Los pies de Lok se desprendieron de los matorrales. Se deslizaron hacia abajo y quedó colgando de los brazos y con el agua hasta la cintura. Levantó las rodillas y se le erizó el pelo. Ya no gritaba. El terror del agua era sólo un fondo. Se dejó caer, y tomándose de los matorrales avanzó forcejeando por el agua, hasta la orilla. Allí se quedó dando la espalda al río y temblando como Mal. Mostraba los dientes y mantenía los brazos levantados y tensos como si siguiera sosteniéndose sobre el agua. Miraba ligeramente hacia arriba y movía la cabeza de un lado a otro. Detrás, volvieron a oírse los sonidos de risa. Poco a poco fueron llamándole la atención, aunque la postura y la mueca con que había atravesado el agua no lo habían abandonado aún. Había muchos sonidos de risa, como si la gente nueva hubiera enloquecido, y se oía uno más fuerte que los otros, la voz de un hombre que gritaba. Las otras voces cesaron y el hombre siguió gritando. Una mujer rió, con una risa aguda y excitada. Luego hubo un silencio.
El sol ponía puntos brillantes en la maleza y la oscura tierra húmeda. De cuando en cuando el viento pasaba río arriba y el follaje nuevo y vivido se inclinaba ligeramente y los puntos brillantes cambiaban de lugar. Una zorra ladró entre las rocas. Un par de palomas torcazas conversaban monótonamente.
Lok bajó con lentitud la cabeza y los brazos. Ya no torcía la cara. Dio un paso hacia adelante y se volvió. Comenzó a descender por la orilla del río, no con rapidez, pero manteniéndose cerca del agua, todo lo posible. Escudriñaba seriamente los matorrales, caminaba y se detenía. No veía bien y la mueca le volvió a la cara. Se detuvo con la mano apoyada en la rama curva de una haya, distraído. Examinó la rama, sosteniéndola con ambas manos. Se puso a moverla hacia atrás y hacia adelante, hacia atrás y hacia adelante, cada vez con más rapidez. El gran abanico de ramas del extremo se columpiaba sobre los matorrales y Lok se lanzaba también hacia atrás y hacia adelante; jadeaba y el sudor del cuerpo le corría por las piernas juntamente con el agua del río. Soltó la rama, sollozando, y se quedó otra vez con los brazos colgando, la cabeza inclinada y los dientes apretados como si le ardieran todos los nervios del cuerpo. Las palomas seguían hablando y los puntos de luz solar se cernían allá arriba.
Se apartó del haya, volvió al sendero, vaciló, se detuvo y luego echó a correr. Llegó en seguida al claro donde estaba el árbol muerto; el sol brillaba en el penacho de plumas rojas. Miró hacia la isla y vio que los matorrales se movían; luego una ramita cruzó girando el río y desapareció detrás en el bosque. Lok tenía la confusa idea de que alguien trataba de hacerle un regalo. Le habría sonreído a través del río al hombre de cara huesuda, pero nadie estaba a la vista y en el espacio abierto se oía aún el eco débil y atormentado de los gritos de Liku. Arrancó la ramita del árbol y corrió otra vez. Llegó a la loma que llevaba a la montaña y la terraza y percibió el olor de los otros y de Liku; siguiendo ese olor y retrocediendo en el tiempo fue hacia la saliente. Avanzaba rápidamente y aunque llevaba la flecha en la mano izquierda casi parecía que corría a gatas. Se puso la ramita de través en la boca, entre los dientes, tendió ambas manos y subió por la ladera corriendo y trepando a medias. Cuando estuvo cerca de la entrada de la terraza pudo ver la isla sobre la roca. Uno de los hombres de cara huesuda estaba a la vista desde el pecho para arriba, y con el resto del cuerpo oculto por los matorrales. La gente nueva nunca se había dejado ver a esa distancia a la luz del día y la cara parecía el parche blanco de la grupa de un ciervo. Había humo detrás del hombre nuevo entre los árboles, pero era azul y transparente. En la cabeza de Lok las imágenes eran muy confusas y demasiado numerosas, y esto era peor que no tener ninguna imagen. Se quitó la ramita de los dientes y gritó sin saber lo que gritaba:
—¡Vengo con Fa!
Corrió a través de la entrada y se encontró en la terraza. Vio que no había nadie allí, y lo sintió como una frialdad que llegaba de la saliente donde había estado el fuego. Se acercó rápidamente al montón de tierra y se quedó mirándolo. Habían esparcido las cenizas y el único de la gente que quedaba allí era Mal debajo de aquel montón. Pero había olores y señales abundantes. Oyó un ruido en lo alto de la saliente, se apartó de un salto del círculo de cenizas y vio a Fa que bajaba por los retallos de la roca. Fa lo vio también y los dos corrieron. Fa temblaba y tomó a Lok fuertemente con ambas manos. Se dijeron balbuceando:
—Los hombres de cara de hueso me han dado esto. He subido por la ladera corriendo. Liku gritaba al otro lado del agua.
—Cuando tú bajabas por la roca y yo subía porque estaba asustada. Los hombres vinieron a la saliente.
Quedaron en silencio, abrazados y temblorosos. Había tantas imágenes confusas revoloteando entre ellos que se sentían cansados. Se miraban a los ojos desamparadamente. Luego Lok comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, inquieto.
—El fuego ha muerto —dijo.
Se acercaron al fuego, sosteniéndose mutuamente. Fa se agachó y hurgó entre los extremos chamuscados de las ramas, dejándose llevar por la fuerza del hábito. Se sentaron cada uno en el lugar apropiado y se quedaron mirando el agua y la línea plateada que se derramaba en el risco. El sol vespertino entraba de soslayo en la saliente, pero no era una luz rojiza y fluctuante con la que había que luchar. Por fin Fa se movió.
—Aquí está la imagen. Yo estoy mirando hacia abajo. Los hombres vienen y me escondo. Mientras me escondo veo que la anciana va hacia ellos.
—Ella estaba en el agua. Me miraba desde el agua. Yo estaba cabeza abajo.
Otra vez se miraron, desamparados.
—Yo bajo a la terraza cuando los hombres se van. Se llevan a Liku y al nuevo.
El aire resonó alrededor de Lok con los gritos del fantasma.
—Liku gritaba al otro lado del agua. Está en la isla.
—Yo no veo esa imagen.
Tampoco la veía Lok. Tendió los brazos e hizo una mueca recordando los gritos.
—La ramita vino a mí desde la isla.
Fa examinó la rama atentamente desde la punta de hueso hasta las plumas rojas y la muesca de otro extremo. Miró de nuevo la punta, vio la goma parda y torció la boca. Las imágenes de Lok estaban un poco mejor ordenadas.
—Liku está en la isla con la otra gente.
—La gente nueva.
—Arrojaron esta ramita al árbol muerto.
—¿…?
Lok trató de que Fa viera una imagen, pero tenía la cabeza demasiado cansada y renunció.
—¡Vamos!
Siguieron el olor de la sangre hasta la orilla del río. También había sangre en la roca cerca del agua y un poco de leche. Fa se apretó la cabeza con las manos y dio palabras a su imagen:
—Mataron a Nil y la echaron al agua. Y a la anciana.
—Se han llevado a Liku y al nuevo.
Ahora compartían una imagen que era un propósito. Corrieron juntos por la terraza. En el recodo Fa retrocedió, pero cuando Lok trepó alrededor lo siguió y se quedaron en la roca mirando la isla. Vieron que el tenue humo azul seguía esparciéndose a la luz vespertina, pero la sombra estaría muy pronto en las montañas del bosque. Las imágenes se ajustaban en la cabeza de Lok. Se veía volviéndose en el risco para hablar con la anciana: había olido el fuego cuando ella no estaba allí. Pero eso sólo era otra complicación en un día de novedad total y se desentendió de la imagen. Los matorrales se sacudían en la orilla de la isla. Fa tomó a Lok por la muñeca y los dos se encogieron contra la roca. El sacudimiento era prolongado y excitado.
Luego los dos fueron sólo ojos que miraban y absorbían sin pensar en nada. Bajo los matorrales había un tronco que flotaba en el agua y uno de los extremos se mecía en la corriente. Era oscuro y liso y hueco. Uno de los hombres de cara huesuda estaba sentado en el extremo móvil. Las ramas que ocultaban el otro extremo se prolongaban formando una especie de bulto. Y el tronco quedó a la vista, libre de los matorrales flotando, con un hombre en cada extremo. El tronco apuntaba hacia la cascada, un poco cruzado en el río. La corriente comenzaba a llevarlo aguas abajo. Los dos hombres levantaron unos palos que terminaban con grandes hojas pardas y los metieron en el agua. El tronco no se movía del lugar en que estaba; era el río el que se movía debajo de él. Las hojas pardas dejaban en el río una cola de espuma blanca. El tronco se movió, y apareció a los lados una extensión de agua profunda que no se podía cruzar. Vieron cómo los hombres miraban por los agujeros que tenían en las máscaras de hueso y escudriñaban la orilla cerca del árbol muerto y los matorrales.
El hombre que iba delante en el tronco dejó el palo y tomó otro encorvado. Tomó ese palo por el medio como había hecho cuando la ramita voló a través del río hacia Lok. El tronco se acercó a la orilla y el hombre que iba delante saltó y se ocultó en los matorrales. El tronco se quedó donde estaba y el hombre que iba atrás metía la hoja parda en el agua de vez en cuando. La sombra de la cascada llegaba al tronco. Podían ver cómo el pelo le crecía al hombre en la cabeza, sobre el hueso, y era como un nido de corneja en un árbol alto. Cada vez que el hombre tiraba de la hoja el nido se sacudía y temblaba.
Fa temblaba también.
—¿Vendrá a la terraza?
El primer hombre regresó de pronto. El extremo del tronco se perdió de vista en la orilla y cuando apareció de nuevo, el primer hombre estaba otra vez sentado y tenía en la mano otra ramita con plumas rojas en el extremo. El tronco se volvió hacia la cascada y los dos hombres introducían a la vez las hojas en el agua. El tronco entró en el agua profunda.
Lok comenzó a balbucear:
—Liku cruzó el río en el tronco. ¿Dónde crece un tronco como ése? Liku volverá en el tronco y estaremos juntos —señaló a los hombres—. Tienen ramitas.
El tronco volvía a la isla. Parecía olfatear los matorrales de la orilla como una rata de agua. El hombre de delante se levantó cuidadosamente. Separó los matorrales y se metió entre ellos con el tronco. El otro extremo del tronco quedó un momento meciéndose en la corriente y luego se introdujo también entre los matorrales y el hombre que iba detrás se agachó y dejó el palo.
De pronto Fa tomó a Lok por el brazo derecho, sacudiéndolo. Lo miró fijamente a la cara.
—¡Devuelve la ramita!
Lok compartía algo del espanto que veía en la cara de Fa. Detrás de Fa había una ladera de sombra que se extendía desde el borde de la cascada hasta el extremo de la isla. Por encima del hombro de la mujer vislumbró un tronco de madera que pendía sobre la cascada y luego desapareció sin hacer ruido. Levantó la ramita y la examinó.
—¡Arrójala! ¡Ahora!
Lok sacudió la cabeza con violencia.
—¡No! ¡No! La gente nueva me la arrojó.
Fa dio dos pasos hacia atrás y hacia adelante en la roca. Lanzó una mirada a la saliente fría y a la isla. Tomó a Lok por los hombros y lo sacudió.
—La gente nueva tiene muchas imágenes. Y yo también tengo muchas imágenes.
Lok rió, indeciso.
—Un hombre para las imágenes. Una mujer para Oa.
Los dedos de Fa se apretaron en la carne de Lok. Tenía una expresión de odio. Le dijo, furiosa:
—¿Qué hará el nuevo sin la leche de Nil? ¿Quién encontrará comida para Liku?
Lok se rascó el pelo bajo la boca abierta. Fa lo soltó y esperó. Lok siguió rascándose y sentía un vacío doloroso en la cabeza. Fa lo sacudió dos veces.
—Lok no tiene imágenes en la cabeza.
Se puso muy solemne y allí estaba la gran Oa, como una nube, alrededor. Lok se sintió disminuido. Tomó la ramita con ambas manos nerviosamente y desvió la mirada. Ahora que el bosque estaba a oscuras podía ver el ojo del fuego de la gente nueva.
Fa habló al costado de la cabeza de Lok:
—Harás lo que digo. No digas: «Fa, harás esto». Yo diré: «Lok, harás esto». Tengo muchas imágenes.
Lok se sintió un poco más disminuido y lanzó a Fa una mirada rápida y luego otra al fuego lejano.
—Arroja la ramita.
Lok tendió hacia atrás el brazo derecho y lanzó al aire la ramita con las plumas hacia adelante. Las plumas se detuvieron, el tallo giró, la ramita quedó suspendida un momento a la luz del sol y luego, como un halcón que se lanza sobre su presa, cayó de punta en las sombras y desapareció en el agua.
Lok oyó que Fa emitía un sonido ahogado, como un sollozo seco. Luego la mujer apoyó la cabeza en el pecho de Lok y rió, sollozando y temblando como si hubiera hecho algo difícil pero bueno. Fue entonces Fa sin mucho de Oa y Lok la abrazó para consolarla. El sol estaba en aquel momento en el barranco y el río flameaba, de modo que el borde de la cascada ardía como las puntas de los leños en el fuego. Unos troncos descendían por el río, negros contra el fondo del agua brillante. Eran árboles enteros y las raíces se movían como los animales extraños del mar. Uno de los troncos iba hacia la cascada debajo de ellos, y las raíces y ramas se levantaban, se arrastraban y se hundían. Durante un instante quedó suspendido sobre el borde; el agua ardiente se alzó en un montón de luz y luego el árbol cayó por el aire y desapareció tan suavemente como la ramita.
Lok habló sobre el hombro de Fa:
—La anciana estaba en el agua.
Poco después Fa lo apartó.
—¡Vamos!
Lok la siguió por el recodo a la luz horizontal de la terraza. Los cuerpos tejían una madeja de sombras paralelas, de modo que un brazo levantado parecía levantar también un largo peso de oscuridad. Fueron por costumbre a la saliente. Los nichos estaban allí, como ojos negros, y entre ellos la columna de roca, enrojecida por la luz. La leña y las cenizas no eran más que tierra. Fa se sentó junto al fogón y miró a la isla con el ceño fruncido. Lok esperó mientras Fa se apretaba la cabeza con las manos, pero no veía las imágenes de ella. Recordó la carne guardada en los nichos.
—Comida.
Fa no contestó, y Lok, con cierta timidez, como si pudiera encontrarse otra vez con los ojos de la anciana, se acercó a uno de los nichos. Olió la carne y sacó una cantidad suficiente para los dos. Cuando volvió oyó que las hienas gañían en las rocas, sobre la saliente. Fa tomó la carne sin ver a Lok y se puso a comer atendiendo siempre a sus propias imágenes.
Una vez que hubo empezado a comer, Lok recordó su hambre. Arrancaba del hueso la carne en largas tiras y se la metía en la boca. Había mucha fuerza en la carne.
Fa dijo vagamente:
—Arrojamos piedras a los amarillos.
—¿…?
—La ramita.
Volvieron a comer en silencio mientras las hienas gemían y gañían. Los oídos de Lok le decían que tenían hambre y la nariz le aseguraba que estaban solos. Sacudió el hueso para sacarle el tuétano y luego separó un palo de las cenizas y lo metió en el hueso. De pronto le vino una imagen de Lok.
Lok metía un palo en una grieta para sacar miel. Sintió como si una ola de mar cayera sobre él quitándole la satisfacción de haber comido, y hasta el placer de la compañía de Fa. Estaba sentado allí con el palo todavía en el hueco del hueso y la sensación pasaba a través de él y sobre él. No había nacido en ninguna parte, como el río, y como el río nadie podía negarla. Lok era un tronco en el río, un animal ahogado que las aguas llevan y traen. Alzó la cabeza, como había hecho Nil, y emitió un sonido de aflicción mientras la luz del sol abandonaba el barranco y la oscuridad descendía. Luego se acercó a Fa y ella lo abrazó.
La luna había salido cuando se movieron. Fa se levantó y la miró de soslayo y luego miró a la isla. Bajó al río, bebió y se quedó allí, arrodillada. Lok se unió a ella.
—Fa.
Fa hizo un movimiento con la mano indicando que no la molestara y siguió contemplando el agua. Luego se levantó y corrió por la terraza.
—¡El tronco! ¡El tronco!
Lok corrió tras ella, pero no podía comprender. Fa señalaba un tronco delgado que avanzaba hacia ellos, volteándose. Se arrodilló y alcanzó una larga astilla en el extremo mayor. El tronco se dio vuelta y tiró de Fa. Lok vio que Fa se deslizaba por la roca y se lanzó para sujetarle los pies. La tomó por las rodillas y los dos forcejearon hacia la tierra mientras el otro extremo del tronco giraba en el agua. Fa tenía una mano enrollada en el pelo de Lok y tiraba sin misericordia; las lágrimas afluían a los ojos de Lok y le corrían hasta los labios. El otro extremo del tronco se volvió y quedó flotando junto a la terraza, tirando de ellos suavemente. Fa habló por encima del hombro:
—Tengo una imagen de nosotros cruzando a la isla en el tronco.
A Lok se le erizaron los pelos.
—¡Pero los hombres no pueden pasar sobre la cascada como un tronco!
Fa resopló un rato hasta que recobró el aliento.
—En el otro lado de la terraza podemos apoyar el tronco en la roca —dijo, y respiró fuertemente—. En el sendero la gente cruza el agua, corriendo por un tronco.
Lok estaba asustado.
—¡No podemos pasar sobre la cascada!
Fa volvió a explicarle, con paciencia.
Remolcaron el tronco corriente arriba hasta el extremo de la terraza. Era un trabajo difícil y terrible, pues la terraza no se elevaba toda a la misma altura sobre el agua, y había brechas y salientes a lo largo del borde. Tenían que ir aprendiendo mientras avanzaban, y mientras el agua tiraba de ellos unas veces suavemente y otras con una fuerza súbita, como si le estuvieran robando la comida. El tronco no estaba tan muerto como la leña. A veces se retorcía en las manos de los dos, y las ramas rotas del extremo más delgado se sacudían en la roca como patas. Mucho antes que llegaran al extremo de la terraza, Lok había olvidado por qué remolcaban el tronco. Sólo recordaba el agrandamiento súbito de Fa y la ola de aflicción que lo había ahogado. Trabajando con el tronco y asustado por el río, la aflicción retrocedía hasta un punto en que podía examinarla, y no le gustaba. La aflicción se refería a la gente y a los desconocidos.
—Liku tendrá hambre —dijo.
Fa no dijo nada.
Cuando llevaron el tronco al extremo de la terraza no había otra luz que la luna. La brecha estaba azul y blanca, y unas guarniciones de plata cubrían el río.
—Toma el extremo.
Mientras Lok lo sostenía, Fa empujó el otro extremo río adentro, pero la corriente lo llevó de vuelta. Luego se quedó largo tiempo sentada, en cuclillas, con las manos sobre la cabeza, y Lok esperó en obediente silencio. Bostezó, se chupó los labios y miró el risco escarpado y azul más allá del barranco. No había terraza en aquel lado del río, sino una pendiente abrupta que se introducía profundamente en el agua. Bostezó de nuevo y alzó las manos para quitarse las lágrimas de los ojos. Durante un rato parpadeó a la oscuridad, examinó la luna, y se rascó bajo el labio.
Fa gritó:
—¡El tronco!
Lok miró más allá de los pies, pero el tronco se había ido; miró a un lado y a otro y al aire, echando el cuerpo hacia atrás. Luego el tronco pasó a la deriva junto a Fa, volviéndose lentamente. Fa trepó por la roca y alcanzó las ramas parecidas a piernas. El tronco la arrastró, se detuvo, y el extremo que Lok había olvidado salió del agua. Lok estiró un brazo, pero el tronco ya estaba lejos. Fa murmuraba y gritaba furiosa. Lok se apartó de ella tímidamente mientras se decía: «El tronco, el tronco», sin sentido. La aflicción se había retirado, como la marea, pero volvía.
El otro extremo del tronco golpeó contra la cola de la isla. El agua del río lo empujó de costado y el tronco se movió crujiendo y arrancó la rama de la mano de Fa. La rama se arrastró por la terraza, se encorvó, se sacudió, volvió a encorvarse y cedió con un largo crujido. El tronco quedó atascado, con el extremo más grueso golpeando en la roca, golpeando y golpeando; el agua abrió un canal en el medio y la copa se aplastó contra el lado accidentado de la terraza. El centro del tronco, aunque era casi tan grueso como Lok, se encorvaba bajo la presión del agua, pues tenía muchas veces la longitud de un hombre.
Fa se acercó a Lok y lo miró titubeando a la cara. Lok recordó la ira de Fa cuando el tronco parecía alejarse. Le palmeó el hombro amistosamente.
—Tengo muchas imágenes.
Fa siguió mirándolo en silencio. Luego sonrió y palmeó también a Lok. Se puso las dos manos en los muslos y los golpeó suavemente, riéndose de Lok, y Lok hizo lo mismo y rió también. La luna brillaba tanto entonces que dos sombras azuladas los imitaban en el suelo.
Una hiena gañó junto a la saliente. Lok y Fa fueron por la terraza hacia los animales. Sin decir una palabra las imágenes de los dos eran una sola imagen. Cuando llegaron junto a las hienas los dos tenían piedras en las manos y se habían separado. Comenzaron a arrojar las piedras y a gritar al mismo tiempo y los animales huyeron rocas arriba y luego se detuvieron, grises, y con cuatro ojos como chispas verdes.
Fa sacó el resto de la comida de los nichos, mientras las hienas gruñían detrás, y volvió con Lok corriendo por la terraza. Cuando llegaron adonde estaba el tronco, comían ya mecánicamente. Luego Lok se quitó el hueso de los labios.
—Es para Liku.
El tronco no estaba solo. Otro más pequeño golpeaba y crujía en el agua. Fa se adelantó a la luz de la luna y puso un pie en el extremo que apuntaba hacia la orilla. Luego volvió e hizo una mueca al agua. Se alejó por la terraza, miró río abajo, donde llameaba el borde de la cascada, y corrió hacia adelante. De pronto se detuvo. Un palo largo que daba vueltas en el agua se agregó a los dos troncos. Fa probó de nuevo con una corrida más corta y se detuvo farfullando y mirando el agua deslumbradora. Se puso a dar vueltas alrededor de los troncos, emitiendo unas palabras sin sentido, pero que parecían feroces y desesperadas. Esto también era algo nuevo y asustó a Lok, que se alejó por la terraza. Pero luego recordó sus propias travesuras junto al tronco en el bosque y se obligó a reírse de Fa, aunque detrás estaba el vacío. Fa corrió hacia Lok y le mostró los dientes como si quisiera morderlo, y de la boca le salieron unos sonidos extraños. Lok echó el cuerpo hacia atrás.
Fa guardó silencio, apretada a Lok, temblando; formaban una sola sombra en la roca. Luego murmuró con una voz en la que no estaba Oa:
—Pasa el primero por el tronco.
Lok la empujó a un lado. Ahora que no hacían ruido volvía la angustia. Miró el tronco y descubrió que estaba fuera de él y dentro de él y que fuera era mejor. Se puso en los dientes la carne para Liku. Liku no cabalgaba en él ahora, y Fa temblaba, y el río se movía; no tenía ganas de hacerse el gracioso. Examinó el tronco de un extremo a otro, vio una ancha dentellada en el lado de la salida del agua, donde en otro tiempo había habido una horquilla y se alejó hacia la terraza. Midió la distancia, se inclinó y corrió hacia adelante. El tronco estaba debajo y era resbaladizo. Temblaba como Fa y se movía de costado río arriba, de modo que Lok se inclinó hacia la derecha para no caerse. Apoyó un pie en el otro tronco, que se hundió, y Lok trastabilló. Estiró la pierna izquierda y se levantó y el agua le empujaba con más fuerza que un viento las corvas de las rodillas y estaba fría como las mujeres de hielo. Saltó frenéticamente, tropezó, volvió a saltar y se encontró sobre la roca, con los brazos tendidos hacia arriba y la cara apretada contra la carne para Liku. Los pies se le separaron y treparon roca arriba, hasta que sintió que la horquilla de las piernas se le iba a romper. A saltos dio penosamente la vuelta a la roca y se encontró de nuevo frente a Fa. Se dio cuenta de que un sonido le había salido de la boca, a pesar de la carne, un sonido agudo y sostenido como el de Nil cuando había corrido por el tronco en el bosque. Calló, respirando a sacudidas. Otro tronco se había agregado al montón. Estaba al costado, golpeando, y el agua rompía allí en espumas y salpicaduras. Fa probó ese tronco con los pies y luego se metió cuidadosamente en el agua, a horcajadas, con un pie en cada tronco. Llegó a la roca donde estaba Lok y trepó hasta alcanzarlo. Luego le gritó sobre el ruido del agua:
—Yo no he hecho un ruido.
Lok se enderezó moviéndose como si la roca no se alejara también río arriba. Fa midió el salto y se dejó caer diestramente en la siguiente. Lok la siguió, con la cabeza vacía a causa del ruido y de la novedad. Siguieron saltando y trepando hasta que llegaron a una roca que tenía matorrales en la cima, y entonces Fa se sentó y metió los dedos en la tierra, mientras Lok esperaba pacientemente con las manos llenas de carne. Estaban en la isla, y el borde de la cascada corría y zigzagueaba a los lados como relámpagos en el verano. Había también un ruido nuevo y más alto: la voz de la cascada principal, más allá de la isla, y que apagaba el sonido de las voces, ya debilitadas por el estruendo de la cascada menor.
Poco después Fa se levantó. Avanzó hasta que vio abajo la espinilla de la isla, y Lok se unió a ella. El agua casi borraba las huellas de los pasos, de modo que dejaban detrás sólo un sendero estrecho. Lok se agazapó y miró.
Hiedra y raíces, cicatrices de tierra y protuberancias de roca dentada, el risco se inclinaba de modo que la cima, con el penacho de abedules, miraba directamente hacia abajo, a la isla. Las rocas que habían caído estaban todavía amontonadas contra el risco en el fondo, y esas formas oscuras, siempre húmedas, contrastaban con el brillo de las hojas y el risco. Los árboles seguían viviendo en la cima, aunque peligrosamente, pues la roca había desgarrado la mayor parte de las raíces. Las que quedaban se asían a las grietas del borde, o se retorcían risco abajo, o colgaban en el aire húmedo. El agua corría a cada lado, y las ondas espumosas estremecían la tierra sólida. La luna, casi llena, iluminaba las alturas del risco, y el fuego brillaba en el lugar más lejano de la isla.
Fa y Lok no hicieron comentarios sobre la altura vertiginosa. Se inclinaban buscando un sendero en la superficie del risco. Fa se deslizó sobre el borde y descendió a gatas entre las raíces y la hiedra. Lok la siguió, otra vez con la carne entre los dientes, mirando de soslayo el resplandor del fuego. Sentía un gran deseo de correr hacia él, como si allí hubiera algún remedio para su angustia. No eran ese remedio solamente Liku y el nuevo. Los otros, con sus muchas imágenes, eran como el agua, que al mismo tiempo aterra y desafía e invita a un hombre a acercarse. Comprendía vagamente esa atracción indefinida y se sentía tonto. Se encontraba ahora en el extremo de una raíz quebrada, en una extensión de agua brillante y cavernosa. La raíz oscilaba con el peso de Lok, y la carne que llevaba en los dientes le golpeaba el pecho. Tuvo que saltar de lado a una maraña de raíces y hiedra para poder seguir a Fa.
Fa iba delante por las rocas y el bosque de la isla. Allí había poco que se pudiera llamar un sendero. La otra gente había dejado su olor en los matorrales aplastados, y eso era todo. Fa seguía el olor, a ciegas. Sabía que el fuego tenía que estar en el otro extremo, pero para decir por qué había que detenerse y luchar con imágenes, apretándose la cabeza entre las manos. Muchas aves anidaban en la isla y les molestaba la presencia de la gente, de modo que Fa y Lok comenzaron a moverse con cuidado. Dejaron de prestar una atención directa al nuevo olor y se limitaron a atravesar el bosque con el menor ruido y alboroto posibles. Compartían activamente sus imágenes. En la oscuridad casi total, bajo la enramada, veían con una vista nocturna. Evitaban lo invisible, echaban a un lado la hiedra colgante, apartaban las zarzas y avanzaban. No tardaron en oír a la gente nueva.
También podían ver el fuego; o más bien podían ver el reflejo del fuego y un resplandor. La luz dejaba el resto de la isla en una oscuridad impenetrable y les velaba los ojos, y marcharon más despacio. El fuego era mucho mayor que antes y el trecho iluminado estaba rodeado por una orla de hojas nuevas de color verde pálido, como si detrás hubiera alguna clase de luz solar. La gente hacía un ruido rítmico, parecido a los latidos de un corazón. Fa se levantó delante de Lok y se convirtió en una forma muy negra.
Los árboles eran altos en aquel extremo de la isla, y en el centro se espaciaban los matorrales. Lok siguió a Fa hasta que se encontraron arrodillados y con los pies preparados para huir, detrás de un matorral, en el borde mismo de la luz del fuego. Podían ver sobre el matorral el espacio abierto elegido por la gente. Eran muchas las cosas que había que ver a la vez. Para comenzar, los árboles se habían reorganizado, agachándose y entrelazando las ramas estrechamente y formando cavernas de oscuridad a cada lado del fuego. La gente nueva estaba sentada en la tierra entre Lok y la luz y no había dos cabezas de la misma forma. Se estiraban hacia un lado como un cuerno, o se alzaban en punta como la copa de un pino, o eran grandes y redondas. Más allá del fuego un montón de troncos esperaba a que lo quemasen, y parecía moverse con la luz.
Luego, increíblemente, un ciervo bramó junto a los troncos. El ruido era desagradable y furioso, lleno de dolor y de deseo. Parecía la voz del mayor de todos los ciervos, y el mundo no era bastante grande para él. Fa y Lok se abrazaron y se quedaron mirando fijamente los troncos, sin imágenes en la cabeza. Los nuevos se inclinaron tanto que las formas de los cuerpos cambiaron y las cabezas quedaron ocultas. El ciervo apareció. Se movía a saltos sobre las patas traseras y estiraba las delanteras hacia los lados. Las astas se alzaban entre las hojas de los árboles. El animal miraba hacia arriba y pasó junto a la gente nueva y junto a Fa y Lok balanceándose de un lado a otro. Luego se volvió y vieron que la cola estaba muerta y golpeaba contra las patas pálidas y sin pelo. El animal tenía manos.
En una de las cavernas oyeron maullar de nuevo. Lok comenzó a saltar detrás del matorral.
—¡Liku!
Fa le tapó la boca y lo obligó a estarse quieto.
El ciervo dejó de bailar y oyeron que Liku gritaba:
—¡Aquí estoy, Lok! ¡Aquí estoy!
Hubo un súbito clamoreo de ruido de risas, zambullidas, revoloteos de aves, voces y gritos y una mujer que chillaba. El fuego silbó de pronto y un vapor blanco se elevó en el aire mientras la luz disminuía. La gente nueva corría de un lado a otro. Había en ellos ira y temor.
—¡Liku!
El ciervo oscilaba violentamente a la luz amortiguada. Fa tiraba de Lok y le hablaba en voz baja. La gente se acercaba con palos, corvos y rectos.
—¡Pronto!
Un hombre golpeaba furiosamente el matorral de la derecha. Lok blandió el brazo derecho.
—¡La comida es para Liku! Y la arrojó al claro. La carne cayó a los pies del ciervo. Lok sólo tuvo tiempo para ver que el ciervo se inclinaba hacia ella entre el vapor, y se retiró tropezando, arrastrado por Fa. El clamoreo de la gente nueva se fue convirtiendo en una serie de gritos, preguntas y respuestas y órdenes. Ramas ardientes corrían a través del claro, y el follaje primaveral aparecía de pronto y en seguida desaparecía. Lok bajaba la cabeza y golpeaba la tierra blanda con los pies. Arriba sonó un silbido, como un aliento que se inspira súbitamente. Fa y Lok se desviaron entre los matorrales y se abrieron paso ingeniosamente entre las zarzas y las ramas. A Lok se le había comunicado ya la desesperación de Fa y tenía la respiración agitada. Se lanzaron hacia adelante y las antorchas destelleaban bajo los árboles, detrás. Oían que los nuevos se llamaban unos a otros y hacían un gran ruido en la maleza. Luego una sola voz gritó fuertemente, y el estrépito cesó.
Fa trepaba por las rocas humedecidas.
—¡Pronto! ¡Pronto!
Lok la oía a pesar del estruendo del agua. La siguió obedientemente, asombrado por la velocidad de Fa, pero sin imagen alguna en la cabeza, como no fuera la de aquel ciervo bailando.
Fa se arrojó sobre el borde del risco y se tendió a su sombra. Lok esperaba y ella le preguntó, jadeando:
—¿Dónde están?
Lok miró hacia abajo a la isla, pero ella le interrumpió:
—¿Suben?
A medio camino en el risco una raíz oscilaba lentamente a causa del tirón que Fa le había dado, pero el resto del risco estaba inmóvil y miraba a la luna.
—¡No!
Guardaron silencio durante un rato. Lok oía otra vez el ruido del agua, tan fuerte que no lo dejaba hablar. Se preguntaba inútilmente si habían compartido imágenes o habían hablado con las bocas y luego examinó la pesadez que sentía en la cabeza y en el cuerpo. No cabía duda. Esa sensación se relacionaba con Liku. Bostezó, se frotó las cuencas de los ojos y se pasó la lengua por los labios. Fa se levantó.
—¡Vamos!
Trotaron entre los abedules sobre la isla, saltando de piedra en piedra. Al tronco se habían unido otros, y ahora eran más que los dedos de una mano y se enredaban con todas las cosas que pasaban a la deriva por aquel lado del río. El agua corría entre los troncos y por encima. Era un sendero tan ancho como los del bosque. Lok y Fa llegaron a la terraza fácilmente y se detuvieron sin hablar.
De la saliente llegaba un ruido de patas. Corrieron hacia allá y las hienas huyeron. La luna iluminaba la saliente, de modo que hasta se veían los nichos, y lo único oscuro era el agujero en que estaba enterrado Mal. Se arrodillaron y retiraron la basura, las cenizas y los huesos de la parte del cuerpo que podían ver. Ahora la tierra no se levantaba formando un montón, sino que estaba otra vez al nivel del fuego más alto. En silencio, hicieron rodar una piedra y cubrieron con ella a Mal.
Fa murmuró:
—¿Cómo alimentarán al nuevo sin leche?
Luego Lok y Fa se abrazaron, pecho contra pecho. Las rocas de alrededor eran como cualquier otra roca; la luz del fuego se había ido de ellas. Se apretaron el uno contra el otro, se abrazaron buscando un centro y cayeron, cara contra cara. El fuego de los cuerpos se les encendió y lo buscaron trabajosamente.