¿John?
¿John al frente de los hombres que les habían disparado dardos letárgicos a ella y a su padre?
¿John?
Charlie sacudió la cabeza de un lado a otro. Su sentimiento interior de desconsuelo, su aflicción, parecían desmesurados, incontenibles. Ese cruel dilema no tenía solución. Si creía a su padre, debería admitir que John la había estado engatusando desde el principio para inducirla a colaborar en las pruebas. Si seguía confiando en John, la nota que había estrujado y arrojado al inodoro era un embuste al que le habían estampado la firma de su padre. De una u otra manera, el dolor, el precio, era descomunal. ¿Esto era lo que implicaba ser adulto? ¿Afrontar ese dolor? ¿Con ese precio? Si era así, deseaba morir joven.
Recordó que aquella primera vez había apartado la vista de Nigromante y se había encontrado con la sonrisa de John… una sonrisa en la que había un elemento desagradable. Recordó que nunca había captado ninguna sensación auténtica irradiada por él, como si estuviera cerrado, o… o…
Intentó apartar la idea
(o muerto por dentro)
pero la idea no se dejó apartar.
Pero John no era así. No era. Su terror durante el apagón. Su historia acerca de lo que le habían hecho aquellos Vietcongs. ¿Podía ser mentira? ¿Podía ser mentira, cuando su cara destrozada confirmaba la versión?
Su cabeza se sacudía hacia atrás y adelante sobre la almohada, hacia atrás y adelante, hacia atrás y adelante, en un ademán interminable de negación. No quería pensar en eso, no quería, no quería.
Pero no podía evitarlo.
Y si…, ¿y si el apagón había sido premeditado? Y si había sido casual… ¿y él lo había aprovechado?
(¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO!)
Y sin embargo ahora ya no controlaba conscientemente sus pensamientos, y éstos giraban alrededor del enloquecedor y pavoroso matorral de zarzas con una especie de inexorable y fría obstinación. Era una chica espabilada, y abordó esa secuencia lógica minuciosamente, recitando una cuenta del rosario por vez, como un atormentado penitente ha de recitar las atroces cuentas de la confesión y la entrega totales.
Recordó un episodio de la serie de Starsky y Hutch que había visto una vez por televisión. Introducían al polizonte en la misma celda donde estaba encerrado el forajido que conocía todos los detalles de un robo. Al polizonte que se hacía pasar por delincuente lo llamaban «infiltrado».
¿John Rainbird era un infiltrado?
Su padre decía que lo era. ¿Y por qué habría de mentirle su padre?
¿En quién creer? ¿En John o en papá? ¿En papá o en John?
No, no, no, repetía su cerebro sistemática, monótona… e inútilmente. Estaba atrapada por una duda torturante que ninguna criatura de ocho años debería tener que sufrir, y cuando se durmió, volvió el sueño. Pero esta vez vio el rostro de la silueta que se erguía bloqueando la luz.