La chiquilla subió en el ascensor hasta el decimosexto piso del rascacielos. Varios de los hombres y mujeres que subieron con ella la miraban con curiosidad: sólo una niñita vestida con una blusa verde y vaqueros, que sostenía una bolsa arrugada de papel en una mano y una naranja Sunkist en la otra. Pero eran neoyorkinos, y la esencia del carácter neoyorquino consiste en dejar que cada cual se ocupe de sus asuntos, mientras uno se ocupa de los propios.
La niña salió del ascensor, leyó los carteles indicadores y giró a la izquierda. Una puerta de cristal de dos hojas comunicaba con una hermosa recepción situada en el final del pasillo. Debajo de las dos palabras que había pronunciado el bibliotecario figuraba este lema: «Todas Las Noticias Que Cuadran.»
Charlie se detuvo un momento afuera.
—Lo estoy haciendo, papá —susurró—. Oh, y ojalá lo haga bien.
Charlie abrió una de las hojas de la puerta de cristal y entró en las oficinas de la revista Rolling Stone, adonde le había enviado el bibliotecario.
La recepcionista era una joven de ojos grises y claros. Miró a Charlie durante varios segundos, en silencio, estudiando la bolsa de compras arrugada, la naranja, la fragilidad de la misma niña: era tan delgada que casi se la podía calificar de escuálida, pero alta para su edad, y su rostro irradiaba una especie de fulgor sereno, apacible. Será bella, pensó la recepcionista.
—¿Qué puedo hacer por ti, hermanita? —preguntó la recepcionista, y sonrió.
—Necesito ver a alguien que escriba para su revista —respondió Charlie. Hablaba en voz baja, pero clara y enérgicamente—. Quiero contar una historia. Y quiero mostrar algo.
—¿Tal como cuentas y muestras en la escuela, eh? —comentó la recepcionista.
Charlie sonrió. Ésa fue la sonrisa que había deslumbrado al bibliotecario.
—Sí —dijo—. Hace mucho tiempo que espero.