A las diez menos cuarto, John Rainbird se deslizó en la pequeña sala de control vecina al apartamento de Charlie. Louis Tranter, un hombre desmesuradamente gordo, cuyas nalgas casi se desbordaban de la silla donde estaba sentado, vigilaba las pantallas. El termómetro digital marcaba una temperatura estable de diecinueve grados. Cuando se abrió la puerta miró por encima del hombro y sus facciones se tensaron ante la presencia de Rainbird.
—Me dijeron que habías salido de la ciudad —comentó.
—Cancelaron el viaje —respondió Rainbird—. Y tú no me has visto esta mañana, Louis.
Louis lo miró con expresión de incertidumbre.
—No me has visto —repitió Rainbird—. Después de las cinco de la tarde me importará un bledo. Pero hasta entonces, no me has visto. Y si me llegara a enterar de que sí me has visto, te buscaré y me serviré unas rebanadas de sebo. ¿Entiendes?
Louis Tranter palideció visiblemente. La pasta que había estado comiendo se desprendió de su mano y cayó sobre el panel de acero en declive que albergaba los monitores de televisión y los controles de la toma de sonido de los micrófonos. Rodó por el declive y cayó al suelo sin que nadie se cuidara de ella, dejando un reguero de migas. Súbitamente había perdido el apetito. Había oído decir que ese tipo estaba loco, y ahora comprobaba que lo que había oído era absolutamente cierto.
—Entiendo —susurró, frente a esa sonrisa macabra y la mirada refulgente del ojo solitario.
—Bien —asintió Rainbird, y avanzó hacia él.
Louis se encogió, apartándose, pero Rainbird se desentendió de él, por el momento, y escudriñó uno de los monitores. Ahí estaba Charlie, bonita como una estampa con su vestido azul. Con sensibilidad de enamorado, Rainbird advirtió que ese día no se había trenzado el cabello: caía suelto y sutil y seductor sobre su cuello y sus hombros. No hacía nada, excepto permanecer sentada en el sofá. No leía. No veía la televisión. Parecía una mujer mientras espera un autobús.
Charlie —pensó Rainbird, admirado—, te amo. Te amo realmente.
—¿Qué programa tiene preparado para hoy? —preguntó Rainbird.
—Poca cosa —contestó Louis ansiosamente. En verdad, casi balbuceaba—. Sólo saldrá a la una menos cuarto, para cepillar a su caballo favorito. Mañana le extraeremos otra prueba.
—¿Mañana, eh?
—Sí. —A Louis le importaban un bledo las pruebas, en un sentido o en otro, pero supuso que la noticia complacería a Rainbird y que quizás éste se iría.
Pareció satisfecho. Volvió a sonreír.
—¿Irá al establo a la una menos cuarto, eh?
—Sí.
—¿Quién la acompañará? Puesto que yo estoy volando rumbo a San Diego.
Louis emitió una risita atiplada, casi femenina, para demostrar que no le había pasado inadvertida esa prueba de ingenio.
—Tu camarada. Don Jules.
—No es mi camarada.
—No, claro que no —se apresuró a asentir Louis—. Don, pensó… pensó que la orden era un poco rara, pero como la dio directamente Cap…
—¿Rara? ¿Qué tenía de raro?
—Bueno, consistía en sacarla de aquí y dejarla en el establo. Cap dijo que los mozos de la cuadra la vigilarían. Pero ellos no saben nada. Don pareció pensar que sería muy impr…
—Sí, pero no le pagan para que piense. ¿No es cierto, gordinflón? —Le dio una palmada en el hombro a Louis, con fuerza. Restalló como un trueno de poca magnitud.
—Claro que no —contestó Louis astutamente. Ahora sudaba. —Te veré más tarde —anunció Rainbird, y se encaminó nuevamente hacia la puerta.
—¿Te vas? —preguntó Louis, sin poder ocultar su alegría. Rainbird se detuvo con la mano sobre el picaporte y miró hacia atrás.
—¿Qué dices? —inquirió—. Si nunca he estado aquí.
—No, claro, nunca —asintió Louis apresuradamente. Rainbird hizo un ademán de asentimiento y se deslizó afuera.
Cerró la puerta a sus espaldas. Louis miró durante varios segundos la puerta cerrada y después soltó un fuerte y tempestuoso suspiro de alivio. Tenía las axilas húmedas y la camisa blanca se le había adherido a la espalda. Poco después levantó su pasta caída, la frotó para quitarle el polvo y empezó a comerla nuevamente. La chica continuaba plácidamente sentada, sin hacer nada. Louis Tranter no entendía cómo Rainbird —nada menos que Rainbird— podía haberle cobrado estima.