Este libro, Nation, Staat und Wirtschaft, escrito por Mises en 1919, es decir apenas terminada la Gran Guerra, en la que él mismo participó como oficial de artillería y como consejero económico, no parece tener grandes aspiraciones. Ya en su primera página declara el Autor modestamente que el libro «no pretende ser sino una serie de consideraciones sobre la crisis de alcance mundial en que nos encontramos y ofrecer algunas aportaciones al conocimiento de la situación política contemporánea». A esta situación y a sus perspectivas de futuro vuelve a referirse en una de las últimas páginas con las siguientes palabras: «Con la guerra mundial la humanidad ha entrado en una crisis que no tiene parangón en la historia pasada. También hubo antes guerras que aniquilaron civilizaciones florecientes y exterminaron a pueblos enteros. Pero todo esto no es en absoluto comparable con lo que está sucediendo ante nuestros ojos. En la crisis mundial, de la que estamos viviendo sólo el principio, se hallan implicados todos los pueblos del mundo»[1] (cursiva añadido).
Así pues, las reflexiones de Mises no versan sobre temas menores. El Autor los afronta con valentía y los analiza en profundidad, exponiendo el resultado de su análisis con la lucidez y transparencia que le caracterizan. Los conceptos de nación, nacionalidad y nacionalismo, con los complejos problemas que plantean, sobre todo en la Europa Oriental; las motivaciones y las causas de la guerra; la situación económica de las potencias centrales durante el conflicto; los espejismos y fantasías de los dirigentes del Reich; los costes de la guerra, su financiación y respectiva cobertura; el papel que en ella desempeñó el socialismo y su idea de «economía de guerra»; las perspectivas que para Alemania y Austria, y para la civilización occidental en general, se perfilaron tras la derrota; la deriva del socialismo sindicalista; y muchos otros, son ciertamente temas de enorme densidad, que Mises trata con tal originalidad y brillantez, que hacen de este libro algo más, mucho más, que una mera serie de «consideraciones»: una verdadera radiografía de un periodo trascendental en la moderna historia de Europa y del mundo; en definitiva, uno de los libros más originales e interesantes de Ludwig von Mises.
Y éste era plenamente consciente de ello. En su libro Notes and Recollections, publicado en esta misma colección con el título de Autobiografía de un liberal[2], escribe Mises refiriéndose a Nation, Staat und Wirtschaft: Este libro «estaba escrito con criterios científicos, pero su intención era política. Con él me proponía alejar la opinión pública alemana y austríaca de la idea nacionalsocialista —que entonces no tenía aún una denominación particular— y la de proponer la reconstrucción adoptando una política democrático-liberal. Nadie entonces se dignó prestarle atención, y casi nadie lo leyó. Pero sé que se leerá en el futuro. Los pocos amigos que lo han leído no lo dudan».
No lo dudaba Hayek, quien en una semblanza de nuestro Autor, escribía refiriéndose al libro en cuestión: «En cuanto terminó la guerra tenía ya preparado un nuevo libro [Mises ya había publicado su importante libro Theorie des Geldes un der Umlaufsmittel (Teoría del dinero y de los medios fiduciarios), 1912], un trabajo poco conocido y ahora difícil de encontrar, llamado Nation, Staat und Wirtschaft, del que, en lo que a mí respecta, conservo mi ejemplar como oro en paño, ya que contiene el germen de muchos acontecimientos posteriores»[3].
Este libro, en su transparente claridad, apenas necesita ulteriores comentarios o puntualizaciones. Ciertamente, es de tal densidad que bien puede dar lugar a interesantes estudios monográficos e integraciones, como se hace en las traducciones inglesa e italiana (ésta va precedida de un estudio introductorio de Andrea Graziosi de más de 100 páginas). Por nuestra parte, nos limitaremos a señalar someramente algunos vectores o ideas-madre sobre las que Mises estructura su exposición.
Previamente conviene hacer una referencia al estilo característico de este libro, algo distinto de los planteamientos que Mises hace en otros libros posteriores de temas análogos, y que seguramente constituye uno de sus méritos desde el punto de vista metodológico. Angelo Panebianco, en su libro El poder, el Estado, la libertad[4], refiriéndose a Mises, escribe que éste, en su análisis de la relación entre mercado y política, como en general en todos sus escritos sobre temas políticos y económicos, «adopta preferentemente una actitud prescriptiva y de denuncia de las políticas intervencionistas e iliberales, al tiempo que ocupa relativamente poco espacio en su indagación el análisis (positivo) de las distintas políticas autónomas y de las distintas variantes en que estas se manifiestan en relación con la economía de intercambio». Y en nota añade: «Con una notabilísima excepción, esto es el libro publicado en 1919 con el título Nation, Staat und Wirtschaft… Cuando en las numerosas obras sucesivas, trata Mises las cuestiones del nacionalismo y de la guerra volverá siempre a los argumentos desarrollados en esta obra, pero lo hará, a mi entender, colocándolos en un marco mucho menos original, más esquemático y más brutal», es decir, más abstracto. Ya en el texto, escribe también Panebianco: «El hecho es que Mises, en cuanto “liberal clásico”, comparte con Adam Smith una cierta incapacidad para pensar la política y sus manifestaciones conflictuales autónomas y la relación con las otras dimensiones del obrar social».
En efecto, también en este libro concibe Mises la sociedad liberal sobre la base de una armonía: «La idea de fondo del liberalismo y de la democracia es la armonía de los intereses de todos los componentes del pueblo y por tanto la armonía de los intereses de todos los pueblos. Puesto que el “interés bien entendido” de todos los estratos de la población conduce a las mismas finalidades e instancias, se puede dejar la solución de los problemas políticos al voto de todo el pueblo»[5].
Evidentemente, aun concibiendo la esencia del liberalismo como armonía de los intereses bien entendidos en un plano teórico y de deber ser, ello no quita que en la praxis se produzcan conflictos, a veces insuperables, entre individuos y pueblos distintos. Y Mises, en este libro, desarrolla sus consideraciones, incluso las más abstractas, en su dimensión histórica concreta. En este sentido, escribe: «Ciertamente el conflicto entre las nacionalidades por la conquista de la hegemonía estatal no podrá desaparecer jamás de los territorios de lengua mixta», si bien reconoce que perderá su virulencia en la medida en que se limiten las funciones del Estado y se amplíen en cambio las libertades del individuo[6]. Y este es sólo uno entre mil ejemplos[7].
El «conflicto» surge no sólo entre individuos y entre nacionalidades y pueblos diversos. Y así Mises habla de la situación conflictiva de los alemanes en Austria: «A los alemanes de Austria se les hizo imposible cualquier política rectilínea. No podían mirar seriamente a la democracia porque habría sido un suicidio político, ni podían renunciar al Estado austriaco, porque, a pesar de todo, ofrecía una protección contra la durísima opresión extranjera. De este conflicto brotó toda la ambivalencia de la política de los alemanes»[8]. Los alemanes, por su cultura y formación, constituían la espira dorsal de la burocracia estatal, y en este sentido sobre ellos recaía la responsabilidad principal de la estructura de la monarquía austríaca. El punto en que podían coincidir los intereses de la dinastía y los de los alemanes austríacos no era otro que el rechazo de la democracia: «Los alemanes de Austria no podían menos de temer cualquier paso en la vía de la democratización, porque esto los habría puesto en minoría y expuesto a la arbitrariedad despiadada de mayorías de distintas nacionalidades»[9]. Así, pues, un conflicto insanable entre su aspiración democrática y la necesidad de rechazarla para no ser aplastados por mayorías parlamentarias formadas por otras nacionalidades integradas también en la monarquía de los Habsburgo.
Una de las raíces de la «crisis de alcance mundial» que Mises se propone analizar en este libro es la difícil y precaria situación del liberalismo en Alemania: «Uno de los fenómenos más extraordinarios de los últimos 100 años nos lo ofrece el hecho de que las ideas modernas de libertad y de autogobierno no han conseguido penetrar en el pueblo alemán»[10]. Por supuesto, Mises no ignora la existencia de grandes personalidades liberales en la historia de Alemania, como Goethe, Kant o Wilhelm von Humboldt (autor de uno de los libros clásico del liberalismo: Los límite de la acción del Estado). Pero Mises se refiere al pueblo alemán y al liberalismo como fenómeno social y político: «En Alemania las ideas liberales, las únicas capaces de resistir al socialismo, nunca arraigaron verdaderamente y hoy son compartidas por una ínfima minoría»[11]. Tampoco ignora el breve periodo comprendido entre el fin de las guerras napoleónicas y la revolución de 1848, lo que se conoce como Vormärz, y los fermentos e ilusiones que entonces florecieron, con la posibilidad que entonces se ofrecía de construir una auténtica nación alemana, inspirada en los ideales de libertad y autogobierno de la Revolución. Pero estas ilusiones no llegaron a cuajar y se malograron con la deserción de Austria y Prusia. Una vez liquidado este «espíritu de la Paulskirche»[12], Prusia optó, cada vez con más ahínco, por la política militarista, imperialista e intervencionista, con una especie de odio o alergia por lo liberal, consiguiendo que «cualquier vestigio de espíritu liberal y la cualificación de liberal» se convirtiera «en una especie de afrenta y ultraje»[13].
Esto tuvo como efecto, por de pronto, el enorme error de Prusia que condujo ineluctablemente a la guerra mundial: el rechazo del Reich prusiano a la alianza con la «Inglaterra liberal», lo cual habría garantizado la consecución del gran sueño alemán de conseguir una colonia como territorio de expansión a su superpoblación.
Otro efecto fue haber favorecido la expansión del socialismo. La práctica proscripción del liberalismo en el imperio prusiano propició el que la socialdemocracia (entonces estrictamente marxista) viniera a ocupar su puesto entre las fuerzas políticas alemanas. Es cierto que, «una vez que la burguesía alemana, tras las derrotas irremediables sufridas por el liberalismo alemán, se sometió sin condiciones al Estado autoritario de Bismarck» y que la política proteccionista hizo que la clase empresarial «se identificara con el Estado prusiano, de suerte que militarismo e industrialismo se convirtieran para Alemania en conceptos políticamente afines»[14]. Otros sectores, sin embargo, fueron atraídos por el lado democrático del partido socialista: «Muchos dejaron de criticar al socialismo para no perjudicar la causa de la democracia. Muchos se hicieron socialistas porque eran demócratas y creían que democracia y socialismo están inseparablemente unidos»[15].
A primera vista podría parecer que Estado autoritario y socialdemocracia son conceptos antitéticos. Y, en efecto, gobierno prusiano y partido socialdemócrata estuvieron enfrentados durante más de cincuenta años con dura hostilidad. La realidad, sin embargo, —observa agudamente Mises— es que «el espíritu militarista-totalitario del Estado prusiano tiene su contrapartida y culminación en las ideas de la socialdemocracia y del socialismo alemán en general»[16]. El programa socialista ofrecía dos dimensiones muy distintas. Por una parte, era partidario de la democracia, coincidiendo en ello con el liberalismo. En este sentido, «hace suyas todas aquellas reivindicaciones políticas que el liberalismo, especialmente su ala izquierda, representa y que en parte también ya ha realizado en muchos Estado civilizados»[17]. Este elemento es el que enfrentaba radicalmente a la socialdemocracia con los Junkers y los burócratas del gobierno prusiano.
Ahora bien, ¿cuál era realmente el alcance de esta profesión democrática de los socialistas? Lo cierto, dice Mises, es que «entre socialismo y forma autocrático-autoritaria de Estado existen nexos muy estrechos» y también que «imperialismo y socialismo, en literatura y política, van siempre de la mano»[18]. Es cierto que a los socialistas se les ha llenado siempre la boca con la palabra «democracia». Pero ¿qué entienden por «democracia»? ¿La elección de unos gobernantes para que luego éstos hagan una política intervencionista e imperialista? A este «imperialismo socialista» dedica Mises íntegramente la última parte de su libro.
Y aquí aparece el tema de fondo del libro, una especie de Leitmotiv a lo largo de toda la exposición misiana y que en la última parte se ofrece en su completa articulación, siempre, por supuesto, en plena adherencia a la realidad que somete a su análisis. Para Mises, las ideas socialistas no representan una superación del Estado autoritario prusiano, sino que son su desarrollo coherente.
Por otra parte, conviene recordar que la oposición entre la socialdemocracia y el espíritu totalitario del Reich prusiano se cifraba únicamente en la obsesiva —y lógica— oposición de este al momento democrático del socialismo. Había entre ambos una cierta coincidencia o sintonía en otros aspectos de la política, concretamente en la política social. No en vano fue el Reich prusiano el que inventó la expresión (e inició la práctica) de la Sozialpolitik. Mises observa justamente cómo el Estado autoritario prusiano «se desarrolló fuertemente en el sentido de la “monarquía social” y se habría acercado todavía más al socialismo si el gran partido obrero de Alemania hubiera estado dispuesto ya antes de 1914 a renunciar a su programa democrático a cambio de la realización gradual de sus objetivos socialistas»[19].
Como se afirma en el texto de Autobiografía de un liberal que citamos anteriormente, este libro se escribió con una intencionalidad política: «alejar la opinión pública alemana y austríaca de la idea nacionalsocialista (…) y proponer la reconstrucción adoptando una política democrático-liberal». La crítica al socialismo es permanente y casi diríamos obsesiva, una crítica que aquí se ciñe a la observación empírica. Mises constata cómo durante la guerra se fueron imponiendo cada vez más las ideas socialistas, con sus «efectos deletéreos» que Mises ilustra con ejemplos concretos, para concluir: «Si la guerra hubiera durado más y se hubiera seguido recorriendo el camino emprendido, se habría llegado a la socialización total y sin excepciones»[20].
Para justificar esta socialización, sin comprometer la esencia del socialismo, algunos inventaron el concepto de «socialismo de guerra», un auténtico fetiche verbal con el que un puñado de burócratas y oficiales pretendían liquidar los restos de economía liberal. En realidad, «todas las medidas del socialismo de guerra aspiraban a poner la economía sobre una base socialista»[21]. Ese socialismo de guerra era socialismo auténtico, por más que, «a medida que la guerra proseguía y se hacía cada vez más evidente que terminaría con el fracaso de la causa alemana, disminuía también la propensión a afirmar esa identificación». Y así concluye Mises: «El socialismo de guerra fue tan sólo la prosecución a ritmos acelerados de la política de Estado introducida ya mucho antes de la guerra. Desde el principio la intención de todos los grupos socialistas fue no dejar caer después de la guerra ninguna de las medidas adoptadas durante la misma, sino más bien proseguir en la construcción del socialismo»[22].
Si la política democrático-liberal era —en opinión de Mises— la única que podía llevar a cabo la reconstrucción de Alemania y de Austria después de la guerra, el socialismo representa un peligro y, en el mejor de los casos, una utopía. El socialismo ha adoptado a lo largo de la historia diversas formas, desde el socialismo marxista, a la socialdemocracia y, últimamente, a una especie de socialismo sindicalista, o socialismo condicionado y dominado por los sindicatos. En realidad, «lo que hoy tenemos ante los ojos no es naturalmente ni socialismo centralista ni sindicalismo; no es organización de la producción ni tampoco organización de la distribución. Es sólo distribución de bienes de consumo ya existentes y dilapidación de medios de producción ya existentes»[23]. Y esto es lo que ha hecho siempre el socialismo en su ya larga historia, si bien en la actualidad esta «empresa» del socialismo se ha incrementado en la medida en que el Estado y su política intervencionista han crecido hasta alcanzar proporciones nunca antes imaginadas.
El ideal del socialismo marxista o centralista al menos contemplaba el aumento de la producción, con la esperanza —desmentida luego por los hechos— de que el paso de la propiedad de los medios de producción en manos de los particulares a manos de la colectividad incrementaría de manera exponencial la producción. Pero la socialdemocracia abandonó el socialismo centralista para hacerse sobre todo redistributiva, proponiendo o practicando una política «pequeño burguesa», en el sentido dado por Marx a esta expresión, haciendo suyas las reivindicaciones a corto plazo del sindicalismo, en abierta contradicción con el socialismo centralista-revolucionario.
Esta simbiosis del socialismo y del sindicalismo ha dado lugar a ese socialismo hoy dominante que podemos calificar de «socialismo sindicalista», un socialismo que aspira a poner, de hecho si no nominalmente, los medios de producción en manos de los trabajadores. Es un «capitalismo obrero» que lo que en realidad hace es castigar la producción en cuanto «privilegia conscientemente el interés de los trabajadores en cuanto productores»[24]. Un ataque a la producción que se realiza de distintas formas: las huelgas que paralizan la producción o la reducen al mínimo en su forma de huelgas de celo; la fiscalidad elevada y paralizante, la regulación de las relaciones laborales mediante una absurda «contratación colectiva» establecida sobre todo por los sindicatos; «la obligación de pagar los salarios a los trabajadores aun cuando no tienen puesto de trabajo» (¿se referirá Mises a los «liberados sindicales», que hoy son plétora?); la inflación que esto origina, todo lo cual genera una lenta pero ineludible destrucción del capital, que a su vez origina una ulterior reducción de la producción.
Hablamos de «destrucción de capital». Si, como afirma Mises, «el progreso económico se basa en la acumulación progresiva del capital»[25], y no hay verdadera civilización sin un mínimo de bienestar y progreso, el veredicto es inapelable: «el socialismo llevará al estancamiento cuando no a la verdadera decadencia de nuestra civilización»[26]. A esta tragedia de la destrucción del capital se refieren de forma unánime los principales representantes de la Escuela austriaca[27].
La destrucción de capital puede venir también por parte de lo que hoy se entiende por «Estado de bienestar». No ese Estado de bienestar moderado y racional que una sociedad ya próspera y eficiente se puede permitir y que puede ser defendido incluso desde posiciones liberales, sino ese Estado de bienestar disparado y disparatado, progenie del socialismo de siempre, que es la apoteosis del intervencionismo y que hoy se ha convertido en el nuevo evangelio que se nos predica desde la derecha no menos que desde la izquierda. Este Estado de bienestar no ataca directamente a la producción, pues vive de ella, pero su carga es tan grave y sofocante, que no puede por menos de reducirla y de acabar aniquilándola. Aquí es perfectamente aplicable el dicho latino: Propter vitam vivendi perdere causas. La aplicación desaforada de la «política social» lleva al agotamiento de las fuentes que la hacen posible. Es la contradicción interna de esta forma de Estado, condenado irremisiblemente a una destrucción progresiva del capital y del aparato productivo.
No quisiera concluir esta nota sin hacer referencia a uno de los grandes méritos atribuidos a este pequeño libro: su carácter en cierto modo «profético». Como vimos anteriormente, Hayek, más modestamente, nos dice que «contiene el germen de muchos acontecimientos posteriores». Entre estos acontecimientos está el revival del espíritu belicista-intervencionista del Reich prusiano que tan magistralmente analiza Mises. Éste no «profetiza» ninguno de estos fenómenos, pero sí los ve como posibles e incluso los presiente. Una de las vías que él contempla como posibles para la reconstrucción de Alemania tras la catástrofe de la guerra sería la de renunciar al imperialismo y afrontar la reconstrucción sólo a través de la economía, a través del trabajo, liberando las inmensas fuerzas de los individuos y de toda la nación alemana. Otra vía sería la persistencia en la política militarista e imperialista: «Reforzarse militarmente, y apenas se presente la ocasión para atacar, reanudar la guerra». Y Mises constata con desolación: «Tal es el medio en que hoy se piensa exclusivamente», y que hizo que el pueblo alemán cayera nuevamente «en la ebriedad de la victoria, en aquel triunfalismo sin modo ni límite que ya repetidamente le ha sido fatal, porque al final puede llevarle de nuevo a un colosal desastre»[28].
Es cierto que Alemania fue no sólo vencida, sino también saqueada salvajemente y humillada sin escrúpulos, que el pago del tributo que se le impuso en concepto de reparaciones fue «de dimensiones inauditas» (este año de 2010 ha tenido que pagar la última cuota de esas reparaciones). Posiblemente, todo esto lo tenía merecido; pero —como también observó Keynes en su libro Sobre las consecuencias económicas de la paz, publicado algunos años después que Nación, Estado y Economía)— este trato draconiano, así como «la indigencia y la miseria del pueblo alemán» que fue el resultado de la paz, no podía menos de fomentar en los alemanes un resentimiento que los indujo a aspirar a rearmarse y a intentar otra vez el enfrentamiento. En todo caso, fue un eficaz caldo de cultivo para el triunfo de Hitler y todo lo que vino después.
En todo caso, no hay que ignorar el parentesco que a posteriori podemos establecer entre el nacional-socialismo de la Joven Escuela histórica alemana, tan influida por los «Socialistas de Cátedra», y que tanto contribuyó a crear la mentalidad del Estado autoritario prusiano. En su Autobiografía (1978) se refiere así a la Escuela histórica de Schmoller y de los «Socialistas de Cátedra»: «El significado político de la Escuela histórica consistió en que contribuyó poderosamente a implantar en Alemania aquellas ideas que hicieron populares las desastrosas políticas que culminaron en grandes catástrofes. La agresividad imperialista que por dos veces concluyó con la guerra y la derrota, la inflación sin límites de los años Veinte, la economía imperativa (la Zwangswirtschaft) y todos los horrores del régimen nazi fueron el resultado de la acción de unos políticos que siguieron las enseñanzas de los paladines de la Escuela histórica»[29].
La vía seguida por Alemania tras el nazismo y la segunda guerra mundial fue la contraria a la que siguió tras la primera, es decir la renuncia a aquel «triunfalismo sin modo ni límite», para emprender la vía de la economía, el trabajo y la liberación de las enormes capacidades del pueblo alemán, un camino que ha convertido a Alemania en un modelo de democracia y prosperidad.
Juan Marcos de la Fuente