CAPÍTULO XXII

SISTEMAS MONETARIOS CONTEMPORÁNEOS

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El patrón oro inflexible

La nota característica de todas las variedades de patrón oro o patrón divisa-oro tal como existían en vísperas de la Primera Guerra Mundial era la paridad oro de la unidad monetaria del país, fijada con precisión por una ley debidamente promulgada. Se daba por supuesto que esta paridad no había de cambiar nunca. En virtud de la ley de la paridad, la unidad del sistema monetario internacional era prácticamente una determinada cantidad del metal oro. Era indiferente que los billetes estuvieran o no dotados de curso legal. Eran convertibles en oro, y de hecho los bancos centrales los convertían plenamente a la vista.

La diferencia entre el patrón que luego se llamó ortodoxo o patrón oro clásico y el patrón divisa-oro era una simple diferencia de grado. Bajo el primero había monedas de oro en poder de los individuos y de las empresas y se empleaban —junto con billetes de banco, cheques y monedas fraccionarias— en el tráfico mercantil. Bajo el patrón divisa, en cambio, el oro no circulaba efectivamente para operaciones dentro del país. Pero el banco central vendía lingotes o moneda extranjera contra moneda interior a un tipo que no superaba la paridad legal en más de lo que sería el margen del oro bajo el patrón oro clásico. De este modo los países bajo el patrón divisa-oro se hallaban no menos integrados en el sistema internacional del patrón oro que los que lo estaban bajo el patrón oro clásico.

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El patrón flexible

El patrón flexible, aplicado en el periodo entre la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, se originó en el patrón divisa-oro. Sus rasgos característicos eran:

1. La paridad interior del patrón frente al oro y las divisas extranjeras no se fija por una ley sino simplemente por el organismo o agencia del gobierno encargada de los asuntos monetarios.

2. Esta paridad está sujeta a cambios repentinos sin previo aviso al público. Es flexible. Pero esta flexibilidad prácticamente se emplea siempre para bajar el valor de cambio interior de la moneda frente al oro y aquellas divisas extranjeras que no experimentan caída alguna frente al oro. Si la caída es considerable, se habla de devaluación. Si sólo es moderada, se suele hablar de debilitamiento de la moneda afectada.

3. El único método disponible para evitar que el valor de la moneda caiga por debajo de la paridad elegida es la conversión incondicional de cualquier cantidad que se ofrezca. Pero el término conversión tiene para el estadista que se autocalifica de no-ortodoxo una connotación indeseable. Le recuerda el pasado, cuando el tenedor de los billetes de banco tenía legalmente garantizado el derecho a la conversión a la par. El moderno burócrata prefiere el término estabilización del tipo de cambio. En realidad, en relación con esto, ambos términos significan lo mismo. Significan que a la moneda en cuestión no se le deja caer por debajo de un cierto punto, para lo cual la agencia encargada de la conversión o estabilización se preocupa de comprar a ese precio cualquier cantidad en venta.

Naturalmente, este punto —la paridad— no está fijado por la ley bajo el patrón flexible, y la agencia es libre de negarse a comprar una cantidad que se ofrezca a ese tipo de cambio. Entonces el precio de la divisa extranjera comienza a subir frente a esa paridad. Si el gobierno no se propone adoptar el patrón de libre fluctuación, la estabilización queda inmediatamente fijada a un nivel más bajo, es decir el precio de la divisa extranjera es ahora más alto en términos de la moneda interior. Es lo que a veces se denomina subida del precio del oro.

4. En algunos países la gestión de las operaciones de estabilización del tipo de cambio se confía al banco central, en otros a una agencia especial denominada fondo de compensación o algo por el estilo[1].

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La moneda en libre fluctuación

Si el gobierno limita la emisión de cantidades adicionales de su dinero-crédito o dinero-signo y la opinión pública piensa que la política inflacionista cesará totalmente en un futuro no lejano, durante algunos años podrá prevalecer un sistema monetario inflacionista. El país experimenta todos los efectos resultantes de una moneda cuya unidad fluctúa en su valor de cambio frente al patrón oro internacional. Con respecto a estos efectos, la moneda fluctuante puede considerarse una mala moneda. Pero puede durar, y no es inevitable que acabe en el colapso.

La nota característica de una moneda fluctuante es que quien posee una cantidad de la misma no tiene derecho alguno frente al Tesoro, a un banco, o cualquier otra instancia. No hay conversión ni de iure ni de facto. Las piezas no son sustitutos monetarios, sino dinero propiamente dicho.

A veces ha sucedido, especialmente en las inflaciones europeas de los años veinte de nuestro siglo, que el gobierno, asustado por la rápida caída del valor de su moneda en términos de oro o de divisas, intentara contrarrestar la caída vendiendo en el mercado cierta cantidad de oro y divisas contra la moneda nacional. Era una operación absurda. Habría sido mucho más sencillo y eficaz que el gobierno nunca hubiera emitido esas cantidades que luego tuvo que comprar en el mercado. Tales especulaciones no afectaron al curso de los acontecimientos. La única razón que pueden aducir es que los gobiernos y sus agentes a veces las consideraron falsamente como estabilización.

El principal ejemplo de moneda fluctuante hoy en día [1953] es el dólar estadounidense, el New Deal dollar. No es convertible en oro o en cualquier divisa extranjera. La administración está empeñada en una política inflacionista, incrementando más y más la cantidad de billetes en circulación y de los depósitos bancarios en cuentas corrientes. Si se le hubiera permitido al Tesoro actuar de acuerdo con los planes de sus consejeros, hace tiempo que el dólar habría seguido el mismo camino que el marco alemán de 1923. Pero las vivas protestas de unos pocos economistas alarmaron al país e indujeron al Tesoro a la moderación. La aceleración de la inflación decreció. Ciertamente el futuro del dólar es precario, dependiente como está de las vicisitudes de la continua lucha entre una pequeña minoría de economistas por un lado y de las huestes de ignorantes demagogos y sus «no-ortodoxos» aliados por otro.

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El patrón ilusorio

El patrón ilusorio se basa en una falsedad. El gobierno decreta que existe una paridad entre la moneda interior y el oro o las divisas. Sabe perfectamente que en el mercado prevalecen las relaciones de cambio más bajas que la ilusoria paridad que ha tenido a bien decretar. Sabe que nada puede hacer para que la paridad ilusoria sea una paridad efectiva. Sabe que no hay convertibilidad. Pero se aferra a su pretensión y prohíbe las transacciones a un tipo de cambio que se desvía del tipo ficticio establecido. Quien compra o venda a un tipo distinto de este último es reo de un crimen y severamente castigado.

El cumplimiento estricto de semejante regulación acabaría con toda transacción monetaria con el extranjero, por lo que el gobierno da un paso ulterior: expropia todas las divisas que poseen sus súbditos, indemnizándoles con moneda nacional al tipo de cambio oficialmente establecido. Esta confiscación confiere al gobierno el monopolio nacional de las divisas. Es el único vendedor de divisas en el país, y las venderá al tipo oficial por él fijado.

En un mercado libre de la injerencia del gobierno prevalece una tendencia a establecer y mantener una relación de cambio entre la moneda nacional (A) y la divisa extranjera (B) que excluye cualquier diferencia entre comprar o vender mercancías con la moneda A o con la moneda B. En la medida en que se puede obtener un beneficio comprando una determinada mercancía en la moneda B, y vendiéndola de nuevo en la moneda A, habrá una demanda específica de cantidades de B procedente de comerciantes que venden cantidades de A, Esta demanda específica sólo cesará cuando ya no puedan conseguirse beneficios a cargo de la diferencia de precio entre los precios expresados en términos de cada una de estas dos monedas. El tipo de mercado se mantiene por el hecho de que nadie encuentra ya ventajoso pagar un precio más alto por la divisa exterior. Comprar de A con B o de B con A a un precio más alto (expresado en el primer caso en términos de B y en el segundo en términos de A) que el precio de mercado no ofrece específicos beneficios. A ese precio tienden a desaparecer las operaciones especulativas. Tal es el proceso que describe la teoría de la paridad del poder adquisitivo de la divisa exterior.

La política llamada pretenciosamente de control de cambios se propone contrarrestar la aplicación del principio de la paridad del poder de compra, pero falla lamentablemente. Confiscar la divisa exterior con una indemnización por debajo del precio de mercado equivale a aplicar un impuesto a la exportación. Hace que bajen las exportaciones, y con ello también la cantidad de moneda exterior que el gobierno puede confiscar. Por otro lado, el vender las divisas por debajo de su precio de mercado equivale a subvencionar las importaciones y por lo tanto a elevar la demanda de divisas. El patrón ilusorio y su principal instrumento, el control de cambios, origina una situación que —con gran impropiedad— se denomina escasez de divisas.

La escasez es el rasgo esencial de un bien económico. Los bienes que no son escasos respecto a la demanda de los mismos no son bienes económicos sino bienes libres. Nada tienen que ver con la acción humana y la economía no los tiene en cuenta. No se paga por esos bienes libres ningún precio y nada puede obtenerse a cambio de los mismos. Constatar el hecho de que el oro o el dólar escasean es una simple perogrullada.

La situación que quieren describir quienes hablan de escasez de dólares es la siguiente: A una paridad ficticia, fijada arbitrariamente por el gobierno y llevada a la práctica por todo el aparato gubernamental de opresión y coacción, la demanda de dólares es superior a su oferta. Tal es la inevitable consecuencia de todo intento por parte del gobierno u otros organismos de imponer un precio máximo por debajo del tipo que se fijaría en un mercado libre.

A los ruritanos les gustaría consumir más artículos extranjeros que los que pueden comprar exportando productos nacionales. Afirmar que los ruritanos sufren escasez de divisas es un modo más bien torpe de describir esta situación. Los apuros provienen de que no producen más y mejores cosas tanto para el consumo interior como para la exportación. Si el dólar puede cambiarse en el mercado libre por 100 rurs y el gobierno fija una paridad ficticia de 50, que trata de imponer mediante el control de cambios, la situación empeorará. Las exportaciones ruritanas caerán y subirá la demanda de artículos extranjeros.

Desde luego, el gobierno ruritano recurrirá a diversas medidas pretendidamente ideadas para «mejorar» la balanza de pagos. Pero por más que lo intente, la «escasez» de dólares no desaparecerá.

El control de cambios es hoy sobre todo un expediente para la virtual expropiación de las inversiones extranjeras. Ha destruido el capital internacional y el mercado monetario. Es el principal instrumento de una política que aspira a eliminar las importaciones y consiguientemente a implantar el aislamiento económico de los distintos países. Por ello es uno de los factores más importantes de la decadencia de la civilización occidental A él tendrán que referirse detalladamente los futuros historiadores. Por lo que respecta a los problemas monetarios actuales, basta subrayar que se trata de una política desastrosa.