EL DINERO COMO BIEN ECONÓMICO
El dinero no es ni un bien de producción ni un bien de consumo
Los bienes económicos suelen dividirse en dos clases: la primera, la de aquéllos que satisfacen las necesidades humanas directamente, y la segunda, la de aquéllos que las satisfacen indirectamente; en otras palabras: bienes de consumo, o de primer orden, y bienes de producción, o de órdenes superiores[1]. El intento de incluir el dinero en alguno de estos grupos tropieza con dificultades insuperables. No es necesario demostrar que el dinero no es un bien de consumo. Pero también resulta incorrecto calificarlo como un bien de producción.
Desde luego, si consideramos esta división bipartita de los bienes económicos como exhaustiva, tendremos que contentarnos con colocar el dinero en uno u otro grupo. Tal ha sido la posición de la mayor parte de los economistas; y puesto que ha parecido totalmente imposible calificar al dinero como un bien de consumo, no ha habido otra alternativa que calificarlo como bien de producción.
La justificación de este aparentemente arbitrario procedimiento se ha solido hacer muy a la ligera. Roscher, por ejemplo, considera suficiente decir que el dinero es «el principal instrumento de todo cambio» (vornehmstes Werkzeug jeden Verkehrs)[2].
En oposición a Roscher, Knies coloca al dinero en la clasificación de los bienes sustituyendo la división bipartita en medios productivos y bienes de consumo por una división tripartita en medios de producción, objetos de consumo y medios de cambio[3]. Sus argumentos al respecto, por desgracia insuficientes, apenas han merecido atención y a menudo han sido mal interpretados. Así, el intento de Helfferich de refutar la posición de Knies —que sostiene que una transacción de compraventa no es en sí misma un acto de producción sino un acto de transferencia (interpersonal)— al afirmar que el mismo tipo de objeción puede hacerse respecto a la inclusión de los medios de transporte entre los instrumentos de producción, sobre la base de que el transporte no es en sí mismo un acto de producción sino un acto de transferencia (interlocal), y que la naturaleza de los bienes no se altera más por el transporte que por un cambio de propiedad[4].
Sin duda, es la ambigüedad de la palabra alemana Verkehr lo que ha oscurecido la solución a este problema. Por un lado, Verkehr significa algo que aproximadamente podría traducirse por la palabra francesa commerce; es decir, el intercambio de bienes y servicios por parte de los individuos. Pero también significa transporte de personas, bienes e informaciones a través del espacio. Estos dos grupos de cosas que denota la palabra Verkehr no tienen en común más que el nombre. De ahí la imposibilidad de apoyar la sugerencia de una relación entre los dos significados del término implícitos en la práctica de hablar de «Verkehr en sentido amplio», que expresa la transferencia de bienes de la posesión de una persona a la de otra, y «Verkehr en sentido estricto», que denota el traslado de bienes de un punto a otro del espacio[5]. Incluso el uso popular reconoce en ese término dos significados diferentes, no ya sólo una versión más estricta o más amplia del mismo significado.
El que una misma palabra tenga dos significados diferentes y la posible confusión entre ellos pueden atribuirse a la circunstancia de que a menudo, aunque no siempre, los intercambios de bienes van unidos a actos de transporte a través del espacio, y viceversa[6]. Pero es claro que ésta no es razón para que la ciencia atribuya una semejanza intrínseca a estos procesos esencialmente distintos.
Nunca se debió plantear la cuestión de si el transporte de personas, bienes e informaciones debe considerarse parte de la producción, puesto que no constituye un acto de consumo, como por ejemplo los viajes de placer. En todo caso, dos cosas han impedido el reconocimiento de este hecho. La primera es el difundido desconocimiento de la naturaleza de la producción. Es ingenuo considerar la producción como la realización de algo que antes no existía, como creación en el verdadero sentido de la palabra. De ello se deriva fácilmente un contraste entre el trabajo creador de la producción y el mero transporte de bienes. Esta manera de considerar el asunto es totalmente inadecuada. En realidad, el papel que el hombre representa en la producción consiste siempre únicamente en combinar sus fuerzas personales con las de la naturaleza de tal forma que esta cooperación produzca una determinada y buscada disposición del material. Ningún acto humano de producción ha conseguido sino alterar la posición de las cosas en el espacio, dejando el resto a la naturaleza[7]. Se rechaza así una de las objeciones a considerar el transporte como un proceso productivo.
La segunda objeción surge de la insuficiente consideración de la naturaleza de los bienes. Con frecuencia pasa inadvertido que, entre otras cualidades naturales, la posición de una cosa en el espacio tiene importantes posibilidades en su capacidad de satisfacer las necesidades humanas. Cosas que son totalmente idénticas en su composición tecnológica deben sin embargo ser consideradas como muestras de diferentes clases de bienes si no se encuentran en el mismo lugar y en el mismo estado de disponibilidad para el consumo o para una ulterior producción. Hasta ahora la posición de un bien en el espacio ha sido reconocida solamente como factor que determina su naturaleza económica o no económica. No se puede ignorar que el agua potable en el desierto y el agua potable en una región montañosa bien provista de ella, a pesar de sus similitudes físicas y químicas y sus propiedades idénticas para apagar la sed, tiene sin embargo un significado totalmente diferente para la satisfacción de las necesidades humanas. La única agua que puede apagar la sed del viajero en el desierto es la que encuentre al punto, lista para el consumo.
Sin embargo, dentro del grupo de los bienes económicos, el factor situación se ha tenido en cuenta sólo en relación con bienes de ciertas clases: aquéllos cuya posición ha sido fijada bien por el hombre o por la naturaleza; e incluso entre éstos, apenas se ha prestado atención más que al ejemplo más relevante: la tierra. Por lo que se refiere a los bienes muebles, el factor de la situación se ha tratado como despreciable.
Esta actitud está en consonancia con la tecnología comercial. El microscopio no descubre ninguna diferencia entre dos lotes de azúcar de remolacha de los cuales uno está almacenado en Praga y el otro en Londres. Pero desde el punto de vista de la ciencia económica ambos lotes de azúcar deben considerarse como bienes de distinta clase. Estrictamente hablando, sólo pueden llamarse bienes de primer orden los que ya están allí donde puedan ser inmediatamente consumidos. Todos los demás bienes económicos, aunque estén ya listos para el consumo en sentido técnico, deben ser considerados bienes de orden superior que pueden ser transformados en bienes de primer orden sólo por la combinación con el bien complementario «medios de transporte». Considerados en esta perspectiva, los medios de transporte son obviamente bienes de producción. «Producción», dice Wieser, «es la utilización de las más convenientes entre las condiciones remotas de prosperidad.»[8] Nada nos impide interpretar por esta vez la palabra remotas en su sentido literal, no en el figurado.
Hemos visto que trasladar a través del espacio es una especie de producción; y por consiguiente los medios de transporte, en cuanto no son bienes de consumo, como pueden serlo un yate de placer o cosas por el estilo, deben incluirse entre los bienes de producción. ¿Puede afirmarse lo mismo del dinero? ¿Pueden compararse los servicios económicos que el dinero presta con los que prestan los medios de transporte? En modo alguno. La producción es perfectamente posible sin dinero. El dinero no es necesario ni en las economías aisladas ni en las comunidades socializadas. En ninguna parte podríamos encontrar un bien de primer orden del que pudiéramos decir que el empleo del dinero es condición necesaria para su producción.
Es cierto que la mayoría de los economistas colocan el dinero entre los bienes de producción. Pero los argumentos de autoridad no son válidos; la prueba de una teoría está en su desarrollo lógico, no en su padrinazgo; y con todo el respeto debido a los maestros, debe decirse que no han justificado su posición muy certeramente en esta materia. Esto es más digno de notar en Böhm-Bawerk. Como ya hemos dicho, Knies recomienda la sustitución de la usual división bipartita entre bienes de consumo y medios de producción por una clasificación tripartita de los bienes económicos en objetos de consumo, medios de producción y medios de cambio. En general, Böhm-Bawerk trata a Knies con el mayor respeto y, cuando se ve obligado a discrepar de él, critica sus argumentos muy cuidadosamente. Pero en el presente caso simplemente los ignora. No vacila en incluir el dinero en su concepto de capital social, e incidentalmente lo especifica como un producto destinado a servir a la producción ulterior. Se refiere brevemente a la objeción de que el dinero es un instrumento, no de producción, sino de cambio; pero, en lugar de contestar a esta objeción, se embarca en una extensa crítica de aquellas doctrinas que consideran el conjunto de bienes en manos de productores y comerciantes como bienes listos para el consumo en lugar de productos intermedios.
El razonamiento de Böhm-Bawerk demuestra de forma concluyente que la producción no está completa mientras los bienes no se ofrezcan en el lugar en que son demandados, y que no es legítimo hablar de bienes listos para el consumo mientras no se haya completado el proceso final del transporte. Pero no aporta contribución alguna a la presente discusión, pues la cadena de su razonamiento se quiebra en el eslabón decisivo. Tras demostrar que el caballo y el carro con los que el labrador lleva a su casa el trigo y la leña deben calificarse como medios de producción y como capital, Böhm-Bawerk añade que «lógicamente todos los objetos y aparatos ‘para transportar’ en el más amplio sentido económico, las cosas que deben ser transportadas, las carreteras, los ferrocarriles, los barcos, y el instrumento comercial dinero, deben ser incluidos en el concepto de capital»[9].
El mismo salto da Roscher. No considera la diferencia entre el transporte, que consiste en una alteración de la utilidad de las cosas, y el cambio, que constituye una categoría económica totalmente distinta. No se puede comparar el papel que desempeña el dinero en la producción con el que desempeñan los barcos o los ferrocarriles. Evidentemente, el dinero no es un «instrumento comercial» en el mismo sentido que los libros de contabilidad, las cotizaciones, la Bolsa o el sistema crediticio.
No han faltado las críticas al razonamiento de Böhm-Bawerk. Jacoby le objeta que mientras trata el dinero y las existencias de mercancías en manos de productores y comerciantes como capital social, sigue no obstante manteniendo la opinión de que el capital social es una categoría económica pura e independiente de toda definición legal, siendo así que el dinero y los bienes de consumo en cuanto mercancía son peculiares de un específico tipo «comercial» de organización económica[10].
Que esta crítica carece de fundamento, en cuanto objeción a considerar los bienes de consumo como bienes de producción, se deduce de lo que expusimos más arriba. No hay duda de que en este punto la razón está de parte de Böhm-Bawerk y no de su crítico. No sucede lo mismo con el segundo punto, la cuestión de la inclusión del dinero. Es posible que la discusión que Jacoby hace del concepto de capital sea a su vez criticable y que probablemente esté justificada la negativa de Böhm-Bawerk a aceptarla[11]. Pero esto no interesa aquí. Lo que nos importa es el problema del concepto de bienes. Y también en este punto Böhm-Bawerk se aparta de Jacoby. En la tercera edición del volumen segundo de su obra maestra, Capital e interés, sostiene Böhm-Bawerk que incluso en una organización socialista compleja difícilmente se podría prescindir de algún tipo de órdenes o certificados indiferenciados, «como si fuesen dinero», que se refieran al producto en espera de distribución[12]. Este particular razonamiento no apunta directamente a nuestro problema actual. Sin embargo, conviene averiguar si la opinión que en él se expresa contiene tal vez algo que pueda ser útil a nuestros actuales propósitos.
Todo tipo de organización económica necesita no sólo un mecanismo de producción sino también un mecanismo para distribuir lo que se produce. Difícilmente podrá negarse que la distribución de bienes entre consumidores individuales constituye una parte de la producción, y que por consiguiente debemos incluir entre los medios de producción no sólo los instrumentos físicos del comercio como las bolsas, los libros de contabilidad, documentos y cosas por el estilo, sino también todo lo que sirva para mantener el sistema legal que constituye la base del comercio, como, por ejemplo, cercados, vallas, muros, cerraduras, cajas de caudales, la parafernalia de los tribunales de justicia y todo el conjunto de órganos de gobierno encargados de la protección de la propiedad. En un estado socialista, esta categoría podría comprender, entre otras cosas, los «certificados indiferenciados» de Böhm-Bawerk (que no podemos calificar «como dinero», ya que no siendo el dinero un certificado, no puede decirse de un certificado que sea como dinero. El dinero es siempre un bien económico, y decir de un título, que es en lo que consiste un certificado, que es como dinero, no es más que retroceder a la antigua práctica de considerar los derechos y las relaciones comerciales como bienes. Aquí podemos invocar la propia autoridad de Böhm-Bawerk contra él mismo)[13].
Sin embargo, lo que nos impide colocar el dinero entre estos «bienes de distribución» e igualmente entre los bienes de producción (y la misma objeción puede aplicarse a su inclusión entre los bienes de consumo) es la siguiente consideración. La pérdida de un bien de consumo o de un bien de producción se resuelve en la pérdida de la satisfacción de una necesidad humana; empobrece a la humanidad. La adquisición de un bien se resuelve en una mejora de la posición económica humana: enriquece a la humanidad. No puede decirse lo mismo de la pérdida o ganancia de dinero. Tanto los cambios en la cantidad disponible de bienes de producción o de consumo como los cambios en la cantidad disponible de dinero implican cambios en su valor; pero mientras que los cambios en el valor de los bienes de producción y de los bienes de consumo no mitigan la pérdida o reducen la ganancia de satisfacción que resulta de los cambios en su cantidad, los cambios en el valor del dinero se acomodan de tal suerte a la demanda del mismo que, a pesar del aumento o disminución en su cantidad, la posición económica de la humanidad permanece idéntica. Un aumento en la cantidad de dinero no puede aumentar el bienestar de los miembros de una comunidad más de lo que una disminución del mismo puede rebajar ese bienestar. Considerados desde este punto de vista, los bienes empleados como dinero constituyen realmente lo que Adam Smith califica de «existencia muerta que […] nada produce»[14].
Hemos demostrado que, en ciertas condiciones, el cambio indirecto es un fenómeno necesario del mercado. La circunstancia de que los bienes sean deseados y adquiridos, no por ellos mismos sino solamente para emplearlos en ulteriores cambios, no puede desaparecer nunca de nuestro tipo de tráfico mercantil, ya que las condiciones que lo hacen inevitable existen en la inmensa mayoría de las transacciones comerciales. Actualmente, el desarrollo económico del cambio indirecto conduce al empleo de un medio común de cambio, al establecimiento y la elaboración de la institución del dinero. El dinero es, de hecho, indispensable en nuestro sistema económico, Pero como bien económico no es un componente físico del aparato social de distribución, como lo son, por ejemplo, los libros de contabilidad, las prisiones o las armas de fuego. El resultado total de la producción no depende en lo más mínimo de la colaboración del dinero, aun cuando su empleo pueda ser uno de los principios fundamentales sobre los que se basa el orden económico.
Los bienes de producción derivan su valor del de sus productos. No así el dinero, pues ningún aumento en la cantidad adicional del mismo puede originar un aumento en el bienestar de los miembros de la comunidad. Las leyes que rigen el valor del dinero son distintas de las que rigen el valor de los bienes de producción y de los bienes de consumo. Lo único que todas estas leyes tienen en común es su principio general subyacente, el de la ley económica fundamental del valor. Aquí radica la plena justificación de la sugerencia hecha por Knies de que los bienes económicos podrían dividirse en medios de producción, objetos de consumo y medios de cambio; pues, en definitiva, el objeto primordial de la terminología económica es facilitar la investigación de la teoría del valor.
El dinero como parte del capital privado
No hemos acometido esta investigación sobre la relación entre dinero y bienes de producción simplemente por su interés terminológico. Lo verdaderamente importante en sí mismo no es nuestra última conclusión, sino la posible luz que nuestros argumentos arrojan sobre aquellas peculiaridades del dinero que le distinguen de otros bienes económicos. Estas características especiales del medio común de cambio recibirán mayor atención cuando volvamos a considerar las leyes que regulan el valor del dinero y sus variaciones.
Pero el resultado de nuestros razonamientos, a saber la conclusión de que el dinero no es un bien de producción, no deja de tener su significado. Nos ayudará a resolver la cuestión de si el dinero es capital o no; cuestión que, a su vez, no tiene interés en cuanto tal, pero que nos proporciona una prueba sobre la respuesta a un problema ulterior respecto a las relaciones entre el tipo de interés natural o de equilibrio y el tipo monetario o efectivo, de las que nos ocuparemos en la tercera parte de este libro. Si ambas conclusiones se confirman mutuamente, podremos suponer con cierta seguridad que nuestros argumentos no nos han conducido a error.
La primera dificultad grave en cualquier investigación sobre la relación entre dinero y capital surge de las diferentes opiniones existentes sobre la definición del concepto de capital. Estas opiniones divergen más que las formuladas sobre cualquier otro punto de la economía política. Ninguna de las muchas definiciones propuestas ha merecido un reconocimiento general; en efecto, la controversia sobre la teoría del capital es ahora más encarnizada que nunca. Si entre el gran número de conceptos en pugna elegimos el de Böhm-Bawerk para que nos guíe en nuestra investigación sobre la relación entre dinero y capital, podremos justificar nuestra elección simplemente considerando el hecho de que Böhm-Bawerk es el mejor guía para cualquier intento serio del estudio del problema del interés, aunque semejante estudio pueda conducir (sin dejar de reconocer en todo caso el mérito de Böhm-Bawerk en el tratamiento de este problema) a conclusiones que difieren ampliamente de aquéllas a las que él llegó. Además, todos aquellos sólidos argumentos en que Böhm-Bawerk basaba su tesis defendiéndola contra sus críticos apoyan semejante elección. Pero, al margen de esto, una razón que parece ser decisiva nos la proporciona el hecho de que no se ha desarrollado ninguna otra concepción del capital con igual claridad[15]. Este último punto es particularmente importante. No es objeto de la presente discusión llegar a una conclusión sobre la terminología o hacer una crítica de los conceptos, sino simplemente aclarar uno o dos puntos importantes para el problema de las relaciones entre el tipo de interés de equilibrio y el tipo de interés monetario. De ahí que sea menos importante para nosotros clasificar las cosas correctamente que eliminar ideas vagas sobre su naturaleza. Se pueden sostener varias opiniones sobre si el dinero debe o no incluirse en el concepto de capital. La delimitación de semejantes conceptos es simplemente cuestión de utilidad, en relación con la cual es muy fácil que surjan diferencias de opinión. Pero la función económica del dinero es un asunto sobre el que puede llegarse a un perfecto acuerdo.
De los dos conceptos de capital que Böhm-Bawerk distingue, siguiendo la terminología económica tradicional, el que llama capital privado o adquisitivo es a la vez el más antiguo y el más amplio. Ésta fue la idea originaria de la que más tarde se desgajó el concepto más estricto de capital social o productivo. Es, pues, lógico que empecemos nuestro estudio examinando la conexión que existe entre capital privado y dinero.
Böhm-Bawerk define el capital privado como la suma de productos que sirven de medios para la adquisición de bienes[16]. Nunca se ha discutido que el dinero deba incluirse en esta categoría. En efecto, el desarrollo del concepto científico de capital parte de la noción de un interés devengado por una suma de dinero. Este concepto de capital ha ido ampliándose poco a poco hasta tomar la forma que tiene en la moderna discusión científica, que en general coincide aproximadamente con el uso popular.
La gradual evolución del concepto de capital ha significado al mismo tiempo una comprensión cada vez mejor de la función del dinero como capital. Muy pronto en la historia la mente popular halló explicación al hecho de que el dinero prestado produce intereses, que el dinero realmente «trabaja». Pero tal explicación no podía satisfacer durante mucho tiempo las exigencias científicas. La ciencia tropezaba con el hecho de que la moneda es estéril. Aun en los tiempos más remotos existía el general reconocimiento de lo que posteriormente se plasmaría en la máxima pecunia pecuniam parere non potest como base de toda discusión sobre el problema del interés durante cientos y miles de años, y sin duda Aristóteles no lo expresó en el famoso pasaje de su Política como una doctrina nueva, sino como un lugar común generalmente aceptado[17]. A pesar de su obviedad, esta percepción de la esterilidad física del dinero fue un paso necesario en el camino de la plena comprensión del problema del capital y del interés. Si sumas de dinero prestadas producen un «fruto», sin que este fenómeno pueda explicarse por la productividad física del dinero, es lógico que se deben buscar otras explicaciones.
El siguiente paso hacia una explicación fue observar que cuando se realiza un préstamo, el que lo recibe suele cambiar el dinero por otros bienes económicos, y que lo mismo hacen quienes poseen dinero y quieren obtener de él un beneficio sin prestarlo. Éste fue el punto de partida para la ampliación del concepto de capital a que más arriba nos hemos referido, así como para el desarrollo del problema del tipo monetario [o efectivo] de interés hacia el problema más general del tipo «natural» [o de equilibrio].
Es cierto que tuvieron que pasar siglos antes de que se realizaran estos ulteriores descubrimientos. Primeramente se produjo una paralización completa en el desarrollo de la teoría del capital. Realmente parecía que no se deseaba un ulterior progreso, lo que ciertamente se conseguía a la perfección, ya que entonces el objetivo de la ciencia no era explicar la realidad sino reivindicar determinados ideales. Y la opinión pública rechazaba la percepción de intereses. Incluso más tarde, cuando esa percepción de intereses se reconoció en el derecho griego y en el romano, no se consideraba aún como un hecho respetable, y todos los escritores clásicos compitieron en condenarlo. Cuando la Iglesia proscribió el interés, e intentó fundamentar su actitud en citas de la Biblia, cortó de raíz y desautorizó todo intento de tratar la cuestión. Los teóricos que dirigieron su atención al problema estaban ya convencidos de que percibir intereses era nocivo, antinatural y poco caritativo, centrando su principal tarea en buscar nuevas objeciones. Lo importante para ellos no era explicar por qué existe el interés, sino sostener la tesis de que es censurable. En tales circunstancias, era fácil que un escritor tras otro aceptaran sin crítica la doctrina de la esterilidad del dinero como un extraordinariamente poderoso argumento contra el pago de intereses, y así, no en razón de su contenido sino por la conclusión que sugería, esa doctrina se convirtió en obstáculo en el camino del desarrollo de la teoría del interés. Se convirtió en ayuda y no ya en estorbo a su desarrollo cuando se inició un movimiento hacia la construcción de una nueva teoría del capital tras la caída de la antigua teoría canonista del interés. Su primer efecto fue exigir una ampliación del concepto de capital, y por consiguiente del problema del interés. En el uso popular y en la terminología académica, capital no significaba ya «una suma de dinero prestado», sino «una existencia acumulada de bienes»[18].
La doctrina de la esterilidad del dinero tiene otro significado para nuestro problema en cuanto aclara la posición del dinero entre las cosas que constituyen el capital privado. ¿Por qué incluimos el dinero en el concepto de capital? ¿Por qué se paga interés por las sumas de dinero prestadas? ¿Cómo es posible usar sumas de dinero, incluso sin préstamo, de manera que produzcan una renta? No puede haber duda sobre la respuesta a estas preguntas. El dinero es un instrumento adquisitivo solamente cuando es cambiado por algún otro bien económico. En este sentido, el dinero puede compararse con aquellos bienes de consumo que forman parte del capital privado solamente porque no son consumidos por sus poseedores, sino que se emplean para adquirir otros bienes o servicios a través de medios de cambio. El dinero no es más capital adquisitivo de lo que lo son estos bienes de consumo; el capital adquisitivo real consiste en los bienes por los que se cambian el dinero o los bienes de consumo. El dinero que permanece «inactivo», esto es el que no se cambia por otros bienes, no es una parte del capital; no produce frutos. El dinero es parte del capital privado de un individuo solamente en la medida en que constituye un medio por el cual el individuo en cuestión puede obtener otros bienes de capital.
El dinero no es parte del capital social
Por capital social o productivo entiende Böhm-Bawerk el conjunto de productos destinados a ser empleados en una ulterior producción[19]. Si aceptamos el punto de vista expuesto más arriba, según el cual el dinero no puede ser incluido entre los bienes de producción, entonces tampoco puede serlo en el capital social. Es cierto que Böhm-Bawerk lo incluye en el capital social, lo mismo que la mayoría de los economistas que le han precedido. Esta actitud obedece, lógicamente, a que se considera el dinero como un bien de producción; ésta es su única justificación, por lo que nuestro empeño por demostrar que el dinero no es un bien de producción supone al mismo tiempo que esa justificación carece de fundamento.
En todo caso, tal vez podamos sugerir que quienes incluyen el dinero entre los bienes de producción, y por consiguiente entre los bienes de capital, no son muy coherentes. Éstos suelen considerar el dinero como una parte del capital social en consonancia con la división de su sistema cuando tratan de los conceptos de dinero y capital, si bien no deducen de ello algunas obvias conclusiones. Por el contrario, cuando debe aplicarse lógicamente la doctrina de la naturaleza del dinero como capital, parece que de pronto se olvidan de ello. Al considerar los determinantes del tipo de interés, subrayan una y otra vez que lo que importa no es la mayor o menor cantidad de dinero, sino la mayor o menor cantidad de otros bienes económicos. Conciliar esta afirmación, que es sin duda una síntesis correcta de la cuestión, con la otra afirmación, según la cual el dinero es un bien de producción, es sencillamente imposible.