El granjero se llamaba Manders, Irv Manders. Acababa de transportar un cargamento de calabazas a la ciudad, donde tenía un trato con el gerente del A & P. Antes lo había tenido con el del First National, pero ese individuo sencillamente no entendía de calabazas. Era un matarife que había ascendido de categoría, y nada más, a juicio de Irv Manders. El gerente del A & P, en cambio, era un tipo de primera. Irv les informó que en verano su esposa montaba una tienda para turistas, y él vendía productos de la zona junto a la carretera, y entre los dos se las apañaban muy bien.
—No le gustará que me meta en sus asuntos —le dijo Irv Manders a Andy—, pero usted y esta muñeca no deberían viajar haciendo autostop. Dios mío, claro que no. Piense en la clase de gente que últimamente comete atrocidades por las carreteras. En el drugstore de Hastings Glen hay una terminal de los autocares Greyhound. Eso es lo ideal para ustedes.
—Bueno… —empezó a argumentar Andy. Estaba azorado, pero Charlie se introdujo limpiamente en la conversación.
—Papá se ha quedado sin trabajo —explicó con gran desenvoltura—. Por eso mamá tuvo que ir a dar a luz a casa de la tía Em. Papá no le cae simpático a la tía Em. Así que nos quedamos en casa. Pero ahora vamos a ver a mamá. ¿No es cierto, papá?
—Ésa es una historia muy personal, Bobbi —respondió Andy, aparentemente incómodo. Se sentía incómodo. La versión de Charlie era muy inconsistente.
—No agregue una palabra más —exclamó Irv—. Yo sé lo que son los conflictos de familia. A veces llegan a ser muy enconados. Y también sé lo que es pasar apuros económicos. No hay por qué avergonzarse de ello.
Andy se aclaró la garganta pero permaneció callado. No se le ocurrió nada para decir. Viajaron un rato en silencio.
—Oiga, ¿por qué no vienen los dos a casa, y se quedan a comer con mi esposa y conmigo? —inquirió Irv súbitamente.
—Oh, no, no podríamos…
—Nos gustaría mucho —intervino Charlie—. ¿No es cierto, papá?
Andy sabía que por lo general las corazonadas de Charlie eran positivas, y estaba demasiado exhausto, mental y físicamente, para contradecirla en ese momento. Era una chiquilla segura de sí y emprendedora, y más de una vez él se había preguntado cuál de los dos llevaba la batuta.
—Si le parece que hay suficiente… —murmuró.
—Siempre hay suficiente comida —dictaminó Irv Manders, y puso enérgicamente el camión en tercera. Traqueteaban entre los árboles que el otoño teñía de colores brillantes: arces, olmos, chopos—. Nos alegrará tenerlos con nosotros.
—Muchas gracias —dijo Charlie.
—El gusto es mío muñeca —respondió Irv—. Y también será de mi esposa, cuando te vea.
Charlie sonrió.
Andy se frotó las sienes. Bajo los dedos de su mano izquierda estaba uno de los tramos de piel donde los nervios parecían haber muerto. Por alguna razón, no estaba tranquilo. Seguía teniendo la fuerte intuición de que sus perseguidores se acercaban cada vez más.