PREFACIO A LA EDICIÓN INGLESA DE 1953

Cuarenta años han transcurrido desde que se publicó la primera edición alemana de este libro. A lo largo de estas cuatro décadas el mundo ha sufrido muchos desastres y catástrofes. La política responsable de tales desgraciados acontecimientos ha afectado también a los sistemas monetarios de las naciones. El dinero sano y sólido ha ido cediendo progresivamente al depreciado dinero fiduciario. Todos los países sufren actualmente la inflación y se ven amenazados por la sombría perspectiva de una completa quiebra de sus monedas.

Es preciso constatar el hecho de que la situación actual del mundo, y especialmente la de los asuntos monetarios, es la lógica consecuencia de la aplicación de las doctrinas que han dominado la mente de nuestros contemporáneos. Las grandes inflaciones de nuestro tiempo no son algo que haya caído del cielo, sino fruto de la acción humana, y más precisamente de la acción de los gobiernos. Son producto de doctrinas que atribuyen a los gobiernos el mágico poder de crear riqueza de la nada y de hacer feliz a la gente elevando la «renta nacional».

Una de las principales tareas de la economía consiste en refutar la fundamental falacia inflacionista que viene confundiendo la mente de escritores y políticos desde los tiempos de John Law a los de Lord Keynes. No puede hablarse en absoluto de reconstrucción monetaria y recuperación económica mientras fábulas tales como la de los efectos taumatúrgicos del «expansionismo» forme parte integrante de la doctrina oficial y guíe la política económica de las naciones.

Ningún argumento que pueda formular la economía contra la doctrina inflacionista y expansionista hará mella en los demagogos. El demagogo no se preocupa de las consecuencias remotas de su política. Se decide por la inflación y la expansión del crédito, aunque sabe que el auge que produce es efímero y conduce inevitablemente al fracaso. Puede incluso alardear de ignorar los efectos a largo plazo, ya que «a largo plazo, todos muertos». Lo único que le interesa es el corto plazo.

Pero la cuestión es cuánto durará el corto plazo. Parece que los estadistas y los políticos han sobrevalorado considerablemente el corto plazo. El diagnóstico correcto de la actual situación es el siguiente: hemos agotado ya el corto plazo y nos hallamos ya ante las consecuencias del largo plazo que los partidos políticos se negaron a tener en cuenta. Los acontecimientos se han desarrollado precisamente como la sana economía, calificada de ortodoxa por la escuela neo-inflacionista, había pronosticado.

En esta situación el optimista puede esperar que las naciones puedan aprender lo que alegremente rechazaron hace sólo muy poco tiempo. Es esta expectativa optimista la que ha inducido a los editores a publicar de nuevo este libro y al autor a añadir como epílogo un ensayo sobre la reconstrucción monetaria (parte cuarta).

LUDWIG VON MISES

Nueva York, junio de 1952