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Ella arremetió con toda la fuerza posible contra la bandeja de virutas. Estas no se inflamaron sino que estallaron. Un instante después la bandeja dio dos volteretas, despidiendo fragmentos de madera ardiente, y se estrelló contra la pared con la violencia necesaria para dejar una depresión en la lámina de acero.

El técnico que había estado controlando el electroencefalógrafo lanzó un alarido de miedo y de repente se abalanzó enloquecido hacia la puerta. Al oír el grito, Charlie se sintió bruscamente retrotraída al aeropuerto de Albany. Ese era el grito de Eddie Delgardo, que corría hacia el lavabo de señoras con sus botas de militar inflamadas.

Pensó, con un súbito acceso de pánico y euforia: ¡Oh, Dios, se ha vuelto mucho más potente!

En la pared de acero había aparecido una ondulación extraña, oscura. Dentro de la habitación reinaba un calor explosivo. En el cuarto contiguo, el termómetro digital, que había pasado de veintiún grados a veintisiete, y luego se había detenido, superó rápidamente los treinta y uno para llegar a los treinta y cinco, antes de moderar su ascenso.

Charlie encauzó la ráfaga de fuego hacia la bañera. Ahora estaba casi despavorida. El agua se arremolinó y después rompió en un torbellino de burbujas. En cinco segundos, el contenido de la bañera pasó de la frescura a una ebullición furiosa, humeante.

El técnico había salido y había dejado imprudentemente abierta la puerta de la sala de pruebas. En la sala de observaciones se produjo un tumulto repentino y sobresaltado. Hockstetter vociferaba. Cap estaba boquiabierto frente a la ventana, mirando cómo hervía el agua de la bañera. Se desprendían nubes de vapor que empezaron a empañar el cristal unidireccional. Sólo Rainbird conservaba la calma y sonreía vagamente, con las manos entrelazadas detrás de la espalda. Parecía un maestro cuyo mejor alumno ha utilizado postulados difíciles para resolver un problema particularmente complejo.

(atrás)

Aullaba mentalmente.

(¡atrás! ¡atrás! ¡ATRÁS!)

Y de pronto cesó. Algo se desconectó, giró libremente durante uno dos segundos, y después sencillamente se detuvo. Su concentración se quebró y se desprendió del fuego. Charlie pudo ver de nuevo la habitación y sintió que el calor que ella había generado la hacía transpirar. En la sala de observación, el termómetro ascendió a los treinta y seis y luego bajó un grado. El caldero que bullía frenéticamente empezó a apaciguarse, pero por lo menos la mitad de su contenido se había evaporado. No obstante la puerta abierta, la atmósfera de la pequeña habitación estaba tan calurosa y húmeda como la de una sala de calderas.