—No —dijo Charlie—. Esto está mal. —Y se volvió para volver a salir de la pequeña habitación. Tenía las facciones blancas y tensas. Había unos semicírculos oscuros, purpúreos, bajo sus ojos.
—Eh, aguarda un momento —exclamó Hockstetter, estirando las manos. Se rió un poco—. ¿Qué es lo que está mal, Charlie?
—Todo. Todo está mal.
Hockstetter estudió la habitación. En un rincón habían montado una cámara de televisión Sony. Sus cables se conectaban, a través de la pared de corcho prensado, con una fumadora de video instalada en la cabina de observación contigua. Sobre la mesa colocada en el centro de la habitación descansaba una bandeja de acero llena de virutas. A la izquierda de ésta había un encefalógrafo erizado de cables. Un joven enfundado en una bata blanca controlaba el aparato.
—No nos prestas mucha ayuda —comentó Hockstetter. Seguía sonriendo paternalmente, pero estaba furioso. No hacía falta ser adivino para saberlo. Bastaba con mirarle los ojos.
—No me escucha —chilló ella—. Ninguno de ustedes me escucha excepto…
(excepto John pero no puedes decirlo)
—Explícanos qué arreglos hay que hacer —manifestó Hockstetter.
Charlie no se dejó aplacar.
—Si me escuchara, lo sabría. La bandeja de acero con los fragmentos de madera, eso sí está muy bien, pero es lo único. La madera de la mesa, la sustancia de las paredes, eso es inflamable… lo mismo que las ropas de ese tipo. —Señaló al técnico, que dio un leve respingo.
—Charlie…
—La cámara también lo es.
—Charlie, esa cámara…
—Es de plástico, y si se calienta mucho estallará y los pedacitos volarán por todas partes. ¡Y no hay agua! Le he advertido que debo dirigirlo hacia el agua cuando empieza. Mi padre y mi madre me lo dijeron. Debo dirigirlo hacia el agua para apagarlo. O… o…
Se echó a llorar. Necesitaba a John. Necesitaba a su padre. Sobre todo, oh, sobre todo, no quería estar allí. La noche anterior no había podido dormir.
Hockstetter la miró pensativamente. Las lágrimas, la alteración emocional… le parecía que estos detalles demostraban patentemente que estaba dispuesta a llevar adelante el experimento.
—Está bien —asintió—. Está bien, Charlie. Explícanos lo que debemos hacer y lo haremos.
—Muy bien —respondió Charlie—. Porque si no, no conseguirá nada.
Hockstetter pensó: Ya lo creo que conseguiremos mucho, mocosa de mierda.
Y los hechos le dieron la razón con creces.