Asombrado, Lok miró el agua que salía de los ojos de Nil. Se detenía un instante en el borde de las cuencas y luego le caía en goterones sobre la boca y el nuevo. Nil bajó corriendo al río y gritó en la oscuridad. Lok vio que las gotas de los ojos de Fa brillaban también a la luz del fuego y que ella iba a unirse con Nil y le gritaba al río. La impresión de que Ha aún estaba con ellos, en tantas cosas, abrumó a Lok. Corrió detrás de las mujeres, tomó a Nil por la muñeca y la hizo girar.
—¡No!
Nil apretaba fuertemente al nuevo, y el nuevo sollozaba.
El agua seguía goteando de la cara de Nil. Cerró los ojos, abrió la boca y gritó otra vez, fuerte y largamente. Lok la sacudió, enojado.
—¡Ha no ha desaparecido! Mira…
Corrió a la saliente y señaló el espino, la roca y la marca en la tierra. Ha estaba en todas partes. Lok le habló a la anciana:
—Tengo una imagen de Ha. Lo veremos pronto. ¿Cómo podría Ha encontrarse con otro? No hay otro en el mundo…
Fa comenzó a hablar ansiosamente. Nil olfateaba y escuchaba.
—Si hay otro, entonces Ha se ha ido con él. Que Lok y Fa vayan…
La anciana la interrumpió con un ademán.
—Mal está muy enfermo y Ha se ha ido —los miró a todos, uno por uno—. Ahora sólo queda Lok…
—Yo lo encontraré.
—… y Lok tiene muchas palabras y no imágenes. Nada se puede esperar de Mal. Dejadme hablar.
Se sentó en cuclillas ceremoniosamente, junto a la bolsa humeante. Lok la miró a los ojos y las imágenes se le fueron de la cabeza. La anciana comenzó a hablar con autoridad, como habría hecho Mal sino hubiera estado enfermo.
—Sin ayuda, Mal morirá. Fa debe llevar un regalo a las mujeres de hielo y hablar por él a Oa.
Fa se sentó junto a ella y preguntó:
—¿Qué otro hombre puede ser ése? ¿Es uno vivo que estaba muerto? ¿Es uno que vuelve del vientre de Oa? ¿Podría ser mi niño que murió en la cueva junto al mar?
Nil olfateó de nuevo.
—Que vaya Lok a buscarlo.
La anciana la reprendió:
—Una mujer para Oa y un hombre para las imágenes que tiene en la cabeza. Dejen que hable Lok.
Lok se descubrió riendo tontamente. Iba al frente de la fila y no haciendo cabriolas en el otro extremo con Liku. La atención de las tres mujeres lo golpeaba. Bajó la vista y se rascó un pie con el otro. Se dio vuelta y quedó de espaldas a los demás.
—¡Habla, Lok!
Trató de fijar los ojos en algún punto de las sombras, olvidando a los otros. Casi sin mirarlo vislumbró el espino apoyado contra la pared. Inmediatamente la Haidad de Ha estuvo con él en la saliente. Sintió una excitación extremada y se puso a hablar:
—Ha tiene una marca bajo los ojos, donde lo quemó el palo. Huele… ¡Así! Habla. Tiene esos pelos en el dedo gordo del pie —brincó—. Ha ha encontrado a otro. ¡Mirad! Ha cae del risco… Esto es una imagen. Luego el otro viene corriendo. Le grita a Mal: «¡Ha se ha caído al agua!».
Fa le escudriñó atentamente la cara y dijo:
—El otro no vino.
La anciana tomaba a Fa por la muñeca.
—Entonces, Ha no cayó. Vete en seguida, Lok. Encuentra a Ha y al otro.
Fa frunció el ceño.
—¿Conoce el otro a Mal?
Lok rió de nuevo:
—¡Todos conocen a Mal!
Fa le hizo un gesto rápido pidiéndole que callara. Se llevó los dedos a la boca y tironeó de los dientes. Nil miraba a todos sin comprender lo que decían. Fa se sacó los dedos de la boca y señaló el rostro de la anciana.
—Aquí hay una imagen. Alguien es… otro. Nadie de la gente. Le dice a Ha: «Vamos, aquí sobra comida». Luego Ha dice…
La voz de Fa se apagó. Nil se echó a llorar.
—¿Dónde está Ha?
La anciana le contestó:
—Se ha ido con otro hombre.
Lok tomó a Nil y la sacudió un poco.
—Cambiaron palabras o compartieron una imagen. Ha nos dirá y yo iré a buscarlo —miró a los otros—. La gente se entiende. Los otros consideraron esas palabras y asintieron.
Liku despertó y sonrió a todos. La anciana se puso a trabajar en la saliente. Le habló a Fa en voz baja; compararon los trozos de carne, sopesaron los huesos y volvieron donde estaba el estómago para discutir. Nil se sentó al lado; lloraba y comía con una persistencia mecánica e indiferente. El nuevo se arrastró lentamente sobre el hombro de Nil, se balanceó allí un instante, y miró el fuego. Luego se metió bajo los cabellos de Nil. La anciana miró a escondidas a Lok (de modo que hasta la imagen de Ha y el desconocido desapareció de la cabeza de Lok) y se levantó apoyándose primero en un pie y luego en el otro. Liku se acercó al estómago y se quemó los dedos. La anciana siguió mirando y por fin Nil olfateó y le dijo a Lok:
—¿Tienes una imagen de Ha? ¿Una imagen verdadera?
La anciana era una figura de fuego y luz lunar. Recogió el espino de Ha y se lo dio a Lok. Los pies llevaron a Lok fuera de la saliente.
—Tengo una imagen verdadera.
Fa se apresuró a darle comida sacada del estómago, una comida tan caliente que Lok sólo podía sostenerla haciendo juegos de manos. Miró titubeando a las mujeres y se encaminó al recodo. Fuera de la luz del fuego todo estaba negro y plateado; negros la isla, las rocas y los árboles, que parecían grabados nítidamente en el cielo, y plateado el río, con una luz centelleante que ondeaba de una parte a otra a lo largo del borde de la cascada. De pronto la noche se hizo muy solitaria y la imagen de Ha no volvía a la cabeza de Lok. Lok miró a la saliente para encontrar la imagen. Había una cavidad fluctuante en el risco sobre la terraza, con una línea negra que se curvaba en el fondo, donde la tierra se elevaba y ocultaba el fuego. Lok podía ver a Fa y a la anciana sentadas en cuclillas y juntas, sosteniendo un trozo de carne. Se perdió en el recodo y el estruendo de la cascada aumentó para salirle al encuentro. Dejó el espino, y se sentó a comer la carne. Era tierna, caliente y sabrosa. Ya no sentía el dolor desesperado del hambre; y podía saborear la comida. La sostenía a la altura de los ojos, y examinaba la pálida superficie; la luz de la luna se reflejaba allí más suavemente que en el agua. Se olvidó de la saliente y de Ha y se convirtió en el estómago de Lok. Y la cascada estruendosa moteaba la oscura extensión del bosque. La grasa y la dicha serena brillaban en la cara de Lok. Esa noche era más fría que la anterior, aunque él no hacía comparaciones. En la bruma de la cascada había un brillo de diamante que sólo se debía al resplandor de la luna, pero parecía hielo. El viento había amainado y los únicos seres que se movían eran los helechos colgantes, de los que tiraba el agua. Lok observaba la isla sin verla y atendía a la dulzura que sentía en la lengua, al cloqueo de la garganta, y a la tensión de la piel.
Por fin terminó de comer la carne. Se pasó las manos por la cara, y se limpió los dientes con una punta del espino. Volvió a acordarse de Ha, la saliente y la anciana, y se apresuró a levantarse. Comenzó a utilizar la nariz conscientemente, agazapándose de lado y husmeando la roca. Los olores eran muy complejos y la nariz no parecía ser hábil.
Sabía por qué, y se tendió con la cabeza hacia abajo hasta que sintió el agua en los labios. Bebió y se enjuagó la boca. Trepó de nuevo y se agazapó en la piedra. La lluvia la había suavizado, pero el angosto paso junto al recodo estaba desgastado por el tránsito de otros muchos hombres. Se quedó un rato sobre el monstruoso estruendo de la cascada, atento a las reacciones de la nariz. Los olores se ajustaban a una norma en el espacio y en el tiempo. Allí, junto al hombro, estaba el olor más reciente de la mano de Nil en la roca. Abajo había una asociación de olores, los olores de la gente que había pasado por allí el día anterior, olores de sudor y de leche, y el olor acre de la enfermedad de Mal. Lok clasificó y descartó esos olores y se detuvo en el último olor de Ha. A cada olor acompañaba una imagen más vivida que el recuerdo, una especie de presencia viviente aunque limitada, de modo que Ha estaba otra vez vivo. Inmovilizó la imagen de Ha en la cabeza para no olvidarla.
Seguía agazapado, tomando el espino con una mano. Lo alzó lentamente y lo sostuvo con las dos manos. Los nudillos palidecieron y Lok dio un paso cauteloso hacia atrás. Allí había algún otro. No se lo notaba entre la gente; pero si eliminaba a todos quedaba ese olor, un olor sin imagen. Advirtió que era más fuerte junto al recodo. Alguien había estado allí, con la mano apoyada en la roca, inclinado y atisbando la terraza y la saliente. Lok comprendió en seguida el asombro que había visto en la cara de Nil. Se movió hacia adelante a lo largo del risco, lentamente al principio y luego corriendo hasta que casi volaba por la superficie de la roca. Una confusión de imágenes le revoloteaba en la cabeza mientras corría: allí estaba Nil, perpleja, asustada; allí estaba el otro, y allí estaba Ha, que avanzaba rápidamente.
Lok se volvió y corrió de regreso. En la plataforma donde él mismo había caído tan inexplicablemente, el olor de Ha se interrumpía como si el risco terminase allí.
Lok se inclinó y miró hacia abajo. Podía ver las algas ondeando bajo el brillo del río. Sentía que los sonidos de la aflicción le subían a la garganta y se tapó la boca con las manos. Las algas ondeaban y el río enviaba una corriente de plata retorcida a lo largo de la orilla oscura. Tuvo una imagen de Ha luchando en el agua, arrastrado por la corriente hacia el mar. Comenzó a avanzar por la roca siguiendo el olor de Ha y del otro hacia el bosque. Pasó entre los arbustos donde Ha había encontrado bayas para Liku, bayas marchitas. Ha vivía allí, apresado por los arbustos. La mano de Ha había tirado de las ramas arrancando las bayas. Estaba vivo en la cabeza de Lok, pero hacia atrás, moviéndose a través del tiempo, hacia el día en que dejaron la orilla del mar. Lok descendió por la ladera saltando entre las rocas y bajo los arbustos del bosque. Los altos capullos y las ramas inmóviles quebraban la luz de la luna, que brillaba mucho en el río. Los troncos de los árboles proyectaban grandes fajas de oscuridad, pero cuando Lok se movía entre ellos la luna le arrojaba una red de luz. Allí estaban Ha y su excitación. Allí iba hacia el río. Allí, junto al montón de leña abandonado, estaba el lugar donde Nil había esperado pacientemente, hasta que los pies dejaron huellas que ahora eran negras en el rocío de la luz. Allí había seguido a Ha, confusa e inquieta. Las huellas subían de nuevo por las piedras hacia el risco.
Lok recordó a Ha en el río. Echó a correr, tratando de no separarse de la orilla. Llegó al claro donde estaba el árbol muerto y bajó hasta el agua. Unos arbustos salían del agua, inclinándose. Las ramas que flotaban en la corriente hacían visible el agua sacando a la luna de la oscuridad. Lok llamó entonces:
—¡Ha! ¿Dónde estás?
El río no contestó. Lok llamó otra vez y esperó mientras la imagen de Ha se oscurecía y desaparecía. Comprendió que Ha se había ido. Luego llegó un grito desde la isla. Lok gritó de nuevo y se puso a saltar, pero mientras saltaba advirtió que no era la voz de Ha la que había llamado. Era una voz distinta, no la voz de la gente. Era la voz de otro. De pronto se sintió muy excitado. Tenía una importancia desesperada que viera al hombre al que olía y oía. Dio la vuelta al claro, sin rumbo, gritando. Luego el olor del otro le llegó desde la tierra húmeda y lo siguió, apartándose del río, hacia la ladera de la montaña; lo siguió inclinado y vacilando a la luz de la luna. El olor describía una curva alejándose del río bajo los árboles y llegaba a las piedras caídas y los matorrales. Allí había un peligro posible: los lobos y los gatos, y también los zorros corpulentos, rojos como Lok mismo, que cuando sentían el hambre de la primavera se volvían salvajes. Pero el rastro del otro era sencillo y ni siquiera se cruzaba con el olor de un animal. Se mantenía apartado del sendero que llevaba a la saliente y prefería los fondos de las hondonadas a las rocas empinadas del costado. El otro había pasado por aquí y allá y se había detenido durante un tiempo inexplicable con los pies vueltos hacia atrás. En una ocasión, donde el camino era más suave y empinado, el otro había dado hacia atrás más pasos que los dedos de una mano. Luego se había vuelto otra vez corriendo barranca arriba, y los pies levantaron tierra, o más bien la desplazaron al posarse en el terreno. Deteniéndose de nuevo, trepó por la ladera de la barranca y se quedó un rato en el borde. En la cabeza de Lok se formó una imagen del hombre, no mediante una deducción razonada, sino porque en cada lugar el olor le decía: ¡haz esto! Así como el olor de gato despertaba en él un sigilo y un refunfuño gatunos, así como la gente había imitado a Mal viendo cómo se tambaleaba en la ladera, así también ahora el olor convirtió a Lok en la criatura que había pasado por allí. Comenzaba a conocer al otro sin comprender cómo lo conocía. Lok, el otro, se sentó en cuclillas en el borde del risco y se quedó mirando por encima de las rocas de la montaña. Luego se lanzó hacia adelante y corrió con las piernas y la espalda inclinadas. Se paró a la sombra de una roca, refunfuñando y a la expectativa. Avanzó con cautela, se puso a gatas y se arrastró lentamente mirando la hondonada del río.
Veía abajo la terraza, pero la roca no le dejaba ver a la gente. Sin embargo, debajo de la roca brillaba un semicírculo de luz rojiza que iba disminuyendo hacia afuera hasta confundirse con la luz de la luna. El viento arrastraba un poco de humo a través del barranco. Lok, el otro, descendió de retallo en retallo. A medida que se acercaba a la saliente marchaba cada vez más despacio y apretaba el cuerpo contra la roca. Se abrió camino, se inclinó hacia el borde y miró abajo. Una lengua de llama que se elevaba del fuego lo deslumbró de pronto; volvía a ser Lok, estaba en la vivienda con la gente, y el otro había desaparecido. Lok se quedó donde estaba, mirando estúpidamente la tierra, las piedras y la terraza tranquila y cómoda. Fa hablaba debajo. Decía palabras extrañas que nada significaban para Lok. Fa apareció cargando un bulto y se alejó trotando por la terraza hacia la borrosa sugestión de un camino que llevaba hacia las mujeres de hielo. La anciana salió, miró a Fa y volvió a ocultarse bajo la roca. Lok oyó que raspaban unas maderas, y una lluvia de chispas ascendió flotando y le pasó por la cara, y la luz del fuego se extendió aún más en la terraza y comenzó a bailar.
Lok se echó hacia atrás y se levantó lentamente. Tenía la cabeza vacía y sin imágenes. A lo largo de la terraza Fa había dejado la roca y la tierra llana y comenzaba a subir. La anciana apareció otra vez, corrió al río y trajo agua en las dos manos. Estaba tan cerca que Lok podía ver las gotas que le caían de entre los dedos y los fuegos gemelos reflejados en los ojos. La anciana se metió bajo la roca y Lok comprendió que no lo había visto, y se asustó. La anciana sabía mucho, pero no lo había visto. Lok ya no era de la gente. Como si aquella comunión con el otro lo hubiera cambiado, era distinto y no podían verlo. No tenía palabras para estos pensamientos, pero sentía esa diferencia y esa invisibilidad como un viento frío que le soplaba sobre la piel. El otro tiraba de las cuerdas que lo unían a Fa, Mal y Liku y el resto de la gente. Las cuerdas no eran el ornamento de la vida sino su esencia. Si se rompían, el hombre moría inevitablemente. De pronto sintió necesidad de que los ojos de alguien se encontrasen con los suyos y lo reconocieran. Se volvió para correr a lo largo de los retallos y dejarse caer en la saliente, pero allí estaba de nuevo el olor del otro. Ya no era parte de Lok, y lo atraía como algo fuerte y raro. Siguió el olor a lo largo de los retallos, sobre la terraza, y llegó así a la orilla del agua. Arriba quedaba el camino que llevaba a las mujeres de hielo.
Las rocas diseminadas de la isla dividían allí la corriente en una extensión de no muchos hombres. El olor bajaba hasta el agua y Lok descendió detrás. Se quedó temblando ligeramente ante la soledad del agua y mirando la roca más próxima. Vislumbró la imagen del salto que había dado el otro para pasar a la primera piedra; y luego, de salto en salto sobre el agua mortífera; vio cómo había llegado a la isla oscura. La luz de la luna caía sobre las rocas y las iluminaba. Mientras, una de las rocas más lejanas cambió de forma. En un lado se alargó una pequeña protuberancia, y se desvaneció rápidamente. La cima de la roca se hinchó, la protuberancia se adelgazó en la base, volvió a alargarse, fue dos veces más pequeña y desapareció.
Lok no se movió y dejó que unas imágenes sucesivas le acudieran a la cabeza. Una de ellas era la imagen de un oso cavernario que había aparecido detrás de una roca y que había oído bramar como el mar. Lok no sabía mucho más acerca del oso, porque después de oír aquellos rugidos la gente había corrido la mayor parte de un día. Esta forma negra y cambiante tenía algo del movimiento lento del oso. Lok trató de ver si la forma cambiaba de nuevo. En la isla había un abedul que sobrepasaba en altura a todos los demás árboles y en aquel momento se destacaba contra el cielo bañado por la luz de la luna. Era muy grueso en la base, indebidamente grueso, y mientras Lok observaba, imposiblemente grueso. La gota de oscuridad parecía coagularse alrededor del tronco como una gota de sangre en un palo. Se alargaba, se engrosaba otra vez y volvía a alargarse. Subía por el abedul con una lentitud perezosa, y colgaba en el aire sobre la isla y la cascada. No hacía ruido, y al final no se movió más. Lok gritó, pero la criatura era sorda o el estruendo de la cascada borraba las palabras:
—¿Dónde está Ha?
La criatura no se movió. Una ráfaga de viento irrumpió en el barranco y la copa del abedul donde estaba la forma negra se inclinó arqueándose. El pelo se le erizó en el cuerpo a Lok, y volvió a sentir algo de la inquietud que había sentido en la ladera de la montaña. Necesitaba la protección de los seres humanos, pero el recuerdo de la anciana que no lo había visto le impedía volver a la saliente. Se quedó allí, mientras el bulto descendía del árbol y desaparecía en las sombras anónimas de la isla. Luego el bulto reapareció y cambió de forma en la roca más lejana. Aterrorizado, Lok trepó por la ladera a la luz de la luna. Antes de tener una imagen clara en la cabeza subía ya por el sendero borroso que Fa había recorrido. Cuando estuvo sobre el agua a la altura de un árbol, se detuvo y miró hacia abajo. La criatura saltaba en ese momento de roca en roca. Lok se estremeció y siguió subiendo.
La ladera se inclinaba hacia atrás; se extendía verticalmente y en algunos lugares parecía un acantilado. Lok llegó a un manantial en el risco. El agua salía de una hendidura, se deslizaba por la pendiente e iba a parar al barranco. Estaba muy fría y Lok sintió que una gota le mordía la cara. Olía a Fa y a la carne en la roca. Se metió en la hendidura, que ascendía verticalmente con una lonja de cielo en lo alto. La roca húmeda y resbaladiza trataba de sacárselo de encima. El olor de Fa lo llevó adelante. Cuando llegó al sitio donde estaba el cielo descubrió que la hendedura se convertía en un barranco ancho que parecía llevar directamente a la montaña. Miró hacia abajo y el río era estrecho en la hondonada y todo había cambiado de forma. Deseaba a Fa más que nunca y se metió en el barranco. Detrás de él y al otro lado del barranco las montañas eran brillantes cuernos de hielo. Oyó a Fa, cerca, y le gritó. Fa descendía rápidamente por el barranco, saltando sobre las piedras que golpeaba el agua. Los cantos rodados resonaban bajo los pies de Fa y el ruido rebotaba en los riscos como si todo un grupo de gente pasase por allí. Luego Fa llegó a donde estaba Lok, con el rostro crispado por la ira y el miedo.
—¡Calla!
Pero Lok no le hizo caso y balbuceó:
—He visto al otro. Ha cayó al río. El otro vino y miró la saliente.
Fa lo tomó por el brazo. Tenía el bulto apretado contra el pecho.
—¡Calla! ¡Oa hará que las mujeres de hielo te oigan y se caigan!
—¡Déjame estar contigo!
—Tú eres hombre. Allí hay terror. ¡Vuelve!
—No quiero ver ni oír. Quiero estar a tu lado.
El estruendo de la cascada había disminuido hasta ser un suspiro parecido al sonido del mar distante, cuando hacía mal tiempo. Las palabras se alejaban volando como una bandada de pájaros, describiendo círculos y multiplicándose misteriosamente. En la barranca profunda cantaban los riscos. Fase tapó la boca con la mano y se quedaron así mientras los pájaros se alejaban cada vez más y no quedó otro sonido que el del agua junto a los pies y el suspiro de la cascada. Fa se volvió y comenzó a trepar por la barranca y Lok fue detrás de ella. Fa se detuvo entonces, furiosa, indicándole con un ademán que se volviera, pero cuando reanudó la marcha Lok la siguió otra vez. Fa se detuvo de nuevo y corrió de un lado a otro entre los riscos pidiéndole a Lok que guardara silencio y mostrándole los dientes, pero él no quería dejarla. El camino de vuelta llevaba al otro Lok que había estado indeciblemente solo. Por fin Fa renunció y ya no hizo caso de Lok. Siguió subiendo trabajosamente barranca arriba y Lok trepó detrás sintiendo que los dientes le rechinaban de frío.
Pues allí por fin no había agua junto a los pies. Había, en cambio, troncos de hielo congelado adheridos sólidamente al risco y en el lado de cada piedra donde no daba el sol había un banco de nieve. Lok sentía otra vez las calamidades del invierno y el terror de las mujeres de hielo, y seguía a Fa de cerca como si ella fuese un fuego caliente. El cielo era una faja estrecha, un cielo glacial, todo punteado de estrellas y salpicado con trazos de nubes que atrapaban la luz de la luna. Ahora Lok podía ver que el hielo se apegaba a las laderas del barranco como la hiedra, ancho abajo y dividiéndose más arriba en un millar de ramas y zarcillos, y las hojas eran de un blanco brillante. Había hielo en el suelo y los pies se quemaban y luego se entumecían. Lok utilizaba entonces las manos, que se le entumecían como los pies. Las nalgas de Fa se meneaban delante, y él las seguía. El barranco se ensanchaba y el cielo derramaba allí más luz. De pronto tropezaron con una pared de roca escarpada. Abajo, a la izquierda, había una línea más oscura. Fa se deslizó hacia esa línea y desapareció. Lok la siguió. Se encontró en una entrada tan estrecha que podía tocar los dos lados con los codos. Se metió entre las rocas.
La luz lo golpeó. Se agachó y se cubrió los ojos con ambas manos. Parpadeando miró hacia abajo y vio piedras que destellaban, masas de hielo y sombras de un azul intenso. Podía ver los pies de Fa delante de él, blanqueados y centellantes; y la sombra de Fa, que cambiaba de forma en el hielo y las piedras. Miró más arriba al nivel de los ojos y vio que las nubes de respiración colgaban alrededor como las nubes de espuma de la cascada. Se quedó donde estaba y Fa se oscureció envuelta en su propia respiración.
El lugar era grande y abierto, rodeado de rocas, y en todas partes las plantas de hiedra del hielo ascendían y se extendían hasta muy arriba. Cuando se encontraban con el suelo del santuario se hinchaban como los troncos de los robles viejos. Las ramas altas desaparecían en cavernas de hielo. Lok retrocedió y miró a Fa, que había subido hacia el otro extremo del santuario. Fa se sentó en las piedras y alzó el bulto de carne. No se oía sonido alguno, ni siquiera el ruido de la cascada.
Fa comenzó a hablar en una voz que era apenas más que un susurro. Al principio, Lok podía oír palabras aisladas, «Oa» y «Mal». Pero las palabras golpeaban las paredes y rebotaban. «Oa» decían la pared y la hiedra, y la pared detrás de Lok repetía «Oa Oa Oa». Luego ya no se oyeron palabras separadas sino un canto: «O» y «A» al mismo tiempo. El sonido se elevaba como el agua en un charco dejado por la marea, se alisaba como el agua, se convertía en una «A» retumbante y ahogaba a Lok. «Enfermo; enfermo», decía la pared en el extremo del santuario; «Mal» decían las rocas detrás, y el aire cantaba con la interminable y creciente marea de «Oa». A Lok se le erizó el pelo en la piel. Movió la boca como para decir «Oa». Miró hacia arriba y vio a las mujeres de hielo. Las cavernas adonde iban a parar las ramas de hiedra eran los lomos. Los muslos y vientres sobresalían del risco, arriba. Pendían de tal modo que el cielo era más pequeño que el suelo del santuario. Uniendo los cuerpos se inclinaban hacia afuera como arcos, y las cabezas puntiagudas brillaban a la luz de la luna. Lok veía que los lomos eran cavernas azules y terribles. Estaban separadas de la roca, y la hiedra era un agua que se escurría entre la roca y el hielo. El charco de sonido se había elevado hasta las rodillas de Lok.
—Aaaa —cantaba el risco—. Aaaa…
Lok se había tendido con la cara contra el hielo. Aunque la escarcha le titilaba en el pelo, el sudor le corría por la piel. Le parecía que el barranco se movía hacia un lado. Fa le sacudió el brazo.
—¡Vamos!
Lok tenía en el estómago una sensación nauseabunda, como si hubiese comido hierbas. Sólo veía unas luces verdes que se movían con una persistencia implacable en un vacío de oscuridad. El sonido del santuario se le había metido en la cabeza y vivía allí como el sonido del mar en un caracol. Los labios de Fa se movieron en la oreja de Lok:
—Antes que ellas te vean.
Lok recordó a las mujeres de hielo. Clavó los ojos en el suelo para no ver la luz terrible y salió gateando. Arrastraba el cuerpo como si fuese una cosa muerta. Siguió a Fa y pasaron por la hendedura en la pared y salieron al barranco y luego cruzaron otra hendedura. Lok se adelantó a Fa y echó a correr pendiente abajo. Cayó y rodó, se incorporó, y saltó torpemente entre la nieve y las piedras. Por fin se detuvo, débil y agitado y sollozando como Nil. Fa llegó adonde estaba Lok y lo rodeó con el brazo, y Lok se inclinó para mirar el agua que corría como un hilo por la hondonada. Fa le dijo suavemente al oído:
—Oa es demasiado para un hombre.
Lok se volvió y puso la cabeza entre los pechos de Fa.
—Yo tenía miedo.
Durante un rato guardaron silencio. Pero sentían frío y se estremecían.
Menos asustados, pero todavía temblando de frío, descendieron por la ladera empinada. El sonido de la cascada subió hacia ellos. Lok tuvo entonces imágenes de la saliente, y le explicó a Fa:
—El otro está en la isla. Es un gran saltador. Estaba en la montaña. Fue a la saliente y miró abajo.
—¿Dónde está Ha?
—Cayó al agua.
Fa dejó atrás una nube de aliento y Lok oyó la voz que salía de esa nube:
—Ningún hombre cae al agua. Ha está en la isla.
Durante un rato Fa guardó silencio. Lok trataba de imaginar a Ha saltando por la brecha a través de la roca. No podía ver esa imagen. Fa habló de nuevo:
—El otro tiene que ser una mujer.
—Huele a hombre.
—Entonces tiene que haber otra mujer. ¿Puede un hombre salir del vientre de un hombre? Quizás hubo una mujer y luego una mujer y luego una mujer. Ella sola.
Lok pensó. Mientras había una mujer había vida. Pero ¿para qué servía un hombre sino para oler cosas y tener imágenes? Confirmado en su humildad, no quería decir a Fa que había visto al otro o que había visto a la anciana descubriendo que él, Lok, era invisible. Poco después hasta las mismas imágenes y la intención de hablar le desaparecieron de la cabeza, pues habían llegado a la parte vertical del camino. Descendieron gateando en silencio, acompañados por el estruendo del agua. Sólo cuando estuvieron en la terraza y trotaron hacia la saliente, recordó Lok que había salido en busca de Ha y volvía sin él. Como si el terror del santuario los persiguiera, los dos corrieron hacia el refugio.
Pero Mal no era el hombre nuevo que ellos esperaban encontrar. Estaba desfallecido y respiraba tan débilmente que el pecho apenas se le movía. Vieron que tenía la cara verde, y que le brillaba con el sudor. La anciana había mantenido encendido el fuego, y Liku se había apartado. Comía más hígado, lenta y gravemente, y miraba a Mal. Las dos mujeres estaban en cuclillas, una a cada lado. Nil se inclinaba hacia Mal y le secaba el sudor de la frente con los cabellos. Las noticias de Lok sobre el otro parecían estar demás allí. Cuando las oyó, Nil levantó la vista, no vio a Ha y volvió a inclinarse para secar la frente del anciano. La anciana le dio una palmadita en el hombro y dijo:
—Ponte bien y fuerte, anciano. Fa ha llevado una ofrenda a Oa en tu nombre.
Lok recordó entonces su terror bajo las mujeres de hielo. Abrió la boca, pero Fa había tenido la misma imagen y le cerró la boca con la mano. La anciana no lo notó y sacó otro bocado de la bolsa humeante.
—Siéntate y come —le dijo a Mal.
Lok le habló:
—Ha se ha ido. Hay otra persona en el mundo.
Nil se levantó y Lok sabía que iba a llorar, pero la anciana habló como Fa.
—¡Calla!
Nil y Fa levantaron a Mal cuidadosamente hasta sentarlo, apoyado en los brazos y con la cabeza colgando sobre el pecho de Fa. La anciana le acercó un bocado, pero los labios de Mal lo rechazaron.
—No me abran la cabeza y los huesos. Sólo encontrarían debilidad.
Lok miró a las mujeres con la boca abierta. Le salió una risa involuntaria. Luego le dijo a Mal:
—Pero hay otro. Y Ha se ha ido.
La anciana alzó los ojos y le ordenó:
—Trae agua.
Lok corrió al río y volvió con las manos llenas de agua. La vertió lentamente en la cara de Mal. El nuevo apareció bostezando en el hombro de Nil, y se puso a mamar. Los otros vieron que Mal trataba de hablar.
—Ponedme en la tierra caliente junto al fuego.
En el estruendo de la cascada hubo un largo silencio. Hasta Liku dejó de comer y se quedó mirando. Las mujeres no se movieron y observaron largamente el rostro de Mal. El silencio colmó a Loky se convirtió en agua que le asomó de pronto a los ojos. Luego Fa y la anciana tendieron a Mal suavemente de costado. Le apoyaron los huesos delgados de las rodillas contra el pecho, le levantaron la cabeza de la tierra y pusieron las dos manos debajo. Mal estaba muy cerca del fuego y miraba las llamas. La anciana tomó una astilla de madera y trazó una línea en la tierra alrededor del cuerpo de Mal. Luego lo llevaron a un lado con el mismo silencio solemne.
La anciana eligió una piedra lisa y se la dio a Lok.
—¡Cava!
La luna pasaba por el lado del poniente de la barranca, pero la luz era apenas perceptible en la tierra, a causa del resplandor rojizo del fuego. Liku volvió a comer. Se deslizó a hurtadillas detrás de los mayores y fue a sentarse junto a la roca en el fondo de la saliente. La tierra era dura, y Lok tenía que apoyar todo su peso en la piedra. La anciana le dio una afilada astilla de hueso sacada de la carne del ciervo y Lok descubrió que podía romper fácilmente la superficie. Debajo la tierra era más blanda. La capa superior era como esquisto, pero debajo se desmenuzaba en las manos y podía sacarse con la piedra. Siguió trabajando mientras la luna cruzaba el cielo. En la cabeza de Lok apareció la imagen de un Mal más joven y más fuerte que cavaba también pero en el otro lado del fogón. La arcilla del fogón formaba un círculo combado en un lado del agujero irregular que Lok estaba cavando. Pronto llegó a otro fogón debajo de aquél y luego a otro. Allí había un pequeño risco de arcilla quemada. Cada fogón parecía más pequeño que el de encima, hasta que a medida que el hoyo se profundizaba las capas eran de piedra dura y no mucho más gruesas que una corteza de abedul. El nuevo terminó de mamar, bostezó y se deslizó hasta la tierra, tomó la pierna de Mal, se levantó, se inclinó hacia adelante y se quedó mirando el fuego sin parpadear. Luego se dejó caer, gateó alrededor de Mal e investigó el hoyo. Se balanceó allí, y trepó maullando por la tierra blanda que había sacado Lok. Después volvió a donde estaba Nil y se le agazapó en el regazo.
Lok se sentó, jadeando. El sudor le corría por el cuerpo. La anciana le tocó el brazo y le dijo:
—¡Cava! ¡Sólo queda Lok!
Lok volvió de mala gana al hoyo. Sacó de la tierra un hueso antiguo y lo arrojó lejos, a la luz de la luna. Tropezó con una piedra y cayó hacia adelante.
—No puedo.
Aunque para las mujeres aquello era algo nuevo, tomaron piedras y se pusieron a cavar. Liku las miraba y se volvía hacia el agujero cada vez más profundo y oscuro sin decir nada. Mal temblaba ahora. La columna de fogones de arcilla era más y más estrecha. Tenía las raíces muy abajo, en una olvidada profundidad de la saliente. Cada vez que aparecía una capa nueva, era más fácil trabajar. Al fin casi no podían mantener rectos los lados. Encontraron unos huesos secos y sin olor, unos huesos divorciados de la vida desde hacía tanto tiempo que ya no tenían significado, y los arrojaron a un lado; eran huesos de piernas y costillas, y de una cabeza aplastada y abierta. También encontraron piedras, algunas con bordes afilados que podían cortar, o con puntas que podían taladrar, y las utilizaron en algún momento, pero no las conservaron. La tierra excavada formaba una pirámide junto al hoyo, y pequeños aludes de granos morenos caían mientras sacaban la tierra nueva a puñados. Sobre la pirámide había huesos diseminados. Liku jugaba con las partes de la cabeza. Lok recuperó las fuerzas y se puso también a excavar, y el hoyo creció más rápidamente. La anciana atizó otra vez el fuego, y la mañana era gris más allá de las llamas.
Por fin quedó terminado el hoyo. Las mujeres derramaron más agua en la cara de Mal. Era todo piel y huesos. Tenía la boca abierta como queriendo morder el aire que no podía aspirar. Los otros se arrodillaron alrededor. La anciana los miró a todos.
—Cuando Mal era fuerte encontró mucha comida.
Liku se sentó junto a la roca en el fondo de la saliente, con la pequeña Oa en el pecho. El nuevo dormía bajo el cabello de Nil. Los dedos de Mal se movían en el aire y abría y cerraba la boca. Fa y la anciana alzaron la parte superior del cuerpo y le sostuvieron la cabeza. La anciana le dijo al oído:
—Oa está caliente. Duerme.
Mal se sacudió espasmódicamente. La cabeza le rodó a un costado hasta el pecho de la anciana y se quedó allí.
Nil comenzó a gemir. El sonido llenó la saliente y se alejó resonando por el agua hacia la isla. La anciana puso a Mal de costado y le colocó las rodillas contra el pecho. Junto con Fa lo levantó y lo metió en el hoyo. Le puso las manos bajo la cara y le bajó los miembros. Luego se incorporó y mostró a los otros un rostro inexpresivo. Fue al nicho de la roca y eligió un trozo de carne. Se arrodilló y lo puso en el hoyo junto a la cara de Mal.
—Come, Mal, cuando tengas hambre.
Miró a los otros ordenándoles que la siguieran. Bajaron al río, dejando a Liku con la pequeña Oa.
La anciana tomó agua en las manos y los otros la imitaron. Volvió y derramó el agua en la cara de Mal.
—Bebe cuando tengas sed.
Uno por uno los otros derramaron el agua en la cara gris y muerta, repitiendo las palabras. Lok fue el último, y mientras caía el agua sintió una gran ternura por Mal. Fue al río y trajo una segunda ofrenda.
—Bebe, Mal, cuando tengas sed.
La anciana tomó puñados de tierra y los echó sobre la cabeza de Mal. Liku se acercó la última, con timidez, e hizo lo que le ordenaban los ojos de la anciana. Luego volvió a la roca. A una señal de la anciana, Lok arrojó la pirámide de tierra en el hoyo. La tierra cayó silbando suavemente y Mal desapareció en seguida. Lok apretó la tierra con las manos y los pies. La anciana observaba, inexpresiva. La tierra llenó el hoyo, elevándose silenciosamente en un túmulo. Lok se acercó y pisoteó el túmulo, una y otra vez.
La anciana se sentó en cuclillas junto a la tierra recién pisoteada y esperó a que todos la miraran.
Luego dijo:
—Oa se metió a Mal en el vientre.