En ese momento circundaron el establo y se detuvieron, sin saber muy bien qué hacer a continuación.
—La chica —dijo Jules—. La quitamos de en medio…
—¡No! —aulló Charlie desde adentro, como si hubiera oído lo que planeaba Jules—. ¡Papá! ¡Papá!
Entonces se oyó otra detonación, esta vez mucho más potente, y hubo un fogonazo súbito y atroz que les obligó a protegerse los ojos. Una oleada de calor se derramó por las puertas abiertas del establo, y los hombres apostados frente a ellas trataron de apartarse.
A continuación brotó el humo, el humo y el rojo resplandor del fuego.
Dentro de ese infierno infantil, los caballos empezaron a relinchar como si ulularan.