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Rainbird consagró esa noche ventosa del lunes a recoger información. Información inquietante. Primero fue a conversar con Neary, el hombre que había estado vigilando las pantallas monitoras cuando Cap había visitado a Charlie, la tarde anterior.

—Quiero ver las cintas de video —dijo Rainbird.

Neary no discutió. Instaló a Rainbird en un cuartito situado en el fondo del pasillo, con las cintas de video del domingo y una consola Sony en la que no faltaban los dispositivos de aproximación de imágenes y la movióla. Neary se alegró de poder librarse de él y sólo deseó que Rainbird no volviera con alguna otra petición. Ya tenía bastante con la chica. Rainbird, con su propio aire reptil, era curiosamente peor.

Las cintas tenían tres horas de duración, y estaban marcadas de 0000 a 0030, y así sucesivamente. Rainbird encontró la que incluía a Cap y la pasó cuatro veces, sin moverse como no fuera para rebobinar en el punto donde Cap decía: «Bueno, ahora debo irme. Pero nos veremos, Charlie. Y no te preocupes.»

En la cinta había elementos que preocuparon a Rainbird.

No le gustaba el aspecto de Cap. Este parecía haber envejecido. A veces, mientras hablaba con Charlie, parecía perder el hilo de la conversación, como si estuviera al borde de la senilidad. Sus ojos tenían una expresión vaga, aturdida, tétricamente parecida a la que Rainbird asociaba con el comienzo de la fatiga de combate, que un camarada de armas había apodado acertadamente, en una oportunidad, Los Reventones y Barquinazos del Seso.

Creo que podré organizarlo para… para el miércoles. Sí, para el miércoles, sin lugar a dudas.

¿Por qué había dicho eso, en nombre de Dios?

El hecho de implantar semejante expectativa en la cabeza de la chica era, a juicio de Rainbird, la mejor manera de torpedear la continuación de las pruebas. Parecía obvio que Cap estaba montando su propio tinglado, e intrigaba ateniéndose a la mejor tradición de la Tienda.

Pero Rainbird no creía que ésta fuera la explicación. Cap no se comportaba como un intrigante, sino como un hombre muy jodido. Ese comentario acerca de la forma en que el padre de Charlie jugaba al golf, por ejemplo. Había sido absurdo. No guardaba relación con nada de lo que habían dicho antes ni con nada de lo que dirían después. Rainbird contempló por un momento la posibilidad de que se, tratara de una contraseña, pero esta hipótesis era absolutamente ridícula. Cap sabía que todo lo que sucedía en los aposentos de Charlie era controlado, filmado y grabado, y estaba sujeto a una revisión casi constante. Era capaz de disfrazar mejor una contraseña. Un comentario sobre el golf. Quedaba flotando ahí en el aire, desprovisto de sentido y desconcertante. Y por fin subsistía el último detalle.

Rainbird repasó una y otra vez este tramo. Cap hace una pausa. Oh, casi lo olvidé. Y después le entrega algo que ella mira con curiosidad y guarda en el bolsillo de su batín.

Con los dedos de Rainbird sobre los botones de la consola Sony, Cap repitió Oh, casi lo olvidé media docena de veces. Luego proyectó otra media docena de veces el tramo que le correspondía a Charlie. Al principio pensó que se trataba de una barra de goma de mascar, y después utilizó la movióla y los dispositivos de aproximación. Esto lo convenció de que era muy probable que se tratase de una nota.

Cap, ¿qué mierda se propone?