Orv Jamieson estaba debajo del altavoz, en la sala de juegos del tercer piso de la mansión septentrional, con la Turbina en la mano. Cuando oyó el mensaje de Jules, se sentó bruscamente y la enfundó.
—Ah, no —murmuró para sus adentros, mientras los otros tres agentes que jugaban al billar con él salían disparados—. Ah, no, yo no, no cuenten conmigo. —Los otros podían correr como sabuesos sobre una pista fresca, si querían. No habían estado en la granja de Manders. No habían visto a esa mocosa singular en acción.
Lo que OJ más deseaba en ese momento era encontrar un hoyo profundo y meterse en él.