CAPÍTULO IX

DIFERENCIAS LOCALES EN EL VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO

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Relaciones de precio interlocales

Dejemos a un lado por ahora la posibilidad del empleo conjunto de varias clases de dinero, y supongamos que en un determinado lugar se utiliza exclusivamente una clase de dinero como medio común de cambio. El problema de las relaciones de cambio recíprocas de diferentes clases de dinero constituirá la materia del próximo capítulo. En éste comenzaremos imaginando un sector geográfico aislado de cualquier tamaño cuyos habitantes comercian mutuamente utilizando un solo bien como medio común de cambio. No supone ninguna diferencia inmediata el que imaginemos esta región compuesta de varios estados, o como parte de un extenso estado, o como un estado individual. Sólo en una etapa posterior de nuestro razonamiento mencionaremos ciertas modificaciones incidentales de la fórmula general resultantes de diferencias en el concepto legal de dinero en los diferentes estados.

Ya explicamos anteriormente que dos bienes económicos, de similar constitución en todos los demás aspectos, no se consideran pertenecientes a la misma especie si ambos no están listos para el consumo en el mismo lugar. Por muchos motivos parece más conveniente considerarlos bienes de especies diferentes relacionados entre sí como bienes de órdenes superior e inferior[1]. Sólo en el caso del dinero se puede en ciertas circunstancias ignorar el factor de su posición en el espacio. Porque la utilidad del dinero, al revés que la de los otros bienes económicos, es hasta cierto punto independiente de las limitaciones impuestas por la distancia geográfica. Los cheques, los sistemas de compensación e instituciones similares tienden a hacer que el uso del dinero sea más o menos independiente de las dificultades y costes de transporte. Estos instrumentos han producido el resultado de permitir que el oro almacenado en los sótanos del Banco de Inglaterra, por ejemplo, pueda emplearse como medio común de cambio en cualquier parte del mundo. Podemos fácilmente imaginar una organización monetaria que, por el exclusivo uso de billetes y sistemas de compensación, permita hacer todas las transferencias valiéndose de sumas de dinero que nunca cambian su posición en el espacio. Si suponemos además que los costes asociados a toda transacción no están influidos por la distancia entre las partes contratantes, y entre cada una de ellas y el lugar en que está el dinero (es bien conocido que esta condición se ha realizado ya en algunos casos, por ejemplo, en el precio de los servicios de giro postal), podemos asegurar entonces que existe suficiente justificación para ignorar las diferencias en la situación geográfica del dinero. Pero una abstracción análoga con relación a otros bienes económicos sería inadmisible. Ninguna institución puede hacer que el café que se encuentra en Brasil sea consumido en Europa. Para que el bien de consumo «café en Europa» pueda obtenerse del bien de producción «café en Brasil» se necesita previamente combinar este bien de producción con el bien complementario «medio de transporte».

Si prescindimos de las diferencias debidas a la posición geográfica del dinero, obtenemos la siguiente ley para la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos: todo bien económico listo para el consumo (en el sentido en que usualmente se entiende en el comercio y la técnica) tiene un valor subjetivo de uso en cuanto bien de consumo en el lugar en que se encuentra y en cuanto bien de producción en aquellos lugares a los que puede ser llevado para el consumo. Estas valoraciones se originan independientemente unas de otras; pero ambas son igualmente importantes para la determinación de la relación de cambio entre el dinero y las mercancías. El precio en dinero de cualquier mercancía en cualquier lugar, bajo el supuesto de librecambio total y sin considerar las diferencias que surgen del tiempo empleado en el traslado, tiene que ser idéntico al precio en cualquier otro lugar, aumentado o disminuido en el coste monetario del transporte.

Ahora bien, no existe mayor dificultad para incluir en esta fórmula el coste de transporte del dinero, o de cualquier otro factor, al que el banquero y los que intervienen en los cambios atribuyen gran importancia, como el coste producido por la reacuñación cuando ésta sea necesaria.

Todos estos factores, que no es necesario enumerar más detalladamente, producen un efecto combinado en el tipo del cambio exterior (gastos de cablegramas, etc.), cuyos resultados han de incluirse en nuestros cálculos como una cantidad positiva o negativa. Para evitar posibles errores, hay que insistir una vez más en que aquí nos referimos solamente al tipo de cambio entre lugares en que se usa la misma clase de dinero, siendo indiferente el que las mismas monedas sean de curso legal en ambos lugares. Los problemas totalmente distintos del tipo de cambio entre diferentes clases de dinero no nos ocuparán hasta el capítulo siguiente.

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Las supuestas diferencias locales en el poder adquisitivo del dinero

Frente a la ley de las relaciones de precios interlocales que acabamos de explicar tenemos la creencia popular sobre variaciones locales en el poder adquisitivo del dinero. Se afirma una y otra vez que el poder adquisitivo del dinero puede ser diferente en distintos mercados al mismo tiempo, y se aportan continuamente datos estadísticos para apoyar esta afirmación. Pocas opiniones económicas están tan firmemente arraigadas en el vulgo como ésta. Los viajeros tienen por costumbre traérsela consigo a casa como fruto de la propia observación personal. Entre los que visitaron Austria procedentes de Alemania a principios de siglo, pocos fueron los que llegaron a dudar de que el valor del dinero era más alto en Alemania que en Austria. Llegó a considerarse verdad demostrada, incluso en la literatura económica[2], que el valor de cambio objetivo del oro, nuestro dinero-mercancía por excelencia, tenía diferentes niveles en distintas partes del mundo.

Ya hemos visto dónde reside el error de esta afirmación, y no haremos repeticiones innecesarias. La culpa de esta confusión de ideas hay que atribuirla al desconocimiento del factor posicional en la naturaleza de los bienes económicos, herencia de la concepción burdamente materialista del problema económico. Todas las supuestas diferencias locales en el poder adquisitivo del dinero pueden explicarse fácilmente de esta forma. Del hecho de que el precio del trigo sea diferente en Alemania y en Rusia no puede deducirse que exista diferencia en el poder adquisitivo del dinero en estos países, por la sencilla razón de que el trigo en Rusia y el trigo en Alemania representan dos especies diferentes de bienes. ¿A qué conclusiones absurdas no llegaríamos si consideráramos como pertenecientes a la misma especie de bienes, en sentido económico, los bienes en depósito en una aduana y los bienes de la misma especie técnica sobre los cuales se haya pagado ya el derecho arancelario? Deberíamos entonces suponer que el poder adquisitivo del dinero puede variar de edificio a edificio o de distrito a distrito en una misma ciudad. Naturalmente, si hay quien prefiere mantener la terminología comercial y creer que las especies de bienes pueden distinguirse mejor por sus características externas, tiene perfecto derecho a hacerlo. Discutir sobre cuestiones de terminología sería ocioso. A nosotros no nos interesan las palabras sino los hechos; pero si se emplea esta forma de expresión (la menos adecuada, a nuestro juicio), hay que tener buen cuidado de admitir las distinciones basadas en las diferencias del lugar en que están situadas las mercancías listas para el consumo. No basta tener en cuenta sólo los costes del transporte, derechos arancelarios y tasas indirectas. También hay que incluir en los cálculos, por ejemplo, el efecto de los impuestos directos, cuya carga es en gran medida transferible.

Creemos que es mejor emplear la terminología anteriormente indicada, ya que acentúa con mayor claridad que el poder adquisitivo del dinero muestra una tendencia a nivelarse en todo el mundo, y que las supuestas diferencias en él son casi totalmente explicables teniendo en cuenta las diferencias en la calidad de las mercancías objeto de oferta y demanda, de tal forma que sólo queda una pequeña y casi despreciable diferencia debida a variaciones en la calidad del dinero ofrecido y demandado.

Difícilmente puede discutirse la existencia de esta tendencia. Pero la fuerza que ejerce, y por lo tanto también su importancia, se estima de muy distintas maneras, debiéndose considerar errónea la proposición clásica de que el dinero, como cualquier otra mercancía, busca siempre aquel mercado en que tiene mayor valor. A este respecto afirma Wieser que las transacciones monetarias que implica el cambio se derivan de las transacciones de las mercancías; que constituyen un movimiento auxiliar, que avanza sólo en la medida en que es necesario para permitir la consumación del movimiento principal. Añade Wieser que incluso en nuestros días el movimiento internacional de mercancías es poco importante en comparación con el del comercio interior. El equilibrio interior que transmiten los precios se rompe por el relativamente escaso número de mercancías que tienen precios mundiales. Por consiguiente, el valor transmitido del dinero continúa siendo en su mayor parte tan significativo como siempre. Y así seguirá siendo mientras no se establezca una completa organización mundial que sustituya a la organización nacional de la producción y del trabajo que todavía prevalece; pero aún pasará mucho tiempo antes de que esto se lleve a cabo. En la actualidad, el principal factor de la producción, el trabajo, es todavía objeto de limitaciones nacionales en todas partes; una nación adopta los adelantos extranjeros en la organización y en la técnica únicamente en el grado permitido por sus características nacionales, y, en general, no se aprovecha fácilmente de las oportunidades de trabajo en el exterior, mientras que en el interior hay un constante movimiento entre empresarios y trabajadores. En consecuencia, los salarios mantienen en todas partes el nivel nacional al que han sido fijados históricamente, y de este modo el elemento más importante en los costes permanece nacionalmente determinado a este nivel histórico; y lo mismo ocurre con la mayoría de los demás elementos. En conjunto, el valor transmitido del dinero forma la base de los ulteriores cálculos sociales de coste y valor. Sin embargo, las relaciones internacionales no son aún lo suficientemente intensas para elevar los métodos de producción nacionales a un único nivel mundial y borrar las diferencias en el valor (nacional trasmitido) de cambio del dinero[3].

Difícilmente podemos aceptar estos argumentos que tantos puntos de contacto tienen con la teoría del valor basada en el coste de producción y que ciertamente no se armonizan con los principios de la teoría subjetiva. Nadie discutiría que los costes de producción difieren grandemente de una a otra localidad. Pero esto no significa que esa diferencia ejerza una influencia sobre el precio de las mercancías y el poder adquisitivo del dinero. Lo contrario se deduce claramente de los principios de la teoría de los precios, y también se demuestra diariamente en el mercado, sin que se precise ninguna otra prueba especial. El consumidor que busca la oferta más barata y el productor que pretende la venta más remuneradora coinciden en el esfuerzo para liberar los precios de las limitaciones del mercado local. Los que se proponen comprar algo no se molestan mucho por el coste de producción nacional cuando los del extranjero son más bajos. (Por esta causa, el productor que trabaja con costes de producción más altos reclama derechos arancelarios protectores).

Que las diferencias en los salarios en los diferentes países no influyen en el nivel de precios de las mercancías lo demuestra claramente la circunstancia de que aun los países con altos niveles salariales pueden abastecer los mercados de países con niveles de salarios bajos. Las diferencias locales en los precios de las mercancías de naturaleza técnicamente idéntica hay que explicarlas, por una parte, por diferencias en el coste de su preparación para el consumo (gastos de transporte, ventas al por menor, etc.), y, por otra, por los obstáculos físicos y legales que restringen la movilidad de las mercancías y de los seres humanos.

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Las supuestas diferencias locales en el coste de la vida

Existe cierta conexión entre la afirmación de la existencia de diferencias locales en el poder adquisitivo del dinero y la creencia general de diferencias locales en el coste de la vida. Se supone que es posible «vivir» más barato en algunos sitios que en otros. Podría suponerse que ambas consideraciones vienen a decir lo mismo, y que es indiferente que digamos que la corona austríaca «valía» en 1913 menos de los 85 pfennigs que correspondían a su valor-oro, o que la «vida» era más cara en Austria que en Alemania. Pero esto no es exacto. Las dos proposiciones no son en absoluto idénticas. La opinión de que la vida es más cara en un lugar que en otro no implica la proposición de que el poder de compra del dinero es diferente. Aun con una completa igualdad de la relación de cambio entre el dinero y los otros bienes económicos, puede suceder que un individuo se vea obligado a soportar costes desiguales para la obtención del mismo nivel de satisfacción en diferentes lugares. Especialmente es probable que así ocurra cuando la residencia en un cierto lugar despierta deseos que el mismo individuo no hubiera sospechado en otro lugar distinto. Tales deseos o necesidades pueden ser de naturaleza física o social. De esta forma, el inglés perteneciente a la clase acomodada puede vivir muy barato en el Continente, porque en su país está obligado a satisfacer una serie de compromisos sociales que no existen para él en el extranjero. Además, la vida en una gran ciudad es más cara que en el campo, porque en la ciudad existen multitud de posibilidades inmediatas de disfrute que estimulan deseos y hacen surgir necesidades desconocidas para el que vive en el campo. Quienes a menudo frecuentan los teatros, conciertos, exposiciones de arte y lugares de distracción análogos gastan naturalmente más dinero que quienes viven en parecidas circunstancias pero tienen que pasarse sin estas diversiones. Lo mismo ocurre con las necesidades físicas de los individuos. En las zonas tropicales, los europeos tienen que tomar una serie de precauciones para la protección de su salud que serían innecesarias en la zona templada. Todas aquellas necesidades cuyo origen depende de circunstancias locales exigen para su satisfacción una cierta existencia de bienes que de otra manera se utilizarían para la satisfacción de necesidades diferentes, disminuyendo, por consiguiente, el grado de satisfacción que puede proporcionar una existencia dada de bienes.

Por lo tanto, la afirmación de que el coste de la vida es diferente en distintas localidades sólo significa que el mismo individuo no puede obtener el mismo grado de satisfacción derivado de la misma existencia de bienes en diferentes lugares. Acabamos de dar una razón de la existencia de este fenómeno. Al margen de esto, puede pensarse que las diferencias locales en el coste de la vida pueden deberse también a diferencias locales en el poder adquisitivo del dinero, punto de vista que consideramos erróneo. No es más correcto hablar de una diferencia entre el poder adquisitivo del dinero en Alemania y Austria que concluir de la existencia de diferencias entre los precios fijados por los hoteles situados en las alturas y en los valles de los Alpes que el valor de cambio objetivo del dinero es diferente en ambas situaciones y formular la proposición de que el poder adquisitivo del dinero varía inversamente con la altura sobre el nivel del mar. El poder adquisitivo del dinero es el mismo en todas partes: lo que ocurre es que las mercancías ofertadas no son las mismas. Éstas difieren en una cualidad económicamente significativa: la posición en el lugar en que se hallan listas para el consumo.

Pero aunque las relaciones de cambio del dinero y los bienes económicos de idéntica constitución en todas las partes de un sector unitario del mercado en el que se emplea la misma clase de dinero sean en cualquier tiempo iguales entre sí y todas las aparentes excepciones puedan explicarse por las diferencias en la calidad espacial de las mercancías, es cierto, no obstante, que las diferencias en la posición (y por lo tanto en la calidad económica) de las mercancías pueden constituir, en ciertas circunstancias, una justificación subjetiva de la afirmación de que existen diferencias en el coste de la vida. Quien voluntariamente visita Karlsbad por motivos de salud se equivocaría si de los altos precios de las viviendas y los alimentos vigentes en esa ciudad dedujera que es imposible obtener tanto disfrute de una suma dada de dinero en Karlsbad como el que podría obtenerse en otra parte, y que, por consiguiente, la vida allí es más cara. Esta conclusión no tiene en cuenta la diferencia de calidad de las mercancías cuyos precios se comparan. Es precisamente por esa diferencia de calidad, porque tiene para él un determinado valor, por lo que el visitante acude a Karlsbad. El que tenga que pagar en Karlsbad una suma mayor de dinero por la misma cantidad de satisfacciones se debe al hecho de que paga también el precio de la posibilidad de disfrutarlas en la inmediata vecindad del manantial medicinal. No ocurre lo mismo con el militar, el obrero o el hombre de negocios cuya estancia en Karlsbad se debe únicamente a sus ocupaciones. La vecindad de las aguas nada tiene que ver con la satisfacción de sus necesidades, por lo que el sobreprecio que por este motivo tienen que abonar por los servicios y bienes que necesitan lo perciben como una reducción de las posibilidades de disfrute que podrían tener en otro lugar, ya que no obtienen por su estancia en Karlsbad ninguna satisfacción especial. Si comparan su nivel de vida con el que podrían alcanzar con el mismo gasto en la ciudad vecina, llegarán a la conclusión de que la vida es realmente más cara en el balneario que en otra parte. Sólo trasladarán sus actividades al lugar en que está situado el costoso balneario cuando piensen que podrán obtener allí una renta en dinero suficientemente elevada que les permita el mismo nivel de vida que en otra parte. Pero al comparar los niveles de satisfacción asequibles dejarán de tener en cuenta la ventaja que supone la posibilidad de satisfacer sus necesidades en el balneario, ya que esta circunstancia carece de valor para ellos. Por consiguiente, todos los salarios serán más altos en el balneario que en otros sitios más baratos, suponiendo que exista una completa movilidad. Esto aparece claramente en los contratos salariales; pero también ocurre con los salarios oficiales. El gobierno paga una dieta especial a aquéllos de sus funcionarios que tienen que desempeñar sus obligaciones en lugares «caros» a fin de colocarlos al nivel de los funcionarios que viven en lugares más baratos. También los obreros han de ser compensados con salarios más altos debido al mayor coste de la vida.

Ésta es también la clave del significado de la frase «La vida es más cara en Austria que en Alemania», frase que tiene un cierto significado aun cuando no exista diferencia en el poder adquisitivo del dinero en ambos países. Las diferencias en los precios de ambos países no se refieren a mercancías de la misma naturaleza; lo que se suponen mercancías idénticas difieren realmente en un punto esencial: que están disponibles para el consumo en lugares diferentes. Las causas físicas, por una parte, y las causas sociales, por otra, dan a esta distinción una importancia decisiva en la determinación de los precios. El que valore la oportunidad de trabajar en Austria como un austríaco entre los austriacos, criado para trabajar y ganar dinero en Austria, y que no pueda obtener medios de vida en otra parte a causa de dificultades lingüísticas, costumbres nacionales, condiciones económicas, etc., se equivocaría si de la comparación entre los precios de las mercancías en el interior y en el extranjero dedujera que la vida es más cara en su país. No debe olvidar que parte de los precios que paga se debe al privilegio de la posibilidad de satisfacer sus necesidades en Austria. Un rentista independiente, que tiene la posibilidad de elegir su domicilio, puede decidir si prefiere una vida de satisfacciones manifiestamente limitadas en su país de origen entre sus parientes a una vida de al parecer más abundantes satisfacciones entre extraños en un país extranjero. Pero la mayoría de la gente no tiene la posibilidad de elegir; para muchos, el permanecer en su país es cuestión de necesidad, y la emigración, una imposibilidad.

En resumen: la relación de cambio entre el dinero y las mercancías es igual en todas partes. Pero los hombres y sus necesidades no son los mismos en todas partes, como tampoco lo son las mercancías. Sólo ignorando estas distinciones se puede hablar de diferencias locales en el poder adquisitivo del dinero o decir que la vida es más cara en un lugar que en otro.