John Mayo iba en compañía de un agente llamado Ray Knowles. Viajaban por la carretera 40 rumbo al Slumberland Motel. Pilotaban un Ford color marrón, de modelo reciente, y cuando estaban subiendo la última cuesta que los separaba de la imagen visible del motel, pincharon un neumático.
—Mierda —exclamó John, cuando el coche empezó a zarandearse y a desviarse hacia la derecha—. Así son los materiales que te suministra el gobierno. Jodidamente recauchutados. —Frenó sobre el arcén y encendió los cuatro intermitentes del Ford—. Sigue tú —agregó—. Yo cambiaré la condenada rueda.
—Te ayudaré —respondió Ray—. Sólo tardaremos cinco minutos.
—No, sigue adelante. Tiene que estar justo del otro lado de la loma.
—¿Seguro?
—Sí. Pasaré a recogerte. A menos que la rueda de repuesto también esté pinchada. No me sorprendería.
Un camión rural pasó traqueteando junto a ellos. Era el mismo que OJ y Bruce Cook habían visto salir de la ciudad mientras estaban frente a la cantina Hastings.
Ray sonrió.
—Ojalá te equivoques. Tendrías que llenar un formulario por cuadruplicado para pedir otra nueva.
John no le devolvió la sonrisa.
—Como si no lo supiera —masculló hoscamente. Contornearon el maletero y Ray lo abrió. La rueda de repuesto se hallaba en buenas condiciones.
—Está bien —asintió John—. Sigue adelante.
—Realmente no harán falta cinco minutos para cambiar esta bazofia.
—Sí, y esos dos no están en el motel. Pero hagámoslo como si fuera en serio. Al fin y al cabo, tienen que estar en alguna parte.
—Sí, de acuerdo.
John extrajo del maletero el gato y la rueda de repuesto. Ray Knowles lo miró un momento y después echó a andar por el borde de la carretera en dirección al Slumberland Motel.