Andy la alzó en sus brazos y la cabeza de ella cayó flojamente contra su pecho. El aire estaba caliente y saturado de olor a gasolina quemada. Las llamas ya habían reptado por el césped hasta la reja de la enredadera, y unos dedos de fuego empezaban a trepar por ésta con la agilidad de un golfo en plena aventura de medianoche. La casa se iba a incendiar.
Irv Manders estaba apoyado contra la puerta mosquitera de la cocina, con las piernas abiertas. Norma se hallaba hincada de rodillas junto a él. Una bala había atravesado el brazo de Irv por encima del codo, y la manga de su camisa azul de faena estaba teñida de un fuerte color rojo. Norma había arrancado un largo jirón de su vestido a la altura del ruedo y trataba de recogerle la manga para poder vendar la herida. Irv tenía los ojos abiertos. Su tez había adquirido un color gris ceniciento, sus labios estaban ligeramente azulados y respiraba rápidamente.
Andy avanzó un paso hacia ellos y Norma Manders se echó bruscamente hacia atrás, al tiempo que cubría el cuerpo de su marido con el suyo. Miró a Andy con ojos brillantes y duros.
—Váyase —siseo—. Llévese a su monstruo y váyase.