3

Rainbird no durmió esa noche. Volvió de Washington alrededor de las cinco y media de la mañana, aparcó su Cadillac en el garaje, y se sentó a la mesa de la cocina para beber una taza de café tras otra. Esperaba una llamada telefónica de la base de Andrews, y mientras dicha llamada no llegara no podría descansar tranquilo. Aún era teóricamente posible que Cap hubiera descubierto lo que él había hecho con la computadora. McGee le había revuelto los sesos, pero de cualquier forma no era aconsejable subestimar a Cap Hollister.

El teléfono sonó aproximadamente a las seis y cuarenta y cinco. Rainbird depositó la taza de café sobre la mesa, se levantó, fue hasta la sala y lo atendió.

—Aquí Rainbird.

—¿Rainbird? Habla Dick Folsom, de Andrews. El asistente del mayor Puckeridge.

—Me ha despertado, hombre —dijo Rainbird—. Ojalá se contagie unas ladillas grandes como cajones de naranjas. Es una vieja maldición india.

—Su misión ha sido cancelada —anunció Folsom—. Supongo que lo sabía.

—Sí, Cap me telefoneó personalmente anoche.

—Lo siento. Pero éste es el procedimiento de rutina.

—Bueno, ya ha cumplido con el procedimiento de rutina. ¿Ahora puedo seguir durmiendo?

—Si. Lo envidio.

Rainbird soltó la risita obligada y colgó. Volvió a la cocina, recogió la taza de café, se acercó a la ventana, miró hacia afuera y no vio nada.

Por su mente flotaba como en sueños la Plegaria por los Muertos.