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Estaban sobre el borde de la escalera cuando Charlie se detuvo repentinamente y emitió un ruido ahogado de deglución. Andy dejó caer inmediatamente las maletas. No había oído nada, pero algo andaba espantosamente. Algo había cambiado en Charlie.

—¿Charlie? ¿Charlie?

La miró fijamente. Estaba inmóvil como una estatua, increíblemente hermosa contra el rutilante campo nevado. Increíblemente pequeña. Y de pronto comprendió en qué consistía el cambio. Era un fundamental, tan abyecto, que al principio no lo había captado.

Lo que parecía ser una larga aguja sobresalía del cuello de Charlie, justo por debajo de la nuez de Adán. Ella la tanteó con su mano enfundada en un mitón, la encontró y la torció hasta colocarla en un nuevo ángulo grotesco, ascendente. Un hilillo de sangre empezó a brotar de la herida y a fluir por el costado de su cuello. Una flor de sangre, diminuta y delicada, le manchó el borde de la camisa y rozó apenas el ribete de piel sintética que festoneaba la cremallera del anorak.

¡Charlie! —aulló. Se adelantó de un salto y la cogió por el brazo justo cuando ella ponía los ojos en blanco y se desplomaba hacia afuera. La depositó sobre el suelo de la galería, repitiendo una y otra vez su nombre.

El dardo clavado en su cuello titilaba brillante a la luz del sol. Su cuerpo tenía la consistencia fláccida, invertebrada, de las cosas muertas. La abrazó, la acunó, y miró hacia el bosque soleado que parecía tan vacío, y donde no gorjeaban los pájaros.

¿Quién lo hizo? —vociferó—. ¿Quién lo hizo? ¡Que salga para que pueda verlo!

Don Jules contorneó la esquina de la casa. Calzaba zapatillas de tenis Adidas. Empuñaba una pistola calibre 22.

¿Quién le disparó a mi hija? —gritó Andy. La fuerza del alarido hizo que algo vibrara dolorosamente en su garganta. La estrujó contra él, tan pavorosamente fláccida e invertebrada dentro de su abrigado anorak azul. Sus dedos subieron hasta el dardo y lo arrancaron, provocando la aparición de un nuevo hilo de sangre

Debo llevarla adentro —pensó—. Debo llevarla adentro.

Jules se aproximó a él y le disparó en la nuca, más o menos como el actor Booth le había disparado antaño al presidente Lincoln. Andy se irguió por un momento sobre las rodillas, apretando a Charlie con más fuerza aún contra su pecho. Después, se desplomó hacia adelante encima de ella.

Jules lo escudriñó atentamente y a continuación les hizo una seña a los hombres apostados en el bosque.

—Sencillísimo —murmuró para sus adentros, mientras Rainbird avanzaba hacia la casa, chapoteando en la nieve pegajosa, semiderretida, de fines de marzo—. Sencillísimo. ¿Por qué armaron tanto alboroto?