Charlie miró el espejo unidireccional y lo único que vio fue su propio reflejo… pero la sensación de que la observaban otros ojos era muy intensa. Le habría gustado que John pudiera estar con ella. Así se habría sentido más tranquila. Pero no intuyó que lo tenía allí.
Miró nuevamente la bandeja de virutas.
No fue un empujón. Fue una arremetida. Pensó en hacerlo y volvió a disgustarla y asustarla la comprobación de que deseaba hacerlo. Pensaba en hacerlo tal como una persona acalorada y hambrienta, sentada frente a un batido de helado de chocolate, puede pensar en devorarlo y sorberlo. Eso estaba bien, pero antes querías disfrutar de un momento para… saborearlo.
Este anhelo la hizo sentirse avergonzada de sí misma, y después sacudió la cabeza casi coléricamente. ¿Por qué no habría de querer hacerlo? La gente siempre desea hacer aquello en lo que es experta. Así como a su madre le gustaba confeccionar acrósticos dobles y al señor Douray, que vivía calle abajo en Port City, siempre le gustaba preparar pan. Cuando tenía suficiente en casa, lo preparaba para los demás. Si eres experto en algo, deseas hacerlo. Virutas —pensó, con un poco de desdén—. Deberían haberme dado algo difícil.