SOBRE LA CLASIFICACIÓN DE LAS TEORÍAS MONETARIAS[1]
Doctrina monetaria cataláctica y acataláctica
El tema del dinero ocupa una posición tan destacada entre los demás fenómenos de la vida económica, que sobre él han especulado incluso personas que no han dedicado mayor atención a los problemas de la teoría económica, aun en una época en que por doquier la investigación de los procesos de intercambio era todavía desconocida. Los resultados de tales especulaciones fueron diversos. Los comerciantes, y posteriormente los juristas estrechamente relacionados con los asuntos mercantiles, atribuyeron el empleo del dinero a las propiedades de los metales preciosos, afirmando que el valor del dinero depende del valor de estos metales. La jurisprudencia canonista, ajena al mundo, puso el origen del empleo del dinero en el mandato del estado; y así sostuvo que el valor del dinero es un valor impositus. Otros trataron de explicar el problema por medio de la analogía. Desde el punto de vista biológico, compararon el dinero con la sangre; así como la circulación de la sangre anima al cuerpo, así también el dinero anima al organismo económico. O bien lo compararon con la palabra, que tiene igualmente la función de facilitar el Verkehr (intercambio, comercio) humano. Y también, sirviéndose de la terminología jurídica, definieron el dinero como un giro de todos contra todos.
Todos estos puntos de vista tienen en común que no se pueden encajar en un sistema que trate con realismo los procesos de la actividad económica. Es totalmente imposible servirse de ellos para construir una teoría del intercambio. Y de hecho apenas se ha intentado, pues es evidente que cualquier intento de construir, por ejemplo, la doctrina sobre el dinero como un giro en armonía con cualquier explicación de los precios tiene que conducir a resultados decepcionantes. Si se desea dar un nombre general a estos intentos de solución del problema del dinero, podría denominárseles acatalácticos, ya que no podrían encontrar acomodo en la perspectiva del intercambio o cataláctica.
Las teorías catalácticas del dinero, por otra parte, se inscriben dentro de una teoría de las relaciones de cambio. Consideran lo que es esencial al dinero en la realización de los cambios; explican su valor por las leyes del intercambio. Cualquier teoría general del valor podría proporcionar también una teoría del valor del dinero, y cualquier teoría sobre el valor del dinero podría inscribirse en una teoría general del valor. El hecho de que una teoría general del valor o una teoría del valor del dinero cumpla estas condiciones no constituye en modo alguno una prueba de que sea correcta. Pero ninguna teoría puede considerarse satisfactoria si no satisface estas condiciones.
Puede parecer extraño que las consideraciones sobre el dinero al margen de la teoría del intercambio no se hayan eliminado por completo con el desarrollo de la doctrina cataláctica. Podemos apuntar varias razones al respecto.
No es posible dominar los problemas de la economía teórica sin plantearse previamente las cuestiones sobre la determinación de los precios (precios de las mercancías, salarios, rentas, intereses, etc.) en la perspectiva del cambio directo, dejando de momento a un lado el cambio indirecto. Esta exigencia da origen a una división de la teoría cataláctica en dos partes: la doctrina del cambio directo y la doctrina del cambio indirecto. Ahora bien, son tan numerosos y difíciles los problemas de la teoría pura, que se ha saludado con entusiasmo la posibilidad de prescindir momentáneamente de parte de ellos. Y así ha sucedido que muchos investigadores recientes no han dedicado atención alguna, o una atención muy escasa, a la teoría del cambio indirecto; en todo caso ha sido ésta la parte más descuidada de nuestra ciencia. Las consecuencias de esta omisión han sido muy negativas. Estas consecuencias se han manifestado no sólo en el campo de la teoría del cambio indirecto, teoría monetaria y bancaria, sino también en el de la teoría del cambio directo. Hay problemas teóricos cuya total comprensión sólo puede conseguirse con ayuda de la teoría del cambio indirecto. Buscar una solución a estos problemas, entre los que se encuentra, por ejemplo, el problema de las crisis, sin más instrumentos que los de la teoría del cambio directo, equivale inevitablemente a errar el camino.
Así, la teoría del dinero fue mientras tanto abandonada a planteamientos ajenos al intercambio. Estos planteamientos aparecen incluso, ocasionalmente, en los escritos de muchos teóricos que en general adoptan el punto de vista de la cataláctica. Aquí y allá aparecen afirmaciones que no están en armonía con las demás del mismo autor sobre el tema del dinero y el intercambio y que evidentemente se aceptan sólo por inercia y porque el autor no se ha percatado de que chocan con el resto de su sistema.
Por otra parte, la controversia sobre el dinero despertó su mayor interés teórico precisamente cuando la nueva teoría económica le dedicaba muy escasa atención. Muchos «hombres prácticos» se aventuraron en este terreno. Hoy el hombre práctico sin formación económica general que empieza a meditar sobre problemas monetarios al principio se ocupa sólo de éstos, limitando su indagación a su restringido terreno inmediato, sin tener en cuenta sus conexiones con otros temas, por lo que es fácil que su teoría monetaria se construya al margen de los principios del intercambio. El caso de Ricardo puede ilustrarnos perfectamente cómo el «hombre práctico», tan arrogantemente despreciado por el «teórico» profesional, puede lograr la más profunda comprensión de la teoría económica partiendo de sus investigaciones de los problemas monetarios. El periodo al que nos referimos no ofrece tal ejemplo, pero produjo escritores sobre teoría monetaria que aportaron todo lo necesario para abordar la política monetaria de su tiempo. Entre muchos otros, sólo mencionaremos dos nombres: Bamberger y Soetbeer. Gran parte de su actividad la dedicaron a combatir las doctrinas contemporáneas formuladas sin consideración al intercambio.
Actualmente estas doctrinas sobre el dinero encuentran fácil aceptación entre aquellos economistas que prescinden de la «teoría». Quienes, abierta o implícitamente, niegan la necesidad de la investigación teórica no están en condiciones de exigir a una doctrina monetaria que pueda enmarcarse en un sistema teórico.
La teoría «estatal» del dinero
La característica común de esas doctrinas monetarias es algo negativo: no encajan en una teoría del intercambio. Esto no significa que carezcan de una doctrina sobre el valor del dinero. En caso contrario, no serían en absoluto doctrinas monetarias. Pero sus teorías sobre el valor del dinero están construidas subconscientemente: no se explicitan ni se expresan de manera completa. Pues si se llevaran coherentemente a sus lógicas conclusiones, quedaría patente su íntima contradicción. Una teoría monetaria desarrollada coherentemente acabaría convirtiéndose en una teoría del intercambio, en contra de sus propios propósitos.
Según la más ingenua y primitiva de este tipo de doctrinas, el valor del dinero coincide con el valor del material monetario. Pero intentar dar un paso más y empezar a averiguar los fundamentos del valor de los metales preciosos significa ya haber llegado a la construcción de un sistema basado en el intercambio. La explicación del valor de los bienes hay que buscarla en su utilidad o en la dificultad de obtenerlos. En ambos casos se ha descubierto también el punto de partida para una teoría del valor del dinero. De modo que este ingenuo planteamiento, desarrollado lógicamente, conduce automáticamente a los problemas reales. No parte de la consideración del intercambio, pero irremisiblemente acaba en él.
Otra de estas doctrina busca la explicación del valor del dinero en el mandato del estado. Según esta teoría, el valor del dinero se sustenta sobre la autoridad del poder civil supremo, no en la apreciación del comercio[2]. La ley manda, el súbdito obedece. Esta doctrina no puede encajar en modo alguno en ninguna teoría del cambio, ya que sólo podría tener algún significado si el estado fijara el nivel real de los precios monetarios de todos los bienes y servicios económicos a través de una regulación general de los precios. Puesto que no puede afirmarse que tal sea el caso, la teoría estatal del dinero tiene que limitarse a la tesis de que el mandato del estado establece tan sólo la Geltung o validez de la moneda en unidades nominales, pero no la validez de las mismas en el comercio. Pero esta limitación equivale a abandonar todo intento de explicar el problema del dinero. Al subrayar el contraste entre valor impositus y bonitas intrínseca, los canonistas permitieron que la sofística escolástica pudiera conciliar el Derecho canónico con la realidad económica. Pero al mismo tiempo dejaban ver la intrínseca futilidad de la doctrina del valor impositus; demostraron la imposibilidad de explicar con su ayuda el proceso del mercado.
Sin embargo, la doctrina nominalista no desapareció de la literatura monetaria. Los príncipes de la época, que vieron en la adulteración del dinero un importante medio para mejorar su posición financiera, necesitaban justificar esta teoría. Si, en su empeño por construir una teoría completa de la economía humana, la combativa ciencia de la economía pudo liberarse del nominalismo, ellos sin embargo permanecieron siempre bastante nominalistas por exigencias fiscales. A principios del siglo XIX, el nominalismo contaba todavía con representantes como Gentz y Adam Müller, que apoyaron la política monetaria austríaca del periodo Bankozettel. Y al nominalismo se acudió para fundamentar las demandas de los inflacionistas. Pero tendría su pleno renacimiento en la economía «realista» alemana del siglo XX.
Una teoría monetaria al margen de los principios del intercambio es una necesidad lógica para las corrientes empírico-realistas de la economía. Puesto que esta escuela, contraria a toda «teoría», se abstiene de proponer cualquier sistema basado en el intercambio, tiene que oponerse a toda doctrina monetaria que conduzca a ese sistema. Así, al principio evitó todo tratamiento del problema del dinero; pero en la medida en que no podía menos de referirse a este problema (a menudo en obras admirables sobre la historia de la acuñación y en su actitud frente a cuestiones políticas), apeló a la tradicional teoría clásica del valor. Pero gradualmente su visión del problema del dinero se fue deslizando inconscientemente hacia las primitivas ideas a que nos hemos referido, considerando el dinero hecho de metales preciosos como un bien valioso «en sí mismo». Todo lo cual es incoherente. Para una escuela que estampa en su bandera la divisa del estatismo y que considera todos los problemas económicos como cuestiones de administración, la teoría estatal del nominalismo es más apropiada[3]. Knapp completó esta conexión. De donde el éxito de su libro en Alemania.
El que Knapp no tenga nada que decir sobre el problema del poder adquisitivo del dinero, no puede considerarse como una objeción desde el punto de vista de una doctrina que rechaza la cataláctica y ha abandonado de antemano todo intento de explicación causal de la determinación de los precios. Las dificultades con que tropezaron las viejas teorías nominalistas no existen para Knapp, cuyo público se limita a los discípulos de la economía realista. Podía —en realidad, considerando su público, más bien debía— abandonar todo intento de explicación de la validez del dinero en el comercio. Si se hubieran planteado en Alemania importantes problemas de política monetaria en los años que siguieron inmediatamente a la aparición de la obra de Knapp, habría saltado a la vista la inutilidad de una doctrina que era incapaz de decir una sola palabra sobre el valor del dinero.
El que la nueva teoría estatal se comprometiera a sí misma apenas quedó formulada se debió al desafortunado intento de tratar la historia de la moneda prescindiendo de toda consideración del intercambio. El propio Knapp, en el capítulo IV de su obra, relata brevemente la historia monetaria de Inglaterra, Francia, Alemania y Austria. Siguieron obras sobre otros países escritas por miembros de su seminario. Se trata de trabajos puramente formales, que tratan de aplicar el esquema de Knapp a las circunstancias particulares de los diferentes estados y ofrecen una historia del dinero en terminología knappiana.
Saltan a la vista los resultados que tenían que seguirse de semejantes intentos, resultados que ponen al descubierto la endeblez de la teoría estatal. La política monetaria tiene que ver con el valor del dinero, y una doctrina que nada puede decir sobre el poder adquisitivo del dinero no sirve para tratar cuestiones de política monetaria. Knapp y sus discípulos enumeran leyes y decretos, pero son incapaces de decir nada sobre sus motivos y sus efectos. No mencionan que ha habido partidos que defendían diferentes políticas monetarias. Nada saben, o nada importante, sobre los bimetalistas, los inflacionistas, o los restriccionistas; para ellos los defensores del patrón oro estaban dominados por una «superstición metalista», los adversarios del patrón oro eran los que estaban libres de «prejuicios». Evitan cuidadosamente cualquier referencia a los precios de las mercancías y a los salarios, así como a los efectos del sistema monetario sobre la producción y el intercambio. Salvo ligeras observaciones sobre el «tipo de cambio fijo», jamás se ocupan de las relaciones entre el patrón monetario y el comercio exterior, problema que tan importante papel ha desempeñado en la política monetaria. Nunca ha existido una representación más pobre y vacía de la historia monetaria.
Como resultado de la Guerra Mundial, las cuestiones de política monetaria han vuelto a adquirir extraordinaria importancia, por lo que la teoría estatal se ve obligada a producir algo sobre este tipo de problemas. Pero, al igual que sobre los problemas monetarios del pasado, tampoco aquí tiene Knapp gran cosa que decir, como se desprende de su artículo «Die Währungsfrage bei einem deutsch-österreichischen Zollbündnis», en la primera parte de la obra publicada por la Verein für Sozialpolitik: Die wirtschaftliche Annäherung zwischen dem deutschen Reiche und seinen Verbündeten. Salta a la vista lo que debe opinarse sobre esto.
Lo absurdo de los resultados a los que tiene que llegar la doctrina nominalista del dinero tan pronto como empieza a ocuparse de los problemas de política monetaria queda patente en lo que escribe Bendixen, uno de los discípulos de Knapp. Bendixen considera la circunstancia de que la moneda alemana tuviera en el exterior un valor muy bajo durante la guerra «incluso deseable en cierto modo, ya que nos permite vender valores extranjeros a un tipo favorable»[4]. Desde el punto de vista nominalista esta monstruosa afirmación es perfectamente lógica.
Por lo demás, Bendixen no es simplemente un exponente de la teoría estatal del dinero, sino que es al mismo tiempo un representante de aquella doctrina que considera el dinero como un título. De hecho, las teorías que prescinden del intercambio pueden combinarse según los gustos. Así, Dühring, que en general considera la moneda metálica como una «institución de la naturaleza», mantiene la teoría del título, pero al mismo tiempo rechaza el nominalismo[5].
La afirmación de que la teoría estatal del dinero ha sido refutada por los acontecimientos de la historia monetaria posterior a 1914 no significa que haya sido desmentida por los «hechos». Los hechos per se no pueden probar ni desmentir nada; todo depende del significado que se les dé. Mientras una doctrina no sea concebida y elaborada de un modo absolutamente inadecuado, no es tan difícil exponerla de modo que explique los «hechos» —aunque sólo sea superficialmente y de forma que en absoluto puede satisfacer a una crítica realmente inteligente—. No es verdad, como cree la ingenua doctrina científica de la escuela empírico-realista, que pueda uno ahorrarse la molestia de pensar si se quiere dejar hablar a los hechos. Los hechos por sí mismos no hablan; es la teoría la que les hace hablar.
La teoría estatal del dinero —y en general todas las teorías que prescinden del intercambio— fracasa no tanto por los hechos cuanto por su incapacidad incluso para intentar explicarlos. En todas las cuestiones importantes de política monetaria planteadas a partir de 1914, los seguidores de la teoría estatal del dinero han guardado silencio. Es cierto que incluso en este periodo su diligencia y celo se ha demostrado en la publicación de amplios trabajos; pero no han sabido decirnos nada sobre los problemas que hoy nos acucian. ¿Qué podrían decimos, ellos que deliberadamente rechazan el problema del valor del dinero, sobre aquellos problemas del valor y los precios que son los verdaderamente importantes en el sistema monetario? Su peculiar terminología no nos acerca un solo paso a la decisión en torno a los problemas en que se debate el mundo actual[6]. Knapp opina que son únicamente los «economistas» los que tienen que resolver estas cuestiones, y concede que su doctrina nada tiene que decir sobre ellos[7]. Ahora bien, si la teoría estatal no nos ayuda a dilucidar las cuestiones que nos parecen importantes, ¿para qué sirve entonces? La teoría estatal no es una mala teoría monetaria; simplemente no es una teoría[8].
Atribuir a la teoría estatal gran parte de la responsabilidad del colapso del sistema monetario alemán no significa que Knapp provocara directamente la política inflacionista que lo produjo. No lo hizo. Sin embargo, una doctrina que no menciona en absoluto la cantidad de dinero, que no habla de la relación entre dinero y precios, y que afirma que lo único esencial en el dinero es la autentificación del estado, incita directamente a la explotación fiscal del «derecho» a crear dinero. ¿Qué puede impedir a un gobierno lanzar a la circulación billetes y más billetes, si sabe que ello no afecta a los precios, porque cualquier alza de los mismos podrá explicarse por «perturbaciones en las condiciones del comercio» o «desarreglos en el mercado interior», pero en la que el dinero nada tiene que ver? Knapp no es tan incauto como para hablar del valor impositus del dinero como lo hicieron los canonistas y juristas de las generaciones pasadas. En todo caso, su doctrina, como la de estos últimos, conduce a las mismas conclusiones.
Knapp, a diferencia de algunos de sus entusiastas discípulos, no era ciertamente un asalariado del gobierno. Lo que dice, lo afirma con auténtica convicción personal. Esto dice mucho en favor de su fiabilidad, pero no apoya la de su doctrina.
Es totalmente inexacto afirmar que la doctrina monetaria del estatismo surge con Knapp. Se halla ya presente en la teoría de la balanza de pagos, a la que Knapp se refiere sólo casualmente al hablar del «origen pantopólico de los tipos de cambio»[9]. La teoría de la balanza de pagos, aunque insostenible, es por lo menos una teoría que considera el dinero en la perspectiva del intercambio. Se inventó mucho antes de la época de Knapp. Fue ya propuesta, con su distinción entre valor interno (Binnenwert) y valor externo (Aussenwert) del dinero, por los estatistas, Lexis[10] por ejemplo. Knapp y su escuela nada añaden a esto.
Pero la escuela estatista es la responsable de la facilidad y rapidez con que la teoría estatal del dinero fue aceptada en Alemania, Austria y Rusia. Esta escuela consideró la cataláctica, teoría del intercambio y de los precios, ajena a los problemas de que se ocupa la economía; se empeñó en presentar todos los fenómenos de la vida social como meras emanaciones del ejercicio del poder por los príncipes y otras autoridades. Es únicamente la extensión lógica de esta doctrina la que permite representar también el dinero como creado simplemente por el poder. La generación más joven de estatistas tenía tan escasa noción de lo que realmente concierne a la economía, que bien podía aceptar la fútil discusión de Knapp como una teoría del dinero.
El intento de Schumpeter de formular una teoría cataláctica del título
Considerar el dinero como un título es sugerir una analogía contra la que no hay objeción real. Aunque esta comparación, como todas las demás, falla en algunos puntos, hace sin embargo más fácil para algunos formarse una idea de la naturaleza del dinero. Naturalmente, una analogía no es una explicación, y sería exagerado hablar de una teoría del dinero como título, ya que la mera construcción de una analogía de poco puede servirnos en la formulación de una teoría monetaria que pueda expresarse en razonamientos inteligibles. El único camino posible para construir una teoría monetaria sobre la analogía con el título sería considerar éste como, digamos, un billete para entrar en una estancia de capacidad limitada, de tal forma que un aumento en el número de entradas significara una correspondiente disminución de la cantidad de espacio a disposición de cada tenedor de un billete. Pero el peligro de esta manera de pensar es que si tomamos este ejemplo como punto de partida, puede conducirnos sólo a establecer un contraste entre la cantidad total de dinero y la cantidad total de bienes; pero esto no es más que una de las más viejas y primitivas versiones de la teoría cuantitativa, cuya insostenibilidad no precisa de ulterior discusión.
Hasta hace poco, la analogía del título llevaba una existencia precaria en las exposiciones de la doctrina monetaria, sin que tuviera mayor importancia —como se pensaba— que la de servir de medio de expresión fácilmente comprensible para todos. Incluso en los escritos de Bendixen, a quien le habría gustado que se calificara a sus oscuros argumentos de teoría del título, al concepto de título no se le atribuye mayor significación. Pero muy recientemente Schumpeter ha realizado un ingenioso intento de formulación de una auténtica teoría del valor del dinero partiendo de la analogía con el título, es decir una teoría cataláctica del mismo.
La dificultad fundamental con que hay que contar en todo intento de construir una teoría del valor del dinero partiendo del concepto de título es la necesidad de comparar la cantidad de dinero con algún otro total, como en el ejemplo del billete de admisión el número total de billetes se compara con el total espacio disponible de la estancia. Semejante comparación es necesaria para una doctrina que considera el dinero como «título» cuya peculiaridad consiste en el hecho de que éste no se refiere a objetos definidos, sino a participaciones en una masa de bienes. Schumpeter trata de obviar esta dificultad partiendo —en una línea de pensamiento desarrollada anteriormente por Wieser— no de la cantidad de dinero, sino de la suma de las rentas monetarias, que él compara con los precios totales de todos los bienes de consumo[11]. Esta comparación podría tener cierta justificación si el dinero no tuviera otro uso que adquirir bienes de consumo, pero es claro que tal supuesto es totalmente injustificable. El dinero tiene una relación no sólo con los bienes de consumo, sino también con los bienes de producción; y —aspecto particularmente importante— no sirve sólo para el intercambio de bienes de producción por bienes de consumo, sino con mayor frecuencia para el intercambio de bienes de producción por otros bienes de producción. Así, Schumpeter sólo puede mantener su teoría dejando a un lado gran parte de lo que circula como dinero. Sostiene que las mercancías se hallan sólo relacionadas con la porción circulante de la cantidad total de dinero, que sólo esta porción tiene una conexión inmediata con la suma de todas las rentas, y que sólo ésta realiza la función esencial del dinero. Así, «para obtener la cantidad de dinero en circulación, que es lo que nos interesa», hay que eliminar, entre otros, los siguientes renglones:
Pero ni siquiera la eliminación de estas sumas es suficiente; es preciso ir más lejos, ya que la teoría de las rentas totales «no se refiere a la cantidad total de dinero en circulación». Tenemos que excluir además «todas aquellas sumas que circulan en los mercados de ‘distribución de la renta’, bienes raíces, hipotecas, valores y mercados similares»[12].
Estas limitaciones no sirven simplemente, como piensa Schumpeter, para demostrar la imposibilidad de tratar estadísticamente la noción del dinero en circulación efectiva. Ya nos hemos referido a la distinción entre atesoramientos, sumas no empleadas y reservas, por una parte, y el resto del dinero, por otra[13]. No se puede hablar de «sumas que no se emplean pero que se espera emplear». En sentido estricto y exacto —y la teoría debe tomarlo todo en tal sentido— todo el dinero que no cambia de tenedor en el momento preciso en que lo consideramos está en espera de empleo. Sin embargo, no puede decirse que ese dinero no esté empleado; como parte de una reserva, satisface una demanda de dinero, y por lo tanto desempeña la función característica del dinero. Y cuando Schumpeter propone eliminar las sumas en circulación en los mercados distribuidores de renta, sólo podemos preguntar: ¿qué es lo que queda?
Schumpeter tiene que forzar su propia teoría para que aparezca medianamente sostenible. No puede compararse con el punto de vista que opone la cantidad total de dinero a la demanda total del mismo (es decir, a la demanda total de reservas de los agentes económicos), pues realmente no pretende resolver más que una pequeña parte del problema. Para ser de alguna utilidad, una teoría tiene que intentar explicar en su totalidad el problema con que nos enfrentamos. La teoría de Schumpeter separa arbitrariamente la cantidad de dinero y la demanda de dinero para establecer una comparación que de otro modo sería imposible. Si Schumpeter parte de la afirmación de que la cantidad total de dinero se distribuye en tres sectores —el sector de la circulación, el de los atesoramientos y reservas, y el del capital—, entonces, si realmente quiere ofrecer una teoría completa del dinero, la comparación que establece para el sector de la circulación entre la renta total y la cantidad total de bienes de consumo deberá aplicarse también a los otros dos sectores, ya que también éstos son importantes en la determinación del valor del dinero. Las variaciones en la cantidad de dinero demandado o disponible para atesoramientos y reservas —mantengamos esta vaga distinción— o para el sector del capital influyen sobre el valor del dinero tanto como las variaciones en el sector de la circulación. Ninguna teoría del valor del dinero que pretenda ser completa osa omitir una explicación de la influencia que sobre el valor del dinero ejercen los procesos en el sector de los atesoramientos y reservas y en el del capital.
Así, pues, tampoco Schumpeter ha sido capaz de elaborar una completa teoría cataláctica del dinero sobre la base de la teoría del título. El hecho de que su intento en tal sentido le obligara a poner tan extraordinarios límites al problema es la mejor prueba de que no se puede construir una teoría cataláctica global del dinero sobre la base de la analogía con el título. El que a lo largo de su admirable discusión haya llegado a conclusiones que por lo demás no difieren esencialmente de las que, por otras vías y con otros métodos, ha descubierto la doctrina cataláctica del dinero, hay que atribuirlo simplemente a que las encontró ya en la teoría del dinero y por lo tanto pudo adoptarlas. Estas conclusiones no se derivan de la fragmentaria teoría del dinero que él propuso.
«Metalismo»
No es necesario continuar arguyendo contra la teoría nominalista del dinero. Para la economía teórica hace tiempo que ha terminado. Sin embargo, la controversia nominalista ha propagado errores en la historia de la doctrina que es preciso extirpar.
Ante todo, está el uso del término metalismo. La expresión viene de Knapp, quien denomina metalistas a «aquellos escritores que parten del peso y de la pureza y no ven en el sello más que la certificación de estas propiedades. El metalista define la unidad de valor como cierta cantidad de metal»[14].
Esta definición de metalismo dada por Knapp no es clara en absoluto. Es un hecho que apenas ha existido un solo escritor digno de mención que pensara que la unidad de valor consiste en una cantidad de metal. Debe recordarse, sin embargo, que, a excepción de los nominalistas, nunca ha habido una escuela tan fácilmente satisfecha con la interpretación del concepto de valor como la de Knapp, para quien la unidad de valor «no es otra cosa que la unidad en que se expresa la cuantía de los pagos»[15].
No es difícil comprender lo que Knapp entiende por metalismo, aunque no lo dice explícitamente. Para Knapp metalismo son todas las teorías del dinero que no son nominalistas[16]; y puesto que formula la doctrina nominalista con precisión, está claro qué entiende por metalismo. Que aquellas teorías del dinero que no son nominalistas no tienen una característica uniforme, que entre ellas hay teorías basadas en la idea de intercambio y otras que no lo están, que cada uno de estos grupos se divide a su vez en varias doctrinas opuestas, es algo que Knapp desconoce, o que deliberadamente pasa por alto. Para él, todas las teorías no nominalistas del dinero son una misma teoría. En ningún lugar de sus escritos hay nada que haga suponer que conoce la existencia de otras doctrinas monetarias que las que consideran la moneda metálica como material valioso «en sí mismo». Incluso ignora completamente la existencia de las teorías económicas del valor; no simplemente la existencia de alguna teoría en particular, sino la de todas ellas. Polemiza invariablemente contra la única teoría del dinero que conoce, que según él es la única teoría que se opone al nominalismo, y que él llama metalismo. Sus argumentos carecen de utilidad, pues sólo se aplican a esta única doctrina que, al igual que todas las demás teorías que no se basan en la idea de intercambio, hace tiempo que ha sido demolida por la ciencia económica.
Todos los escritores controvertidos tienen que marcarse a sí mismos unos límites. En cualquier campo muy explotado es imposible refutar todas las opiniones contrarias. Hay que seleccionar las más importantes de estas opiniones, las más típicas, las que parecen amenazar más el propio punto de vista, prescindiendo del resto. Knapp escribe para el público alemán de nuestros días, que, bajo la influencia de la versión estatista de la economía política, sólo conoce las teorías monetarias que no se basan en el intercambio, y entre éstas sólo las que él llama metalistas. El éxito obtenido demuestra que tenía razón al dirigir su crítica solamente contra esta versión, que apenas está representada en la literatura económica, ignorando por otra parte a Bodino, Law, Hume, Senior, Jevons, Menger, Walras y todos los demás.
Knapp no intenta en modo alguno aclarar lo que la economía dice acerca del dinero. Sólo se pregunta: «¿Qué es lo que dice el hombre instruido cuando se le pregunta por la naturaleza del dinero?»[17] Critica las opiniones del «hombre instruido», es decir, a lo que parece, del profano. Nadie le negará el derecho a hacerlo. Pero es inadmisible que, tras esa crítica, pretenda presentar las opiniones del profano como las de la economía científica. Y, sin embargo, eso es lo que hace Knapp cuando describe la teoría monetaria de Adam Smith y de David Ricardo como «totalmente metalista» y añade: «Esta teoría enseña que la unidad de valor (la libra esterlina) se define como un cierto peso de metal.»[18] Lo menos que puede decirse de esta afirmación de Knapp es que carece completamente de fundamento. Contradice claramente las opiniones de Smith y de Ricardo sobre la teoría del valor, y no encuentra el menor apoyo en ninguno de sus escritos. Es evidente para todo el que conozca, aunque sea superficialmente, la teoría del valor de los clásicos y su teoría del dinero, que Knapp ha cometido aquí un error incomprensible.
Los clásicos no fueron «metalistas» en el sentido de que su única contribución a los problemas del papel moneda fuese la «indignación»[19]. Adam Smith expone las ventajas sociales que se derivan de que «el papel moneda sustituya a la moneda de oro y plata» de una forma que difícilmente ha sido igualada por ningún otro escritor anterior o posterior a él[20]. Pero fue Ricardo quien, en su folleto Proposals for an Economical and Secute Currency, publicado en 1816, elaboró esta tesis, recomendando un sistema monetario en el que la moneda de metal precioso debía eliminarse completamente de la efectiva circulación interior. Esta idea de Ricardo constituyó la base de aquel sistema monetario —primeramente establecido en la India a finales del siglo pasado, luego en las Colonias del Estrecho, más tarde en Filipinas, y finalmente en Austria y Hungría— que hoy suele conocerse como patrón divisa-oro. Knapp y sus entusiastas seguidores de la «teoría monetaria moderna» podían haber evitado fácilmente los errores cometidos al explicar la política seguida por el Banco Austro-Húngaro entre 1900 y 1911 sólo con que hubieran tenido en cuenta lo que Smith y Ricardo dijeron en los pasajes mencionados[21].
El concepto de «metalismo» en Wieser y Philippovich
Los errores de Knapp sobre historia de la teoría han sido lamentablemente seguidos por otros escritores. Se comenzó con el intento de exponer la teoría de Knapp de la manera más atractiva posible, es decir juzgando sus fallos suavemente y en lo posible atribuyéndole cierta utilidad. Pero esto sólo podía hacerse percibiendo en la teoría estatal elementos que le son ajenos y que de hecho la contradicen en su espíritu y en su letra, o bien sin fijarse en los errores de Knapp sobre la historia de la teoría.
Ante todo debemos mencionar a Wieser. Wieser contrapone dos teorías monetarias. «Para los metalistas, el dinero tiene un valor independiente, que brota de él mismo, de su sustancia; para la teoría moderna su valor se deriva del valor de los objetos de intercambio, de las mercancías»[22]. En otro lugar escribe Wieser: «El valor del material monetario es una confluencia de dos corrientes diferentes. Está formado por el valor de uso que el material monetario tiene en razón de sus diversos empleos industriales —para joyas, utensilios, usos técnicos de todas clases— y por el valor de cambio que el dinero tiene por ser un medio de pago […]. El servicio que prestan las monedas como medio de cambio y el prestado por el dinero en sus usos industriales conducen, combinados, a una estimación común de su valor […]. Podemos […] afirmar que ambos servicios son lo suficientemente independientes para que uno de ellos pueda seguir existiendo aun cuando el otro deje de existir. Así como las funciones industriales del oro no cesan si deja de acuñarse, así también sus funciones monetarias no terminan si el estado decide prohibir su uso industrial y lo requisa en su totalidad para acuñarlo […]. La opinión metalista dominante es diferente. Desde ese punto de vista el valor metal del dinero significa lo mismo que el valor de uso del metal: se origina en una única fuente —el empleo industrial—, y si el valor de cambio del dinero coincide con su valor metal, entonces no hay sino un reflejo del valor de uso del metal. Según la opinión metalista dominante, el dinero hecho de materiales sin valor es inconcebible, porque, se dice, el dinero no puede medir el valor de las mercancías si él mismo no es valorable por el material de que está hecho»[23].
Wieser opone aquí dos teorías del valor del dinero: la moderna y la metalista. La teoría que él llama moderna es la teoría monetaria que lógicamente se deriva de aquella teoría del valor que reduce el valor a la utilidad. Ahora bien, puesto que la teoría de la utilidad sólo recientemente ha recibido una exposición científica (y el haber contribuido a ello es uno de los grandes méritos de Wieser), y puesto que hoy puede considerarse como la doctrina dominante (aunque Wieser diga que la doctrina dominante es el metalismo), también se podría considerar dominante la teoría monetaria basada en la moderna teoría de la utilidad. En todo caso no debemos olvidar que, así como la teoría subjetiva cuenta con una larga historia, así también la teoría del dinero que en ella se apoya tiene ya más de doscientos años. Por ejemplo, ya en 1705 John Law la expresó en forma clásica en su obra Money and Trade. Si comparamos los argumentos de Law con los de Wieser, podremos encontrar una fundamental coincidencia entre ambos[24].
Pero esta teoría, que Wieser llama moderna, no es ciertamente la doctrina de Knapp; en Knapp no puede descubrirse el más ligero atisbo de ella. Todo lo que tiene en común con su nominalismo, que ignora el problema del valor del dinero, es el hecho de que tampoco es «metalista».
El propio Wieser comprende que su teoría nada tiene que ver con la de Knapp. Lamentablemente, sin embargo, toma de Knapp la idea de que, según la «opinión metalista dominante», «el valor metal del dinero significa lo mismo que el valor de uso del metal». Confluyen aquí varios errores graves en la historia de la economía.
Lo primero que hemos de observar es que el metalismo de Wieser significa algo diferente del de Knapp. Wieser opone la teoría «moderna» del dinero a la «metalista», y describe con precisión lo que él entiende por dichos términos. Según esto, las dos opiniones se oponen una a otra; la una excluye la otra. Pero, para Knapp, la teoría que Wieser llama moderna es tan metalista como las otras, como fácilmente puede demostrarse.
En su principal obra, Knapp no menciona nunca los nombres de escritores que hayan tratado el problema del dinero, ni cita obra alguna sobre la materia. En ningún lugar dirige sus ataques contra cualquiera de las corrientes del pensamiento presentes en la abundante literatura monetaria. Su crítica se dirige siempre y únicamente contra el metalismo, que él supone ser la opinión general sobre el dinero. Es cierto que en el prefacio se refiere expresamente a dos escritores como metalistas: Hermann y Knies[25]. Pero ambos siguen teorías muy parecidas a la «moderna» expuesta por Wieser, lo cual no es sorprendente, ya que ambos parten de la teoría subjetiva del valor[26], de la que se deriva lógicamente la «moderna» doctrina del valor del dinero, de tal manera que contemplan el fundamento del valor de uso de los metales preciosos tanto en su empleo monetario como en sus «otros» empleos[27]. Entre Wieser y Knies existe ciertamente una diferencia relativa al efecto que sobre la función monetaria tiene la posibilidad de que desaparezcan las «otras» funciones. Pero Knapp no podía considerar esto como una característica decisiva; de lo contrario lo hubiera mencionado en alguna parte, y de hecho nada tiene que decir sobre este punto, al igual que sobre cualquier otro problema del valor del dinero.
No es ciertamente entre los economistas donde debemos buscar a los metalistas tal y como nos los pintan Knapp y sus discípulos. Knapp sabe perfectamente por qué siempre argumenta sólo contra esta arbitraria caricatura del metalista, y prudentemente evita citar capítulo y versículo cuando refiere las opiniones que pone en boca de este personaje. En realidad, el metalista en que piensa Knapp no es otro que el propio Knapp; no el Knapp que escribió la Staatliche Theorie, sino el Knapp que «al margen de toda teoría», como él mismo dice, trató de explicar la «pragmática» del sistema monetario[28]; el Knapp que, como uno de los abanderados del historicismo en economía política, creía que la publicación de documentos antiguos podía sustituir a la reflexión sobre los problemas económicos. Si Knapp no hubiese mirado tan despectivamente la obra de tantos denostados «teóricos», si no hubiera desdeñado tener algo que ver con ella, habría descubierto que mantenía opiniones enteramente falsas sobre su contenido. Lo mismo puede decirse de sus discípulos. En realidad, su principal representante, Bendixen, admite abiertamente que en otro tiempo fue «metalista»[29].
No conviene en absoluto seguir el ejemplo de Wieser cuando califica de doctrina dominante la opinión de que el valor del material monetario se deriva únicamente de su empleo industrial. Con toda seguridad, una visión sobre el dinero que ha sido rechazada por Knies no puede considerarse como doctrina dominante[30]. Es indiscutible que la literatura sobre el dinero en su conjunto, en la medida en que se basa en las conclusiones de la teoría moderna, no es metalista en el sentido de Wieser, como por lo demás tampoco lo son las demás teorías catalácticas del dinero.
En realidad, la opinión de Wieser sobre las teorías monetarias de sus precursores ha sido deformada por su aceptación del término metalismo. Él mismo no dejó de notarlo al completar las observaciones citadas más arriba con las siguientes palabras: «La doctrina dominante se desmiente a sí misma, pues […] desarrolla una teoría especial para explicar el valor de cambio del dinero. Si el valor del dinero queda siempre limitado por el valor de uso del metal, ¿qué influencia puede ejercer la demanda de dinero, la velocidad de circulación, o la cantidad de sustitutos crediticios?». La solución de esta aparente contradicción debe buscarse en el hecho de que lo que Wieser llama doctrina metalista dominante se opone radicalmente a aquellas posturas que «desarrollaron una especial teoría para explicar el valor de cambio del dinero».
También Philippovich, como Wieser, establece un contraste entre dos teorías del valor del dinero: la nominalista (representada por Adam Müller, Knapp y otros; Philippovich también incluye en este grupo a Adolfo Wagner) y la de quienes rechazan la actitud nominalista. Como representante de este segundo grupo, únicamente menciona mi Theorie des Geldes und der Umlaufsmittel[31]. Añade la observación de que, al discutir el valor del dinero, me he visto obligado a admitir que el valor del dinero-mercancía sólo se refiere a la teoría del valor del dinero en la medida en que depende de su función como medio común de cambio[32]. En esto, siguiendo en todo la visión histórica de Knapp, Philippovich incurre en los mismos errores que Wieser.
Mientras Wieser rechaza la teoría cartal y nominal del dinero, Philippovich confiesa su adhesión a ella; pero al mismo tiempo la interpreta de un modo que borra enteramente la diferencia entre las concepciones cataláctica y nominalista. Por un lado, declara que «lo esencial en la unidad monetaria es su Geltung o validez nominal como unidad de valor». Por otra parte, dice que «la unidad monetaria no es realmente esta cantidad de metal precioso técnicamente definida, sino su poder de compra o de pago»[33]. Se trata de dos tesis que no pueden conciliarse. Ya hemos visto cómo la primera corresponde a la definición de Knapp; la última es el punto de partida de todas las teorías monetarias basadas en la idea de intercambio. Difícilmente podría imaginarse un contraste más agudo.
De varios pasajes de sus escritos se deduce claramente que la identificación de la unidad monetaria con el poder adquisitivo no expresa la opinión de Knapp, sino que más bien la contradice de plano[34]. Lo que realmente caracteriza al nominalismo —como en general a todas las teorías que no se basan en la idea de intercambio— es el hecho de que no habla del valor —del poder adquisitivo— del dinero. Es fácil demostrar que las dos tesis que Philippovich propone son irreconciliables. Dentro de los límites de su propia teoría, Knapp lleva razón formalmente cuando define el marco como «la tercera parte de la unidad de valor anterior: el tálero»[35]. Es una definición que no dice nada, pero que en sí no es contradictoria. No ocurre lo mismo con la afirmación de Philippovich según la cual «el marco de plata, como tercera parte del tálero, fue previamente la unidad monetaria para fines de cálculo, la cual, en la experiencia de los agentes económicos, representaba cierto poder adquisitivo. Este poder adquisitivo tuvo que mantenerse en la unidad de acuñación del nuevo metal; es decir, el marco como moneda de oro tenía que representar la misma cantidad de valor que había representado previamente el marco de plata. Así, pues, la determinación técnica de la unidad de acuñación se propone mantener el valor de la unidad monetaria»[36], Estas frases, en relación con las que citamos anteriormente, pueden significar solamente que la reforma del sistema monetario alemán pretendía establecer el poder adquisitivo del tálero a su nivel transmitido. Pero esta difícilmente puede ser la verdadera opinión de Philippovich.
Hay todavía otro error histórico que Philippovich toma de Knapp. Nos referimos a la creencia de que la doctrina cataláctica del dinero no tiene en cuenta la experiencia actual, «que ofrece bastantes ejemplos de circulación forzosa del papel moneda del estado»[37]. Cualquier escrito cataláctico, incluso la primera edición del presente libro, que es la única obra citada por Philippovich a este respecto, demuestra lo contrario. Se puede afirmar que los defensores de la cataláctica no han resuelto el problema del papel moneda de una manera satisfactoria —cuestión que sigue abierta—; pero lo que no se puede afirmar es que hayan ignorado su existencia. Se trata de un punto particularmente importante, ya que muchos discípulos de Knapp creen que las teorías catalácticas del dinero han sido refutadas por la economía del papel-moneda del periodo bélico, como si éste no fuera un problema importante del que se han venido ocupando todas las teorías monetarias desde Ricardo.
Cuando dos expertos tan eminentes en la historia y en la literatura de la economía política como Wieser y Philippovich aceptan los errores de Knapp en su interpretación de las concepciones monetarias de economistas antiguos y contemporáneos, no debe extrañamos que la mayoría de los que actualmente se ocupan en Alemania de problemas monetarios basen su historia de la teoría enteramente en Knapp.
Nota: la relación de la controversia sobre el nominalismo con los problemas de las dos escuelas inglesas de teoría bancaria
Un escritor identifica la teoría metalista con el principio monetario y califica a la teoría cartal «una variedad del antiguo principio bancario»[38]. Otro opina que existe «una cierta justificación para dar el nombre de nominalismo económico a la doctrina de la Escuela Monetaria, en la medida en que se basa en un igual tratamiento del dinero metálico y del papel-moneda»[39]. Ambos están equivocados. La oposición entre las dos famosas escuelas de teoría del crédito se sitúa en un terreno totalmente diferente[40]. Knapp y sus discípulos nunca percibieron los problemas de esa contraposición, y mucho menos trataron de resolverlos.
La doctrina de Bendixen sobre la creación de dinero, que sólo accidental y vagamente se relaciona con el nominalismo de Knapp, no es más que una versión exagerada y extremadamente ingenua del principio bancario. Signo particularmente característico de la precaria situación de la teoría económica alemana es el hecho de que durante muchos años la doctrina de Bendixen pudiera considerarse como algo nuevo, sin que nadie advirtiera que, al menos en su exposición, no era otra cosa que una forma diferente de la doctrina que durante décadas había prevalecido en Alemania.