Charlie recordaba poco de aquella noche. Recordaba que había tenido calor, que se había levantado, que se había librado del calor. Recordaba el sueño, pero sólo vagamente… una sensación de libertad
(delante estaba la luz, el final del bosque, el terreno despejado donde ella y Nigromante cabalgarían eternamente)
mezclada con una sensación de miedo y otra de pérdida. Había sido siempre su cara, la cara de John. Y quizá ella lo había sabido. Quizá lo había sabido
(el bosque arde no hagáis daño a los caballos oh por favor no hagáis daño a los caballos)
siempre.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, su miedo, su confusión y su desconsuelo habían iniciado la transformación quizá inevitable en una gema dura y brillante de cólera.
Será mejor que el miércoles esté lejos —pensó—. Será mejor. Si es cierto que hizo eso, será mejor que el miércoles no se acerque a nosotros