Cuando se publicó la primera edición de este libro hace doce años [1912], las naciones y sus gobiernos se preparaban para la trágica empresa de la Gran Guerra, no sólo amontonando armas y municiones en sus arsenales, sino, mucho más, proclamando y propagando celosamente la ideología bélica, cuyo elemento económico más importante era el inflacionismo.
Mi libro también trataba el problema del inflacionismo e intentaba demostrar sus errores; y se refería a los cambios que amenazaban a nuestro sistema monetario en un futuro inmediato. Por ello fue objeto de apasionados ataques por parte de quienes estaban preparando el camino a la catástrofe monetaria que iba a llegar. Algunos de los que lo atacaron alcanzaron pronto gran influencia política; pudieron poner en práctica sus doctrinas y experimentar el inflacionismo en sus propios países.
Nada hay más perverso que la común afirmación de que la economía fracasa cuando se enfrenta con los problemas de los periodos bélico y posbélico. Hacer semejante afirmación equivale a ignorar la literatura de la teoría económica y confundir la economía con doctrinas basadas en documentos sacados de los archivos, como son las que aparecen en los escritos de los partidarios de la escuela histórico-empírico-realista. Nadie conoce mejor las limitaciones de la economía que los propios economistas, y nadie lamenta más sus lagunas y fallos. Pero toda la orientación teórica que precisaban los políticos de los últimos diez años podían haberla aprendido en la doctrina existente. Quienes ridiculizaron y rechazaron irreflexivamente como «abstracción exangüe» los resultados confirmados y aceptados del trabajo científico deberían culparse a sí mismos, no a los economistas.
Es igualmente difícil entender cómo pudo afirmarse que la experiencia de los últimos años hizo necesaria una revisión de la economía. Los enormes y repentinos cambios en el valor del dinero que hemos experimentado no aportan nada nuevo a quienes conocen la historia monetaria; ni las variaciones en el valor del dinero, ni sus consecuencias sociales, ni la forma en que los políticos han reaccionado ante ellas, fueron cosa nueva para los economistas. Es cierto que estas experiencias eran nuevas para muchos estatistas, y ésta es tal vez la mejor prueba de que el profundo conocimiento de la historia profesado por estos caballeros no era auténtico, sino una simple escusa para su propaganda mercantilista.
El hecho de que el presente libro, aunque sin modificaciones en lo esencial, se publique ahora en forma algo diferente a la primera edición no se debe a razones tales como la imposibilidad de explicar nuevos hechos mediante viejas doctrinas. Es cierto que durante los doce años transcurridos desde que se publicó la primera edición la economía ha hecho progresos que no es posible ignorar. Y mi propia dedicación a los problemas de la cataláctica me ha llevado en muchos aspectos a conclusiones diferentes de las mantenidas entonces. Mi actitud ante la teoría del interés es distinta hoy de la que era en 1911; y, aunque tanto al preparar esta edición como al preparar la primera, me he visto en la necesidad de posponer el estudio del problema del interés (que permanece al margen de la teoría del cambio indirecto), en algunas partes del libro, sin embargo, no ha habido más remedio que referirse al mismo. Además, sobre la cuestión de las crisis mis opiniones han variado en un aspecto: he llegado a la conclusión de que la teoría que yo propongo como una elaboración y continuación de las doctrinas de la Escuela Monetaria es en sí misma una explicación suficiente de las crisis y no simplemente un complemento a una explicación en términos de la teoría del cambio directo, tal como supuse en la primera edición.
Además, he llegado a la convicción de que en el tratamiento de la teoría monetaria no se puede prescindir de la distinción entre estática y dinámica. Al escribir la primera edición, pensé que podía prescindir de ella para no dar lugar a falsas interpretaciones por parte del lector alemán. En efecto, en un artículo publicado poco antes en una obra colectiva muy difundida, Altmann empleó los conceptos de «estático» y «dinámico» aplicándolos a la teoría monetaria en un sentido diferente del de la terminología de la moderna escuela americana[1]. Con posterioridad, sin embargo, el significado de la distinción entre estática y dinámica en la teoría moderna se ha convertido probablemente en algo familiar para todo el que haya seguido, aunque sólo superficialmente, el desarrollo de la economía. Hoy podemos emplear esos términos sin temor a confundirlos con la terminología de Altmann. He revisado en parte el capítulo sobre las consecuencias sociales de las variaciones en el valor del dinero a fin de exponer el tema con mayor claridad. En la primera edición el capítulo sobre política monetaria contenía largas discusiones históricas; la experiencia de los últimos años nos ofrece suficientes ejemplos del argumento fundamental para que podamos ahora prescindir de tales discusiones.
Hemos añadido una sección sobre problemas actuales de política bancaria, y otra en la que se examina brevemente la teoría y la política bancadas de los estatistas. Conforme a los deseos de algunos colegas, he incluido también una versión corregida y aumentada de un breve ensayo sobre la clasificación de las teorías monetarias, publicado hace algunos años en el volumen 44 del Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik.
Por lo demás, ha estado lejos de mi intención ocuparme críticamente de la profusión de nuevas publicaciones dedicadas a los problemas del dinero y del crédito. En la ciencia, como dice Spinoza, «la verdad aporta la prueba tanto de su propia naturaleza como del error». Mi libro contiene argumentos críticos sólo cuando son necesarios para fijar mi propia visión y explicar o preparar la base en que se apoyan. Esta omisión está tanto más justificada cuanto que la tarea crítica la han desarrollado admirablemente dos obras recientemente publicadas[2].
El capítulo final de la tercera parte, dedicado a los problemas de la política crediticia, se reproduce tal como se publicó en la 1.a edición. Sus argumentos se refieren a la posición de la banca en 1911, pero el significado de sus conclusiones teóricas no creo que deba modificarse. Estos argumentos se complementan con la mencionada discusión de los problemas de la actual política bancaria que cierra la presente edición. Pero incluso en esta discusión adicional, no deben buscarse propuestas con pretensión de validez absoluta. Su intención es simplemente mostrar la naturaleza del problema tratado. La elección entre todas las soluciones posibles en un caso particular depende de la valoración de los pros y los contras; decidir entre ellos es tarea no de la economía sino de la política.
LUDWIG VON MISES
Viena, marzo de 1924