El Hermano Grande. El Hermano Grande era el problema.
Andy pasó de la sala de su apartamento a la cocina, esforzándose por caminar con lentitud, por conservar una tenue sonrisa en su rostro: los movimientos y la expresión de un hombre que está plácidamente dopado.
Hasta ese momento sólo había conseguido permanecer allí, cerca de Charlie, y averiguar que la carretera más próxima era la 301 y que el paraje circundante era casi rural. Todo eso había sucedido hacía una semana. Había transcurrido un mes desde el apagón y lo único que sabía acerca de la configuración interior del edificio continuaba siendo lo que había logrado observar durante sus paseos con Pynchot.
No quería empujar a nadie en sus aposentos, porque el Hermano Grande vigilaba y escuchaba constantemente. Y no quería volver a empujar a Pynchot porque se estaba desquiciando… Andy tenía la certeza de ello. Desde el breve paseo junto al estanque de los patos Pynchot había adelgazado. Tenía ojeras y dormía mal. A veces empezaba a hablar y después dejaba la frase en suspenso, como si hubiera perdido el hilo de los pensamientos… o como si éste se hubiese cortado.
Todo lo cual hacía mucho más precaria la situación del mismo Andy.
¿Cuánto faltaba para que los colegas de Pynchot se dieran cuenta de lo que le sucedía? Quizá pensarían que no era más que un problema de tensión nerviosa, pero, ¿y si asociaban la crisis de Pynchot con la presencia de Andy? Entonces sí que se disiparía la vaga posibilidad que le quedaba de evadirse con Charlie. Y su sensación de que Charlie corría un serio peligro era cada vez más intensa.
¿Qué haría con el Hermano Grande, en nombre de Dios?
Extrajo un zumo de uvas de la nevera, volvió a la sala y se sentó frente al televisor sin verlo. Su mente trabajaba sin parar, buscando una escapatoria. Pero cuando la escapatoria se presentó, lo tomó completamente por sorpresa (como el apagón). Hasta cierto punto fue Hermán Pynchot quien le abrió la puerta: la abrió al matarse.