11

Se habían citado en la intersección de la carretera 40 con el acceso asfaltado sin nombre por donde había girado Irv. En los mapas de Hastings Glen figuraba con el nombre de Old Baillings Road. Al Steinowitz había alcanzado finalmente al resto de sus hombres, y había asumido el mando rápida y perentoriamente. Eran dieciséis, en cinco automóviles. Al enderezar por el camino hacia la casa de Irv Manders, asumieron el aspecto de un veloz cortejo fúnebre.

Norville Bates le había cedido a Al las riendas —y la responsabilidad— de la operación con sincero alivio y con una pregunta acerca de la policía local y del Estado de Nueva York que habían sido llamados a colaborar.

—Por ahora guardaremos el secreto de esto —respondió Al—. Si los pillamos, les diremos que pueden desmontar sus barreras. Si no, les ordenaremos que empiecen a converger hacia el centro del círculo. Pero entre nosotros, si no podemos controlarlos con dieciséis hombres, no podremos controlarlos de ningún modo, Norv.

Norv captó el ligero reproche y se calló. Sabía que lo mejor sería capturarlos a los dos sin ayuda ajena, porque Andrew McGee sufriría un lamentable accidente apenas lo atraparan. Un accidente fatal. Sin los polis cerca, eso podría concluir mucho antes.

Delante de él y Al, las luces de freno del coche de OJ parpadearon fugazmente, y entonces el coche giró por un camino de tierra. Los otros lo siguieron.