11

Andy y Charlie caminaban por la oscuridad bordeando el empalme de entrada al aeropuerto. De cuando en cuando pasaba un coche junto a ellos. Era casi la una. Un kilómetro y medio más atrás, en la terminal, los dos hombres se habían reunido con un tercer compañero en el auto verde. Ahora Andy y Charlie marchaban paralelamente a la carretera del Norte, la Northway, que estaba a la derecha de ellos y más abajo, iluminada por el resplandor insondable de las lámparas de sodio. Tal vez podrían deslizarse por el terraplén hasta el carril de desaceleración, que era un buen lugar para hacer autostop, pero si pasaba un polizonte habrían perdido sus últimas posibilidades de salir de allí. Andy se preguntaba cuánto deberían caminar hasta encontrar una rampa. Cada vez que apoyaba el pie, éste generaba un impacto que resonaba cruelmente en su cabeza.

—¿Papá? ¿Todavía te sientes bien?

—Hasta ahora, sí —respondió él, pero no se sentía tan bien. No se engañaba a sí mismo, y probablemente tampoco engañaba a Charlie.

—¿Cuánto falta?

—¿Te estás cansando?

—Aún no, papá… pero…

Él se detuvo y la miró solemnemente.

—¿De qué se trata, Charlie?

—Siento que esos hombres malos están nuevamente cerca —susurró ella.

—Entiendo —asintió Andy—. Creo que será mejor que tomemos un atajo, cariño. ¿Puedes bajar por ese barranco sin caerte?

Ella miró la pendiente, cubierta de hierba seca.

—Supongo que sí —respondió con tono dubitativo.

El pasó por encima de los cables de la valla y le echó una mano a Charlie. Como sucedía a veces en los trances de mucho dolor y tensión, su mente intentó evadirse al pasado, para eludir la angustia. Habían disfrutado de algunos años felices, de algunos momentos felices, antes de que la sombra empezara a desplegarse gradualmente sobre sus vidas. Primero sólo sobre la de él y Vicky, y después sobre la de los tres, velando poco a poco su dicha, tan inexorablemente como un eclipse de luna. Había sido…

¡Papá! —exclamó Charlie, súbitamente alarmada. Había sentido que se le iban los pies. La hierba seca era resbaladiza, traicionera. Andy procuró asir su brazo convulsionado, no lo consiguió, y trastabilló a su vez. Cuando se estrelló contra el suelo, el choque le produjo un dolor tan intenso en la cabeza que lanzó un alarido. Después los dos continuaron rodando y deslizándose por el terraplén hacia la Northway, donde los coches circulaban a una velocidad vertiginosa, tan vertiginosa que no podrían frenar si uno de ellos (él o Charlie) seguían dando tumbos hasta llegar al asfalto.