CAPÍTULO VIII

LOS DETERMINANTES DEL VALOR DE CAMBIOS OBJETIVO O PODER ADQUISITIVO DEL DINERO

(I)

EL ELEMENTO DE CONTINUIDAD EN EL VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO

1

La dependencia de la valoración subjetiva del dinero respecto a la existencia de valor de cambio objetivo

Según la moderna teoría del valor, el precio es la resultante de la acción recíproca en el mercado de las valoraciones subjetivas de las mercancías y de los bienes entregados a cambio. De principio a fin, es el resultado de valoraciones subjetivas. Los bienes se valoran por los individuos que los cambian, según su valor subjetivo de uso, y sus razones o relaciones (ratios) de cambio se determinan dentro del radio en que oferta y demanda se hallan en un exacto equilibrio cuantitativo. La ley del precio formulada por Menger y Böhm-Bawerk nos ofrece una completa y numéricamente precisa explicación de estas relaciones de cambio; dicha ley se aplica exhaustivamente a todos los fenómenos del cambio directo. En la concurrencia bilateral, el precio de mercado se halla comprendido entre un límite superior fijado por las valoraciones del postor más bajo entre los compradores efectivos y del oferente más alto entre los posibles vendedores excluidos, y otro límite inferior fijado por las valoraciones del oferente más bajo entre los vendedores efectivos y el postor más alto entre los posibles compradores excluidos.

Esta ley del precio es válida tanto para el cambio indirecto como para el directo. El precio del dinero, al igual que otros, está determinado en último término por las valoraciones subjetivas de compradores y vendedores. Pero, como dijimos anteriormente, el valor de uso subjetivo del dinero, que coincide con su valor de cambio subjetivo, no es otra cosa que el valor de uso anticipado de las cosas que con él se van a comprar. El valor subjetivo del dinero tiene que medirse por la utilidad marginal de los bienes por los cuales puede cambiarse[1].

De todo ello se desprende que el dinero sólo puede valorarse en el supuesto de que tenga un cierto valor de cambio objetivo. Tal point d’appui es necesario antes de que pueda salvarse el espacio entre satisfacción y dinero «inútil». Como no existe una relación directa entre el dinero como tal y las necesidades humanas, los individuos no pueden formarse una idea de su utilidad, y por consiguiente de su valor, más que suponiéndole un determinado poder de compra. Pero es fácil ver que esta suposición no puede ser otra cosa que la expresión de la relación de cambio vigente en ese momento en el mercado entre el dinero y las mercancías[2].

Una vez que se ha establecido en el mercado una relación de cambio entre el dinero y las mercancías, continúa ejerciendo una influencia más allá del periodo en que se halla vigente, proporcionando así las bases para ulteriores valoraciones del dinero. Así, el pasado valor de cambio objetivo del dinero tiene una cierta significación para su valoración presente y futura. Los precios-dinero de hoy están enlazados con los de días anteriores y los futuros.

Pero esto solo no es suficiente para explicar el problema del elemento de continuidad en el valor del dinero; sólo retrasa la explicación. Investigar el valor que tiene hoy el dinero con relación al que tuvo ayer, el de ayer con relación al de anteayer, etc., es plantear el problema de qué fue lo que determinó el valor del dinero en un principio. La consideración del origen del uso del dinero y de los particulares componentes de su valor que dependen de su función monetaria nos sugiere una contestación obvia a esta cuestión. El primer valor del dinero fue claramente el valor que los bienes empleados como dinero poseían (gracias a su capacidad para satisfacer de otro modo las necesidades humanas) en el momento en que comenzaron a emplearse como medio común de cambio. Cuando los individuos comenzaron a adquirir objetos, no para el consumo, sino para usarlos como medio de cambio, los valoraron según el valor de cambio objetivo que ya les había asignado el mercado en virtud de su utilidad «industrial», y sólo como consideración adicional por la posibilidad de emplearlos como medio de cambio. El valor originario del dinero está ligado al valor-mercancía del material monetario. Pero desde entonces el valor del dinero ha estado influido no sólo por los factores dependientes de sus usos «industriales», que determinan el valor del material del cual está hecha la mercancía-dinero, sino también por los que resultan de su uso como dinero. No sólo su oferta y demanda para fines industriales, sino también su oferta y demanda para usarlo como medio de cambio, influyeron en el valor del oro desde el momento en que se empleó por vez primera como dinero[3].

2

La necesidad de un valor independiente de la función monetaria antes de que un objeto pueda servir como moneda

Puesto que el valor de cambio objetivo del dinero tiene siempre que estar ligado a una relación de cambio preexistente en el mercado entre el dinero y otros bienes económicos (ya que de otra forma los individuos no podrían calcular el valor del dinero), la conclusión lógica es que un objeto no puede utilizarse como dinero a menos que, en el momento en que empieza su uso como tal, posea un valor de cambio objetivo anterior basado en cualquier otro uso. Esto implica al mismo tiempo una refutación de aquellas teorías que derivan el origen del dinero de un acuerdo general para dar un valor ficticio a cosas intrínsecamente sin valor[4] y una confirmación de la hipótesis de Menger referente al origen del uso del dinero.

Esta vinculación a un valor de cambio preexistente es necesaria no sólo para el dinero-mercancía, sino también para el dinero-crédito y el dinero-signo[5]. Este último no habría existido nunca si no hubiera satisfecho esta condición. Supongamos que, entre las antiguas y modernas clases de dinero sobre las que puede dudarse si se las reconoció como dinero-crédito o dinero-signo, ha habido efectivamente representantes del dinero-signo puro. Tal dinero sólo pudo surgir de dos maneras. Pudo surgir porque los sustitutos monetarios ya en circulación, esto es, los títulos pagaderos en dinero a la vista, fueron desprovistos de su carácter como tales títulos, y sin embargo continuaron usándose en el comercio como medio de cambio. En este caso, el punto de partida para su valoración es el valor de cambio objetivo que tenían en el momento en que fueron despojados de su carácter de títulos reembolsables en dinero. El otro caso posible es aquél en que las monedas que una vez circularon como dinero-mercancía se transforman en dinero-signo por cese de la acuñación libre (bien porque la acuñación ya no se realice, bien porque esté exclusivamente en manos del estado), sin que nadie asuma, de jure o de facto, la obligación de convertirlas, y nadie tenga sólidas bases para esperar que esta obligación vaya alguna vez a ser asumida por alguien. En este caso, el punto de partida para la valoración es el valor de cambio objetivo de las monedas en el momento en que cesó la libre acuñación.

Antes de que un bien económico empiece a funcionar como dinero tiene que poseer ya un valor de cambio basado en alguna otra causa distinta de su función monetaria. Pero el dinero que funciona como tal puede seguir teniendo un valor incluso cuando ha dejado de existir la fuente original de su valor de cambio. Su valor se basa entonces totalmente en su función como medio de cambio[6].

3

El significado de los precios anteriores en la determinación de las relaciones de cambio del mercado

De todo lo que acabamos de exponer se desprende la importante conclusión de que el valor de cambio objetivo del dinero contiene un elemento históricamente continuo.

El pasado valor del dinero es retomado por el actual y transformado por éste; el valor presente del dinero pasa al futuro para ser transformado a su vez. Hay aquí un contraste entre la determinación del valor de cambio del dinero y el valor de cambio de otros bienes económicos. Por lo que respecta a éstos, todas las relaciones de cambio preexistentes son completamente irrelevantes. Es cierto que si miramos bajo el velo monetario las relaciones de cambio reales entre los bienes podemos observar cierta continuidad. En general, las alteraciones efectivas de los precios se suceden muy lentamente. Pero esta estabilidad de los precios tiene su causa en la estabilidad de los determinantes de los precios, no en la ley de los precios en cuanto tal. Los precios cambian lentamente porque las valoraciones subjetivas de los seres humanos cambian asimismo con lentitud. Las necesidades humanas, y las opiniones respecto a la capacidad de los bienes para satisfacer esas necesidades, no están más sujetas a los cambios frecuentes y repentinos que las existencias de bienes disponibles para el consumo, o la forma de su distribución social. El que raramente el precio de mercado de hoy sea muy distinto del de ayer se explica por el hecho de que las circunstancias que determinaron el precio de ayer no han cambiado mucho de la noche a la mañana, de suerte que el precio de hoy es resultado de factores casi idénticos. Si en el mercado se sucedieran rápidas e irregulares variaciones en los precios, la concepción del valor de cambio objetivo no habría alcanzado la importancia que actualmente le atribuyen tanto los consumidores como los productores.

En este sentido, es inexcusable referirse a la inercia de los precios, aunque los errores cometidos por los primitivos economistas deberían prevenimos contra el riesgo real de que el uso de términos tomados de la mecánica nos lleve a un sistema «mecánico», es decir un sistema que prescinde erróneamente de las valoraciones subjetivas de los individuos. En todo caso, cualquier sugerencia de una relación causal entre precios pasados y presentes debe rechazarse decididamente.

No se discute que haya fuerzas institucionales que se oponen a los cambios en los precios exigidos por los cambios en las valoraciones, y que son responsables de que se aplacen los cambios en los precios a que habrían dado lugar las variaciones en la oferta y la demanda y de que ciertos cambios pequeños y transitorios en las relaciones entre oferta y demanda no produzcan en absoluto los cambios correspondientes. En este sentido bien puede hablarse de una inercia de los precios. También puede aceptarse la afirmación de que los precios precedentes forman el punto de partida para las transacciones del próximo mercado[7], siempre que se entienda en el sentido que acabamos de indicar. Si las condiciones generales que determinaron el precio de ayer se han modificado sólo ligeramente, el precio de hoy debe ser ligeramente distinto del de ayer, y en la práctica no parece incorrecto hacer del precio de ayer el punto de partida. No obstante, no existe una relación causal entre precios pasados y presentes en lo que respecta a las relaciones de cambio de los bienes económicos (sin incluir el dinero). El hecho de que ayer fuera elevado el precio de la cerveza no significa nada respecto al precio que pueda tener hoy; baste pensar en el efecto que produciría sobre los precios de las bebidas alcohólicas un triunfo general del movimiento prohibicionista. Quienquiera que preste atención a los movimientos del mercado no dejará de percibir diariamente alteraciones en las relaciones de cambio en los bienes, por lo que es totalmente imposible que quienes estén versados en los fenómenos económicos acepten una teoría que trata de explicar los cambios de precios basándose en una supuesta constancia de éstos.

Digamos de pasada que atribuir la determinación de los precios a su supuesta inercia, como tiene que admitir Zwiedineck en su defensa de este supuesto, es renunciar de entrada a la esperanza de explicar las causas últimas de los precios y contentarse con explicaciones por causas secundarias[8]. Hay que admitir sin reservas que una explicación de las primitivas formas de las operaciones de cambio que al parecer existieron en otros tiempos (tarea a cuya solución han contribuido bien poco hasta ahora los historiadores económicos) pondría de manifiesto que las fuerzas que en su día impidieron los cambios repentinos de los precios fueron entonces más poderosas de lo que son en la actualidad. Pero lo que en todo caso hay que negar es que exista una especie de conexión entre estos precios primitivos y los del presente, es decir, que haya realmente alguien que crea posible mantener la afirmación de que las relaciones de cambio de los bienes económicos (no los precios del dinero) en las actuales bolsas alemanas tengan algún tipo de conexión causal con las que prevalecieron en tiempos de Hermann o Barbarroja. Si desaparecieran de la memoria humana todas las relaciones de cambio del pasado, el proceso de determinación de los precios de mercado sería ciertamente más difícil, porque cada uno tendría que construirse para sí una nueva escala de valoraciones; pero no sería imposible. En efecto, los individuos de todo el mundo despliegan continuamente la actividad que da origen a los precios: la decisión sobre la importancia relativa que atribuyen a cantidades específicas de bienes como condiciones para la satisfacción de sus necesidades.

En la medida en que los precios en dinero de los bienes están determinados por factores monetarios, en ellos se halla presente un componente históricamente continuo, sin el cual no podrían explicarse sus niveles actuales. Este componente se deriva ciertamente de las relaciones de cambio que pueden explicarse plenamente por referencia a las valoraciones subjetivas de los individuos que intervienen en el mercado, aunque estas valoraciones no estuvieran originalmente basadas sólo en la específica utilidad monetaria de estos bienes. La valoración del dinero por el mercado sólo puede arrancar del valor que poseía con anterioridad, relación que influye en el nuevo nivel del valor de cambio objetivo del dinero. El valor históricamente transmitido lo transforma el mercado sin tener en cuenta su contenido histórico[9]. Pero este valor no es solamente el punto de partida para el valor de cambio objetivo que tenga hoy el dinero: es un elemento indispensable en su determinación. El individuo debe tener en cuenta el valor de cambio objetivo del dinero determinado en el mercado de ayer antes de que pueda formar un cálculo de la cantidad de dinero que vaya a necesitar hoy. La demanda de dinero y su oferta se ven de esta forma influidas por el valor del dinero en el pasado; pero ambas a su vez modifican este valor hasta que se equilibran.

4

La aplicabilidad al dinero de la teoría de la utilidad marginal

La demostración de que la búsqueda de los determinantes del valor de cambio objetivo del dinero nos retrotrae al momento en que el valor del dinero no estaba en modo alguno determinado por su uso como medio de cambio, sino solamente por sus otras funciones, allana el camino para desarrollar una completa teoría del valor del dinero sobre la base de la teoría subjetiva del valor y su peculiar doctrina de la utilidad marginal.

Hasta el presente la escuela subjetiva no ha sido capaz de conseguirlo. En efecto, entre los pocos partidarios que han prestado alguna atención al problema ha habido algunos que han tratado de demostrar que es insoluble. La teoría subjetiva del valor ha fracasado al enfrentarse con este problema.

Existen dos teorías del dinero que, al margen de la opinión que nos merezcan, hay que reconocer que han intentado resolver en su totalidad el problema del valor del dinero.

Las teorías objetivas del valor han conseguido introducir en sus sistemas una teoría del dinero formalmente intachable, que deduce el valor del dinero de su coste de producción[10]. Es cierto que el abandono de esta teoría monetaria no debe atribuirse meramente a aquellos defectos de la teoría objetiva del valor en general que justificaron su sustitución por la teoría de la escuela moderna. Aparte de este fallo fundamental, la teoría del valor del dinero basada en el coste de producción tenía una característica que iba a ser fácil blanco de las críticas. Si bien ofrecía una teoría del dinero-mercancía (aunque sol o formalmente correcta), era incapaz de ocuparse del problema del dinero-crédito y del dinero-signo. No obstante, era una completa teoría del dinero en cuanto intentaba dar por lo menos una plena explicación del valor del dinero-mercancía.

La otra teoría del valor del dinero, similarmente completa, es aquella versión de la teoría cuantitativa que va asociada al nombre de Davanzati[11]. Según esta teoría, todas las cosas capaces de satisfacer necesidades humanas se igualan convencionalmente a todos los metales monetarios. De aquí, puesto que lo que vale para el todo vale también para sus partes, pueden deducirse las relaciones de cambio entre las unidades de producto y las de dinero. Se trata de una hipótesis que no está en modo alguno avalada por los hechos. Demostrar una vez más su inconsistencia sería perder el tiempo. Sin embargo, debemos reconocer que Davanzati fue el primero que intentó afrontar el problema en su totalidad, construyendo una teoría que no solamente quería explicar las variaciones de una relación de cambio existente entre el dinero y otros bienes económicos, sino también el origen de esta relación.

No puede decirse lo mismo de otras versiones de la teoría cuantitativa. Todas éstas suponen tácitamente un cierto valor dado del dinero, rehusando absolutamente investigar más a fondo la cuestión. Pasan por alto el hecho de que lo decisivo es explicar qué es lo que determina la relación de cambio entre el dinero y las mercancías, y no sólo lo que modifica esta relación. En este aspecto, la teoría cuantitativa se asemeja a varias teorías generales sobre el valor (por ejemplo, varias de las versiones de la doctrina de la oferta y la demanda), que no intentaron explicar los precios como tales, contentándose con establecer una ley de las variaciones de los precios[12]. Estas formas de la teoría cuantitativa no son en realidad otra cosa que la aplicación de la ley de la oferta y la demanda al problema del valor del dinero. Introducen en la teoría monetaria los puntos sólidos de esta doctrina, y desde luego también los más débiles[13].

La revolución de la economía iniciada en 1870 no ha conseguido hasta ahora resolver de forma enteramente satisfactoria este problema. Naturalmente, esto no quiere decir que el progreso de la ciencia económica no haya dejado huellas en la teoría monetaria en general y en la teoría del valor del dinero en particular. Uno de los muchos servicios prestados por la teoría subjetiva del valor es el de haber preparado el camino para un conocimiento más profundo de la naturaleza y el valor del dinero. Las investigaciones de Menger han situado la teoría sobre nuevas bases. Pero hasta ahora se ha descuidado una cuestión: ni Menger ni ninguno de los muchos investigadores que han tratado de seguirle han intentado realmente resolver el problema fundamental del valor del dinero. En general, se han ocupado de la revisión y desenvolvimiento de los puntos de vista tradicionales, exponiéndolos con más precisión y corrección; pero no han dado una contestación a la pregunta clave: ¿cuáles son los determinantes del valor de cambio objetivo del dinero? Menger y Jevons ni siquiera han llegado a tocar el problema. Carver[14] y Kinley[15] no han aportado a su solución nada verdaderamente importante. Walras[16] y Kemmerer[17] suponen un valor dado del dinero y desarrollan lo que no es más que una teoría de las variaciones en el valor del dinero. Es cierto que Kemmerer se aproxima mucho a la solución del problema, pero no llega a resolverlo.

Wieser se refiere expresamente al carácter incompleto de los planteamientos anteriores. En su crítica a la teoría cuantitativa explica que la ley de la oferta y la demanda, en su más antigua forma, cuya aplicación al problema del dinero constituye la teoría cuantitativa, tiene un contenido muy inadecuado, ya que no da ninguna explicación de la forma en que realmente se determina el valor o su nivel en un momento dado, sino que se limita sin más explicación simplemente a indicar la dirección en que el valor evolucionará como consecuencia de las variaciones en la oferta y la demanda; a saber, en dirección opuesta a los cambios de la primera y en la misma dirección en que cambia la segunda. Insiste además en que no es posible seguir sosteniendo una teoría del valor económico del dinero que tan inadecuadamente se ocupa del problema, y que tras la sustitución de la antigua ley de la oferta y la demanda aplicada a las mercancías, para la que originariamente se construyó, se impone buscar una ley más precisa que pueda aplicarse al caso del dinero[18]. Pero Wieser no se ocupa del problema cuya solución él mismo dice ser el objeto de su investigación, pues en el curso de su razonamiento declara que los conceptos de oferta y demanda de dinero como medio de cambio son inútiles para su fin, y ofrece una teoría que intenta explicar las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero (objektive innere Tauschwert des Geldes)[19] por referencia a la relación que existe en una comunidad económica entre rentas monetarias y rentas reales. Porque si bien es cierto que una consideración de la relación entre rentas monetarias y rentas reales puede muy bien explicar las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero, Wieser no intenta en ningún momento desarrollar una teoría completa del mismo; intento que, al dejar de considerar los factores de la oferta y la demanda, habría ciertamente de fracasar. La misma objeción que él hace contra la vieja teoría cuantitativa, de que nada explica con relación a la efectiva determinación del valor o al nivel a que éste debe fijarse en un momento dado, puede también hacerse contra su propia doctrina, lo cual es tanto más sorprendente cuanto que fue Wieser quien, al descubrir el elemento histórico en el poder adquisitivo del dinero, proporcionó las bases para un posterior desarrollo de la teoría subjetiva del valor aplicada a este campo.

Los poco satisfactorios resultados conseguidos por la teoría subjetiva del valor podrían justificar la opinión de que esta doctrina, y especialmente su proposición referente al significado de la utilidad marginal, es incapaz de ofrecer un tratamiento adecuado del problema del dinero. Curiosamente, fue un representante de la nueva escuela, Wicksell, el primero que expresó esta opinión. Wicksell considera que el principio que constituye la base de toda la moderna investigación de la teoría del valor, a saber, el concepto de utilidad marginal, puede servir para explicar la determinación de las relaciones de cambio entre una mercancía y otra, pero que, prácticamente, no tiene relevancia alguna, o muy secundaria, para explicar las relaciones de cambio entre el dinero y otros bienes económicos. Wicksell, sin embargo, no parece que tenga nada que objetar a la teoría de la utilidad marginal en este sentido. Según su razonamiento, el valor de cambio objetivo del dinero no está determinado por los procesos del mercado en que se intercambian dinero y otros bienes económicos. Si el precio monetario de una mercancía o grupo de mercancías se fija en el mercado erróneamente, entonces el desajuste resultante en la oferta y la demanda y en la producción y el consumo de esta mercancía o grupo de mercancías realizará antes o después la necesaria corrección. Si, por otro lado, se elevaran o descendieran por cualquier razón todos los precios de las mercancías o el nivel medio de estos precios, no existe ningún factor en las circunstancias del mercado de mercancías que pueda provocar una reacción. En consecuencia, si debe haber alguna reacción contra la fijación de un precio demasiado alto o demasiado bajo, ésta ha de originarse de una u otra forma fuera del mercado de mercancías. En el desarrollo de su razonamiento, Wicksell llega a la conclusión de que el regulador de los precios monetarios hay que buscarlo en las relaciones del mercado de mercancías con el mercado de dinero, en el más amplio sentido del término. La causa que influye en la demanda de materias primas, trabajo, uso de la tierra y otros medios de producción, determinando de esta forma indirectamente el movimiento al alza o a la baja de los precios de las mercancías, es la relación entre el tipo monetario de interés (Darlehnzins) y el tipo de interés «natural» o de equilibrio (natürliche Kapitalzins), por el cual habremos de entender aquel tipo de interés determinado por la oferta y la demanda si el propio capital real se presta directamente sin intermediación de dinero[20].

Wicksell piensa que éste su argumento ofrece una teoría de la determinación del valor de cambio objetivo del dinero. Pero en realidad todo lo que pretende probar es que las fuerzas que desde el mercado de préstamos actúan sobre el mercado de mercancías impiden que el valor de cambio objetivo del dinero suba o baje demasiado. El nunca sostiene que el tipo de interés de los préstamos determine en forma alguna el nivel efectivo de este valor; en realidad, afirmar esto sería absurdo. Pero si tuviéramos que hablar de un nivel de precios del dinero que es «demasiado alto» o «demasiado bajo», tendríamos primero que fijar cómo se ha establecido el nivel ideal con el cual comparamos el nivel real. No basta en absoluto demostrar que después de una perturbación se restablece la posición de equilibrio, si no se explica primero la existencia de esta posición de equilibrio. Éste es indudablemente el problema principal, y su solución conduce directamente a la del otro; sin ella, toda ulterior investigación ha de resultar infructuosa, porque el estado de equilibrio sólo puede ser mantenido por aquellas fuerzas que primeramente lo establecieron y que continúan restableciéndolo. Si las circunstancias del mercado de préstamos no ofrecen ninguna explicación de la génesis de la relación de cambio existente entre el dinero y otros bienes económicos, entonces tampoco pueden ayudar a explicar por qué esta relación no se modifica. El valor de cambio objetivo del dinero se determina en el mercado en que el dinero se cambia por mercancías y las mercancías por dinero. Explicar su determinación es el objeto de la teoría del valor del dinero. Pero Wicksell opina que «las leyes del cambio de las mercancías no contienen en sí nada que pueda determinar el nivel absoluto de los precios del dinero»[21]. Esto significa tanto como negar toda posibilidad de investigación científica en este campo.

También Helfferich opina que existe un obstáculo insuperable en la forma de aplicar la teoría de la utilidad marginal al problema del dinero, porque en tanto que la teoría de la utilidad marginal trata de basar el valor de cambio de los bienes en el grado de utilidad que éstos proporcionan al individuo, el grado de utilidad del dinero para el individuo es evidente que dependerá de su valor de cambio, ya que el dinero sólo puede tener utilidad si tiene valor de cambio, y el grado de utilidad está determinado por el nivel del valor de cambio. El dinero se valora subjetivamente según la cantidad de bienes de consumo que se pueden obtener por el cambio, o según lo que haya de darse de otras mercancías al objeto de obtener el dinero que se necesita para hacer pagos. La utilidad marginal del dinero para un individuo cualquiera, esto es, la utilidad marginal que se deriva de los bienes que pueden obtenerse con una cantidad dada de dinero o de los que han de cederse para obtener el dinero que se precisa, presupone un cierto valor de cambio del dinero; por lo tanto, este último no puede ser derivado del primero[22].

Quienes han comprendido la importancia de los valores históricamente transmitidos en la determinación del valor de cambio objetivo del dinero no encontrarán grandes dificultades para salir de este aparente círculo vicioso. Es cierto que la valoración de la unidad monetaria por el individuo es sólo posible en el supuesto de que exista con anterioridad en el mercado una relación de cambio entre el dinero y otros bienes económicos. Sin embargo, es un error deducir de esto que la teoría de la utilidad marginal no puede proporcionar una completa y satisfactoria explicación de la determinación del valor de cambio objetivo del dinero. El hecho de que esta teoría sea incapaz de explicar el valor de cambio objetivo del dinero enteramente por referencia a su utilidad monetaria, de que para completar su explicación, como ya demostramos, sea preciso retroceder a aquel valor de cambio originario basado no en una verdadera función monetaria sino en los demás usos del objeto que se utiliza como dinero; todo ello, en fin, no debe considerarse como un fallo de la teoría, pues corresponde exactamente a la naturaleza y origen del particular valor de cambio objetivo que nos ocupa. Exigir de una teoría del valor del dinero que explique la relación de cambio entre el dinero y las mercancías solamente con referencia a su función monetaria y sin la asistencia del elemento de continuidad histórica en el valor del dinero es exigir una cosa totalmente opuesta a su verdadero objeto y naturaleza.

La teoría del valor del dinero como tal sólo puede remontarse en la búsqueda del valor de cambio objetivo del dinero hasta aquel punto en que deja de ser el valor del dinero para convertirse simplemente en el valor de una mercancía. En este punto, la teoría del valor del dinero debe ceder el paso a la teoría general del valor, la cual no encontrará entonces nuevas dificultades en la solución del problema. Es cierto que la valoración subjetiva del dinero presupone un previo valor de cambio objetivo; pero el valor que se presupone no es el mismo que el valor que tiene que explicarse; lo que se ha de presuponer es el valor de cambio de ayer, y es completamente lícito servirse de él para explicar el precio de hoy. El valor de cambio objetivo del dinero que domina en el mercado de hoy se deriva del de ayer, de la influencia de las valoraciones subjetivas de los individuos que intervienen en el mercado, de la misma forma que el de ayer se derivó, a su vez, de la influencia de las valoraciones subjetivas, según el valor de cambio objetivo vigente con anterioridad.

Si proseguimos así ahondando en nuestra investigación, llegaremos finalmente a un punto en que ya no encontraremos ningún componente en el valor de cambio objetivo del dinero surgido de valoraciones basadas en la función del dinero como medio de cambio, y en el que el valor del dinero no es otra cosa que el valor de un objeto que es útil por alguna otra causa distinta de su función como dinero. Pero este punto no es meramente un concepto instrumental de la teoría; es un fenómeno real de la historia económica, que hace su aparición en el momento en que empieza el cambio indirecto.

Antes de que fuera corriente la adquisición de bienes en el mercado, no para el consumo personal, sino simplemente con objeto de cambiarlos otra vez por los bienes verdaderamente deseados, cada mercancía individual no tenía más valor que el que le concedían las valoraciones subjetivas basadas en su utilidad directa. Sólo cuando se estableció la costumbre de adquirir ciertos bienes meramente con objeto de usarlos como medio de cambio empezaron los individuos a estimarlos más que antes por la posibilidad de usarlos en el cambio indirecto. El individuo les concedía valor ante todo porque podían emplearse como medio de cambio. Ambas clases de valoraciones están sujetas a la ley de la utilidad marginal. De la misma forma que el punto original de partida del valor del dinero no era otra cosa que el resultado de valoraciones subjetivas, lo mismo ocurre con el valor actual del dinero.

Pero Helfferich trata de aportar todavía otro argumento para justificar la falta de aplicación de la teoría de la utilidad marginal al dinero. Considerado el sistema económico en su totalidad, es claro que la noción de utilidad marginal descansa en el hecho de que, dada una cierta cantidad de bienes, sólo se puede satisfacer cierto número de necesidades y proporcionar un cierto conjunto de utilidades. Dadas las necesidades y dado un conjunto de medios, puede también determinarse el grado de utilidad marginal. Según la teoría de la utilidad marginal, ésta fija el valor de los bienes en relación a los otros bienes que se ofrecen como equivalentes en el cambio, y lo fija de tal manera que aquella parte de la demanda que no puede ser satisfecha con la oferta dada se excluye por el hecho de que no es capaz de ofrecer un equivalente correspondiente a la utilidad marginal del bien demandado. En este punto, Helfferich objeta que mientras la existencia de una oferta limitada de cualquier clase de bienes excepto dinero es en sí misma suficiente para implicar también la limitación de su utilidad, con el dinero no ocurre lo mismo. La utilidad de una cantidad dada de dinero depende directamente del valor de cambio del dinero, no sólo desde el punto de vista del individuo, sino también para la sociedad en su conjunto. Cuanto más alto sea el valor de la unidad con relación a los otros bienes, mayor será la cantidad de estos bienes que pueden adquirirse por medio de la misma suma de dinero. El valor de los bienes en general resulta de la limitación de las utilidades que pueden obtenerse de una oferta dada de ellos, y en tanto que generalmente es tanto mayor cuanto más elevado sea el grado de utilidad excluido por la limitación de la oferta, la utilidad total de la propia oferta no puede incrementarse por un aumento de su valor; pero en el caso del dinero la utilidad de una determinada oferta puede incrementarse a voluntad mediante el aumento en el valor de la unidad[23].

El error de este razonamiento está en que considera la utilidad del dinero desde el punto de vista de la comunidad en lugar de hacerlo desde el punto de vista del individuo. Toda valoración tiene que surgir de alguien que esté en posición de disponer por el cambio del objeto valorado. Sólo aquéllos que pueden elegir entre dos bienes económicos son capaces de formar un juicio de valor, y lo hacen prefiriendo uno al otro. Si comenzamos con valoraciones desde el punto de vista de la sociedad como conjunto, suponemos tácitamente la existencia de una organización económica socializada, en la que no existe el cambio y las únicas valoraciones son las emanadas del organismo oficial responsable. En semejante sociedad las oportunidades de valoración surgirían del control de la producción y consumo, por ejemplo, al decidir cómo deberían emplearse ciertos bienes de producción en presencia de formas alternativas de utilización. Pero en esa sociedad no tendría cabida el dinero. En tales condiciones, un medio común de cambio no tendría utilidad, ni tampoco, por consiguiente, valor. De ahí que no se pueda adoptar el punto de vista de la comunidad considerada como un todo al tratar del valor del dinero. Es evidente que toda consideración sobre el valor del dinero tiene que presuponer una organización de la sociedad en la que tenga lugar el cambio, y lo tenga de tal modo que obedezca a la acción de los individuos en cuanto agentes económicos independientes dentro de tal sociedad[24], esto es, individuos que valoran las cosas.

5

Influencias «monetarias» y «no monetarias» que afectan al valor de cambio objetivo del dinero

Una vez solventada la primera parte del problema del valor del dinero, podemos ya trazar un nuevo plan para seguir nuestra investigación. Ya no nos interesa explicar el origen del valor de cambio objetivo del dinero; esta labor ya la hemos realizado a lo largo de la investigación precedente. Ahora tenemos que formular las leyes que gobiernan las variaciones en las relaciones de cambio existentes entre el dinero y los otros bienes económicos. Esta parte del problema del valor del dinero ha ocupado a los economistas desde los primeros tiempos, aunque es la otra la que lógicamente debe tratarse primero. Por esta y por varias otras razones, no es mucho lo que se ha hecho para su aclaración. Por supuesto, esta parte del problema es también mucho más complicada que la primera.

En las investigaciones sobre la naturaleza de los cambios en el valor del dinero suelen distinguirse dos clases de determinantes de la relación de cambio que vincula al dinero con los otros bienes económicos: los que ejercen su influencia del lado monetario de la relación y los que lo hacen desde su carácter de mercancía. Esta distinción es extraordinariamente útil; sin ella, en realidad, todos los intentos para llegar a una solución habría que desecharlos de antemano como infructuosos. En todo caso, no debe olvidarse su significado.

Las relaciones de cambio entre las mercancías —y lo mismo, por supuesto, puede decirse de las relaciones de cambio entre las mercancías y el dinero— se basan en factores que afectan a ambos términos de la relación de cambio. Pero las relaciones de cambio entre los bienes pueden modificarse por un cambio en los factores relacionados sólo con una de las partes de los objetos cambiados. Aunque todos los factores que determinan la valoración de un bien permanezcan idénticos, su relación de cambio con otro bien puede alterarse si se alteran los factores que determinan la valoración de este segundo bien. Si de dos personas, A y B, prefiero a A, esta preferencia puede invertirse, aunque mi sentimiento por A siga siendo el mismo, si entablo una amistad más íntima con B. Lo mismo ocurre con las relaciones entre los bienes y los seres humanos. Quien hoy prefiere el consumo de una taza de té al de una dosis de quinina puede hacer mañana una valoración contraria, aun cuando su preferencia por el té no haya disminuido, si suponemos que durante la noche ha tenido fiebre. Mientras que los factores que determinan los precios afectan siempre a ambas partes de los bienes que se intercambian, los que sólo modifican los precios existentes pueden a veces limitarse a una sola de las partes[25].

(II)

FLUCTUACIONES EN EL VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO PRODUCIDAS POR CAMBIOS EN LA RELACIÓN ENTRE LA OFERTA Y LA DEMANDA DE DINERO

6

La teoría cuantitativa

Que el valor de cambio objetivo del dinero en cuanto históricamente transmitido (der geschichtlich überkommene objektive Tauschwert des Geldes) no está sólo afectado por el uso industrial del material de que está hecho, sino también por su uso monetario, es una consideración que difícilmente negará hoy ningún economista. Es cierto que, hasta tiempos muy recientes, la opinión contraria ha predominado entre los profanos en la materia. Para un observador ingenuo, el dinero hecho de metales preciosos era «dinero fuerte», porque la pieza de metal precioso era «intrínsecamente» un objeto valioso, en tanto que el papel moneda era «dinero malo», porque su valor era sólo «artificial». Pero incluso el profano que opina de esta forma acepta el dinero en el curso de sus transacciones, no por motivo de su valor de uso industrial, sino por su valor de cambio objetivo, que depende en gran parte de su uso monetario. Valora una moneda de oro no sólo por su valor de uso industrial, por ejemplo, por la posibilidad de usarla como joya, sino principalmente a causa de su utilidad monetaria. Naturalmente, hacer algo, y percatarse de lo que se hace y por qué se hace, son cosas totalmente diferentes[26].

Un juicio sobre los fallos de esta opinión popular acerca del dinero y su valor ha de ser benigno, ya que incluso la actitud de la ciencia respecto a este problema no ha estado nunca libre de errores. Felizmente, estos últimos años se ha podido observar un cambio gradual pero definido en la teoría monetaria popular. Hoy se reconoce generalmente que el valor del dinero depende en parte de su función monetaria. Esto se debe a la creciente atención que se ha venido dedicando a las cuestiones de política monetaria desde el comienzo de la controversia acerca de los patrones. Las viejas teorías demostraron que no eran satisfactorias. No fue posible explicar fenómenos tales como los de los sistemas monetarios de Austria y de la India sin suponer que el valor del dinero depende en parte de su función monetaria. La ingenuidad de los numerosos escritores que atacaron esta opinión y su total desconocimiento de las exigencias que comporta el conocimiento de cualquier teoría del valor puede hacer que el economista los considere ocasionalmente como sin importancia. En todo caso, hay que reconocerles el mérito de haber sacudido arraigados prejuicios y estimulado el interés general por el problema de los precios. No hay duda de que son la grata manifestación del creciente interés por las cuestiones económicas; si tenemos esto en cuenta, podremos pensar con mayor generosidad respecto a algunas teorías monetarias erróneas.

Es cierto que no han faltado intentos para explicar de otra forma los peculiares fenómenos de los sistemas monetarios modernos. Pero todos ellos han sido infructuosos. Así, en particular, la teoría de Laughlin tiene el fallo de no tomar en cuenta los aspectos especiales del valor del dinero que van asociados específicamente a su función monetaria. Con razón destaca Laughlin, como característica peculiar de los sustitutos monetarios, su constante e inmediata convertibilidad en dinero[27]. Sin embargo, se equivoca en un punto fundamental cuando aplica el nombre de moneda fiduciaria a monedas tales como la rupia desde 1893 a 1899, el rublo ruso y el gulden austríaco al tiempo de la suspensión de los pagos en efectivo. Cuenta con el hecho de que una pieza de papel que no es inmediatamente convertible en oro puede tener algún valor en razón de la posibilidad de que algún día pueda convertirse. Compara el papel moneda no convertible con las acciones de una compañía que temporalmente no pague dividendos pero cuyas acciones pueden tener en el futuro un cierto valor de cambio por la posibilidad de futuros dividendos. Y dice que las fluctuaciones en el valor de cambio de semejante papel moneda se basan lógicamente en las distintas perspectivas de su conversión final[28].

Un ejemplo actual bastará para demostrar el error de esta conclusión. Tomemos al efecto la historia monetaria de Austria, a la que también se refiere Laughlin. Desde 1859, el Banco Nacional de Austria fue dispensado de la obligación de convertir sus billetes en plata, sin que nadie pudiera asegurar cuándo sería rescatado el papel moneda estatal emitido en 1866, ni aun si iba a ser rescatado en absoluto. Sólo a finales de los años 90 se completó la transición al dinero metálico mediante la reanudación de los pagos en efectivo por parte del Banco Austro-Húngaro.

Ahora bien, Laughlin pretende explicar el valor de la moneda austríaca durante este periodo por referencia a la posibilidad de una futura conversión de los billetes en dinero-mercancía metálico. Halla la base de su valor en la expectativa de su conversión primero en plata, y luego en oro, y atribuye las vicisitudes de su poder adquisitivo a las cambiantes oportunidades de su conversión definitiva[29].

La inadmisibilidad de este argumento puede demostrarse de manera palmaria. En el año 1884 —año elegido al azar— los bonos del gobierno austríaco al 5 por 100 se cotizaron en la Bolsa de Viena a un tipo medio de 95,81, ó 4,19 por 100 por debajo de la par. La cotización se hacía con referencia al gulden papel austríaco. Los bonos del gobierno eran títulos contra el estado austríaco a un interés del 5 por 100. De esta forma, tanto los bonos como los billetes eran títulos contra el mismo deudor. Es cierto que estos bonos del gobierno no eran reembolsables, es decir, no rescatables por parte del acreedor. Sin embargo, considerando que se pagaba un interés por ellos, esta circunstancia no podía prejuzgar su valor frente a los billetes en circulación que no producían interés, y que tampoco eran convertibles; además, el interés de los bonos era pagadero en papel moneda, y, si el gobierno los rescataba, podía también hacerlo en papel moneda. De hecho, los bonos en cuestión fueron rescatados voluntariamente en 1892, mucho antes que se estableciera la conversión en oro de los billetes. Ahora bien, ¿por qué los bonos del gobierno, que percibían un interés del 5 por 100, se valoraban por debajo de los billetes en circulación, a los que no se les reconocía interés alguno? Esto no podía atribuirse al hecho de que se esperase que los billetes en circulación se convertirían en oro antes de que los bonos fueran rescatados. No había motivos para semejante expectativa. Fue otra circunstancia la que decidió la cuestión.

Los billetes en circulación eran un medio común de cambio —eran dinero— y consiguientemente, además del valor que poseían como títulos contra el estado, poseían también un valor como dinero. No hay duda de que su valor únicamente como títulos no habría sido base suficiente ni siquiera para una proporción relativamente alta de su efectivo valor de cambio. La fecha del reembolso de los títulos incorporados en estos documentos era, en realidad, muy incierta y, en todo caso, bastante lejana. Como títulos, no podían poseer un valor de cambio superior al que correspondía al valor de su expectativa de reembolso. Ahora bien, tras el cese de la acuñación libre de la plata era evidente que el gulden-papel (e incidentalmente el gulden-plata) no sería convertido a un tipo apreciablemente por encima del tipo medio al que circulaba en el periodo inmediatamente anterior a la conversión. En cualquier caso, después de la fijación legal del tipo de conversión por la Ley de Regulación de la Moneda, el 2 de agosto de 1892, se estableció que la conversión de los billetes no se haría a ningún tipo superior a éste. Así, pues, ¿cómo podía el valor-oro de la corona (el medio gulden) fluctuar alrededor de este tipo ya en la segunda mitad del año 1892, aunque la fecha de la conversión era entonces totalmente desconocida? De ordinario, un título a cantidad fija, cuya fecha de pago se establece en un futuro incierto, se valora considerablemente por debajo de la suma a la cual se refiere. La teoría de Laughlin no tiene respuesta a esta cuestión; sólo si se tiene en cuenta que la función monetaria también contribuye al valor podremos encontrar una explicación satisfactoria.

Los intentos que se han hecho hasta ahora para determinar la importancia cuantitativa de las fuerzas que emanan del lado monetario que afectan a la relación de cambio entre el dinero y otros bienes económicos han seguido totalmente la línea de pensamiento de la teoría cuantitativa.

Esto no significa que todos los exponentes de esta teoría se hayan percatado de que el valor del dinero no está exclusivamente determinado por su empleo industrial, no monetario, sino también, o incluso únicamente, por su función monetaria. Muchos partidarios de la teoría cuantitativa han sustentado otra opinión sobre este punto, afirmando que el valor del dinero depende solamente del uso industrial del material monetario. La mayoría no han tenido una concepción clara de esta cuestión, y muy pocos han sido los que se han aproximado a su verdadera solución. A veces es difícil decidir a qué grupos deberían adscribirse algunos de estos autores; su terminología es con frecuencia oscura y sus teorías no pocas veces contradictorias. En todo caso, supongamos que todos los partidarios de la teoría cuantitativa han reconocido la importancia de la función monetaria en la determinación del valor del material monetario, y critiquemos la utilidad de su teoría desde este punto de vista.

Cuando anteriormente investigamos los determinantes de las relaciones de cambio entre los bienes económicos, nos fijamos en dos factores cuya importancia en el proceso de los precios no podía negarse. Era imposible pasar por alto la conocida relación entre las variaciones en la cantidad disponible de bienes y las variaciones de los precios, y no tardó en formularse la proposición de que un bien subiría de precio si disminuía su cantidad disponible. Análogamente, se hizo notar también la importancia del volumen total de las transacciones en la determinación de los precios. De esta forma se llegó a una teoría mecánica de la determinación de los precios: la doctrina de la oferta y la demanda, que hasta hace muy poco ha ocupado una destacada posición en nuestra ciencia. De todas las explicaciones de los precios, ésta es la más antigua. No podemos despacharla expeditivamente como errónea; la única objeción válida que puede hacérsele es que no llega a las causas últimas de los precios. Es o no aceptable según el contenido que se dé a las palabras demanda y oferta. Es aceptable, si se tienen en cuenta todos los factores que influyen en los individuos que compran y venden. No lo es, si oferta y demanda se interpretan y comparan en un sentido meramente cuantitativo[30].

Se imponía adoptar esta teoría, que había sido formulada para explicar las relaciones de intercambio de las mercancías, y aplicarla también a las fluctuaciones en los valores relativos de las mercancías así como del dinero. Tan pronto como la gente se dio cuenta de las variaciones en el valor del dinero, y abandonó la ingenua concepción del dinero como medida invariable del valor, se comenzó a explicar también estas variaciones por los cambios cuantitativos en la oferta y la demanda.

Es cierto que la crítica corriente a la teoría cuantitativa (a menudo expresada con más apasionamiento que el que conviene a aquella objetividad que caracteriza a la investigación científica) tuvo una tarea fácil mientras se limitó a denunciar su antigua e incompleta versión. No fue difícil demostrar que el supuesto de que los cambios en el valor del dinero tienen que ser proporcionales a los cambios en la cantidad del mismo, de modo que, por ejemplo, la duplicación de la cantidad de dinero hace doblar los precios, no concuerda con los hechos ni puede demostrarse teóricamente en modo alguno[31]. Más sencillo aún era demostrar lo insostenible de la versión ingenua de la teoría que consideraba equivalentes la cantidad total de dinero y las reservas monetarias totales.

Pero ninguna de estas objeciones afecta a la esencia de la doctrina. Tampoco se puede deducir una refutación o limitación de la teoría cuantitativa del hecho de que algunos teóricos sostengan su validez sólo en el supuesto ceteris paribus, aun cuando añadan que este supuesto nunca se cumple ni puede cumplirse[32]. El supuesto ceteris paribus es algo indispensable en toda doctrina científica, y no hay ley económica que pueda prescindir de él.

La teoría cuantitativa ha podido defenderse con éxito de tales críticas superficiales, y durante siglos, condenada por unos y exaltada como verdad indiscutible por otros, se ha encontrado siempre en el centro mismo de la discusión científica. Una inmensa literatura se ha ocupado de ella, al punto de que es difícil que haya alguna persona capaz de dominarla. Es cierto que el resultado científico de todos estos trabajos es bastante módico. La teoría ha sido considerada «correcta» o «errónea», y los datos estadísticos (en su mayoría incompletos e incorrectamente interpretados) se han empleado para probar tanto una cosa como otra, aunque frecuentemente se haya puesto el suficiente cuidado para eliminar las variaciones producidas por circunstancias accidentales. Por otra parte, raras veces se ha intentado investigar sobre la base de la teoría del valor.

Para apreciar convenientemente la teoría cuantitativa es preciso contemplarla a la luz de las teorías del valor contemporáneas. La esencia de la doctrina consiste en la proposición de que tanto la oferta como la demanda de dinero afectan a su valor. Esta proposición es probablemente una hipótesis suficientemente buena para explicar los grandes cambios en los precios, pero dista mucho de contener una teoría completa del valor del dinero. Describe una de las causas de los cambios en los precios, pero no sirve para tratar el problema de manera exhaustiva. No contiene en sí una teoría del valor del dinero; le falta la base de una teoría general del valor. Una tras otra, la doctrina de la oferta y la demanda, la teoría del coste de producción y la teoría subjetiva del valor han ido proporcionando las bases de la teoría cuantitativa.

Si nos servimos en nuestra discusión únicamente de una idea fundamental contenida en la teoría cuantitativa, la idea de que existe una conexión entre las variaciones en el valor del dinero por un lado y las variaciones en las relaciones entre demanda y oferta de dinero por otra, no es porque ésta sea la expresión más correcta del contenido de la teoría desde el punto de vista histórico, sino porque constituye aquel germen de verdad en la teoría cuya utilidad incluso el moderno investigador puede y debe reconocer. Aunque el historiador de la teoría económica pueda juzgar inexacta esta formulación y aporte citas que la refuten, tiene sin embargo que admitir que esta idea contiene la expresión correcta de lo que en la teoría cuantitativa es válido y utilizable como piedra angular para una teoría del valor del dinero.

Al margen de esta proposición, nada más nos ofrece la teoría cuantitativa. Sobre todo, es incapaz de explicar el mecanismo de las variaciones en el valor del dinero. Algunos de sus partidarios ni siquiera llegan a rozar esta cuestión; otros apelan a un principio inadecuado para ocuparse de ella. La observación nos enseña que efectivamente existen ciertas relaciones del tipo indicado entre la cantidad de dinero disponible y la necesidad del mismo; el problema está en deducir estas relaciones de las leyes fundamentales del valor para así al menos comprender su verdadero significado.

7

La cantidad de dinero y la demanda de dinero

El proceso por el cual la oferta y la demanda se ajustan una a otra hasta alcanzar una posición de equilibrio y ambas alcanzan un punto de coincidencia cuantitativa y cualitativa es el regateo del mercado. Pero la oferta y la demanda son solamente eslabones de una cadena de fenómenos, un extremo de la cual tiene su manifestación visible en el mercado, mientras que el otro se halla profundamente anclado en la mente humana. La intensidad con que se expresan la oferta y la demanda, y por consiguiente el nivel de la relación de cambio en que ambas coinciden, depende de las valoraciones subjetivas de los individuos. Esto se aplica no sólo a la relación de cambio directo entre los bienes económicos distintos del dinero, sino también a la relación de cambio entre el dinero por una parte y las mercancías por otra.

Durante mucho tiempo se creyó que la demanda de dinero era una cantidad determinada por factores objetivos e independientemente de consideraciones subjetivas. Se pensó que la demanda de dinero en una comunidad económica estaba determinada, de una parte por la cantidad total de las mercancías que había que pagar durante un periodo determinado, y de otra por la velocidad de circulación del dinero. Hay un error en el mismo punto de partida de esta forma de considerar la cuestión, error que Menger fue el primero en desmontar con éxito[33]. No se puede partir de la demanda de dinero de la comunidad. La comunidad económica individualista como tal, que es la única clase de comunidad en que existe demanda de dinero, no es un agente económico. Demanda dinero sólo en tanto en cuanto lo demandan sus miembros individuales. La demanda de dinero de una comunidad económica no es otra cosa que la suma de las demandas de dinero de los agentes económicos individuales que la componen. Pero a los agentes económicos individuales no puede aplicárseles la fórmula: volumen total de transacciones dividido por velocidad de circulación. Para describir la demanda de dinero de un individuo es preciso partir de las consideraciones que influyen en él cuando recibe y entrega dinero.

Todos los agentes económicos se ven precisados a tener una cantidad del medio común de cambio suficiente para cubrir sus probables necesidades personales y de negocios. La cantidad precisa dependerá de circunstancias individuales. Está influida tanto por las costumbres y hábitos del individuo como por la organización del conjunto del aparato social de producción y cambio.

Pero todos estos factores objetivos ejercen su influencia únicamente como motivaciones del individuo. Nunca pueden influir directamente sobre la cantidad efectiva de su demanda de dinero. Aquí, como en todos los sectores de la vida económica, son las valoraciones subjetivas de los agentes económicos considerados individualmente las únicas decisivas. El acopio de poder adquisitivo en manos de dos sujetos cuyas circunstancias económicas objetivas fueran idénticas podría ser totalmente diferente si las ventajas y desventajas de tal acopio fueran estimadas de manera distinta por los distintos agentes.

No es preciso que los saldos de efectivo en poder de un individuo consistan únicamente en dinero. Si se emplean comercialmente como sustitutos del dinero títulos con derecho a una cantidad del mismo, pagaderos a la vista y ofrecidos y aceptados en lugar del dinero, los acopios de dinero de los individuos pueden ser total o parcialmente reemplazados por un correspondiente acopio de estos sustitutos. De hecho, por razones técnicas (como, por ejemplo, la necesidad de disponer de dinero de varias denominaciones), esto puede a veces resultar una necesidad inevitable. De ahí que podamos hablar de demanda de dinero en sentido amplio y en sentido restringido. La primera comprende la demanda total de un individuo de dinero y sustitutos del mismo; la segunda, simplemente su demanda de dinero propiamente dicho. La primera se halla determinada por la voluntad del individuo económico en cuestión. La segunda es totalmente independiente de influencias individuales, si prescindimos de la cuestión de la denominación a que acabamos de referimos. Aparte de esto, el problema de si una mayor o menor parte de los saldos de efectivo en poder de un individuo deba consistir en sustitutos monetarios sólo tiene importancia para él cuando tiene la oportunidad de adquirir sustitutos monetarios que producen interés, como los billetes de banco con interés —un caso muy raro— o los depósitos bancarios. En todos los demás casos es una cuestión totalmente indiferente para él.

La demanda y la cantidad de dinero de los individuos son la base de la demanda y la cantidad de dinero de toda la comunidad. En la medida en que no existan sustitutos monetarios en uso, la demanda de dinero agregada y su cantidad son simplemente las sumas respectivas de las demandas y las cantidades que poseen en existencia los individuos. La cosa cambia con la aparición de los sustitutos monetarios. La demanda agregada de dinero en sentido estricto no es ya la suma de las demandas individuales de dinero en este sentido, y la demanda agregada de dinero en sentido amplio tampoco es la suma de las demandas individuales en ese sentido. Parte de los sustitutos monetarios funcionan como dinero efectivo en manos de los individuos que está «cubierto» por sumas de dinero mantenidas como «fondos para la conversión» allí donde esos sustitutos monetarios son convertibles, responsabilidad que, por lo general, aunque no necesariamente, asume el emisor. Llamaremos, pues, certificados monetarios a los sustitutos monetarios que están cubiertos por las sumas de dinero convertibles en su totalidad, medios fiduciarios[34] a los que no lo están de esa forma. En la Tercera Parte explicaremos la razón de esta terminología, adoptada en consideración al problema que entonces nos ocupará; por el momento limitémonos a decir que no debe entenderse en sentido técnico bancario o jurídico, sino simplemente como instrumento de argumentación económica.

Sólo en casos muy raros puede inmediatamente asignarse a uno u otro grupo cualquier clase particular de sustitutos monetarios. Esto es posible únicamente para aquellos sustitutos monetarios cuya especie íntegra se halla o bien totalmente cubierta por dinero o bien no se halla cubierta en absoluto. En el caso de los demás sustitutos monetarios, aquéllos cuya cantidad total está en parte cubierta y en parte sin cubrir por dinero, sólo imaginariamente podemos imputar una parte alícuota de los mismos a cada uno de los dos grupos. Esto no implica nuevas dificultades. Si, por ejemplo, existen billetes de banco en circulación de los cuales un tercio está cubierto por dinero y dos tercios sin cubrir, entonces cada billete aislado hay que suponerlo como dos tercios medio fiduciario y un tercio certificado monetario. Es así evidente que la demanda de una comunidad de dinero en sentido amplio no puede ser la suma de las demandas de dinero y sustitutos de dinero de los individuos, porque calcular la demanda de certificados monetarios al mismo tiempo que la demanda de dinero que le sirve de cobertura en los bancos o en otra parte es contar dos veces la misma cantidad. La demanda de dinero en sentido amplio de una comunidad es la suma de las demandas de dinero propiamente dicho y de medios fiduciarios (incluyendo la demanda de la cobertura) de los agentes económicos individuales. Y la demanda de dinero en sentido estricto de una comunidad es la suma de las demandas de dinero y certificados monetarios (esta vez no incluyendo la cobertura) de los agentes económicos individuales.

Aquí ignoraremos la existencia de los medios fiduciarios y supondremos que las demandas de dinero de los agentes económicos individuales pueden ser satisfechas simplemente por dinero y certificados monetarios, y consiguientemente que la demanda de dinero de la comunidad económica total puede ser satisfecha sólo con dinero propiamente dicho[35].

La Tercera Parte de este libro está dedicada al examen de los importantes y difíciles problemas que surgen de la creación y circulación de los medios fiduciarios.

La demanda de dinero y sus relaciones con la cantidad del mismo forman el punto de partida para una explicación de las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero. Ignorar la naturaleza de la demanda de dinero es hacer fracasar desde el principio cualquier intento de explicación del problema de las variaciones en el valor del mismo. Si comenzamos con una fórmula que intente explicar la demanda de dinero desde el punto de vista de la comunidad en vez del individuo, nos será imposible descubrir la conexión entre la cantidad de dinero y las valoraciones subjetivas de los individuos que constituyen la base de toda actividad económica. Pero resulta fácil resolver el problema si lo afrontamos desde el punto de vista del agente individual.

No es necesaria una mayor explicación de la forma en que un individuo se comportará en el mercado cuando su demanda de dinero excede a la cantidad que posee del mismo. Aquél que dispone de más dinero del que cree que necesita, comprará, al objeto de deshacerse de la cantidad superflua de dinero que permanece inútil en sus manos. Si se trata de un empresario, posiblemente ampliará su negocio. Si no puede emplear así su dinero, tal vez compre valores generadores de interés, o acaso se decida por la compra de bienes de consumo. Pero en cualquier caso expresará, por una adecuada conducta en el mercado, el hecho de que considera demasiado elevada su reserva de poder adquisitivo.

Y aquél cuya demanda de dinero es menor que la cantidad que de él posee se comportará exactamente de la forma contraria. Si la cantidad de dinero de un individuo disminuye (permaneciendo constante su propiedad o rentas), tratará entonces de alcanzar el deseado nivel de poder adquisitivo de reserva por medio de una conducta adecuada al hacer sus compras y ventas. Una reducción de dinero significa una dificultad para disponer de mercancías a cambio del mismo. Quien se ve obligado a deshacerse de una mercancía por medio del cambio preferirá adquirir en contrapartida una determinada cantidad del medio común, y sólo cuando esta adquisición signifique un sacrificio demasiado grande se contentará con algún otro bien económico, que será, desde luego, más vendible que aquél del que desea deshacerse, pero menos que el medio común de cambio. En la actual organización del mercado, debido a la gran diferencia que existe entre las posibilidades de circulación del dinero y las de los demás bienes económicos, únicamente el dinero entra en consideración como medio de cambio. Sólo en circunstancias excepcionales se utilizan otros bienes económicos para desempeñar esta función. En el caso expuesto, por consiguiente, todo vendedor se verá precisado a aceptar una cantidad menor de dinero de la que hubiera exigido en otras circunstancias, al objeto de evitar la nueva pérdida que habría de sufrir si cambiara de nuevo la mercancía que ha adquirido, más difícil de enajenar que el dinero, por la mercancía que actualmente necesita para el consumo.

Las viejas teorías, que partían de una errónea concepción de la demanda agregada de dinero, eran incapaces de llegar a una solución de este problema. Su única contribución se limita a exponer la idea de que un aumento en la cantidad de dinero a disposición de la comunidad mientras la demanda del mismo permanece idéntica disminuye el valor de cambio objetivo del dinero, y que un aumento de la demanda con una cantidad disponible constante produce el efecto contrario, etc. En un golpe de genio, ya lo habían reconocido los partidarios de la teoría cuantitativa. Por nuestra parte, no podemos en modo alguno considerarlo un avance cuando la fórmula que expresa la cantidad de la demanda de dinero (volumen de las transacciones dividido por velocidad de circulación) se reducía a sus elementos, o cuando se intentaba dar una total precisión a la idea de una cantidad de dinero, tal como sucede bajo un concepto erróneo de la naturaleza de los medios fiduciarios y de las operaciones de compensación. Ninguna aproximación hicieron estos teóricos al problema central de esta parte de la teoría del dinero, ya que eran incapaces de mostrar la forma en que las valoraciones subjetivas quedan afectadas por las variaciones en la relación entre la cantidad de dinero y la demanda del mismo; era ésta una tarea que estaba fuera del alcance de estas teorías, las cuales fallaron en el punto crucial[36].

Recientemente, Wieser se ha manifestado contra el empleo del «concepto de demanda agregada de dinero» como punto de partida para una teoría de las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero. Sostiene que en un estudio del valor del dinero no nos interesa la demanda agregada del mismo. La demanda de dinero para pagar impuestos, por ejemplo, no tiene aquí nada que ver, ya que estos pagos no afectan al valor del dinero y lo único que hacen es transferir poder adquisitivo de quienes pagan los impuestos a quienes los reciben. De la misma forma, los pagos de capitales e intereses en las transacciones de préstamo, las donaciones, legados, simplemente significan una transferencia de poder adquisitivo entre personas y no un aumento o disminución del mismo. Una teoría funcional del valor del dinero sólo precisa, para plantear su problema, considerar los factores que determinan el valor del dinero. Éste se determina en el proceso de cambio. Por consiguiente, la teoría del valor del dinero ha de tener en cuenta sólo aquellas cantidades que entran en el proceso de cambio[37].

Pero estas objeciones de Wieser no son sólo refutadas por el hecho de que la entrega de dinero en el pago de impuestos, pagos de capital e intereses, donaciones y legados, entra en la categoría económica de intercambio. Aunque aceptemos la restringida definición de cambio de Wieser, tendremos todavía que oponemos a sus argumentos. No es peculiar del dinero que su valor (es claro que Wieser se refiere a su valor de cambio objetivo) se determine en el proceso de cambio; lo mismo ocurre con todos los demás bienes económicos. De todos los bienes económicos puede decirse que la teoría del valor tiene que investigar únicamente ciertas cantidades, a saber, sólo las implicadas en el proceso de cambio. Pero en economía no existe nada parecido a una cantidad que no esté implicada en el proceso del cambio. Desde el punto de vista económico, una cantidad no tiene otras relaciones que las que ejercen alguna influencia sobre las valoraciones de los individuos interesados en cualquier proceso de cambio.

Esto es cierto incluso si admitimos que el valor surge únicamente en conexión con el cambio en sentido estricto que propone Wieser. Pero quienes participan en operaciones de cambio, y consiguientemente desean adquirir o deshacerse de dinero, no valoran la unidad monetaria solamente en relación con el hecho de que puedan usarla en otros actos de cambio (en el sentido estricto de Wieser), sino también porque necesitan dinero para pagar impuestos, pagar intereses y capitales tomados a préstamo y hacer distintas donaciones. Consideran el nivel de sus reservas de poder adquisitivo en relación con la necesidad de tener dinero disponible para todos estos fines, y sus cálculos respecto a la amplitud de sus necesidades de dinero es lo que decide la demanda de dinero con la que entran en el mercado.

8

Consecuencias de un aumento en la cantidad de dinero cuando la demanda del mismo permanece constante o no aumenta en la misma medida

Las variaciones en la relación entre la demanda de dinero de los individuos y su cantidad del mismo que surgen de causas puramente individuales no pueden tener, por lo general, una considerable influencia cuantitativa en el mercado. En la mayoría de los casos se verán total o parcialmente compensadas por variaciones contrarias emanadas de otros individuos. Pero una variación en el valor de cambio objetivo del dinero sólo puede producirse por una fuerza que se ejerce en una dirección y que no se ve contrarrestada por otra fuerza en dirección contraria. Si las causas que alteran la relación entre la cantidad de dinero y la demanda del mismo desde el punto de vista de un individuo consisten meramente en factores accidentales y personales que conciernen exclusivamente a aquel individuo particular, entonces, según la ley de los grandes números, es probable que las fuerzas que surjan de estas causas y actúen en ambas direcciones en el mercado se contrarresten unas a otras. La probabilidad de que llegue a efectuarse la compensación es tanto mayor cuanto más grande sea el número de los agentes económicos individuales.

No ocurre así cuando las perturbaciones se producen en la comunidad en su conjunto, de tal modo que alteran la relación entre la cantidad de dinero del individuo y su demanda del mismo. Jales perturbaciones, por supuesto, no pueden producir efecto alguno si no es alterando las valoraciones subjetivas de los individuos; pero son fenómenos económicos sociales en el sentido de que influyen en las valoraciones subjetivas de un gran número de individuos, si no simultáneamente y en el mismo grado, por lo menos en la misma dirección, de tal forma que necesariamente tiene que resultar algún efecto sobre el valor de cambio objetivo del dinero.

En la historia del dinero han desempeñado un papel particularmente importante aquellas variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero que surgieron como consecuencia de un aumento en la cantidad de dinero cuando su demanda permanecía constante, o al menos no aumentaba en la misma amplitud. Fueron estas variaciones las que inicialmente atrajeron la atención de los economistas, y para explicarlas se acudió a la teoría cuantitativa. Todos ellos se han ocupado ampliamente de este fenómeno. De ahí que esté justificado prestarles una atención especial y servimos de ellas para aclarar algunos puntos teóricos importantes.

De cualquier forma que consideremos el aumento en la cantidad de dinero, ya se derive éste de un aumento en la producción o importación de la sustancia que constituye el dinero-mercancía, ya sea por medio de una nueva emisión de dinero-signo o de dinero-crédito, el nuevo dinero aumenta siempre la cantidad de dinero a disposición de algunos agentes económicos individuales. Un aumento en la cantidad de dinero de una comunidad significa siempre un aumento en las rentas monetarias de un cierto número de individuos; pero esto no quiere necesariamente decir que al mismo tiempo aumente la cantidad de bienes a disposición de la comunidad, es decir, que no tiene por qué significar un aumento en la renta nacional real. Un aumento en la cantidad de dinero-signo o de dinero-crédito sólo podrá considerarse como un aumento en la cantidad de bienes a disposición de la sociedad si permite satisfacer una demanda de dinero que de otra forma se satisfaría por medio de dinero-mercancía, ya que el material para este dinero tendría entonces que obtenerse por la entrega de otros bienes a cambio o producirse a costa de la renuncia a alguna otra clase de producción. Si, por el contrario, la no existencia de una nueva emisión de dinero-signo o de dinero-crédito no hubiera significado un aumento en la cantidad de dinero-mercancía, entonces el aumento de dinero no se puede considerar como un aumento de la renta o riqueza de la sociedad.

Un aumento en la cantidad de dinero de una comunidad significa siempre un aumento en la cantidad de dinero de un cierto número de agentes económicos, ya sean éstos los que emiten dinero-signo o los productores de la sustancia de la cual se hace el dinero-mercancía. Para estas personas, la relación entre la demanda y la cantidad de dinero se encuentra alterada; ellos tienen un relativo exceso de dinero y una relativa escasez de otros bienes económicos. La consecuencia inmediata de ambas circunstancias es que para ellos disminuye la utilidad marginal de la unidad monetaria. Esto necesariamente ha de influir en su conducta en el mercado. Como compradores se encuentran situados en una posición más fuerte. Ellos expresarán ahora en el mercado su demanda de aquellos bienes que desean más intensamente que antes; están en posición de ofrecer más dinero por las mercancías que desean adquirir. El resultado inmediato de todo esto será que suba el precio de las mercancías afectadas y que disminuya a su vez el valor de cambio objetivo del dinero.

Pero este aumento en los precios no se limitará únicamente a los bienes deseados por los que originalmente disponen del nuevo dinero. Además, quienes introducen estos bienes en el mercado verán que sus rentas y cantidades de dinero aumentan y a su vez se encontrarán en condiciones de demandar más intensamente los bienes que desean, haciendo que estos bienes aumenten también de precio. De esta forma continuará el aumento de precios, con un efecto decreciente, hasta que alcance a todas las mercancías en mayor o menor grado[38].

El aumento en la cantidad de dinero no quiere decir que aumente la renta de todos los individuos. Por el contrario, aquellos grupos de la comunidad que son los últimos en ser alcanzados por la cantidad adicional de dinero experimentan una reducción en sus rentas como consecuencia de la disminución en el valor del dinero producida por el aumento de su cantidad; ya volveremos más adelante sobre esto. La reducción en la renta de estos grupos hace surgir una tendencia opuesta a la tendencia a la disminución del valor del dinero debida al aumento de la de los demás grupos, aunque sin que pueda contrarrestarla completamente en sus efectos.

Los partidarios de una interpretación mecánica de la teoría cuantitativa tenderán tanto más a creer que un aumento en la cantidad de dinero tiene necesariamente que producir un aumento uniforme en los precios de todos los bienes económicos cuanto más confuso sea su concepto de la forma en que ésta afecta a la determinación de los precios. Su punto de vista se hace totalmente insostenible cuando se comprende el mecanismo por medio del cual la cantidad de dinero afecta a los precios de las mercancías. Como el aumento de la cantidad de dinero se recibe en primer lugar únicamente por un limitado número de agentes económicos, y no por todos, el aumento de los precios afecta al principio solamente a aquellos bienes que demandan estas personas; más aún: afecta a estos bienes en mayor medida que posteriormente a cualquier otro bien. Cuando el aumento de los precios se extienda ulteriormente, si el aumento en la cantidad de dinero es sólo un fenómeno transitorio, el aumento diferencial de los precios de estos bienes no podrá mantenerse totalmente: tendrá lugar un cierto grado de reajuste. Pero este reajuste en el aumento de los precios no será tan completo como para que todos los precios aumenten en la misma proporción. Los precios de las mercancías después de un alza de precios no guardarán entre sí la misma relación que tenían con anterioridad; la disminución en el poder adquisitivo del dinero no será uniforme con relación a los diferentes bienes económicos.

Conviene observar que Hume basa su razonamiento respecto a esta cuestión en el supuesto de que todo inglés se enriquece milagrosamente de la noche a la mañana con cinco piezas de oro[39]. Mill correctamente advierte al respecto que no habría un aumento uniforme en la demanda de las distintas mercancías; los artículos de lujo de las clases más pobres subirían más que los otros. De todas formas, cree que se produciría un aumento uniforme en los precios de todas las mercancías, y precisamente en proporción exacta al aumento en la cantidad de dinero, si permanecieran idénticas «las necesidades y predilecciones de la comunidad colectivamente con respecto al consumo». Mill supone, no menos artificiosamente que Hume, que «a cada libra, a cada chelín o penique en posesión de un individuo, se añaden de repente otra libra, chelín o penique»[40]. Mill no advierte que incluso en este caso no se producirá un aumento uniforme de los precios, aun suponiendo que permanezca constante para cada miembro de la comunidad la proporción entre la cantidad de dinero y la riqueza total, de tal forma que la adición de una cantidad de dinero suplementaria no tenga como resultado una alteración de la riqueza relativa de los individuos. Porque, aun en este caso totalmente imposible, todo aumento en la cantidad de dinero produciría necesariamente una alteración en las condiciones de la demanda cuyo resultado sería un aumento desigual en los precios de los bienes económicos individuales. No todas las mercancías serían demandadas con mayor intensidad, ni las más intensamente demandadas serían afectadas en el mismo grado[41].

Nada justifica la extendida creencia de que las variaciones en la cantidad de dinero producen variaciones inversamente proporcionales en el valor de cambio objetivo del dinero, esto es, que una duplicación de la cantidad de dinero se traduce en una reducción a la mitad en el poder adquisitivo del mismo.

Incluso suponiendo que, de una u otra forma —confesemos que es difícil imaginar ésta—, aumentara la cantidad de dinero de cada individuo de tal modo que su posición relativa con respecto a los demás propietarios permaneciera inalterada, no es difícil probar que las variaciones subsiguientes en el valor de cambio objetivo del dinero no serían proporcionales a las variaciones en su cantidad. Porque la forma en que un individuo valora una modificación en la cantidad de dinero de que dispone no depende directamente de la magnitud de esta variación; pero deberíamos suponer que es así si quisiéramos concluir que se produciría una variación proporcional en el valor de cambio objetivo del dinero. Si el poseedor de a unidades de dinero recibe b unidades adicionales, no se puede decir que valorará la cantidad total a + b exactamente en la misma medida en que había valorado con anterioridad la cantidad a solamente. Porque teniendo ahora a su disposición una cantidad mayor, valorará cada unidad en menos que lo hizo antes; pero en cuánto menos dependerá de una serie de circunstancias individuales, de valoraciones subjetivas, que serán diferentes para cada individuo. Dos individuos igualmente ricos cada uno de los cuales posee una cantidad de dinero a no llegarán en modo alguno a la misma variación en su apreciación del dinero después de un aumento de b unidades en cada una de sus existencias. Es absurdo suponer, por ejemplo, que una duplicación de la cantidad de dinero de que dispone un individuo conducirá a una disminución hasta la mitad en el valor de cambio que atribuya a cada unidad monetaria. Imaginemos, por ejemplo, que un individuo tiene por costumbre disponer de una cantidad de 100 coronas y que recibe de alguien otras 100 coronas adicionales. La simple consideración de este ejemplo es suficiente para mostrar lo absurdo de todas las teorías que atribuyen a las variaciones en la cantidad de dinero un efecto uniformemente proporcional sobre el poder adquisitivo de éste. Ya que el ejemplo no sufre ninguna modificación esencial si suponemos que todos, los miembros de la comunidad experimentan al mismo tiempo un aumento similar en la cantidad de dinero.

El error en la argumentación de los que suponen que una variación en la cantidad de dinero tiene como resultado una variación inversamente proporcional en su poder adquisitivo radica en su mismo punto de partida. Si deseamos llegar a conclusiones correctas, habremos de empezar por las valoraciones de los individuos por separado; tenemos que examinar la forma en que un aumento o disminución en la cantidad de dinero afecta a las escalas de valoración de los individuos, porque es de aquí de donde únicamente proceden las variaciones en la relación de cambio de los bienes. El supuesto inicial de quienes sostienen la teoría de que los cambios en la cantidad de dinero tienen un efecto proporcional en el poder adquisitivo del dinero es que si el valor de la unidad monetaria se duplica, la mitad de la cantidad de dinero a disposición de la comunidad rendirá la misma utilidad que la arrojada anteriormente por la cantidad total. No discutimos la corrección de esta tesis, pero no prueba lo que pretende probar.

En primer lugar, debe observarse que el nivel de la cantidad total de dinero y el del valor de la unidad de dinero son cuestiones totalmente indiferentes en lo que respecta a la utilidad obtenida por el uso del dinero. La sociedad disfruta siempre del máximo de utilidad que proporciona el uso del dinero. La mitad del dinero a disposición de la comunidad produciría la misma utilidad que la totalidad de la cantidad, aunque la variación en el valor de la unidad monetaria no fuera proporcional a la variación de esa cantidad. Pero es importante señalar que de esto no puede deducirse que una duplicación de la cantidad de dinero signifique que el valor de cambio objetivo de éste se reduzca a la mitad. Para que así fuera habría que demostrar que de las valoraciones de los agentes económicos individuales se derivan fuerzas capaces de producir tal variación proporcional. Esto no se podrá probar nunca; en realidad, quizás sea más fácil lo contrario. Ya hemos dado una prueba de esto en el caso de que un aumento en la cantidad de dinero en manos de los sujetos económicos individuales implique al mismo tiempo un aumento de su renta o riqueza. Pero aun cuando el aumento en la cantidad de dinero no afecte a la riqueza o renta de los sujetos económicos individuales, el efecto sigue siendo el mismo.

Supongamos que un hombre obtiene la mitad de sus rentas bajo la forma de valores que devengan intereses y la otra mitad en forma de dinero; y que tiene por costumbre ahorrar tres cuartos de su renta, y lo hace reteniendo los valores y usando, en partes iguales, la mitad de la renta que recibe en numerario para el pago del consumo corriente y para la compra de más valores. Supongamos ahora que se produce una variación en la composición de su renta, recibiendo tres cuartos de ella en numerario y sólo un cuarto en valores. A partir de ahora, este individuo usará dos tercios de sus ingresos en efectivo para la compra de valores que devengan intereses. Si el precio de los valores aumenta, o, lo que es lo mismo, si su tipo de interés desciende, en cualquiera de los dos casos estará menos dispuesto a comprar y reducirá la suma de dinero que en otro caso hubiera empleado para su compra; es probable que piense que las ventajas de una reserva ligeramente aumentada superen a las que pudiera obtener por la adquisición de valores. En el segundo caso estará sin duda inclinado a pagar un precio más alto, o, más correctamente, a adquirir una mayor cantidad a ese precio, que en el primer caso. Pero desde luego no estará dispuesto a pagar el doble por cada valor tanto en el segundo caso como en el primero.

Por lo que respecta a los primitivos defensores de la teoría cuantitativa, es excusable que supongan que las variaciones en la cantidad de dinero produzcan un efecto inversamente proporcional en su poder de compra. Es fácil extraviarse en este punto si lo que se intenta es explicar el fenómeno del valor en el mercado por referencia al valor de cambio. Pero es inexplicable que puedan cometer errores análogos los teóricos que se apoyan en la teoría subjetiva del valor. Esto sólo puede atribuirse a una concepción mecánica de los procesos del mercado. Y así, incluso Fisher y Brown, que tienen una concepción mecánica de la teoría cuantitativa, y que intentan expresar por medio de ecuaciones matemáticas la ley por la que se determina el valor del dinero, necesariamente llegan a la conclusión de que las variaciones en la relación entre la cantidad y la demanda de dinero producen variaciones proporcionales en el valor de cambio objetivo del dinero[42]. La fórmula nada nos dice de cómo y por qué vías esto se produce, ya que no contiene ninguna referencia de los únicos factores decisivos en las variaciones de las relaciones de cambio, esto es, las variaciones en las valoraciones subjetivas de los individuos.

Fisher y Brown ofrecen tres ejemplos para demostrar lo fundado de sus conclusiones. En el primero parten del supuesto de que el gobierno cambia la denominación del dinero, esto es, que lo que antes se llamaba medio dólar se llama ahora un dólar. Es evidente, dicen, que esto producirá un aumento en el número de dólares en circulación y que los precios con relación a los nuevos dólares habrán de ser dos veces superiores a los anteriores. Fisher y Brown pueden llevar razón en esto, pero no en las conclusiones que quieren deducir de ello. Lo que su ejemplo efectivamente supone no es un aumento en la cantidad de dinero, sino simplemente una alteración en su nombre. ¿En qué consiste realmente el «dinero» a que este ejemplo se refiere? ¿Al material de que está hecho el dolar, al título que lleva aparejado el dólar, al material usado como dinero divisionario, o a la palabra dólar?

No es menos errónea la interpretación del segundo ejemplo. Se supone que el gobierno divide cada dólar en dos acuñando un nuevo dolar de cada mitad. También aquí lo único que se produce es un cambio de nombre.

En su tercer ejemplo tratan al menos de un verdadero aumento en la cantidad de dinero. Pero este ejemplo es tan artificioso y confuso como los de Hume y Mill, de los cuales nos hemos ocupado ya con algún detalle. Suponen que el gobierno da a todos los individuos un extradólar por cada dólar que poseían. Ya demostramos en otro lugar que, aun en este caso, no puede producirse un cambio proporcional en el valor de cambio objetivo del dinero.

Sólo una cosa puede explicar por qué Fisher sostiene su teoría cuantitativa mecánica. Para él, la teoría cuantitativa es una doctrina característica del valor del dinero, y la opone sin reservas a las leyes del valor de los otros bienes económicos. Dice que si la cantidad de azúcar en el mundo aumentara de un millón de libras a un millón de quintales, no se deduciría que un quintal tendría el valor que posee actualmente una libra. Sólo el dinero, según Fisher, es peculiar a este respecto. Con la misma justificación que la fórmula mecánica de Fisher y Brown aplicada al valor del dinero se podría exponer una fórmula análoga para el valor de cualquier mercancía, deduciendo de ella conclusiones similares. El que nadie intente hacerlo podría explicarse simple y llanamente por la circunstancia de que tal fórmula estaría en tan clara contradicción con nuestra experiencia de las curvas de demanda para la mayoría de las mercancías, que no podría mantenerse ni por un momento.

Si comparamos dos sistemas económicos estáticos, cuya única diferencia es que en uno de ellos hay dos veces más dinero que en el otro, parece que el poder adquisitivo de la unidad monetaria de uno de los sistemas ha de ser igual a la mitad del poder adquisitivo de la unidad monetaria en el otro. No obstante, de aquí no podemos deducir que la duplicación de la cantidad de dinero conduzca a una disminución a la mitad del poder adquisitivo de la unidad monetaria, ya que toda variación en la cantidad de dinero introduce un factor dinámico en el sistema económico estático. La nueva posición estática de equilibrio resultante al completarse los efectos de las fluctuaciones en marcha no puede ser la misma que la que existía con anterioridad a la introducción de la cantidad adicional de dinero. Por consiguiente, las condiciones de la demanda de dinero en el nuevo estado de equilibrio, dado un cierto valor de cambio de la unidad monetaria, serán también diferentes. Si el poder adquisitivo de cada unidad de la cantidad de dinero duplicada fuera la mitad, la unidad no tendría bajo las nuevas condiciones la misma significación para cada individuo que tenía en el sistema estático anterior al aumento en la cantidad de dinero. Todos los que atribuyen a las variaciones en la cantidad de dinero un efecto inversamente proporcional sobre el valor de la unidad monetaria aplican a condiciones dinámicas un método de análisis que sólo puede aplicarse a condiciones estáticas.

Tampoco puede concebirse la teoría cuantitativa como si las características en cuestión que afectan a la determinación del valor fueran peculiares del dinero. La mayoría de los antiguos y modernos partidarios de la teoría han caído en este error, el cual, junto con otros errores parecidos, nos permite comprender mejor los duros y a veces inmisericordes ataques de que esa teoría ha sido objeto.

9

Crítica de algunos argumentos contra la teoría cuantitativa

Ya hemos examinado una de las objeciones que se hacen contra la teoría cuantitativa: la de que sólo es válida ceteris paribus. No más sostenible como objeción contra la solidez de nuestras conclusiones es la referencia a la posibilidad de que sea atesorada una cantidad adicional de dinero. Este argumento ha desempeñado un importante papel en la historia de la teoría monetaria: fue uno de los más agudos dardos lanzados contra la teoría cuantitativa. Entre los argumentos de los adversarios de la teoría monetaria figura la proposición relativa a la elasticidad de los métodos de pago economizadores de numerario, con la cual tiene una estrecha relación en cuanto afecta a su contenido. Nos ocuparemos de ello por separado; sin embargo, todo lo que podamos decir ahora acerca de esto lo trataremos más ampliamente en la Tercera Parte de este libro, dedicada a la doctrina de los medios fiduciarios.

Para Fullarton, los atesoramientos son el normal deus ex machina. Ellos absorben las cantidades superfluas de dinero y evitan su circulación hasta que se necesiten[43]. De esta forma constituyen una especie de depósito que regula la cantidad de dinero en el mercado según las variaciones de su demanda. Las sumas de dinero atesoradas permanecen ociosas, esperando el momento en que el comercio las necesite para mantener la estabilidad del valor de cambio objetivo del dinero; y todas aquellas sumas de dinero que puedan amenazar esa estabilidad, cuando la demanda de dinero disminuye, se retiran de la circulación, atesorándose para dormitar en paz hasta que sean otra vez requeridas. Esto supone tácitamente[44] que los argumentos de la teoría cuantitativa son fundamentalmente correctos, pero al mismo tiempo afirma que existe no obstante un principio inherente en el sistema económico que evita siempre el funcionamiento de los procesos descritos por la teoría cuantitativa.

Pero, desgraciadamente, Fullarton y sus partidarios no especifican la forma en que las variaciones en la demanda de dinero ponen en movimiento el mecanismo de los atesoramientos. Evidentemente, suponen que ocurre así con independencia de las partes interesadas en la cuestión. Tal punto de vista sobrepasa las más ingenuas interpretaciones de la teoría cuantitativa en su concepción puramente mecánica de las transacciones del mercado. Aun la investigación más superficial del problema de la demanda de dinero puede demostrar que la doctrina del atesoramiento es insostenible.

En primer lugar, hay que reconocer que desde el punto de vista económico no existe nada que pueda calificarse de dinero ocioso. Todo dinero, ya esté en reserva o realmente en circulación (esto es, en proceso de cambiar de mano en el preciso momento en que se considera), cumple exactamente la misma función monetaria[45]. De hecho, puesto que el dinero que se entrega en un cambio se transfiere inmediatamente de la propiedad de una de las partes a la otra, sin que podamos encontrar ningún periodo de tiempo en que esté efectivamente en movimiento, todo dinero tiene que considerarse como en reposo en las reservas de efectivo de uno u otro individuo. La cantidad de dinero de la comunidad es la suma de las cantidades de los individuos; no existe un dinero errante, un dinero que ni por un momento deje de formar parte de la cantidad de alguien. Es decir, todo dinero pertenece a la cantidad de algún individuo, listo para un posible uso. Es indiferente que surja pronto el momento en que se produzca una demanda de dinero y se pague la suma de dinero en cuestión. En cualquier casa o familia cuyos miembros estén al menos en situación moderadamente próspera existe una reserva mínima, cuyo nivel se mantiene constantemente por adiciones sucesivas. (Ya hemos mencionado el hecho de que, además de las condiciones objetivas, son los factores subjetivos que influyen en el sujeto económico individual los que contribuyen a determinar la cantidad de la demanda individual de dinero). Lo que se denomina acumulación de dinero es una forma de utilizar la riqueza. La incertidumbre del futuro aconseja retener una mayor o menor parte de lo que se posee en forma tal que facilite el cambio de una manera de utilizar la riqueza a otra, o la transición de la propiedad de un bien a la de otro, al objeto de poder satisfacer sin dificultad las demandas urgentes, que posiblemente puedan surgir en el futuro, de bienes que hayan de obtenerse por medio del cambio. Mientras el mercado no alcance una etapa de desarrollo en que todos los bienes económicos, o por lo menos algunos de ellos, puedan venderse (esto es, convertirse en dinero) en cualquier momento y en condiciones que no sean demasiado desfavorables, esta aspiración sólo podrá alcanzarse mediante la oportuna disposición de una cantidad de dinero. Cuanto más activa sea la vida del mercado, más fácil será poder disminuir esta cantidad. En la actualidad, la posesión de ciertas clases de valores que, por tener un amplio mercado, pueden realizarse sin demora y sin pérdidas muy considerables, al menos en tiempos normales, puede hacer innecesaria hasta cierto punto la disposición de grandes reservas de efectivo.

La demanda de dinero con fines de atesoramiento no es separable de la demanda de dinero para otros fines. El atesoramiento de dinero no es sino la costumbre de retener una cantidad mayor de la que es habitual en otros agentes económicos, en otros tiempos o lugares. Las sumas de dinero atesoradas no permanecen ociosas, ya se las considere desde el punto de vista individual o desde el social. Sirven para satisfacer una demanda de dinero tanto como lo puede hacer cualquier otra clase de dinero. Ahora bien, los partidarios del principio bancario sostienen la opinión de que la demanda con fines acumulativos es elástica y se ajusta a las variaciones en la demanda de dinero para otros fines de tal forma que la demanda total de dinero, esto es, la demanda con fines acumulativos conjuntamente con la que se hace con fines distintos, se ajusta por sí misma a la cantidad de dinero sin ninguna variación en el valor de cambio objetivo de la unidad monetaria. Esta opinión es totalmente errónea. En realidad, las condiciones de la demanda de dinero, comprendida la demanda con fines acumulativos, son independientes de las circunstancias de la oferta de dinero. Lo contrario sólo puede sostenerse si se supone que existe una conexión directa entre la cantidad de dinero y el tipo de interés[46], esto es, si se afirma que las variaciones que surgen de los cambios en la relación entre la demanda y la oferta de dinero influyen en grado diferente sobre los precios de los bienes de primer orden y los de órdenes superiores, de tal forma que se altere la proporción entre los precios de estas dos clases de bienes. La cuestión de si es o no correcta esta afirmación, que se basa en la consideración de que el tipo de interés depende de la mayor o menor cantidad de dinero, será tratada más ampliamente en la Tercera Parte. Entonces tendremos también la oportunidad de demostrar que las reservas en efectivo de los bancos que emiten medios fiduciarios no actúan en este sentido como amortiguador en mayor medida que esos míticos atesoramientos. No existe nada parecido a esa «acumulación de reserva» de dinero de la que el comercio pueda en cualquier momento echar mano para sus necesidades extraordinarias o hacia la cual pueda dirigir sus excedentes.

La doctrina de la importancia de los atesoramientos para estabilizar el valor de cambio objetivo del dinero ha ido gradualmente perdiendo vigencia. Actualmente son muy pocos los que la sostienen. Incluso la pertenencia de Diehl a este grupo es sólo aparente. Es cierto que éste admite las críticas que Fullarton dirigió contra la teoría monetaria. Por otra parte, considera que las expresiones de Fullarton «inert» y «dormant» se aplican erróneamente a reservas de dinero, ya que estas reservas no están ociosas, sino que simplemente sirven a un fin diferente del que cumple el dinero en circulación; conviene también en que las sumas de dinero en tales reservas y las sumas empleadas para fines de pago no son netamente diferenciables, y que las mismas sumas sirven ahora para un fin y luego para otro. A pesar de esto, apoya a Fullarton contra Ricardo. Dice que, aunque las sumas extraídas de las reservas tuvieran que ser sustituidas de nuevo tomándolas de las cantidades actuales de dinero de la comunidad, no es preciso que tenga que suceder necesariamente de forma inmediata, sino que puede transcurrir un largo periodo de tiempo. En cualquier caso, la conexión mecánica que Ricardo supone que existe entre la cantidad de dinero en circulación y los precios de las mercancías es inaceptable incluso teniendo en cuenta los atesoramientos[47]. Diehl no explica en detalle por qué puede transcurrir un largo periodo antes de que se repongan las sumas que se supone se extraen de las reservas. Sin embargo, admite que las críticas a los razonamientos de Fullarton son fundamentalmente correctas; únicamente se le puede conceder la salvedad que hace si la interpretamos en el sentido de que puede y debe transcurrir un cierto tiempo antes de que los cambios en la cantidad de dinero se traduzcan para todo el mercado en una variación en el valor de cambio objetivo del dinero. Porque el aumento en las cantidades de dinero de los individuos resultante de la afluencia de cantidades adicionales tiene que producir un cambio en las valoraciones subjetivas de los individuos, y que esto se produce inmediatamente e inmediatamente empieza a tener un efecto en el mercado, es algo que difícilmente puede negarse. Por otra parte, un aumento en la demanda de dinero de un individuo cuya cantidad permanece constante, o una disminución de su cantidad mientras que su demanda permanece la misma, ha de producir instantáneamente cambios en las valoraciones subjetivas, que pueden traducirse en el mercado (aunque no todas inmediatamente) en un aumento en el valor objetivo de cambio del dinero. Podemos admitir que toda variación en la cantidad de dinero incitará al individuo a replantearse el volumen de sus exigencias dinerarias, con el posible resultado de una reducción de su demanda en el caso de una cantidad de dinero decreciente y un aumento de ella en el caso de una cantidad cada vez mayor, pero el supuesto de que tal reducción o ampliación tiene que producirse carece de fundamento lógico, por no hablar del supuesto de que tiene que ocurrir en tal grado que sea capaz de mantener estable el valor de cambio objetivo del dinero.

Una objeción más sólida es la negación de la importancia práctica de la teoría cuantitativa implícita en la atribución a la actual organización del sistema monetario y crediticio de una tendencia a anular las variaciones en la cantidad de dinero y evitar que lleguen a ser efectivas. Se dice que la variable velocidad de circulación del dinero y la elasticidad de los métodos de pago creados por el sistema crediticio y el mejoramiento progresivo de la técnica y de la organización bancaria, esto es, la facilidad con que los métodos de pago pueden ajustarse a la expansión o contracción de los negocios, han permitido, hasta cierto punto, independizar los movimientos de precios de las variaciones en la cantidad de dinero, especialmente desde que no existe una relación cuantitativa entre el dinero y sus sustitutos, es decir, entre la cantidad de dinero y el volumen de las transacciones y pagos. Se afirma que si en tales circunstancias queremos todavía conservar la teoría cuantitativa, no sólo tendremos que basarla sobre el dinero circulante, sino «extenderla a toda clase de dinero, de modo que incluya no sólo todos los sustitutos tangibles del dinero capaces de circular, sino toda transacción del sistema bancario o acuerdos entre dos partes mediante contratos sustitutivos del pago de dinero». Hay que admitir que de este modo la teoría sería completamente inútil en la práctica, pero aseguraría su universalidad teórica. Y no puede negarse que así se plantearía un problema casi insoluble; el de las condiciones bajo las cuales nace el crédito y de la manera en que ello afecta a la determinación del valor y de los precios[48].

Trataremos de dar una respuesta a esta cuestión en la Tercera Parte de la presente obra, donde se trata el problema de la supuesta elasticidad del crédito[49].

10

Ulteriores aplicaciones de la teoría cuantitativa

La teoría cuantitativa no ha sido utilizada en general para investigar las consecuencias que se seguirían de una disminución de la demanda de dinero permaneciendo constante la cantidad del mismo. No ha existido ningún motivo histórico para tal investigación. El problema no se ha planteado, ya que no ha existido nunca ni una sombra de justificación para que su solución pudiera resolver cuestiones polémicas de política económica. La historia económica nos muestra un continuo aumento en la demanda de dinero. El rasgo característico del desarrollo de la demanda de dinero es su intensificación; el crecimiento de la división del trabajo, y por consiguiente de las operaciones de cambio, que se han ido haciendo cada vez más indirectas y dependientes del uso del dinero, ha contribuido a producir este fenómeno, al mismo tiempo que el aumento de la población y del bienestar. Las tendencias que dieron lugar a un aumento en la demanda de dinero fueron tan fuertes en los años que precedieron a la guerra que aun cuando el aumento de la cantidad de dinero hubiera sido mucho mayor de lo que efectivamente fue, con toda seguridad habría aumentado el valor de cambio objetivo del dinero. Sólo la circunstancia de que este aumento en la demanda de dinero se viera acompañado de una extraordinaria expansión del crédito, que ciertamente superó al aumento en la demanda de dinero en su sentido amplio, puede ayudamos a explicar el hecho de que el valor de cambio objetivo del dinero durante este periodo no solamente dejó de aumentar, sino que positivamente disminuyó. (Ya nos referiremos más tarde en este mismo capítulo a otro factor relacionado con este fenómeno).

Si aplicáramos la interpretación mecánica de la teoría cuantitativa al caso de una disminución en la demanda de dinero cuando su cantidad permanece constante, habríamos de concluir que se produciría un aumento uniforme en los precios de todas las mercancías aritméticamente proporcional al cambio en la relación entre la cantidad y la demanda de dinero. Los mismos resultados deberíamos esperar de un aumento en la cantidad de dinero mientras su demanda permanece la misma. Pero la versión mecánica de la teoría, al basarse en la errónea transposición de las leyes estáticas al campo de la dinámica, es tan inadecuada en este caso como en el otro. No puede satisfacernos, porque no explica lo que deseamos. Nosotros tenemos que construir una teoría que nos muestre por qué una disminución en la demanda de dinero mientras su cantidad permanece constante afecta a los precios al afectar a las valoraciones subjetivas del dinero por parte de los sujetos económicos individuales. Una disminución de la demanda de dinero mientras su cantidad permanece constante conduciría, en primer lugar, a que algunas personas estimaran sus reservas de numerario demasiado grandes con relación a sus necesidades, y por consiguiente acudieran con sus excedentes al mercado como compradores. Se produciría entonces un aumento general en los precios y una disminución en el valor de cambio del dinero. No es preciso explicar con más detalle lo que ocurriría entonces.

Íntimamente relacionado con este caso existe otro cuya importancia práctica es incomparablemente mayor. Aun suponiendo que la demanda de dinero aumente constantemente, puede suceder que la demanda de determinadas clases de dinero disminuya, o incluso cese totalmente, en la medida en que ello dependa de sus características como medio general de cambio. De esto es de lo que nos vamos a ocupar aquí. Si una clase dada de dinero se despoja de sus características monetarias, entonces, naturalmente, pierde también el valor especial adscrito a ella por su uso como medio común de cambio, reteniendo solamente aquel valor que depende de sus otras utilizaciones. Siempre ha sucedido así en el curso de la historia cuando un bien ha sido excluido del cada vez más reducido círculo de los medios comunes de cambio. En términos generales, no es mucho lo que conocemos de este proceso, que en gran parte tuvo lugar en épocas de las que tenemos escasa información. Pero los tiempos recientes han ofrecido un importante ejemplo: la casi completa desmonetización de la plata. La plata, que anteriormente era muy utilizada como dinero, ha sido casi enteramente desplazada de esta posición, y no puede dudarse de que dentro de no mucho tiempo, quizás sólo unos pocos años, dejará de representar por completo papel alguno como dinero. El resultado de la desmonetización de la plata ha sido una disminución de su valor de cambio objetivo. El precio de la plata en Londres descendió de un promedio de 60 9/10 peniques en 1870 a 23 12/16 peniques de promedio en 1909. Su valor tenía que descender, al contraerse su ámbito de utilización. Análogos ejemplos nos ofrece también la historia del dinero-crédito. Por ejemplo, pueden mencionarse los billetes de los estados del Sur durante la Guerra Civil americana, que, al aumentar los triunfos de los Estados del Norte, perdieron pari passu su valor monetario y su valor como títulos[50].

Más que del problema —de escasa importancia práctica— de las consecuencias de una demanda decreciente de dinero mientras permanece constante su cantidad, los partidarios de la teoría cuantitativa se han ocupado del problema que representa el descenso de una cantidad cuando su demanda permanece la misma y del de una demanda creciente cuando permanece constante la cantidad. Se creyó que podía contestarse fácilmente a ambas preguntas de acuerdo con la interpretación mecánica de la teoría cuantitativa, aplicándoles la fórmula general, que parecía expresar la esencia de los problemas. Ambos casos fueron tratados como los inversos de un aumento en la cantidad de dinero mientras su demanda permanece constante, deduciendo de ello las correspondientes conclusiones. De la misma forma que se intentó explicar la depreciación del dinero-crédito por la mera referencia al enorme aumento en la cantidad de dinero, se trató también de explicar la depresión de 1870-80 por referencia a un aumento en la demanda de dinero mientras la cantidad del mismo no aumentaba suficientemente. En esta proposición se basan la mayoría de las medidas de política monetaria del siglo XIX. El objetivo era regular el valor del dinero por medio de aumentos y disminuciones de su cantidad. Los efectos de estas medidas parecieron ofrecer una prueba inductiva de lo acertado de esta interpretación superficial de la teoría cuantitativa, ocultando así la fragilidad de su lógica. Esta sola suposición puede explicar por qué no se intentó jamás presentar el mecanismo del aumento del valor del dinero como resultado de la disminución en el volumen de la circulación. También aquí es preciso completar las viejas teorías, como hicimos en nuestro razonamiento anterior.

Normalmente, el aumento en la demanda de dinero es lento, por lo que difícilmente resultan visibles los efectos sobre la relación de cambio entre el dinero y las mercancías. No obstante, hay casos en que la demanda de dinero en sentido estricto aumenta repentinamente de forma extraordinaria, de suerte que los precios de las mercancías caen de golpe. Esto ocurre cuando el público pierde la fe en una emisión de medios fiduciarios en una época de crisis, y estos medios pierden toda posibilidad de circulación. La historia nos ofrece multitud de ejemplos de esta clase (uno de ellos es la experiencia de EE. UU. en el otoño de 1907), y es posible que se produzcan casos similares en el futuro.

(III)

UNA CAUSA ESPECIAL DE LAS VARIACIONES EN EL VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO DERIVADA DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL CAMBIO INDIRECTO

11

«Carestía de la vida»

Los determinantes del valor de cambio objetivo del dinero que acabamos de analizar no ofrecen ninguna clase de características especiales. Por lo que a ellos se refiere, el valor de cambio del dinero se determina de forma análoga al de los demás bienes económicos. Pero existen otros determinantes de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero que obedecen a una ley especial.

No existe queja más extendida que la que tiene por objeto la «carestía de la vida». Ninguna generación ha dejado de expresar su descontento por los «costosos tiempos» en que le ha tocado vivir. Pero el hecho de que «todo» se vaya encareciendo significa simplemente que desciende el valor de cambio objetivo del dinero. Es extraordinariamente difícil, si no imposible, someter tales afirmaciones a pruebas históricas y estadísticas. Los límites de nuestros conocimientos en esta dirección se expondrán en el capítulo que se ocupa del problema de la mensurabilidad de las variaciones en el valor del dinero. Aquí nos limitaremos sólo a anticipar algunas de las conclusiones de este capítulo y manifestar que no esperamos ayuda de las investigaciones sobre historia de los precios ni de los métodos empleados en tales investigaciones. Las manifestaciones del individuo medio, aunque es fácil que se basen en el propio error, y aunque estén a merced de variaciones en las valoraciones subjetivas del individuo, quizás nos ofrezcan una mejor verificación del hecho de un progresivo descenso en el valor de cambio objetivo del dinero que las que nos pueda ofrecer el contenido de voluminosas publicaciones estadísticas. La certeza sólo podremos obtenerla mediante la demostración de que existe un encadenamiento de causas, que son capaces de producir esta clase de movimiento en el valor de cambio objetivo del dinero y que lo producirán efectivamente, a menos que sean contrarrestadas por alguna fuerza opuesta. Este camino, único que puede conducir al fin deseado, ha sido ya recorrido por numerosos investigadores, con el éxito que ya tendremos ocasión de ver.

12

La teoría de Wagner: la influencia del predominio permanente de la oferta sobre la demanda en la determinación de los precios

Al igual que muchos otros, y de acuerdo con la opinión popular, Wagner supone el predominio de una tendencia hacia la disminución del valor de cambio objetivo del dinero. Considera que este fenómeno puede explicarse por el hecho de que la oferta es casi invariablemente más fuerte y más capaz de seguir su propio interés adquisitivo. Aparte de los modernos carteles, confabulaciones, sindicatos, etc., y a pesar de la competencia entre los mismos vendedores individuales, cree que la oferta tiene más solidaridad que la demanda. Añade que los comerciantes al por menor están más interesados en un aumento de los precios que sus compradores en que éstos se mantengan constantes o desciendan, ya que la suma de las ganancias de los comerciantes, y por consiguiente toda su posición económica y social, depende en gran parte de los precios que obtienen, en tanto que el interés de los compradores es generalmente de carácter especial y relativamente poco importante. De aquí que surja en el lado de la oferta una tendencia hacia el mantenimiento y subida de los precios, que actúa como una especie de presión permanente en la dirección alcista, con más fuerza y universalidad que la opuesta tendencia por el lado de la demanda. Es cierto que a veces los precios se mantienen bajos y se reducen en el comercio al por menor con el objeto de mantener y ampliar las ventas aumentando las ganancias totales, siendo esto a veces necesario a causa de la competencia. Pero ninguna de estas influencias, según Wagner, es a la larga tan general y tan marcadamente efectiva como el interés y los esfuerzos para conseguir que los precios suban, lo cual es capaz de anular las anteriores resistencias. En este permanente predominio del lado de la oferta sobre el de la demanda Wagner ve una de las causas de los aumentos generales de los precios[51].

Wagner atribuye el descenso progresivo del valor de cambio objetivo del dinero a una serie de factores que no tienen efectos sobre la determinación de los precios al por mayor, sino únicamente en la determinación de los precios al por menor. Ahora bien, es un fenómeno bien conocido que los precios al por menor de los bienes de consumo están afectados por numerosos factores que impiden que respondan rápida y completamente a los movimientos de los precios al por mayor. Y entre los determinantes característicos de los precios al por menor destacan aquéllos que tienden a mantenerlos por encima del nivel correspondiente de los precios al por mayor. Es bien conocido, por ejemplo, que los precios al por menor se adaptan a la bajada de los precios al por mayor más lentamente que a la subida. Pero hay que tener en cuenta que con el tiempo tiene que efectuarse el reajuste, y que los precios al por menor de los bienes de consumo participan siempre en los movimientos de precios de los bienes de producción, aunque éstos permanezcan rezagados, y que sólo son los movimientos pequeños y transitorios en el comercio al por mayor los que no tienen efectos sobre el comercio al por menor.

Aunque estuviéramos dispuestos a admitir la existencia de un predominio permanente por parte de la oferta sobre la, demanda, seguiría siendo cuestionable el que de ello pudiéramos deducir una tendencia hacia un aumento general de la carestía. Si no se indican causas adicionales que contribuyan al aumento de los precios al por mayor —cosa que ni siquiera intenta Wagner—, entonces sólo podemos admitir un aumento progresivo en los precios al por menor si estamos dispuestos a suponer que el intervalo entre los movimientos de los precios al por menor y al por mayor aumentan continuamente. Pero Wagner no hace tal suposición, y si la hiciera, sería muy difícil apoyarla. En realidad puede decirse que el moderno desarrollo comercial ha producido una tendencia hacia un ajuste más rápido de los precios al por menor a los precios al por mayor y a los precios de los fabricantes. Los grandes almacenes, las cadenas comerciales y las sociedades cooperativas siguen los movimientos de los precios al por mayor mucho más de cerca que los revendedores y pequeños tenderos.

Es completamente incomprensible por qué relaciona Wagner esta tendencia a un alza general de los precios, producida por el predominio de la oferta sobre la demanda, con el sistema individualista de la libre competencia o libertad de mercado, y declara que es precisamente bajo este sistema donde más clara es la tendencia y donde ésta opera con mayor fuerza y facilidad. Ninguna prueba ofrece en apoyo de esta afirmación, que es probablemente consecuencia de la antipatía de Wagner hacia el liberalismo económico; aunque tampoco es cosa fácil aportarla. Cuanto más se desarrolle la libertad de comercio, más fáciles y rápidos serán los movimientos en los precios al por mayor que se reflejen en los precios al por menor, especialmente los movimientos de descenso. Cuando las medidas legislativas y otras limitaciones a la libertad de comercio sitúan en posición favorable a los pequeños productores y vendedores, el reajuste es más lento y a veces incluso puede impedirse totalmente un reajuste completo.

Un curioso ejemplo nos lo ofrecen los intentos realizados en Austria durante la pasada generación en favor de los artesanos y pequeños tenderos en su competencia con las fábricas y grandes almacenes, conjuntamente con el alza considerable de los precios entre 1890 y 1914. No es bajo la libre competencia donde son más evidentes las condiciones que Wagner denomina predominio permanente de la oferta sobre la demanda, sino en aquellas circunstancias en que mayores obstáculos se oponen al desenvolvimiento de esa competencia.

13

La teoría de Wieser: la influencia que sobre el valor de la moneda ejerce un cambio en las relaciones entre economía natural y economía monetaria

Tampoco es plenamente satisfactorio el intento de Wieser[52] de explicar un aumento en los precios monetarios de los bienes sin que al mismo tiempo le acompañe un considerable cambio en su valor con relación a otros bienes. Sostiene Wieser que la mayoría de los cambios que efectivamente se han producido en el valor del dinero han de atribuirse a cambios en las relaciones entre la «economía natural» (Naturalwirtschaft) y la «economía monetaria» (Geldwirtschaft). Cuando prospera la economía monetaria, se reduce el valor del dinero; cuando decae, el valor del dinero vuelve a subir. En los primeros estadios de una economía monetaria la mayoría de las necesidades se satisfacen todavía con los métodos de la economía natural. La familia se mantiene por sí misma; vive en su propia casa y produce la mayoría de lo que necesita; la venta de los productos constituye únicamente una fuente suplementaria de rentas. En consecuencia, el coste de vida del productor, o, lo que es lo mismo, el valor de su trabajo, no está totalmente incluido en el coste de los productos que vende; todo lo que se incluye es el coste de las materias primas utilizadas y el desgaste de las herramientas u otros instrumentos que han tenido que ser especialmente construidos, y que en todo caso no suponen gran cosa bajo las condiciones de una producción extensiva. Lo mismo sucede también con el comprador: las necesidades que satisface por medio de la compra no están entre las más importantes, por lo que el valor de uso que tiene que calcular no es demasiado grande.

Entonces todo cambia gradualmente. La ampliación de la esfera de la economía monetaria introduce en los cálculos de coste factores que no fueron incluidos anteriormente pero que ya fueron tratados por los principios de la «economía natural». La lista de los costes calculados en términos monetarios es mayor, y cada nuevo elemento en los cálculos de coste se estima por comparación con los factores anteriormente expresados en dinero, a los cuales se suman con el efecto de elevar los precios. De esta forma se produce un alza general de los precios, aunque esto no se interpreta como una consecuencia de los cambios en las condiciones de la demanda, sino como un descenso en el valor del dinero.

Según Wieser, si no es posible explicar el alza creciente de los precios de las mercancías como originada únicamente por factores monetarios (esto es, por variaciones en las relaciones entre la oferta y la demanda de dinero), tendremos entonces que buscar otra explicación a estos cambios en el nivel general de los precios. Ahora bien, es imposible encontrar esa explicación en las fluctuaciones en el valor de las mercancías originadas por factores pertenecientes al lado de las mercancías mismas en la relación de los precios, ya que en la actualidad no estamos tan mal suministrados de bienes como lo estuvieron nuestros antepasados. Para Wieser, ninguna explicación parece más natural que la que atribuye la disminución del poder adquisitivo del dinero a la extensión de la economía monetaria, que históricamente la ha acompañado. En definitiva, para Wieser, es esta misma inercia de los precios la que ha contribuido a producir el cambio en el valor del dinero durante cada etapa de un nuevo progreso; tiene que haber sido esto lo que hizo que subieran los antiguos precios en el total de los valores adicionales implicados al ser introducidos nuevos factores en aquella parte del proceso de producción regulada por la economía monetaria. Pero cuanto más se eleve el precio en dinero de las mercancías, más bajará en comparación el valor del dinero. De esta forma aparece la creciente carestía como síntoma inevitable del desarrollo de la economía monetaria.

No puede negarse que este razonamiento de Wieser revela puntos importantes en relación con el mercado y la determinación de los precios, y que podría encontrar importantes apoyos en la determinación de las relaciones de cambio entre los bienes económicos distintos del dinero. No obstante, y en cuanto a las conclusiones de Wieser en relación con la determinación de los precios en dinero, podemos encontrar en ellas algunos errores. En todo caso, antes de aceptar como correcto este razonamiento habría que probar que se hallan implicadas, no fuerzas procedentes del lado del dinero, sino únicamente fuerzas surgidas de la parte de la mercancía. Sólo la valoración de las mercancías, y no la del dinero, podría experimentar la transformación que supuestamente se manifiesta en la alteración de la relación de cambio.

Pero todos estos razonamientos deben rechazarse. El desarrollo de las facilidades de cambio significa que los nuevos sujetos económicos aumentan sus valoraciones subjetivas de aquellos bienes de los cuales desean deshacerse. Los bienes que ellos anteriormente habían valorado sólo como objetos de uso personal se valoran ahora adicionalmente por sus posibilidades de cambio por otros bienes. Esto lleva necesariamente implícito un aumento de su valor subjetivo para aquéllos que los poseen y los ofrecen en cambio. Los bienes destinados al cambio no se valoran ya con relación al valor de uso que tendrían para sus poseedores si fueran a ser consumidos por ellos, sino con relación al valor de uso de los bienes que pueden obtenerse por su cambio. Este último valor es siempre más elevado que el primero, porque los cambios únicamente se producen cuando son beneficiosos para las dos partes interesadas.

Pero, por otra parte (y Wieser parece que no ha pensado en esto), el valor subjetivo de los bienes adquiridos por el cambio desciende. Los individuos que los adquieren no les atribuyen ya la significación que corresponde a su situación en una escala subjetiva de valores (Wertskala) o de utilidades (Nutzenskala), sino únicamente la menor significación que tienen los otros bienes de los que han de desprenderse para obtenerlos.

Supongamos que la escala de los valores del poseedor de una manzana, una pera y un vaso de limonada es como sigue:

  1. Una manzana
  2. Un trozo de bizcocho
  3. Un vaso de limonada
  4. Una pera

Si este individuo tiene ahora la oportunidad de cambiar su pera por un trozo de bizcocho, esta oportunidad aumentará la significación que concede a la pera. Valorará ahora la pera más que la limonada. Si se le da a escoger entre renunciar a la pera o a la limonada, considerará la pérdida de la limonada como lo menos perjudicial. Pero esto se contrarresta por su reducida valoración del bizcocho. Supongamos que nuestro hombre posee un trozo de bizcocho al mismo tiempo que la pera, la manzana y la limonada. Si se le preguntara ahora qué pérdida toleraría mejor, entre el bizcocho o la limonada, preferiría en todo caso perder el bizcocho, porque podría resarcirse de esta pérdida por la entrega de la pera, que ocupa en la escala de valores un lugar inferior al de la limonada. La posibilidad del cambio introduce en las decisiones económicas de los individuos consideraciones del valor de cambio objetivo de los bienes; la primaria y original escala de valores de uso es reemplazada por la secundaria y derivada de valores de uso y cambio, en la cual los bienes económicos están ordenados no sólo en consideración a su valor de uso, sino también según el valor de los bienes que pueden a su vez obtener por el cambio. Se produce una transposición de los bienes, alterándose el orden de su significación. Pero si un bien está situado más alto, no cabe duda que entonces algún otro ha de ser colocado más bajo. Esto surge simplemente de la misma naturaleza de la escala de valores, que no constituye otra cosa sino la ordenación de las valoraciones subjetivas según la significación de los objetos valorados.

La ampliación de la esfera de los cambios produce los mismos efectos tanto sobre los valores subjetivos como sobre los valores objetivos de cambio. También en este caso todo aumento de valor en una parte tiene que encontrarse con una opuesta disminución de valor del otro lado. En realidad, es inconcebible la alteración de una relación de cambio entre dos bienes de tal forma que ambos lleguen a ser más caros. Y esto no puede evitarse por la interposición del dinero. Cuando se afirma que el valor de cambio objetivo del dinero ha experimentado una alteración, es preciso aclarar las causas específicas que la han producido, aparte del puro hecho de la ampliación de la esfera del cambio. Pero nadie ha ofrecido nunca esta demostración.

Wieser empieza contraponiendo, a la manera de los historiadores económicos, la economía natural y la economía monetaria. Estos términos no pueden ofrecer aquella abstracción científica de conceptos que es la base indispensable de toda investigación teórica. Permanece confuso si lo que se intenta contrastar es un estado en el que no existen cambios con un orden social basado en el cambio, o las condiciones del cambio directo con las del cambio indirecto basado en el uso del dinero. Tal vez lo que Wieser intenta es oponer una situación sin cambios a otra de cambios a través del dinero. Tal es seguramente el sentido en que los historiadores económicos emplean las expresiones «economía natural» y «economía monetaria»; definición que corresponde al desenvolvimiento de la historia tras el completo desarrollo de la institución del dinero. Hoy día, cuando nuevos sectores geográficos o nuevas esferas de consumo se incorporan a la actividad cambiaría, se produce una transición directa de una economía sin cambios a otra economía monetaria; pero esto no ha ocurrido siempre así. En todo caso corresponde al economista distinguir claramente ambas situaciones.

Wieser nos habla del individuo que habita en la ciudad y que tiene por costumbre pasar sus vacaciones veraniegas en el campo, donde siempre encuentra precios baratos. Un año, cuando este individuo parte de vacaciones, observa que los precios se han elevado repentinamente en todo el país; también la aldea ha pasado al ámbito de la economía monetaria. Los campesinos venden ahora su leche, huevos y aves en la ciudad, y exigen de sus visitantes veraniegos los precios que pueden esperar en el mercado. Pero lo que Wieser describe aquí es sólo la mitad del proceso. La otra mitad tiene lugar en la ciudad, donde la leche, huevos y aves que acuden al mercado procedentes de las nuevas fuentes de producción en la aldea manifiestan una tendencia hacia una reducción de su precio. La inclusión de lo que hasta ahora ha sido una economía natural en el ámbito de un sistema de cambios no implica un alza unilateral de los precios, sino una nivelación de los mismos. Se produciría el efecto contrario mediante una contracción de la esfera del sistema de cambio; habría una tendencia inherente a aumentar las diferencias entre los precios. Todo ello nos inclina a no utilizar este fenómeno, como hace Wieser, para justificar afirmaciones acerca de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero.

14

El mecanismo del mercado como fuerza que afecta al valor de cambio objetivo del dinero

Sin embargo, el progresivo aumento de los precios y su complemento, el descenso en el valor del dinero, puede muy bien explicarse, desde el punto de vista monetario, por referencia a la naturaleza del dinero y las transacciones monetarias.

La moderna teoría de los precios ha formulado todas sus proposiciones con respecto al caso del cambio directo. Aun cuando incluya a veces el cambio indirecto dentro de su estudio, no tiene suficientemente en cuenta la peculiaridad del cambio que se apoya en el auxilio del medio común de cambio o dinero. Es claro que esto no constituye una objeción a la moderna teoría de los precios. Las leyes de la determinación de los precios que ha establecido para el caso del cambio directo son también válidas para el indirecto, sin que la naturaleza del cambio se altere por el uso del dinero. Sin embargo, el teórico del dinero tiene que contribuir con importantes aportaciones a la teoría general de los precios.

Si un posible comprador cree que el precio exigido por un probable vendedor es demasiado alto, porque no corresponde a su valoración subjetiva de los bienes en cuestión, no será factible un cambio directo, a menos que el supuesto vendedor reduzca su exigencia. Pero en el cambio indirecto, en el que interviene el dinero, existe todavía la posibilidad de que se lleve a cabo la transacción sin necesidad de que se efectúe una reducción. En ciertas circunstancias, el supuesto comprador puede decidirse a pagar el alto precio exigido, si al mismo tiempo espera obtener un mejor precio del que había calculado a los bienes y servicios de los cuales quería deshacerse. En realidad ésta será para el supuesto comprador la mejor forma de obtener de la transacción el máximo de beneficio. Naturalmente, no sucederá esto en casos como las transacciones de Bolsa o en el regateo individual de los precios, cuando ambas partes cooperan inmediatamente en la determinación de los precios y son, por lo tanto, capaces de dar una expresión directa a sus valoraciones subjetivas de la mercancía y del medio de cambio. Pero existen casos en que los precios parecen estar determinados unilateralmente por el vendedor, y el comprador se ve obligado a renunciar a la compra cuando el precio demandado es demasiado alto. En este caso, cuando la abstención del comprador indica al vendedor que ha forzado demasiado su demanda, puede éste reducir sus precios otra vez (y, por supuesto, al hacer esto, puede posiblemente ir demasiado lejos o no lo suficiente). Pero, bajo ciertas condiciones, puede seguirse un procedimiento algo más complicado. El comprador puede convenir en el precio demandado e intentar resarcirse por otro lado forzando los precios de los bienes que tiene para vender. De esta forma, un alza en los precios de los artículos alimenticios puede inclinar a los obreros a demandar salarios más altos. Si los empresarios acceden a la demanda de los obreros, subirán ellos a su vez los precios de sus productos, y entonces el productor de artículos alimenticios puede quizás considerar esta alza en los precios de los productos manufacturados como motivo para una nueva alza en los precios de sus productos. De esta suerte, los aumentos en los precios se suceden en cadena sin que nadie pueda indicar dónde está su principio y su fin o cuál es la causa y el efecto.

En la moderna política de ventas los «precios fijos» desempeñan un papel preponderante. Es costumbre que los carteles, los truts y, en resumen, todos los monopolistas, incluso el estado, fijen los precios de sus productos independientemente, sin consultar a los compradores; dictan los precios al comprador. Lo mismo ocurre frecuentemente en el comercio al por menor. Ahora bien, este fenómeno no es accidental, sino un fenómeno inevitable del mercado desorganizado. En éste, el vendedor no se pone en contacto con todos los compradores, sino sólo con algunos individuos o grupos. El regateo con este pequeño número de personas sería inútil, porque no son únicamente sus valoraciones, sino las de todos los posibles compradores del bien en cuestión, las decisivas para la determinación de los precios. En consecuencia, el vendedor fija un precio que, a su juicio, corresponde aproximadamente al precio que debe ser (teniendo siempre en cuenta que es probable que se incline por un precio más bien alto que bajo), en espera de ver la actitud de los compradores. En todos aquellos casos en que aparece fijando los precios unilateralmente, carece del exacto conocimiento de las valoraciones del comprador. Puede hacer sus cálculos más o menos correctos, y existen vendedores que por la mucha observación del mercado y de la psicología de los compradores son verdaderos expertos en esto; pero no puede haber certeza de ninguna clase. En efecto, a menudo hay que calcular los efectos de procesos futuros e inciertos. El único camino por el que los vendedores pueden llegar a obtener un conocimiento veraz acerca de las valoraciones de los consumidores es mediante la prueba y el error. Y así, suben los precios hasta que la abstención de los compradores les indica que se han excedido. Pero aun cuando el precio puede parecer demasiado alto, dado el valor del dinero, el comprador puede sin embargo pagarlo si al mismo tiempo espera subir el precio que él «fija» y cree que esto le conducirá más rápidamente a la obtención de su fin que la abstención de la compra, que pudiera no tener su total efecto durante un largo tiempo produciéndole una serie de inconvenientes. En tales circunstancias se priva al vendedor de su única verificación fiable sobre la conveniencia de los precios que demanda. Ve que estos precios se pagan, piensa que los beneficios de su negocio aumentan proporcionalmente, y sólo gradualmente descubre que el descenso en el poder de compra del dinero le despoja en parte de los beneficios que ha obtenido. Quienes han estudiado atentamente la historia de los precios tienen que convenir en que este fenómeno se repite con bastante frecuencia. No puede negarse que muchos de estos aumentos de precios han reducido verdaderamente el valor del dinero, pero en modo alguno han alterado la relación de cambio entre los otros bienes económicos en el grado pretendido.

Al objeto de evitar posibles errores de interpretación, habría que añadir que no existe justificación alguna para deducir de aquí que todos los aumentos de precio hayan ocurrido de esta manera, y para suponer tal vez que existe una relación fija de cambio entre los diferentes bienes económicos y los esfuerzos humanos. Para ser consecuentes, tendríamos entonces que atribuir el alza en los precios en dinero de los bienes a los baldíos esfuerzos de la codicia humana. Un alza en el precio en dinero de un bien modifica, por regla general, su relación de cambio con los otros bienes, aunque no siempre en el mismo grado en que se ha alterado su relación de cambio con el dinero.

Los partidarios de la versión mecánica de la teoría cuantitativa quizás admitan que esta línea de razonamiento es fundamentalmente correcta; pero acaso sigan aduciendo que toda variación en el valor de cambio objetivo del dinero que no surja de cambios en la relación entre la oferta y la demanda de dinero tiene que ser corregida automáticamente. Si el valor de cambio objetivo del dinero desciende, su demanda aumentará necesariamente, ya que para satisfacer el volumen de las transacciones se precisa una mayor cantidad de dinero. Si fuera posible considerar la demanda de dinero de una comunidad como el cociente de dividir el volumen de las transacciones por la velocidad de circulación, esta objeción estaría justificada. Pero ya se ha puesto anteriormente de manifiesto su error. La dependencia de la demanda de dinero de condiciones objetivas, tales como el número y tamaño de los pagos que han de realizarse, es sólo una dependencia indirecta por basarse en las valoraciones subjetivas de los individuos. Si los precios en dinero de las mercancías se han elevado, exigiendo ahora cada compra mayor cantidad de dinero que antes, ello no constituye necesariamente un motivo para que los individuos aumenten sus cantidades de dinero. Es muy posible, a pesar del alza de precios, que los individuos no tengan intención de aumentar sus reservas ni sus demandas de dinero. Probablemente se esforzarán por aumentar sus rentas monetarias; en efecto, ésta es una de las formas en que se expresa el alza general de los precios. Pero aumento de los ingresos en dinero no significa en absoluto aumento de las reservas del dinero. Es posible que las demandas individuales de dinero suban con los precios; pero no existe el menor fundamento para suponer que esto tenga que suceder, y particularmente para considerar que tal aumento se producirá en tal grado que se anule completamente el efecto de la disminución en el poder adquisitivo del dinero. Con la misma justificación podríamos considerar el supuesto contrario, esto es, que la anulación de los gastos innecesarios del individuo impuesta por el alza de los precios conduciría a una revisión de las ideas relacionadas con el nivel necesario de las reservas de numerario y que la decisión resultante no sería ciertamente aumentar, sino más bien disminuir, el total del dinero que ha de mantenerse.

Pero también aquí debemos observar que se trata de una variación producida por fuerzas dinámicas. El estado estático, para el cual serían válidos los razonamientos de los partidarios de la versión mecánica de la teoría cuantitativa, cambia por el hecho de que necesariamente se modifican las relaciones de cambio entre las mercancías individuales. Bajo ciertas condiciones, la técnica del mercado puede producir el efecto de extender también esta modificación a la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos[53].

(III)

ADDENDA

15

La influencia del tamaño de la unidad monetaria y sus subdivisiones sobre el valor de cambio objetivo del dinero

Se afirma con frecuencia que el tamaño de la unidad monetaria ejerce una cierta influencia en la determinación de la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos. A este respecto, se dice que una unidad monetaria grande tiende a subir los precios en dinero de las mercancías, en tanto que una unidad monetaria pequeña es probable que aumente el poder adquisitivo del dinero. Este tipo de consideraciones representaron un papel importante en Austria al tiempo de la regulación de la circulación en el año 1892 y fueron decisivas para que se sustituyera el gulden, unidad de gran tamaño, por la nueva corona o medio gulden. Difícilmente puede sostenerse esta afirmación con respecto a la determinación de los precios al por mayor. Pero en los precios al por menor hay que admitir que el tamaño de la unidad monetaria tiene una cierta significación, que sin embargo no conviene exagerar[54].

El dinero no es indefinidamente divisible. Aun con la ayuda de los sustitutos monetarios para expresar sumas fraccionales que por razones técnicas no pueden expresarse convenientemente con el material monetario existente (método que se ha llevado a la perfección en el moderno sistema de monedas divisionarias), parece totalmente imposible proporcionar al comercio todas las fracciones necesarias de la unidad monetaria en forma adecuada a los requerimientos de rápidas y seguras transacciones mercantiles. En el comercio al por menor se debe acudir necesariamente al redondeo de cifras. Los precios al por menor de las mercancías menos valiosas (entre las que se hallan los artículos más importantes de uso diario y los de ciertos servicios, tales como el de correos y transporte de pasajeros en tranvías y ferrocarriles) tienen que ajustarse de alguna forma a la moneda de que se dispone. Este tipo de moneda no sirve cuando se trata de mercancías cuya naturaleza les permite subdividirse en la cantidad deseada. En el caso de mercancías difícilmente divisibles, los precios de las más pequeñas cantidades que de ellas se ofrecen para la venta independiente tienen que coincidir con el valor de una o varias de las monedas disponibles. Pero en el caso de ambos grupos de mercancías se dificultan las continuas subdivisiones de las cantidades para la venta al por menor por el hecho de que los valores pequeños no pueden expresarse en la moneda corriente. Si la más pequeña moneda fraccional disponible es demasiado grande para expresar exactamente el precio de alguna mercancía, puede resolverse el problema cambiando varias unidades de las mercancías, por una parte, contra una o más monedas, por otra. En el mercado al por menor de frutas, legumbres, huevos y otros artículos similares, son fenómeno corriente precios tales como dos unidades por tres heller, cinco unidades por ocho heller, etc. Pero, a pesar de esto, todavía queda un gran número de pequeñas cantidades de valor que no se pueden expresar. Diez pfennigs de la moneda del Reich alemán (equivalente a 1/27900 kg de oro) no podían expresarse en monedas de coronas austríacas; 11 heller (equivalentes a 11/328000 kg de oro) eran demasiado pequeños; 12 heller (equivalentes a 3/82000 kg de oro) eran demasiado grandes. Consiguientemente, tenían que existir pequeñas diferencias entre los precios, que, de otra forma, se hubieran mantenido iguales en ambos países[55].

Esta tendencia se intensifica por la circunstancia de que los precios de los bienes y servicios más comunes se expresan actualmente, no sólo en fracciones de la unidad monetaria que pueden ser expresadas por monedas, sino en cantidades que se corresponden lo más exactamente posible con las denominaciones de la moneda. Para todo el mundo es cosa familiar la tendencia que los precios al por menor manifiestan hacia el «redondeo», basándose éste casi enteramente en las denominaciones del dinero y sus sustitutos. Todavía mayor es la significación de las denominaciones de la moneda en relación con ciertos precios que la costumbre ordena pagar en «números redondos». Las propinas, honorarios y otros análogos son ejemplos elocuentes de esto.

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Comentario metodológico

En una recensión dedicada a la primera edición de este libro[56], el profesor Walter Lotz se ocupa de mis críticas a la explicación que hace Laughlin del valor del gulden de plata austríaco en los años 1879-1892[57]. Sus argumentos son particularmente interesantes, por cuanto ofrecen una excelente oportunidad para demostrar la diferencia que existe entre la concepción y solución de los problemas en la moderna teoría económica basada en la teoría subjetiva del valor, por una parte, y, por otra, las basadas en el procedimiento empírico-realista de las escuelas de Schmoller y Brentano, orientadas en sentido histórico y sociopolítico.

Según el profesor Lotz, es «cuestión de gusto» el que a mis argumentos «se les reconozcan algún valor». No los considera «de interés». Dice que él mismo no estuvo al principio de acuerdo con el punto de vista de Laughlin, hasta «la mencionada información sobre Laughlin, que hace sus argumentos bastante probables por lo menos». En efecto, Laughlin le dijo que «en aquella época recibió la información procedente del más importante establecimiento financiero de Viena de que la gente contaba con el hecho de que el gulden-papel sería convertido con el tiempo a un tipo u otro». El profesor Lotz añade: «Ciertamente era también importante que la circulación del gulden-papel y del gulden-plata fuera cuantitativamente muy moderada, y que estos medios de pago fueran aceptados por los bancos públicos a su valor nominal. De todas formas, las expectativas del principal establecimiento financiero de Viena con respecto al futuro no han tenido efecto en la valoración internacional del gulden-papel austríaco. Por consiguiente, y en vista de esta información, está justificado atribuir cierto peso al argumento de Laughlin, a pesar de von Mises».

La misteriosa comunicación que «el más importante establecimiento financiero de Viena» hizo a alguien, y que éste entregó al profesor Lotz, fue un secreto de Polichinela. Los innumerables artículos dedicados a la cuestión de los patrones monetarios aparecidos durante el decenio de los ochenta en la prensa húngara y austríaca, especialmente en la Neue Freie Presse, suponían siempre que Austria-Hungría se pasaría al patrón-oro. Esta medida se preparó ya en 1879 mediante la suspensión de la libre acuñación de la plata. De todas formas, la prueba de este hecho, que nadie niega (yo por lo menos no lo niego), no soluciona en absoluto el problema que nos ocupa, como parece suponer el profesor Lotz. Ello indica simplemente cuál es el problema que tenemos que resolver. El hecho de que el gulden «posiblemente» sería convertido en oro «a un tipo u otro» no explica por qué se valoró en aquel tiempo a un cierto tipo y no más alto o más bajo. Si el gulden iba a convertirse en oro y los certificados de la deuda nacional en guldens, ¿cómo era posible que los bonos de la deuda nacional que devengaban interés no se valorasen por encima de los guldens, en billetes y amonedados, que no lo devengaban? Eso es lo que tenemos que explicar. Es evidente que nuestro problema comienza exactamente en el punto en que lo deja el profesor Lotz.

Es cierto que el profesor Lotz está dispuesto a admitir que también fue «importante» que la circulación del gulden-plata y del gulden-papel fuera «cuantitativamente muy moderada»; y admite la validez de una tercera explicación adicional: la de que estos medios de pago fueran aceptados por el Tesoro a su valor nominal. Pero la relación de estas explicaciones entre sí sigue siendo oscura. Es posible que al profesor Lotz no se le haya ocurrido que la primera y la segunda son difíciles de conciliar. Porque si el gulden fue valorado sólo en consideración a su eventual conversión en oro, puede suponerse que no produjera grandes diferencias el que hubiera más o menos guldens en circulación, por cuanto los fondos disponibles para la conversión no estaban limitados a una cierta cantidad. El tercer intento de explicación carece por completo de validez, ya que el «valor nominal» era sólo el «gulden» una vez más, y lo que realmente se quiere explicar es el poder adquisitivo del gulden.

El procedimiento que adopta el profesor Lotz para resolver un problema de la ciencia económica tiene necesariamente que fracasar. No es suficiente recoger las opiniones de los hombres de negocios (aun cuando éstos sean «importantes» o pertenezcan a firmas «importantes») y ofrecerlas al público adornadas con varios por una parte y por otra, algún admitamos o así y una rociada de de todas formas. Una sarta de «hechos» no constituye ciencia ni muchísimo menos. No hay bases para atribuir significación de autoridad a las opiniones de los hombres de negocios; para la economía, estas opiniones no son más que material de trabajo que hay que valorar. Cuando el hombre de negocios trata de explicar algo, resulta tan «teórico» como cualquier otro; no hay razón para dar una preferencia a las teorías del comerciante práctico o del agricultor. Es, por ejemplo, imposible probar la teoría del coste de producción de la antigua escuela acudiendo a las innumerables afirmaciones de los hombres de negocios que «explican» las variaciones en los precios por las variaciones en los costes de producción.

Actualmente hay muchos que, por la enorme acumulación de material, dejan de percibir lo específicamente económico en el planteamiento y solución de los problemas. Ya es hora de recordar que la economía es algo distinto del trabajo del informador, cuya labor es preguntar al banquero X y al magnate del comercio Y lo que ellos piensan de la situación económica.