y de la anciana asomaban junto con imágenes y se mezclaban con las voces de la gente nueva, de modo que Lok apenas distinguía unas de otras. Era difícil que aquel anciano que estaba debajo de ellos hablase con la voz de Mal de la región del verano, donde el sol calentaba como un fuego y los frutos maduraban continuamente. Tampoco la saliente podía fundirse, como ocurría en aquel momento, con los espinos y los bulbos del claro. Aquella sensación tan desagradable se había desparramado como un charco. Lok casi estaba acostumbrado ahora.
Sintió un dolor en la muñeca. Abrió los ojos y miró hacia abajo, irritado. Fa le apretaba la muñeca con los dedos. Entonces Lok oyó claramente el maullido del nuevo. La charla de pájaros y las risas agudas de la otra gente se elevaban ahora como si todos fuesen niños. Fa se volvió en el árbol hacia el agua. Lok tardó en desprenderse de las ensoñaciones y de las imágenes de la otra gente. Luego el nuevo volvió a maullar y Lok se dio vuelta como había hecho Fa y miró el río entre las ramas.
Uno de los dos troncos se movía en la orilla. Tuami iba sentado en la parte trasera, cavando, y en el resto del tronco había mucha gente. Eran mujeres, pues se les veían los pechos desnudos. Más pequeñas que los hombres, llevaban menos cantidad de aquella piel que podía quitarse. Los cabellos eran menos raros y distintos que los de los hombres. Tenían caras arrugadas y flacas. Entre Tuami y los bultos y las mujeres se sentaba una criatura. Llamó tanto la atención de Lok que apenas le quedó tiempo para observar a los demás. Era también una mujer, y llevaba alrededor de la cintura una piel brillante que subía y se le doblaba sobre los brazos, y se le cerraba en una bolsa detrás de la cabeza.
El cabello negro de la mujer brillaba y le rodeaba la blancura ósea de la cara como los pétalos de una flor. Los hombros y los pechos eran blancos, pasmosamente blancos comparados con la piel del nuevo, que forcejeaba sobre ellos. El nuevo trataba de alejarse del agua y de trepar a la bolsa que la mujer tenía en la espalda, y la mujer reía con la cara arrugada y la boca abierta, de modo que Lok podía verle los dientes raros y blancos. Había demasiadas cosas que ver y Lok se convirtió otra vez en ojos que registraban y acaso más tarde recordarían lo que no entendía en aquel momento. La mujer era más gorda que las otras, como el anciano, aunque no tan vieja, y tenía leche en las puntas de los pechos. El nuevo tironeaba del cabello brillante y se izaba mientras ella trataba de hacerlo bajar, con la cabeza inclinada hacia un lado y la cara levantada. La risa sonaba como el canto de los estorninos. El tronco se deslizó bajo el límite de la atalaya, y Lok oyó que los matorrales suspiraban en la orilla del río.
Se volvió hacia Fa. Había una risa silenciosa en la cara de Fa, y Lok vio también que ella tenía agua en los ojos, un agua que en cualquier momento se le derramaría. Fa dejó de reír y la cara se le arrugó como si sintiera el dolor de una espina en el costado. Unió los labios, los separó, y aunque no la dijo, Lok comprendió la palabra:
—Leche…
La risa de Fa desapareció y se oyó un balbuceo y luego los ruidos de las cosas que sacaban del tronco y echaban a la orilla. Lok abrió otro agujero en la hiedra y miró hacia abajo. Fa ya miraba también.
La mujer gorda había calmado al nuevo y le daba el pecho. Estaban junto al agua. Las demás mujeres se movían de un lado a otro tirando de los fardos y abriéndolos con hábiles sacudidas y revoloteos de las manos. Una de ellas, descubrió Lok, no era más que una niña, alta y delgada, con una piel de ciervo alrededor de la cintura. Miraba una bolsa que estaba en el suelo. Otra mujer la abría. Lok vio que la bolsa cambiaba de forma convulsivamente. La boca de la bolsa se abrió, y Liku salió, cayó a gatas y saltó. Lok vio que le colgaba del cuello un largo trozo de piel. La mujer se arrojó sobre Liku y la retuvo. Liku se dio vuelta en el aire y cayó de espaldas. Los estorninos volvieron a cantar. Liku tironeó de la piel dando vueltas y se agazapó bajo el árbol. Lok veía el vientre redondo de Liku y cómo apretaba allí a la pequeña Oa. La mujer que había abierto la bolsa rodeó el árbol con la piel y la ató. Luego se fue. La mujer gorda se acercó a Liku de modo que Lok alcanzaba a ver la coronilla brillante de la cabeza y la delgada línea blanca que dividía el cabello. Habló a Liku, se arrodilló, y volvió a hablarle riendo, llevando siempre al nuevo en el pecho. Liku no decía nada, pero movía a la pequeña Oa desde el vientre hasta el pecho. La mujer se levantó y se fue.
La muchacha se acercó a Liku, muy despacio, y se sentó a la distancia de un cuerpo. Las dos niñas se miraron un rato. Luego Liku se movió, arrancó algo del árbol y se lo llevó a la boca. La muchacha observaba y unas líneas rectas le aparecieron entre las cejas. Sacudió la cabeza. Lok y Fa se miraron y también sacudieron las cabezas ansiosamente. Liku arrancó otra seta del árbol y se la ofreció a la muchacha, que se echó hacia atrás. Luego se inclinó, tendió la mano cautelosamente y se apoderó de la comida. Vaciló, se llevó la seta a la boca y empezó a masticarla. Pasó rápidamente la mirada por los lugares en que las otras mujeres habían desaparecido y tragó. Liku le dio otro pedazo, tan pequeño que sólo podían comerlo los niños. La muchacha lo tragó también. Luego quedaron en silencio y mirándose.
La muchacha señaló a la pequeña Oa e hizo una pregunta, pero Liku no dijo nada y hubo otro silencio. Fa y Lok veían cómo la muchacha examinaba a Liku de la cabeza a los pies, y quizás, aunque no podían verle la cara, Liku hacía lo mismo. Liku separó a la pequeña Oa del pecho y se la puso en equilibrio sobre el hombro. De pronto la muchacha se echó a reír, mostrando los dientes, y luego rió Liku y las dos siguieron riendo al mismo tiempo.
Lok y Fa reían también. En Lok la sensación era ahora afectuosa y alegre. Habría bailado si no hubiese sido por el Lok exterior que insistía en señalarle el peligro.
Fa acercó la cabeza a la de Lok y dijo:
—Cuando oscurezca tomaremos a Liku y huiremos.
La mujer gorda bajó al agua. Desenvolvió las pieles y se sentó y vieron que el nuevo ya no estaba con ella. Las pieles se le deslizaron de los brazos y quedó desnuda hasta la cintura, y el cabello y la piel del cuerpo le brillaron a la luz del sol. Levantó los brazos hasta la parte de atrás de la cabeza, se inclinó y comenzó a trabajar en la forma del cabello. En seguida los pétalos cayeron como culebras negras y le colgaron sobre los hombros y los pechos. Sacudió la cabeza como un caballo y las culebras volaron hacia atrás y otra vez le pudieron ver los pechos. Se sacó de la cabeza unas espinas blancas y delgadas y las juntó en un montoncito a la orilla del agua. Luego buscó en el regazo y sacó un pedazo de hueso dividido como los dedos de una mano. Levantó la mano y se pasó los dedos de hueso por el cabello repetidas veces, hasta que el cabello no fue ya culebras, sino una cascada negra y brillante y la línea blanca pasaba claramente por la coronilla.
Dejó de jugar con el cabello y observó a las dos muchachas hablándoles de vez en cuando. La muchacha delgada ponía ramitas en el suelo y las unía por la parte de arriba. Liku estaba a gatas, mirándola sin decir nada. La mujer gorda volvió a trabajar en su cabello; lo retorció y estiró, lo alisó, pasó por él la mano de hueso, inclinándose y agachándose, y el cabello tomó otra forma: subía y luego se enroscaba.
Lok oyó hablar a Tuami. La mujer gorda se apresuró a recoger la piel y a envolverse en ella hasta los hombros, ocultando el ombligo y las nalgas anchas y blancas. Sólo los pechos le quedaban a la vista, en la cuna de piel. Miró de soslayo bajo el árbol y Lok se dio cuenta de que hablaba con Tuami. Hablaba riéndose mucho.
El anciano habló también en voz alta desde el claro y, como Lok, no sólo miraba a las niñas, sino que prestaba atención además a los sonidos nuevos. Rompían madera, crepitaba un fuego, y la gente golpeaba cosas. No sólo el anciano, sino también los otros daban órdenes con agudas voces de pájaro. Lok bostezó, satisfecho. Pronto habría oscuridad y él podría escapar con Liku a la espalda.
Tuami volvió a colocarse bajo el árbol y habló con el anciano. Pino apareció en la parte trasera de tronco. Había allí leña amontonada a gran altura, y detrás, en el agua, flotaban unos troncos gruesos sacados del claro en la isla. Delante de Pino iba una sombra, pues el sol que volaba en el cielo descendía ahora del punto más alto. La luz se reflejaba en el agua alrededor de los troncos y hacía parpadear a Lok. Pino y la mujer gorda se tocaron las cabezas de pelo y hablaron un rato. Luego el anciano apareció debajo de Lok y comenzó a gesticular y a hablar en voz alta. La mujer gorda rió, levantó el mentón, lo miró de soslayo y los reflejos del agua se esparcieron y temblaron sobre la piel blanquecina. El anciano desapareció otra vez.
Las niñas estaban juntas. La niña delgada se inclinaba sobre una cueva de ramitas y Liku se había sentado en cuclillas junto a ella, estirando la piel de cuero que la sujetaba al árbol muerto. La niña delgada tenía a la pequeña Oa en las manos, la daba vueltas y la examinaba con curiosidad. Le dijo algo a Liku y luego puso cuidadosamente a la pequeña Oa en la cueva, tendida de espaldas. Liku miraba a la niña delgada con ojos de adoración.
La mujer gorda se levantó y se alisó las pieles. Se había colgado alrededor del cuello una cosa brillante que le tocaba los pechos. Lok vio que era una de esas piedras amarillas hermosas y combadas que la gente recogía a veces para jugar un rato. La gorda echó a andar moviendo las caderas y se perdió de vista en el claro. Liku conversaba con la muchacha delgada. Se señalaban la una a la otra.
—¡Liku!
La delgada reía con toda la cara, aplaudía y repetía:
—¡Liku! ¡Liku!
Luego se señaló el pecho y dijo:
—Tanakil.
Liku la miró solemnemente.
—Liku.
La delgada sacudió la cabeza y Liku la imitó.
—Tanakil.
Liku repitió con mucho cuidado:
—Tanakil.
La muchacha delgada se levantó de un salto, gritó, aplaudió y rió. Una de las mujeres arrugadas se acercó a ellas y se quedó mirando a Liku. Tanakil le farfulló algo señalando a Liku y moviendo la cabeza y luego se interrumpió y le dijo a Liku:
—Tanakil.
Liku levantó la cara y repitió:
—Tanakil.
Las tres rieron. Tanakil se acercó al árbol muerto, lo examinó, dijo algo, arrancó un pedazo de la seta amarilla que Liku le había dado y se la puso en la boca. La mujer arrugada gritó tanto que Liku se asustó. Luego golpeó a Tanakil ferozmente en el hombro, mientras gritaba. Tanakil se apresuró a llevarse la mano a la boca y se sacó la seta. La mujer se lo arrancó de la mano con tanta fuerza que la seta cayó en el río. Le gritó a Liku, quien se arrimó otra vez al árbol. La mujer se inclinó hacia Liku, pero manteniéndose algo alejada, y siguió gritándole.
—¡Ah! —decía—. ¡Ah!
Se volvió hacia Tanakil, hablando sin cesar, y la empujó con una mano mientras mantenía la otra en la cadera. Empujaba y charlaba, obligando a Tanakil a avanzar hacia el claro. Tanakil se movía de mala gana, mirando hacia atrás. Liku se arrastró hasta la cueva de ramitas, sacó a la pequeña Oa, se la puso en el pecho, y volvió al árbol. La mujer arrugada regresó y la miró. Algunas de las arrugas se le suavizaron en la cara. Durante un tiempo no dijo nada y luego se inclinó, manteniéndose lejos de Liku.
—Tanakil.
Liku no se movió. La mujer tomó una ramita y se la ofreció con cautela. Liku la tomó, dudando, la olió y la dejó caer al suelo. La mujer preguntó:
—¿Tanakil?
Las palomas torcazas respondieron en lugar de Liku y la luz del agua tembló en la cara de la mujer.
—¡Tanakil!
Liku callaba y poco después la mujer se fue.
Fa apartó la mano de la boca de Lok y le dijo:
—No le hables.
Y lo miró con cara ceñuda. A Lok se le aflojó la piel al ver que la mujer ya no estaba cerca de Liku. El Lok exterior le recordó que debía tener cuidado.
Oyeron voces en el espacio abierto. Lok y Fa cambiaron de posición otra vez. Había cosas nuevas. Un fuego brillante ardía en el centro y el humo denso subía directamente al cielo. A cada lado del claro habían construido cuevas y salientes con las ramas que la gente nueva había llevado en los troncos. La mayoría de los fardos había desaparecido, y ahora había mucho espacio libre en los alrededores del fuego. La gente estaba reunida allí y conversaba. Hacían frente al anciano, quien hablaba otra vez. Todos le tendían los brazos, menos Tuami, que estaba de pie en un lado como si perteneciera a una gente distinta. El anciano sacudía la cabeza y gritaba. Los otros se volvieron hacia adentro dándole la espalda y se pusieron a cuchichear entre ellos. Luego se volvieron otra vez hacia el anciano, gritando. El anciano sacudió la cabeza, les dio la espalda y se metió en la cueva de la izquierda. Los otros se reunieron alrededor de Tuami, todavía gritando. Tuami levantó una mano y los otros callaron. Señaló la cabeza de ciervo que seguía en el suelo, más allá de los troncos del fuego y luego el bosque, mientras los otros volvían a gritar. El anciano salió de la cueva y levantó una mano como había hecho Tuami. La gente guardó silencio un momento.
El anciano dijo una palabra, con voz muy alta. Inmediatamente hubo un gran griterío entre la gente, y hasta se movieron con más rapidez. La mujer gorda sacó de la cueva un bulto extraño. Era la piel entera de un animal, pero se bamboleaba como si el animal fuera de agua. Los otros llevaron piezas de madera huecas y las pusieron debajo del animal, que inmediatamente vertió agua en las maderas. Las llenó todas, pues Lok veía los destellos del agua. La mujer gorda parecía feliz con el animal como había sido feliz con el nuevo; todos eran felices, hasta el mismo anciano, que sonreía y reía. La gente llevó las piezas de madera a donde estaba el fuego, sosteniéndolas con cuidado para que el agua no se derramase, aunque había mucha agua en el río. Se arrodillaron o se sentaron lentamente y se llevaron las maderas a las bocas y bebieron. Tuami se arrodilló sonriendo junto a la mujer gorda y el animal le echó agua en la boca. Fa y Lok seguían agachados en el árbol con las caras torcidas. Un bulto subía y bajaba por la garganta de Lok. La comida del árbol le corría por la piel y Lok hacía muecas mientras se la metía distraídamente en la boca. Se lamía los labios, hacía una mueca y volvía a bostezar. Luego miró a Liku.
La muchacha delgada había vuelto. Tenía un olor diferente, acre, pero estaba contenta. Comenzó a hablar con Liku en su agudo lenguaje de pájaro y poco después Liku se apartó un poco del árbol. Tanakil miró de soslayo a la gente reunida alrededor del fuego y luego se acercó lentamente a Liku. Puso una mano en la tira de piel sujeta al tronco y comenzó a desatarla. La tira se soltó y Tanakil se la enrolló en la muñeca, haciendo movimientos de zambullida y rotación como la golondrina en su vuelo estival. Dio la vuelta al árbol y la tira de piel la siguió. Habló a Liku, tiró suavemente de ella y las dos niñas se alejaron juntas.
Tanakil hablaba constantemente. Liku se mantenía junto a ella y escuchaba con las dos orejas; Lok y Fa veían las orejas crispadas. Lok tuvo que abrir otro agujero para ver adonde iban. Tanakil llevó a Liku a que mirara un fardo.
Soñoliento, Lok cambió su punto de mira para ver el claro. El anciano caminaba de un lado a otro impaciente y tironeaba con una mano del pelo gris que tenía debajo de la boca. Los otros que no estaban de guardia o se ocupaban del fuego se habían tendido en tierra como si estuvieran muertos. La mujer gorda había entrado otra vez en la cueva.
El anciano decidió algo. Lok vio que apartaba la mano de la cara. Dio unas fuertes palmadas y comenzó a hablar. Los hombres tendidos junto al fuego se levantaron de mala gana. El anciano señaló el río, instándolos a algo. Hubo un silencio de los hombres, y luego una gran sacudida de cabezas y una perorata súbita. El anciano habló otra vez enojado. Fue hacia el agua, se detuvo, habló sobre el hombro y señaló los troncos huecos. Los hombres soñolientos avanzaron lentamente por las matas espesas y la tierra frondosa. Hablaban en voz baja entre dientes y con los otros. El anciano les gritó como la mujer había gritado a Tanakil. Los hombres llegaron a la orilla del río y se quedaron mirando los troncos sin moverse ni hablar. El olor acre de la bebida vertida por el animal bamboleante le llegaba a Lok y era como el olor de la putrefacción otoñal. Tuami cruzó el claro y se puso detrás de ellos.
El anciano pronunció un discurso. Tuami se alejó moviendo la cabeza y unos instantes después Lok oyó un ruido de tajaduras. Los otros dos hombres desprendieron las tiras de cuero de los matorrales, saltaron al agua, empujaron el extremo trasero del primer tronco hasta introducirlo en el río y llevaron el otro a la orilla. Se colocaron a cada lado del extremo y lo levantaron. Luego los dos se inclinaron sobre el tronco, jadeando. El anciano volvió a gritar alzando las manos al aire. Luego señaló y los hombres volvieron a trabajar. Tuami llegó con un trozo de rama bien desbastada. Los hombres se pusieron a arrancar la tierra blanda de la orilla. Lok se dio vuelta en su nido para mirar a Liku. Vio que Tanakil le mostraba cosas maravillosas de todas clases, entre ellas una sarta de conchas marinas que colgaba de un hilo y una Oa tan natural que al principio Lok creyó que dormía o que quizás estaba muerta. Llevaba la tira de piel en la mano pero estaba floja, pues Liku se mantenía junto a la niña mayor y la miraba como miraba a Lok cuando la columpiaba o le hacia payasadas. Las líneas rectas de la luz del sol caían oblicuamente al claro desde lo alto del barranco. El anciano gritó y las mujeres salieron de las cuevas arrastrándose y bostezando. Gritó otra vez y ellas pasaron bamboleándose bajo el árbol hablando unas con otras como habían hecho los hombres. Pronto no quedaron a la vista más que el centinela y las dos niñas. Una nueva clase de griterío comenzó entre el árbol y el río. Lok se volvió para ver qué sucedía.
—¡A-ho! ¡A-ho! ¡A-ho!
La gente nueva, hombres y mujeres, se inclinaba hacia atrás. El tronco los miraba, con el hocico apoyado en el palo que había llevado Tuami. Lok sabía que aquel extremo era un hocico porque el tronco tenía ojos a cada lado. No los había visto antes porque estaban debajo de la materia blanca, ahora ennegrecida. La gente estaba unida al tronco por tiras de piel. El anciano ordenaba y ellos se inclinaban hacia atrás, jadeando, y con los pies arrancaban terrones del suelo blando. Se movían a sacudidas y el tronco los miraba todo el tiempo. Lok les veía las arrugas de las caras y el sudor cuando pasaban bajo el árbol. El anciano los siguió y el griterío continuó.
Tanakil y Liku volvieron al árbol. Liku llevaba la muñeca de Tanakil en una mano y a la pequeña Oa en la otra. Los gritos cesaron y toda la gente reapareció caminando con dificultad y lúgubremente, y se alineó a la orilla del río. Tuami y Pino se metieron en el agua junto al segundo tronco. Tanakil avanzó para ver, pero Liku tiró de ella para retenerla. Tanakil le explicó, pero Liku no quería acercarse al agua. Tanakil comenzó a tirar de la piel y Liku se prendía a la tierra con manos y pies. De pronto Tanakil se puso a gritarle como la mujer de cara arrugada. Tomó un palo, le habló con una voz penetrante y aguda y volvió a tirar de Liku. Liku siguió resistiéndose y Tanakil le golpeó la espalda con el palo. Liku gritó y Tanakil siguió tironeando y pegando.
—¡A-ho! ¡A-ho! ¡A-ho!
El segundo tronco tenía el hocico en la orilla, pero esta vez no trepó a la tierra. Se deslizó hacia atrás y la gente se apartó. El anciano señaló curiosamente el río, y luego la cascada, y luego el bosque, bramando todo el tiempo. La gente le contestaba gritando también. Tanakil dejó de golpear a Liku y se quedó mirando a los grandes. El anciano iba de un lado a otro empujando a los otros con el pie. Tuami estaba a un lado, observándolo como un poste y sin decir nada. Poco a poco la gente se fue levantando y tomó otra vez las tiras de piel. Tanakil se cansó de mirar, y se arrodilló junto a Liku. Recogía piedrecillas, las arrojaba al aire y trataba de atraparlas en la estrecha palma de la mano. Liku se volvió a mirarla. El tronco trepó a la orilla, se sacudió y quedó fríamente en tierra. La gente se retiró.
Lok miraba a Liku, y le alegró ver el vientre redondo y la tranquilidad de la niña ahora que Tanakil ya no utilizaba el palo. Recordó al nuevo en el pecho de la mujer gorda y sonrió de soslayo a Fa.
Fa le hizo una mueca torciendo la cara. No parecía estar tan contenta. La sensación que Lok tenía adentro había disminuido y desaparecido, como la escarcha cuando el sol la sorprende en una roca lisa. La gente que poseía cosas tan maravillosas ya no le parecía una amenaza inmediata como anteriormente. Hasta el Lok exterior estaba tranquilo y menos atento a los sonidos y los olores. Bostezó largamente y se apretó las cuencas de los ojos con las palmas de las manos. La pelusilla se le iba de la cabeza como cuando en pleno verano el viento la arranca de los arbustos de la llanura y el aire se llena de vilanos a la deriva. Oyó que Fa cuchicheaba fuera de él:
—Recuerda que los llevaremos cuando oscurezca.
A Lok le vino la imagen de la mujer gorda y dando leche.
—¿Cómo le daremos comida? —preguntó.
—Yo comeré a medias para él y quizá venga la leche.
Lok pensó en eso y Fa habló una vez más:
—Dentro de poco la gente nueva dormirá.
La gente nueva no dormía todavía. Hacía más ruido que nunca. Los dos troncos estaban en el claro, atravesados sobre ramas gruesas y redondas. La gente se agrupaba alrededor del segundo tronco y le gritaba al anciano. El anciano señalaba enérgicamente el sendero que llevaba al bosque y hacía ruidos de pájaro. Los otros sacudían la cabeza, se libraban de las tiras de piel y se metían en las cuevas. El anciano levantaba los puños al cielo, donde el aire era de un azul más oscuro, y se golpeaba la cabeza, pero la gente se acercaba como en sueños al fuego y las cuevas. Cuando se quedó completamente solo junto a los troncos de madera, el anciano guardó silencio. Comenzaba a oscurecer bajo los árboles y la luz del sol se retiraba de la tierra.
El anciano fue muy lentamente al río. Luego se detuvo y Lok y Fa no le vieron ningún gesto, pero se apresuró a volver a su cueva y desapareció. Lok oyó hablar a la mujer gorda y el anciano salió. Otra vez caminó hacia el río lentamente, pisando las mismas huellas, y en esta ocasión no se detuvo junto a los troncos y siguió adelante. Pasó debajo del árbol y se quedó entre el árbol y el río mirando a las niñas Tanakil enseñaba a Liku a atrapar las piedras, olvidada del palo. Cuando vio al anciano se levantó, se puso las manos a la espalda y frotó un pie sobre el otro. Liku hizo también eso lo mejor que pudo. El anciano guardó silencio un rato y luego movió la cabeza hacia el claro y habló severamente. Tanakil tomó el extremo de la tira de piel y pasó bajo el árbol seguida por Liku. Volviéndose cuidadosamente en el árbol, Lok vio que entraban en una cueva. Cuando miró otra vez hacia el río el anciano orinaba en la orilla. La luz del sol había abandonado el río y estaba presa en las copas de los árboles del otro lado. Había un gran resplandor rojo sobre la cascada y la barranca, y el agua resonaba fuertemente. El anciano volvió al árbol, se detuvo debajo, y miró atentamente los espinos donde estaba la guardia. Luego fue al otro lado del árbol y volvió a mirar alrededor. Después se recostó en el árbol de frente al agua. Metió la mano dentro de la piel que le cubría el pecho y sacó un trozo de carne. Lok lo olió, lo vio y lo reconoció. El anciano comía la carne destinada a Liku. Recostado en el árbol, con la cabeza baja y los codos salientes, oían cómo desgarraba, tiraba y masticaba. Parecía ocupado en la carne como un escarabajo en una madera seca.
Alguien se acercaba. Lok lo oyó, pero no el anciano, preso en el ruido de sus propias mandíbulas. El hombre dio la vuelta al árbol, vio al anciano, se detuvo y gritó furioso. Era Pino. Corrió de vuelta al claro, se paró junto al fuego y se puso a gritar. Los hombres y las mujeres salieron de las cuevas oscuras. La oscuridad se extendía sobre la tierra y Pino pateó el fuego para que se elevaran las chispas y las llamas. Hubo una inundación de luz de fuego que luchó con la oscuridad bajo el cielo sereno y brillante. El anciano gritaba junto a los troncos; Pino gritaba también y lo señalaba y la mujer gorda salió de una cueva con el nuevo en el hombro. De pronto la gente echó a correr. El anciano se metió de un salto en uno de los troncos, recogió una hoja de madera y la blandió. La mujer gorda se puso a gritar a la gente y el ruido era tan grande que las aves sacudían las alas en los árboles. La voz del anciano se oscureció también. La gente se tranquilizó un poco. Tuami, que no había hablado y estaba junto a la mujer gorda, dijo algo ahora y los otros repitieron lo que él decía. Las voces volvían a ser más fuertes. El anciano señalaba la cabeza de ciervo que estaba junto al fuego, pero el ruido que hacía la gente repitiendo una palabra sonaba como si se acercasen. La mujer gorda se metió en su cueva y Lok vio que todos fijaban los ojos en la entrada. La mujer salió, no con el nuevo, sino con el animal bamboleante. La gente gritó y aplaudió. Corrieron en busca de las maderas huecas y el animal que tenía la mujer gorda en el hombro vertió agua otra vez. La gente bebió y Lok vio cómo se les movían los huesos de las gargantas a la luz del fuego. El anciano les hacía señas para que volvieran a las cuevas, pero nadie iba. Volvían a donde estaba la mujer gorda y ella les daba más agua para beber. Ahora no reía, sino que paseaba la mirada del anciano a la gente y de la gente a Tuami. Tuami estaba junto a ella, sonriendo. La mujer gorda trataba de meter otra vez al animal en la cueva, pero Pino y una mujer no la dejaban. El anciano corrió entonces hacia adelante y el grupo que formaban los otros forcejeó al mismo tiempo. Tuami contemplaba el forcejeo como si la gente fuese algo que él hubiese dibujado en el aire con un palo. La gente daba vueltas y vueltas y la mujer gorda gritaba. El animal bamboleante se le deslizó del hombro y desapareció. Algunos de los hombres se le echaron encima. Lok oyó un sonido acuoso y luego el montón de gente disminuyó un poco. Se diseminaron y el animal apareció tendido en el suelo, chato como el ciervo que había hecho Tuami, pero con mucho más aspecto de muerto.
El anciano se hizo muy alto.
Lok bostezó. No lograba unir aquellas visiones. Los ojos se le cerraban y abrían de pronto. El anciano tenía los dos brazos en alto. Hacía frente a la gente y gritaba asustándolos. Habían retrocedido un poco. La mujer gorda entró a hurtadillas en una cueva. Tuami había desaparecido. La voz del anciano se elevó, y murió. El anciano bajó los brazos. Había en el claro silencio y temor y un olor acre de animal muerto.
Durante un rato la gente no dijo nada y permaneció un poco agazapada, inclinada como para huir. De pronto una de las mujeres avanzó, le gritó al anciano, se frotó el vientre, le mostró los pechos, y lo escupió. La gente comenzó a moverse otra vez. Hubo un movimiento de cabezas y un griterío. El anciano gritaba también y señalaba la cabeza de ciervo. Siguió un silencio. Los ojos de la gente se volvieron hacia el ciervo, y el ojito del ciervo aún vigilaba a Lok.
Se oyó un ruido en el bosque fuera del claro. La gente lo oyó poco a poco. Alguien gritaba. Los espinos se movieron y abrieron. Cabeza de Castaña apareció renqueando y sostenido por Matorral. La sangre le brillaba en toda la pierna izquierda. Cuando vio el fuego se dejó caer en tierra y una mujer corrió hacia él. Matorral avanzó hacia la gente.
A Lok se le cerraban los párpados, pero volvió a abrirlos de pronto. Durante un momento como de sueño se vio a sí mismo en una imagen contándole todo aquello a Liku. Liku tampoco entendía.
La mujer gorda salió de la cueva llevando al nuevo en el pecho. Matorral hizo una pregunta y la respuesta fue un griterío. La mujer que había mostrado los pechos vacíos señaló al anciano, el árbol muerto y a la gente. Cabeza de Castaña escupió a la cabeza del ciervo y la gente volvió a gritar y avanzó. El anciano levantó los brazos y comenzó a decir las mismas palabras amenazadoras, pero la gente se burlaba y reía. Cabeza de Castaña estaba junto a la cabeza del ciervo. Los ojos le brillaban a la luz del fuego como dos piedras. Sacó una ramita de la cintura sosteniendo el palo curvo en la otra mano, y mirando al viejo.
El anciano dio un paso de costado y habló rápidamente. Se acercó a la mujer gorda, tendió las manos y trató de quitarle el nuevo. Ella se apresuró a inclinarse y le mordió la mano como habría hecho cualquier mujer, y el anciano comenzó a bailar y a gritar. Cabeza de Castaña puso la ramita a través del palo curvo y tiró hacia atrás las plumas rojas. El anciano dejó de bailar y se acercó con las manos tendidas y las palmas haciendo frente a la ramita. Se detuvo casi al alcance de Cabeza de Castaña y enroscó todos los dedos de la mano derecha menos el largo. Éste se movió de lado hasta que quedó señalando una cueva. Toda la gente guardaba silencio. La mujer gorda reía con una voz aguda y estaba otra vez inmóvil.
Tuami observaba la espalda del anciano. El anciano miró alrededor del claro, atisbo hacia donde se amontonaba la oscuridad bajo los árboles y volvió a mirar a la gente. Nadie decía nada.
Lok bostezó y se reclinó en el hueco de la copa del árbol, donde estaba a cubierto de las miradas de la gente. El campamento no era más que una fluctuación de la luz reflejada en los árboles. Miró a Fa, invitándola a dormir a su lado. Lok le veía la cara y los ojos que espiaban a través de la hiedra y no parpadeaban. Tan absorta estaba Fa en su vigilancia que cuando Lok le tocó la pierna con la mano no dejó de mirar. Lok vio entonces que Fa abría la boca y que la respiración se le aceleraba. Fa apretó la madera podrida del árbol muerto. La madera se cascó y desmenuzó convirtiéndose en una pulpa húmeda. A pesar de sentirse tan cansando eso interesó a Lok y lo asustó un poco. Tuvo la imagen de un nuevo que subía al árbol, y echándose hacia atrás comenzó a apartar las hojas. Fa lo miró de soslayo y la cara de ella era como la de una mujer dormida que lucha con un sueño terrible. Tiró de la muñeca de Lok y lo obligó a echarse. Luego lo tomó por los hombros y ocultó la cara en el pecho de él. Lok la abrazó, y el Lok exterior sintió un placer cálido. Pero Fa no quería jugar. Se arrodilló otra vez y puso la cabeza contra el pecho de Lok mientras Lok sentía en la mejilla los latidos apresurados del corazón de ella. Trató de ver qué la asustaba tanto, pero Fa lo sujetó y Lok sólo pudo ver el ángulo del mentón de Fa y los ojos abiertos, abiertos constantemente, y vigilantes.
La pelusilla volvió a la cabeza de Lok y el cuerpo de Fa estaba caliente. Lok cedió, pues sabía que Fa lo despertaría cuando la gente durmiera y pudieran huir con las niñas. Se acurrucó en los brazos de Fa, y dejó que la pelusilla que flotaba ahora en la oscuridad se transformase en todo un mundo de sueño agotado.