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Encontraron el primer camino arbolado exactamente donde había dicho Irv Manders. Andy puso la tracción a las cuatro ruedas del jeep y se internó en él.

—Sujétate, Charlie —advirtió—. Vamos a zarandearnos.

Charlie se agarró con fuerza. Su rostro estaba blanco e inexpresivo, y el solo mirarla lo ponía nervioso. La casa —pensó—. La casa del Abuelo McGee sobre la laguna Tashmore. Si por lo menos pudiéramos llegar allí y descansar. Ella se recuperará y después pensaremos qué es lo que nos conviene hacer.

Lo pensaremos mañana. Como dijo Scarlett, mañana será otro día.

El Willys rugía y se bamboleaba por el camino, que no era más que una doble huella con arbustos e incluso algunos pinos enclenques que crecían a lo largo del caballón. Ese terreno había sido talado hacía quizá diez años, y Andy dudaba que lo hubieran utilizado desde entonces, si se exceptuaba la presencia de algún que otro cazador. Nueve kilómetros más adelante pareció «terminar, sencillamente», y Andy tuvo que detenerse dos veces para quitar de en medio troncos caídos. La segunda vez levantó la vista, con unas palpitaciones en el corazón y la cabeza que casi lo descomponían, y descubrió a un venado hembra de grandes dimensiones que lo contemplaba pensativamente. El animal permaneció un momento inmóvil y después desapareció en la espesura con una sacudida de su rabo blanco. Andy miró a Charlie y comprobó que ésta observaba la marcha del venado con algo parecido al asombro… y se sintió nuevamente animado. Un poco más adelante volvieron a encontrar la huella, y aproximadamente a las tres desembocaron en el tramo de asfalto de dos carriles que correspondía a la carretera 152.