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Los cumulonimbos siguieron agolpándose. A las tres, el cielo estaba encapotado y negro sobre el complejo de Longmont. Los truenos retumbaban cada vez con más fuerza, con más ímpetu, convenciendo a la gente que estaba abajo. Los jardineros guardaron las cortadoras de césped. Quitaron las mesas preparadas en los patios de las dos casas. En el establo los palafreneros trataban de apaciguar a los caballos inquietos, que se sobresaltaban al oír cada estampido ominoso de los cielos.

La tormenta se desencadenó alrededor de las tres y media, con la misma rapidez con que un forajido desenfunda su arma y con furia arrolladora. Empezó en forma de lluvia y en seguida se trocó en granizo. El vendaval soplaba de Oeste a Este y después viraba súbitamente en dirección opuesta. Los rayos centelleaban con descomunales ramificaciones blanco azuladas que dejaban en el aire un olor parecido al de la gasolina diluida. Los vientos empezaron a girar en dirección contraria a las agujas del reloj, y en la sección meteorológica del telediario de la noche proyectaron la película de un pequeño tornado que había bordeado el centro de Longmont y había arrancado al pasar el techo de la cabina fotográfica de un gran centro comercial.

La Tienda capeó bien la mayor parte del temporal. El granizo rompió dos ventanas y la borrasca arrancó una pequeña cerca de estacas que rodeaba a una extraña glorieta situada en el otro extremo del estanque y la arrojó a sesenta metros de distancia, pero los daños no pasaron de ahí (exceptuando las ramas voladoras y algunos macizos de flores estropeados: más trabajo para la dotación de jardineros). En el apogeo de la tempestad los perros guardianes echaron a correr como locos entre la valla interior y la exterior, pero se sosegaron rápidamente apenas empezó a amainar.

El daño lo produjo la tormenta eléctrica que siguió al granizo, la lluvia y el vendaval. La caída de rayos en las plantas de electricidad de Rowantree y Briska privó de corriente hasta la medianoche a algunas zonas del este de Virginia. El área abastecida por la planta de Briska incluía el cuartel general de la Tienda.

En su despacho, Cap Hollister levantó la vista, fastidiado, cuando se apagaron las luces y cuando enmudeció el zumbido compacto e inadvertido del acondicionador de aire. Hubo quizá cinco segundos de semioscuridad tenebrosa producida por el apagón y las nubes espesas, lo suficiente para que Cap susurrara «¡Maldición!» entre dientes y se preguntara qué demonios le había sucedido al equipo eléctrico de refuerzo.

Miró por la ventana y vio que los rayos zigzagueaban casi continuamente. Esa noche, uno de los centinelas apostados en las torres de guardia habría de contarle a su esposa que había visto cómo una bola de fuego que parecía tener la dimensión de dos bandejas saltaba de la valla exterior, provista de una carga eléctrica débil, a la valla interior, provista de una carga más potente, y luego rebotaba en sentido inverso.

Cap tendió la mano hacia el teléfono, para preguntar qué había sucedido con la corriente… y entonces volvieron a encenderse las luces. El acondicionador de aire reanudó su zumbido, y Cap cogió su lápiz en lugar de coger el teléfono.

En ese momento las luces se apagaron nuevamente.

—¡Mierda! —exclamó Cap. Arrojó el lápiz y ahora sí cogió el teléfono. Desafió a las luces para comprobar si éstas se encendían una vez más antes de que él tuviera oportunidad de gritar a algún subordinado. Las luces rechazaron el desafío.

Las dos elegantes mansiones que se levantaban a ambos lados de las ondulaciones cubiertas de césped —y todo el complejo subterráneo de la Tienda— se abastecían de la Eastern Virginia Power Authority, pero había dos sistemas de refuerzo activados por generadores diesel. Un sistema alimentaba las «funciones vitales»: la valla electrizada, las terminales de la computadora (un apagón puede costar sumas increíbles en términos de tiempo de computación), y la pequeña enfermería. El segundo sistema alimentaba los elementos secundarios del complejo: luces, acondicionadores de aire, ascensores y todo eso. El sistema secundario estaba programado para «acoplarse» —o sea, para conectarse si el sistema primario daba señales de estar sobrecargado— pero el sistema primario no se acoplaba si se empezaba a sobrecargar el secundario. El 19 de agosto se sobrecargaron los dos sistemas. El secundario se acopló cuando empezó a sobrecargarse el primario, tal como lo habían planeado los diseñadores del sistema de energía (aunque, en verdad, nunca habían previsto, para empezar, que se sobrecargara el sistema primario), y como consecuencia de ello el sistema primario funcionó sesenta segundos más que el secundario. Después, los generadores de ambos sistemas reventaron, uno tras otro, como una ristra de petardos. Sólo que estos petardos habían costado aproximadamente ochenta mil dólares cada uno.

Más tarde, una investigación de rutina emitió el veredicto sonriente y benévolo de «avería mecánica», aunque una conclusión más precisa habría sido la de «codicia y venalidad». Cuando habían instalado los generadores de refuerzo, en 1971, un senador que conocía el monto de las posturas mínimas aceptables de esa pequeña operación (y de las otras obras de la Tienda por valor de dieciséis millones de dólares) le había pasado el dato a su cuñado, que era consultor de instalaciones eléctricas. El consultor había decidido que podía colocarse fácilmente por debajo de la postura mínima, recortando un poco de calidad por aquí y otro poco por allá.

Ese no fue más que otro favor en un medio que vive de los favores y las informaciones confidenciales, y sólo se destacó porque fue el primer eslabón de la cadena que culminó finalmente en la destrucción y la pérdida de vidas. El sistema de refuerzo sólo había sido utilizado en muy pequeña escala en los años transcurridos desde su construcción. En su primera prueba de gran envergadura, durante la tormenta que desactivó la planta de energía de Briska, falló totalmente. Por supuesto, para entonces, el consultor de instalaciones eléctricas había prosperado y ascendido mucho: contribuía en la construcción de un hotel multimillonario en Coko Beach, en la isla de St. Thomas.

La Tienda no recuperó el suministro de corriente hasta la hora en que la planta de Briska volvió a entrar en funcionamiento, o sea, hasta la hora en que lo recuperó el resto de la zona oriental de Virginia: alrededor de la medianoche.

Para entonces, los eslabones siguientes de la cadena ya estaban forjados. Como consecuencia de la tormenta y del apagón, a Andy y Charlie McGee les ocurrió algo prodigioso, aunque ninguno de los dos tuvo la menor idea de lo que le había sucedido al otro.

Después de cinco meses de estancamiento, el proceso se había puesto nuevamente en marcha.