2

Tres días más tarde, el pez tragó el cebo.

Charlie le informó que había resuelto permitir que la sometieran a sus pruebas. Sería prudente, añadió. Y se ocuparía de que ellos fueran prudentes, si no sabían cómo serlo. Sus facciones estaban macilentas y abatidas y pálidas.

—No lo hagas si no lo tienes completamente decidido —dijo John.

—Lo he ensayado —susurró Charlie.

—¿Lo haces por ellos?

¡No!

—¡Estupendo! ¿Lo haces por ti?

—Sí. Por mí. Y por mi padre.

—Muy bien —asintió—. Y Charlie… oblígalos a ceñirse a tus reglas. ¿Me entiendes? Les has demostrado que puedes ser tenaz. No les dejes entrever ahora una veta de debilidad. Si la descubren, la explotarán. Ponte fuerte. ¿Sabes a qué me refiero?

—Creo… que sí.

—Si ellos obtienen algo, exige algo a cambio. Siempre. Nada de muestras gratis. —Sus hombros se encorvaron un poco. Su ojo perdió brillo. Ella aborrecía verlo así, deprimido y derrotado—. No dejes que te traten como me trataron a mí. Sacrifiqué por mi país cuatro años de vida y un ojo. Uno de esos años lo pasé en un hoyo subterráneo, comiendo insectos y afiebrado y oliendo constantemente mi propia mierda y arrancándome piojos del pelo. Y cuando salí de allí me dijeron muchas gracias, John, y me pusieron un estropajo en la mano. Me robaron, Charlie. ¿Entiendes? No permitas que hagan lo mismo contigo.

—Entiendo —asintió ella solemnemente. El se animó un poco y después sonrió.

—¿Cuándo será pues el gran día?

—Mañana veré al doctor Hockstetter. Le comunicaré que he decidido cooperar… un poco. Y le… y le diré qué es lo que quiero yo.

—Bueno, pero al principio no pidas demasiado. Es la táctica que emplean en las barracas de los parques de atracciones, Charlie. Debes dejarles echar una ojeada antes de arrebatarles el dinero.

Charlie hizo un ademán afirmativo con la cabeza.

—Pero que sepan muy claramente quién lleva la batuta, ¿de acuerdo? Demuéstrales quién manda.

—De acuerdo.

La sonrisa de él se ensanchó.

—¡Eres una chica formidable! —exclamó.