CAPÍTULO XX

PROBLEMAS DE LA POLÍTICA CREDITICIA

(I)

OBSERVACIÓN PRELIMINAR

1

El conflicto de las políticas crediticias

Desde la época de la Escuela Monetaria, la política adoptada por los gobiernos de Europa y América respecto a la emisión de medios fiduciarios se ha inspirado totalmente en la idea de que es necesario imponer algún tipo de restricciones a los bancos a fin de impedir que amplíen dicha emisión hasta el punto de originar una elevación de los precios que pueda culminar en una crisis económica. Pero esta política se ha visto perturbada por finalidades contradictorias. Se han realizado, mediante la política crediticia, intentos de mantener bajo el tipo de interés; se ha tendido al «dinero barato» (es decir bajo interés) y a los precios «razonables» (es decir altos). Desde principios del siglo XX estos intentos han ido ganado fuerza, y durante la guerra y algún tiempo después fueron los que predominaron.

Para describir las extrañas peripecias de la política crediticia es preciso pasar revista a los problemas que tiene que resolver hoy y también en el futuro. Aunque los problemas en sí mismos son siempre los mismos, la forma en que se presentan varía. Y, por la sencilla razón de que nuestra labor consiste en despojarlos de sus apariencias, debemos estudiarlos ante todo en su forma actual. En lo sucesivo vamos a analizar estos problemas por separado: primero, en la forma en que aparecieron antes de la guerra; después, en la que se presentaron en el periodo inmediatamente posterior a ésta[1].

(II)

PROBLEMAS DE LA POLÍTICA CREDITICIA ANTES DE LA GUERRA[2]

2

La ley de Peel

La Ley de Peel (Peel’s Bank Act), y las ideas en que se basó, sigue constituyendo todavía el modelo que inspira la política crediticia actual; incluso aquellos países que no siguen el ejemplo de la legislación bancaria inglesa, o no lo siguen con la misma fidelidad que otros, han sido incapaces de resistir su influencia. Nos enfrentamos aquí con un fenómeno extraño. Mientras la literatura económica de todos los países dirigía los ataques más apasionados y violentos contra el sistema de fijar un límite a la emisión de billetes no garantizados por metal; mientras la gente continuaba tachando la ley Peel de producto desdichado de una teoría errónea; mientras se seguía calificando al principio monetario como un sistema de hipótesis erróneas desde hace tiempo refutadas, todas las legislaciones, una tras otra, han ido limitando la emisión de billetes no cubiertos. Y, lo que es aún más sorprendente, esta conducta de los gobiernos ha provocado muy pocas críticas (o ninguna incluso) de quienes, al ser defensores del principio bancario, tenían lógicamente que haberla condenado con dureza. Partir del principio bancario, que niega la posibilidad de un exceso en la emisión de billetes de banco y considera la «elasticidad» como su característica esencial, es llegar necesariamente a la conclusión de que toda limitación de circulación de billetes, estén o no garantizados por dinero, es perjudicial, porque impide el ejercicio de la principal función de la emisión de éstos, que es ajustar la cantidad de dinero y la demanda de éste sin alterar su valor de cambio objetivo. Es lógico que pareciera deseable a los seguidores de Tooke adoptar medidas para garantizar aquella parte de la circulación fiduciaria que no lo estuviera con metal; pero, por la misma razón, deberían haber condenado las disposiciones que exigían una cierta proporción entre las existencias de metal y la circulación de billetes. No obstante, hay una contradicción irreconciliable entre los argumentos teóricos de estos escritores y las consecuencias prácticas que extraen de ellos. Es raro encontrar un escritor digno de consideración que aventure propuestas cuya finalidad sea modificar los diversos sistemas de restringir la emisión de billetes no cubiertos, y no existe uno solo que pida terminantemente su completa abolición. Nada puede mostrar mejor la incertidumbre y la falta de independencia inherentes a la moderna teoría bancaria que su incoherencia. Todavía hoy se acepta como la esencia de la sabiduría gubernamental en materia de política bancaria el que la emisión de billetes de banco debe de algún modo restringirse para evitar serios peligros; pues bien, la ciencia que pretende haber probado lo contrario termina siempre por aceptar este dogma, que nadie ha sido capaz de demostrar, pero que todos se creen capaces de refutar. El conservadurismo de los ingleses les impide eliminar una ley que aparece como un monumento a una disputa intelectual que ha permanecido en pie durante muchos años y en la que participaron los mejores hombres de su tiempo; y el ejemplo de los principales bancos del mundo influye en los demás. Las conclusiones de dos generaciones de economistas han sido incapaces de modificar las opiniones que se supone son el resultado de la experiencia bancaria.

El principio monetario contiene muchos errores, siendo el más serio el desconocimiento de la similitud esencial de los billetes de banco y de los depósitos bancarios[3]. Sus críticos han descubierto hábilmente estos puntos débiles del sistema, dirigiendo contra él lógicamente sus más agudos ataques[4]. Pero la doctrina del principio monetario no depende de sus opiniones sobre la naturaleza de los cheques y depósitos. Basta modificarla en este único punto —tomar sus propuestas relativas a la emisión de billetes y aplicarlas a la apertura de cuentas de depósito— para desbaratar las críticas de los partidarios del principio bancario. No es difícil demostrar que sus errores en este punto son mucho más pequeños que los cometidos por el principio bancario. Y en todo caso, no parece que sean demasiado grandes tales errores si tenemos en cuenta el relativamente escaso desarrollo del sistema inglés de depósitos en el momento en que se establecieron las bases de la teoría bancaria clásica, así como la facilidad con que las diferencias legales entre los pagos mediante billetes y los pagos mediante cheques pudieron dar lugar a error.

Sin embargo, en lo que se refiere a la Ley Peel, este defecto de la teoría que la había creado resultó ser una ventaja, ya que originó la incorporación a ella de una válvula de seguridad, sin la cual no hubiese sido capaz de hacer frente al subsiguiente aumento en las necesidades de los negocios. La equivocación fundamental del sistema Peel, equivocación que comparte con los demás sistemas restrictivos de la circulación de billetes, radica en su incapacidad para prever el aumento de la cantidad de billetes no garantizados por metal que se produjo con el aumento en la demanda de dinero en sentido amplio. Por lo que respecta al pasado, la Ley Peel dio por aprobada la creación de una cierta cantidad de medios fiduciarios y la influencia que esto tuvo en la determinación del valor de cambio objetivo del dinero; es decir, no hizo nada para contrarrestar los efectos de esta emisión de medios fiduciarios. Pero al mismo tiempo, para evitar las perturbaciones del mercado de capitales, eliminó toda futura posibilidad de satisfacer total o parcialmente el aumento de la demanda de dinero mediante la emisión de medios fiduciarios y por tanto de mitigar o de impedir por completo una elevación del valor de cambio objetivo del dinero. Esto es exactamente igual que suprimir la creación de medios fiduciarios y renunciar a las ventajas que cabría esperar de la estabilización del valor de cambio objetivo del dinero. Un remedio ciertamente heroico, en el fondo apenas diferente de las propuestas hechas por los decididos enemigos de toda clase de medios fiduciarios.

No obstante, algo se pasó por alto en los cálculos de los teóricos del principio monetario. No comprendieron que los depósitos no cubiertos son sustancialmente idénticos a los billetes no cubiertos, por lo que omitieron legislar para ellos del mismo modo que hicieron para los billetes. En la medida en que el desarrollo de los medios fiduciarios depende de la emisión de billetes, la ley Peel lo restringió completamente; en la medida en que depende de la apertura de cuentas de depósito, no lo dificultó lo más mínimo. Ello forzó la técnica del sistema bancario inglés en una dirección que venía ya determinada en cierto grado por la circunstancia de que el derecho de emisión de billetes en Londres y sus alrededores constituía un privilegio exclusivo del Banco de Inglaterra. El sistema de depósitos se desenvolvió a expensas del sistema de billetes. Desde el punto de vista de la comunidad, esto era indiferente, puesto que billetes y depósitos cumplen idéntica función. La Ley Peel no pudo, pues, conseguir sus propósitos, al menos en el grado y manera que sus autores habían intentado: los medios fiduciarios, suprimidos en su forma de billetes de banco, se desarrollaron en forma de depósitos.

Es cierto que los autores alemanes que escribieron sobre cuestiones de banca sostuvieron la posibilidad de descubrir una diferencia entre los billetes y los depósitos; pero no consiguieron demostrar su afirmación; en realidad, ni siquiera lo intentaron. En ninguna parte se manifiesta mejor la intrínseca debilidad de la teoría bancaria alemana que en relación con esta cuestión del billete frente al cheque, que durante años ha sido el punto central de la discusión. Todo el que, como ellos, ha aprendido de la escuela bancaria inglesa que no existe diferencia fundamental entre los billetes y los cheques, y esté acostumbrado a recalcarlo[5], debería al menos estar dispuesto a proporcionar una prueba detallada en apoyo de la afirmación de que el sistema de billetes de banco representa «una etapa en el desarrollo de la economía crediticia anterior e inferior» al banco de depósito y al cheque, en conexión con el correspondiente sistema de cuenta corriente, saldos acreedores y cámaras de compensación[6]. La referencia a Inglaterra y a los Estados Unidos no puede ciertamente aceptarse como prueba de la exactitud de esta afirmación, al menos en boca de los adversarios decididos de la Ley Peel y de la restricción de la emisión de billetes en general, pues es innegable que la gran importancia del sistema de depósito y la cada vez menor importancia relativa de los billetes de banco en los países anglosajones son resultado de aquella ley. La consecuencia es que la literatura alemana sobre la teoría bancaria está llena de casi increíbles contradicciones[7].

La represión de los billetes de banco que se observa en Inglaterra y en Estados Unidos —en forma y por razones diferentes, pero como resultado de las mismas ideas— y el correspondiente aumento de importancia de los depósitos, unido a la circunstancia de que la organización de los bancos de depósito no ha alcanzado la firmeza suficiente para atraer la confianza pública durante las crisis peligrosas, ha dado lugar a serios trastornos. En Inglaterra, lo mismo que en Estados Unidos, se ha dado más de una vez el caso de que durante una crisis se perdiese la confianza en los bancos que emitían medios fiduciarios en forma de depósitos, al tiempo que se mantenía la confianza en los billetes de banco. Las medidas adoptadas para impedir las consecuencias que hubiera producido una catástrofe de tal naturaleza en la organización nacional de los negocios son bien conocidas. En Inglaterra se intentó llenar el vacío debido a la falta de una amplia circulación de medios fiduciarios mediante el aumento en la emisión de billetes del Banco de Inglaterra. En Estados Unidos, donde la ley impedía esta solución, los certificados de las cámaras de compensación servían al mismo propósito[8]. En ambos países se hicieron intentos para dar una base sólida a estos recursos. Pero la Ley Lowe no se aprobó, y la Ley Aldrich-Wreeland en Estados Unidos tuvo tan sólo un éxito parcial[9].

Ninguno de los numerosos sistemas restrictivos de la circulación de billetes ha demostrado ser capaz de interponer decisivamente un obstáculo insuperable a la creación de medios fiduciarios. Esto se aplica tanto a la Ley Peel, que prohíbe totalmente la nueva emisión de medios fiduciarios en forma de billetes, como a la legislación de los bancos de emisión de otros países, que deja un cierto margen para la emisión de billetes no cubiertos con dinero. Entre la ley bancaria inglesa de 1844 y, digamos, la ley bancaria alemana de 1875 existe una diferencia fundamental: en tanto que la primera fija rígidamente la cantidad de billetes no garantizados por metal, la segunda, al exigir que solamente parte de los billetes en circulación estén garantizados por metal y cargar un impuesto sobre el resto, deja el campo abierto para futuras ampliaciones de esta cantidad. Obviamente, todo depende del margen que se deje para ampliar la emisión de medios fiduciarios. Si este margen hubiera sido suficientemente amplio para permitir el desarrollo de la circulación de billetes no garantizados, la ley bancaria alemana habría producido diferentes resultados que la inglesa, y lo mismo podría decirse, no solamente de otras leyes basadas en idéntico principio (por ejemplo, la austriaca), sino de aquéllas que limitan la circulación de billetes por otros procedimientos, como sucede con la francesa. Puesto que de hecho se demostró que el margen fue demasiado estrecho para ello, la diferencia entre ambas leyes es meramente de grado y no de clase. Todas estas leyes han limitado la emisión de medios fiduciarios en forma de billetes, pero no han puesto límites a la emisión en forma de depósitos. Al dificultar la emisión de billetes, dieron lugar a un empleo creciente de los depósitos; en lugar del billete, prevaleció la cuenta de depósito. Este cambio no fue en absoluto indiferente para el desarrollo del sistema crediticio. El billete es técnicamente superior al depósito en las transacciones medianas y pequeñas. En muchos casos en que éste se puede utilizar como sustituto de dinero, no pueden serlo los cheques o las cuentas de compensación, y en tales casos la restricción de la emisión de medios fiduciarios en forma de billetes produce el efecto de restringir la emisión de medios fiduciarios en general. La ley norteamericana limita también la emisión de medios fiduciarios en forma de depósitos; pero como esta limitación sólo se aplica a los bancos «nacionales», no basta para establecer una seria diferencia entre los negocios de depósito de los Estados Unidos y los de otros países que no tienen tales limitaciones.

Lo que impide realmente limitar la ampliación de la emisión de medios fiduciarios no es la legislación restrictiva de la emisión de billetes de banco, que, después de todo, afecta únicamente a una determinada clase de medios fiduciarios, sino la no existencia de una banca mundial centralizada o de un procedimiento uniforme por parte de todos los bancos de emisión. Mientras los bancos no se pongan de acuerdo entre sí en lo que respecta a la extensión del crédito, la circulación de medios fiduciarios podrá incrementarse lentamente, pero no en gran escala. Cada banco podrá hacerlo en pequeña proporción y tendrá que esperar a que los demás sigan su ejemplo. Cada banco deberá regular su política de intereses de acuerdo con la de los demás.

3

Naturaleza de la política de descuento

Sobre la política de descuento de los bancos centrales existen muchos conceptos incorrectos y oscuros. Con frecuencia se piensa que la principal tarea de los bancos es la protección de sus reservas de efectivo, como sí se les pagara por sacrificarse para lograr esta finalidad. No menos extendida está la opinión de que la obligación de los bancos de seguir una política de descuento que tenga en cuenta las condiciones de los demás bancos les es impuesta simplemente por una legislación perversa y que el ideal de dinero barato —en un doble sentido: bajo poder adquisitivo del dinero y también bajo tipo de interés— podría alcanzarse mediante el abandono de ciertas prescripciones legales ya superadas.

No es necesario dedicar mucho tiempo a refutar estas posiciones. Pocas dudas pueden existir con respecto a la finalidad de la política de descuento de los bancos después de cuanto se ha dicho sobre la naturaleza del dinero y de los medios fiduciarios. Todo banco emisor de crédito está obligado a acomodar el tipo de interés que aplica a sus préstamos al de los demás bancos. Este tipo no podrá ser muy inferior al del nivel general, pues, si lo fuera, las sumas de dinero requeridas por una clientela que iría en aumento, con objeto de realizar pagos a los clientes de otros bancos, aumentarían de tal forma, que peligraría la solvencia del banco. Los bancos salvaguardan su propia capacidad de pago elevando el tipo de descuento. Esta finalidad no se consigue ciertamente protegiendo el fondo de conversión, cuya escasa importancia para el mantenimiento del valor de los medios fiduciarios ya hemos demostrado, sino evitando el aumento artificial de la circulación de medios fiduciarios que resultaría de aplicar un interés menor que el de los demás bancos, y evitando así un aumento de las demandas de conversión de medios fiduciarios. Los bancos tendrían que practicar una política de descuento aun en el caso de que no existieran disposiciones legislativas sobre la cobertura de los billetes.

En Alemania se ha discutido sobre si ciertas medidas del Reichsbank se han dictado teniendo en cuenta las circunstancias del mercado interior del dinero o bien las del mercado internacional. La discusión carece de sentido en la forma en que generalmente se plantea. La movilidad de los bienes de capital, que en nuestros días se halla poco limitada por restricciones legales, tales como derechos de aduanas, o por otros obstáculos, ha conducido a la formación de un mercado mundial de capitales homogéneo. En el mercado crediticio de los países que intervienen en el comercio internacional, el tipo neto de interés no obedece a consideraciones nacionales sino internacionales. Su nivel lo determina, no el tipo natural de interés del país, sino el tipo natural de interés vigente en todas partes. Del mismo modo que la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos es idéntica en todas partes, así también la relación entre los precios de los bienes de primer orden y los de los bienes de orden superior es la misma por doquier. El sistema del moderno comercio internacional en su conjunto resultaría completamente alterado si se dificultase la movilidad de los bienes de capital. En Alemania hay muchos que postulan la prohibición o al menos la limitación de las inversiones de capital en el exterior. No es cuestión de demostrar aquí las escasas probabilidades que tendría una política de esta naturaleza ni de probar que han pasado ya los tiempos en que un país podía decidir participar o no en el comercio internacional. En la medida en que un país participe en el comercio internacional, su mercado será una parte del mercado mundial y sus precios estarán determinados no nacional sino internacionalmente. El que pueda elevarse en Alemania el tipo de interés debido a hechos acontecidos no en el Reich sino, digamos, en Estados Unidos no debería parecer más sorprendente que, por ejemplo, el hecho de que una elevación del precio del trigo se deba a la magnitud de las cosechas extranjeras.

No ha sido fácil conciliar la política con la extensión y combinación de los mercados nacionales en un mercado mundial. Más fuerte que la resistencia que durante siglos encontró la economía de la ciudad para su transformación en economía nacional es la que se opone a la transformación de ésta en economía mundial. En la actualidad no hay nada como el sentimiento de homogeneidad que impera en los intereses regionales; la acentuación de los antagonismos nacionales, rasgo que constituye la tónica de la política moderna, podría quizás obstaculizar los intentos de unificación económica, aunque no existieran intereses a los cuales pudieran dañar tales intentos. Desde el punto de vista del productor, los precios bajos son el mayor de los males, y en todos los países los productores incapaces de enfrentarse a la competencia se esfuerzan con todos los medios a su alcance por alejar del mercado nacional aquellas mercancías que se venden a bajo precio en el mercado mundial. Pero el que lo consigan o no depende, en gran parte, de la fuerza política de los intereses contrapuestos, porque en el caso de una mercancía cualquiera, el interés del productor de obtener altos precios choca con el del consumidor, el cual pretenderá abrir el mercado nacional a las mercancías extranjeras, para lograr el resultado beneficioso de su abaratamiento. El problema es, pues, un conflicto entre ambos grupos. En cambio, la distribución de las fuerzas es diferente cuando se discute el problema de la libertad de las transacciones de capital. Hemos visto ya que los intereses acreedores llevan siempre la peor parte cuando chocan con los intereses deudores. Los intereses de los capitalistas no están casi nunca representados en la política monetaria. Jamás se obstaculiza la importación de capital del exterior, habida cuenta de que ello conduce a una reducción en el tipo de interés y en la renta del capitalista, sino todo lo contrario. La opinión que universalmente predomina es la de que es beneficioso para la comunidad el que el tipo de interés sea tan bajo como sea posible. Los estados europeos que poseen grandes recursos de capital, y por consiguiente pueden ser considerados acreedores y no deudores, concentran su política en la creación de obstáculos a las inversiones de capital en el exterior. Indudablemente, no es éste el único punto de vista desde el cual los estados modernos juzgan la exportación de capitales, sino que entran en juego otras consideraciones más a favor de la exportación y otras en contra de ella. Por ejemplo: a menudo es imposible exportar mercancías sin un aplazamiento de su pago, de tal suerte que se adquieren bienes futuros a cambio de la entrega de bienes presentes, por lo que es necesario proceder a la exportación de capital o, al menos, no obstaculizarla[10]. No obstante, debemos insistir en que la política adoptada por estos estados con respecto a la exportación de capital está inspirada en el propósito, entre otros, de mantener bajo el tipo interior de interés. Por otro lado, el mismo motivo induce a estos estados, que son pobres en capital y necesitan recibirlo prestado, a fomentar su importación.

Los intentos de rebajar el tipo interior de interés influyendo en el movimiento internacional de capitales son particularmente pronunciados en el llamado mercado del dinero, esto es, en el mercado de las inversiones de capital a corto plazo. En el mercado de las inversiones de capital a largo plazo es menor la posibilidad de lograr algo efectivo mediante esta intervención. De todas formas, pueden adoptarse medidas que resulten efectivas primero en aquél que en éste. Como consecuencia, existe una mayor propensión a influir sobre el tipo de interés de los préstamos en el mercado del dinero que en el del capital a largo plazo. Pero la causa más importante de que se persista en la pretensión de influir en el mercado del dinero radica en la general vigencia de ciertos errores sobre la naturaleza de los medios fiduciarios y del crédito bancario. Cuando una salida de oro relativamente pequeña induce al poderoso banco central de emisión de un país rico a elevar el tipo de descuento, hay una tendencia general a pensar que quizás exista algún otro procedimiento para evitar la salida de oro sin causar a la colectividad lo que se considera el perjudicial efecto de la elevación del tipo del interés. Lo que no se ve es que lo que acontece es el ajuste automático del tipo nacional de interés al tipo mundial debido a la inserción del país en el comercio internacional. Se olvida que el país no puede quedar aislado del tráfico internacional de capitales simplemente mediante medidas de política monetaria o bancaria. Ello explica por qué, en los países ampliamente exportadores, quienes piden medidas para «abaratar» el crédito son los que más se benefician del comercio de exportación. Si aquellos fabricantes para los cuales todo aumento en el tipo de descuento determinado por acontecimientos exteriores constituye un estímulo para solicitar que se modifique el sistema bancario en el sentido de eximir al banco central de la obligación de suministrar oro para las necesidades de la exportación se dieran cuenta de que la elevación del tipo de interés sólo puede obstaculizarse eficazmente mediante la supresión de la exportación de capital y la completa exclusión del país del comercio internacional, cambiarían muy pronto de modo de pensar. Y parece que estas implicaciones van obteniendo ya un cierto grado de reconocimiento, si bien el tratamiento literario del problema deja todavía bastante que desear. En Alemania y en Austria sólo los grupos que propugnaban la separación del mercado nacional pedían también el «aislamiento» de la valuta.

No es preciso dar más explicaciones. No obstante, conviene examinar una por una las medidas recomendadas por los que propugnan un tipo de interés bajo, para ver cómo han sido incapaces de conducirnos al resultado esperado.

4

La política de primas al oro[11]

Veamos ante todo los sistemas que pueden emplearse para mantener el nivel del tipo de descuento en el mercado nacional de dinero, ya sea dificultando o bien encareciendo la adquisición de oro a un tipo inferior al determinado por las circunstancias del mercado internacional. El más importante y mejor conocido de estos sistemas es el representado por la política de primas al oro realizada por el Banco de Francia.

Teniendo en cuenta la circunstancia de que actualmente la pieza de plata de cinco francos es aún moneda de curso legal, se ha autorizado al Banco de Francia a convertir sus billetes, bien en oro, bien en estas piezas, y el Banco ha hecho algunas veces uso de esta autorización para aumentar las dificultades de obtención del oro destinado a la exportación. Por regla general, no ha opuesto ninguna dificultad para entregar oro a cambio de billetes, e incluso ha cambiado las piezas de cinco francos por oro, aunque no estaba obligado a hacerlo, con lo cual ha atribuido a éstas el carácter de sustitutos de dinero. Naturalmente, de estas facilidades se hizo escaso uso tratándose de negocios internos. Tanto los billetes como las piezas de cinco francos gozaban sin limitación de la confianza del público, y por ello su empleo como sustitutos de dinero no presentaba ninguna dificultad. Pero cuando se pedía al banco que entregase oro con destino a la exportación, su actitud era distinta. Es cierto que no oponía dificultades para la concesión de oro con destino al llamado comercio «legítimo», esto es, el que se destina a pagar mercancías importadas, especialmente trigo y algodón. Pero cuando se pedía el oro con el propósito de especular con la diferencia entre el tipo interior de interés y el tipo exterior, no solía concederse, sino que el banco entregaba, no napoleones (la moneda de oro francesa), sino lingotes y moneda de oro extranjera, mediante una prima que oscilaba entre el 4 y el 8 por 100 de los 3437 francos, que era el precio que estaba legalmente obligado a pagar por un kilo de oro fino. Es imposible conocer la cuantía exacta de esta «prima al oro», por cuanto la tasa nunca se ha publicado oficialmente[12].

Lo que la política de primas al oro pretendía era aplazar todo lo posible el momento en que las condiciones del mercado internacional de dinero forzarían al banco a elevar el tipo de descuento con objeto de evitar una salida de oro. Es muy importante en la política financiera francesa que el tipo de descuento sea bajo. En interés de las clases sociales en que se apoya, el gobierno de la Tercera República tiene que evitar todo lo que pueda perjudicar el alto tipo de la deuda pública que constituye la principal inversión de dichas clases. Una elevación del tipo de descuento, aunque sólo fuera temporal, sería siempre peligrosa para el mercado de esos valores, ya que podrían inducir a determinados tenedores de los mismos a disponer de sus títulos para volver a invertir su capital más fructíferamente, con lo que la perturbación del mercado que de ello podría resultar produciría un efecto desproporcionadamente contrario en la cotización de esos valores. Es innegable que, hasta cierto punto, se obtenía el resultado deseado, aun cuando la política de primas al oro no tuviera la importancia que erróneamente se le atribuye.

Es completamente erróneo pensar que el bajo tipo de interés en Francia se debe al procedimiento que hemos descrito: que el tipo de interés sea aquí más bajo que en otros países se debe a causas distintas. De todos los países del mundo, Francia es el más rico en capital; pero el pueblo francés no está muy dotado del espíritu de iniciativa y de empresa[13].

Por consiguiente, el capital tiene que emigrar. Ahora bien, en un país que exporta capital, aun sin considerar la prima de riesgo implícita en el tipo de interés bruto, el tipo de interés de los préstamos deberá ser inferior al de los países importadores de capital. Los capitalistas, al comparar los rendimientos de las inversiones en el propio país y en el extranjero, tenderán necesariamente, en igualdad de circunstancias, a preferir las primeras a las segundas. Ello explica suficientemente por qué los préstamos a largo y a corto plazo tienen un interés más bajo en Francia que en otros países, por ejemplo, Alemania. La causa es de orden económico general; es un asunto en el que las medidas de política monetaria o bancaria carecen de influencia. La política de primas del Banco de Francia no puede distanciar por mucho tiempo la relación entre el tipo de interés en Francia y en el exterior de la que establece la situación económica general. El Banco de Francia no se halla por encima de las leyes que determinan el curso de la vida económica, y al fijar el tipo de descuento tiene que tomar en consideración el nivel del tipo natural de interés. Al igual que los demás bancos de crédito que ejercen una influencia en el mercado interior, tiene que procurar mantener el tipo de interés de las inversiones interiores a corto plazo a un nivel tal que impida que las inversiones extranjeras de capital puedan ser tan atractivas para los inversores del país que lleguen a poner en peligro la solvencia del banco. Y, al igual que los demás bancos, el Banco de Francia no tiene más que un solo procedimiento para impedir las salidas de oro: la elevación del tipo de descuento[14], Al emplear la política de primas al oro no hace más que aplazar por poco tiempo la elevación del tipo de descuento exigida por el estado del mercado internacional de dinero. La prima hace que la exportación de oro sea más costosa y, por lo tanto, que el beneficio de las operaciones de arbitraje disminuya. Cuando se vio que la diferencia entre el tipo de interés francés y el extranjero se iba a alterar en favor de Francia por el descenso del último, los arbitrajistas dejaron de exportar oro, puesto que el escaso beneficio de las transacciones quedaría muy reducido a causa de la prima. De esta forma el Banco de Francia pudo evitar a veces elevar el tipo de descuento cuando de otro modo habría sido necesario hacerlo por un corto espacio de tiempo. Pero en aquellos casos en que la diferencia entre los dos tipos de interés era lo suficientemente importante para hacer beneficiosa la inversión exterior de capital a corto plazo, a pesar del aumento en el precio del oro determinado por la prima, y cuando la posibilidad de una reducción del tipo extranjero de interés no ponía en peligro el resultado de las operaciones de arbitraje, tampoco el Banco de Francia pudo evitar la subida del tipo de interés.

Se ha afirmado que los bancos centrales, mediante aumentos sucesivos en la prima de oro, pueden impedir la salida del metal haciendo retroceder continuamente el punto o límite de salida de oro a medida que así lo exija la caída del tipo de cambio de su moneda[15]. Esto indudablemente es correcto. Es bien sabido que este procedimiento se ha empleado repetidas veces, y se le conoce como suspensión de los pagos en efectivo. El banco que lo adopta priva a sus medios fiduciarios de su carácter de sustitutos monetarios, los cuales, si bien continúan funcionando como medio general de cambio, lo hacen con el carácter de dinero-crédito. Su valor estará sujeto a variaciones independientes. En tal caso, los bancos podrán seguir una política de descuento independiente rebajando el tipo de interés sin correr ningún riesgo de insolvencia. Pero esto pone de manifiesto las consecuencias de una política bancaria que trata de ampliar la emisión de medios fiduciarios con el fin de bajar el interés de los préstamos por debajo del tipo natural de interés. Este problema ha sido ya estudiado con detalle; ahora el que nos interesa es otro. Si la intervención de los bancos conduce a un mantenimiento artificial del tipo de interés de los préstamos a un nivel inferior al determinado por la situación internacional, cuanto más aumente la diferencia entre el tipo interior y los tipos exteriores, más deseosos estarán los capitalistas de realizar inversiones en el exterior. La demanda del medio general de cambio extranjero aumentará, porque los bienes de capital extranjeros serán más solicitados que los nacionales, y no habrá modo de que la caída del tipo de cambio ponga automáticamente en movimiento fuerzas capaces de restablecer entre el dinero bancario y el oro, que es el dinero mundial, aquella relación de cambio que existía anteriormente cuando los billetes y los depósitos bancarios eran sustitutos de dinero y no dinero-crédito. El mecanismo del sistema monetario tiende a mantener el valor de cambio de ambas clases de dinero en el nivel «natural» determinado por la relación de cambio entre cada una de ellas y los demás bienes. Pero, en este caso, es la propia relación natural de cambio la que actúa contra el país que se niega a pagar en oro. Una política de interés «autónoma» conduce necesariamente a una progresiva depreciación.

Hay muchos defensores de la política de primas al oro que no pretenden negar que su empleo, en la forma en que tratan de hacerlo, conducirá infaliblemente a un patrón de dinero-crédito o dinero-signo, con una rápida caída en el valor de cambio objetivo de la unidad. De hecho, se inclinan a considerar esto como una ventaja especial, pues son, en mayor o menor medida, inflacionistas[16].

Sin embargo, no ha sido éste en modo alguno el camino que ha seguido el Banco de Francia en su política de primas al oro. Estableció un límite fijo por encima del cual no se permitía a la prima elevarse en ninguna circunstancia. Probablemente, la mayor prima nunca exigida haya sido del 8 por 1000, lo cual no fue ciertamente un error del banco, ya que estaba determinada por la naturaleza del caso. A los ojos del gobierno francés y de la administración del banco por él controlado, el montante de la depreciación debida a una prima oro del 8 por 1000 no era excesiva; pero, en vista de las reacciones imprevisibles en la comunidad, se pensó que era preferible evitar una depreciación ulterior. Por ello, la política francesa de primas al oro fue incapaz de evitar la exportación de éste, y únicamente pudo aplazarla por un corto espacio de tiempo. Ahora bien, este único hecho, y no sólo cuando la diferencia entre los tipos de interés era tan considerable y pasajera que el tipo de descuento hizo innecesaria su elevación, fue el que determinó el abaratamiento del tipo de interés de los préstamos. Pero éste estaba compensado por el aumento del tipo de interés durante aquellos periodos en que el tipo de interés en el exterior era relativamente bajo. Cuando este último se hundía tanto que hacía beneficioso para los capitalistas transferir sus capitales para invertirlos en Francia, éstos sin embargo se negaban a hacerlo a menos que contasen con una cierta duración de esta situación o de que la diferencia entre ambos tipos no fuera muy grande, pues temían con razón que en el caso de que la situación cambiase, la repatriación del capital únicamente podría realizarse a un coste muy superior. Así, pues, la política de primas al oro no significó tan sólo un obstáculo para la salida de oro de Francia, sino que también obstaculizó su entrada. Redujo el tipo de interés en ciertos momentos, pero lo elevó en otros. Y si bien no impidió que el país participase en las transacciones internacionales de capitales, sino que tan sólo las dificultó, ello lo hizo en ambas direcciones. Su efecto, cuya importancia no debe exagerarse, se manifestó principalmente en el hecho de que el tipo de interés para las inversiones a corto plazo fuera más estable en Francia que en otros países. Nunca este tipo ha descendido tanto como en Inglaterra, por ejemplo; pero tampoco nunca se elevó tanto, como lo demuestra claramente la comparación de los movimientos del tipo de interés en Londres y París.

Hoy se reconoce que la política de primas al oro no produce los efectos que se le atribuían, y quienes en otro tiempo la consideraban como el remedio para todos los males van poco a poco enmudeciendo.

5

Sistemas semejantes a la política de primas al oro

Las medidas legales que permitieron al Banco de Francia seguir la política de primas al oro no han existido en aquellos países que hasta hace poco tiempo seguían el patrón oro puro. Allí donde, junto a las monedas de oro, no ha habido algún tipo de sustitutos de dinero, dinero-signo o dinero-crédito con poder liberatorio ilimitado para cualquier pagador, incluyendo el banco central de emisión, los medios fiduciarios han tenido que ser convertidos al valor en dinero que ostentaban, sin que se les cargase ninguna prima[17]. Pero, de hecho, estos bancos han tendido igualmente a adoptar una política diferente en grado, aunque no ciertamente en clase, del procedimiento seguido por el Banco de Francia.

En la mayor parte de los países, el banco central de emisión estaba obligado únicamente a convertir sus billetes en monedas de oro de curso legal en el país, conforme al modelo de la ley bancaria inglesa. En consonancia con el espíritu del sistema monetario moderno y con los fines últimos de la política monetaria, esta obligación se ha entendido también en el sentido de poder entregar lingotes de oro a los exportadores a una relación legal o al menos a un precio que hiciera más beneficioso procurarse lingotes que monedas. Hasta 1889 el Banco de Inglaterra amplió voluntariamente su obligación de convertir sus billetes pagando a la vista en lingotes el valor de los billetes en un peso igual al de las monedas de oro. Esto lo consiguió fijando el precio de venta del lingote de oro en 77 chelines y 10 y medio peniques por onza de oro fino[18]. Durante algún tiempo los bancos continentales siguieron este ejemplo, pero más tarde decidieron adoptar un procedimiento diferente, y provisionalmente el Banco de Inglaterra abandonó su vieja política y adoptó la práctica de los bancos continentales.

El Banco de Inglaterra y el Reichsbank alemán, que son, junto al Banco de Francia, los bancos emisores de crédito más importantes del mundo, solían entregar monedas de oro usadas de inferior valor para los fines de la exportación. Los soberanos que entregaba el Banco de Inglaterra para la exportación eran habitualmente de un 2 a un 3 por 100 inferiores a los soberanos recién acuñados. El peso de la moneda de 20 marcos era, según los cálculos de los expertos, de 7,943 gramos por término medio, frente al peso corriente de 7,965 gramos, es decir algo más de un cuarto del uno por ciento menos que su valor de acuñación[19]. El Banco de Inglaterra se negó a veces a entregar lingotes de oro, y otras sólo lo hizo con un sobreprecio de 77 chelines y 10,5 peniques, lo que era corriente hasta 1889, y algunas veces llegó a subir el precio de venta de los lingotes hasta 77 chelines y 11 peniques[20].

Con respecto al alcance y al efecto de tales medidas, nada podemos añadir sobre lo ya dicho en relación con la política francesa de la prima de oro. La diferencia —como se ha dicho— es sólo cuantitativa, no cualitativa[21].

Las otras pequeñas trabas de que también se ha hecho uso para dificultar la exportación del oro producen sus efectos de manera muy parecida. Por ejemplo, cuando el Reichsbank prohibía la entrega de oro para exportar excepto en Berlín, invocando lo dispuesto en la Sección 18 de la Ley Bancaria, el efecto consiguiente era hacer la exportación de oro más costosa al tener que cargar los exportadores con el riesgo y el coste del transporte desde Berlín al lugar de exportación.

6

La insatisfacción ante la llamada demanda ilegítima de dinero

En los informes del Banco de Francia se ha dicho a menudo que la política de prima al oro iba tan sólo dirigida contra quienes retiraban oro del banco con fines especulativos. El banco, se ha dicho, nunca pone dificultades a los que quieran obtener oro para satisfacer las legítimas demandas del comercio francés[22]. Pero nada se dice de lo que significan esas demandas «legítimas» y sus contrarias las demandas «ilegítimas».

La idea sobre la que obviamente se basa esta distinción es que el comercio de mercancías y el de capitales son dos actividades económicas perfectamente distintas e independientes, y que se puede restringir una de ellas sin afectar a la otra; que negarse a entregar oro para negocios de arbitraje no puede incrementar los gastos en la adquisición de mercancías extranjeras, ya que no se ponen dificultades para poner a disposición de los importadores las sumas necesarias para hacer frente a sus compras.

Un examen más atento de estos argumentos nos convencerá de que no pueden aceptarse. Aunque ignoráramos completamente que el comercio de capitales sólo constituye una forma del proceso general de intercambio de bienes y sólo nos fijáramos en el problema técnico de la retirada del oro, es evidente que el banco no puede conseguir su propósito mediante el trato discriminatorio de las distintas demandas de oro. Si la exportación de oro no resulta ventajosa por la diferencia entre los tipos de interés, las materias importadas se pagarán de hecho, parcial o totalmente, con las mercancías exportadas. El importador no tratará de obtener oro del banco, sino que irá al mercado y comprará letras originadas en el comercio francés de exportación. Si el banco le diese oro sin prima mientras el tipo de cambio sube bruscamente en la medida y a causa de la prima aplicada a los arbitrajistas, el resultado sería fomentar el comercio de importación, y en ciertas circunstancias beneficiar también al consumidor, aunque esto depende enteramente del estado de la competencia entre los importadores. Pero en todo caso el tipo de cambio experimentará la variación que el banco quería evitar. El punto superior de salida de oro se fijará demasiado alto, por una cantidad igual a la que representa la prima.

Finalmente, debe señalarse que la distinción entre demanda legítima e ilegítima de oro para la exportación no puede aplicarse en la práctica. La demanda de oro para pagar los artículos importados puede llamarse legítima; la demanda de oro para comprar letras extranjeras como inversión temporal con la intención de explotar una diferencia en los tipos de interés puede llamarse ilegítima. Pero quedan muchos casos intermedios, que no pueden ubicarse en una o en otra categoría. ¿Habría podido, por ejemplo, el Banco de Francia poner obstáculos a la retirada de depósitos propiedad de estados extranjeros, municipalidades y compañías, quizás como saldos de los préstamos? ¿O el Banco Austro-Húngaro, a quien se ha acusado repetidamente de negar la emisión de letras a personas que intentaban llevar a cabo negocios de arbitraje, aumentar la dificultad de la reventa especulativa de obligaciones interiores de otros países?[23]

7

Otras medidas para consolidar la reserva metálica en posesión de los bancos centrales

Los intentos realizados por los bancos centrales de emisión para acumular la mayor cantidad posible de reservas de oro les han conducido a adoptar medidas que ofrecen cabalmente la apariencia opuesta a la política de primas y sistemas semejantes. Subiendo el precio que pagan por las importaciones de oro, los bancos intentan disminuir los costes para el importador que compra oro, y reducir de este modo el punto oro más bajo.

Entre estas prácticas se encuentra la de garantizar intereses nulos o muy bajos a los importadores de oro, práctica no desconocida en Inglaterra, Francia y Alemania[24]. Otra práctica ha consistido en comprar oro no sólo en las oficinas centrales, sino también en las sucursales situadas cerca de las fronteras nacionales[25]. Quizá la más interesante de estas prácticas sea la de comprar algunas clases de monedas de oro a un precio superior al que tienen como moneda. Si el banco entrega al exportador de oro, en vez de lingotes o monedas nacionales, monedas del país al cual piensa enviar el oro, puede obtener por él un precio más alto que el que corresponde a su contenido en oro. El exportador se ahorraría el gasto de fundir el oro y volver a acuñarlo y evitaría la pérdida que comportaría el que las monedas nacionales hubieran sufrido un cierto desgaste. Así, el banco estaría conforme en pagar un precio más elevado que el que corresponde a su contenido metálico por monedas de oro corrientes de países a los cuales es probable que se dirija una futura exportación de oro[26].

Todas estas medidas pueden interpretarse como armas contra las políticas de primas y otras parecidas adoptadas por los bancos extranjeros. Si el banco central de un país A trata de subir el punto oro superior para exportar de A al país B, el banco de B hará todo lo que pueda para bajarlo. Si en A se usasen para la exportación únicamente monedas, este procedimiento resultaría ineficaz si en B se pagara un sobreprecio por el oro contenido en las monedas de A. Es muy probable que las medidas y contramedidas se compensaran en gran medida, de suerte que la diferencia entre los puntos del oro, que de otra manera habría resultado necesariamente de la intervención de los bancos, no se hubiera producido en realidad.

8

La promoción del cheque y las operaciones de compensación como medios para reducir el tipo de descuento

En Alemania, donde antes de la guerra circulaba una cantidad de oro relativamente importante, hubo un empeño constantemente creciente de retirarlo de la circulación debido a la difusión del cheque y de las operaciones de compensación, confinándolo de este modo a las arcas del banco central. El propósito de esta propaganda lo formula una circular del Consejo de la Kaufmannschaft de Berlín, de fecha 2 de mayo de 1907, en la que se dice: «Las causas a las que en gran parte debe atribuirse el alto tipo de interés en Alemania radican en la circunstancia de que los alemanes emplean en mayor medida que los habitantes de otros países los medios de circulación de efectivo (oro y plata) en los pagos que resultan de las transacciones comerciales y no se han acostumbrado todavía al procedimiento que debe sustituir al uso del oro y la plata, así como de los billetes del Tesoro, como medios de circulación, esto es al uso de cheques y del sistema de compensación. Si los pagos pudieran efectuarse, en una proporción considerable, mediante transferencia de una cuenta a otra o por medio de cheques, se ahorrarían grandes sumas de oro y plata y de billetes, que se acumularían en las reservas de los bancos de emisión, especialmente en las del banco central, el Reichsbank, Cuanto más se desarrolle este sistema, menor será la demanda de dinero que tendrá que satisfacer el Reichsbank y, por consiguiente, mayor será su reserva de efectivo, circunstancia que contribuirá considerablemente a reducir el tipo de interés en el banco central y en todo el país»[27].

Todo esto evidencia la falta de fundamentación teórica en la moderna política bancaria. Se afirma que el nivel del tipo de interés depende de la demanda de dinero. Que el aumento de las reservas de efectivo del banco central tiene el efecto de reducir el tipo de interés en todo el país, y de reducirlo de una manera apreciable. Y ésta no es la opinión de algunas personas privadas, sino la de la corporación más altamente respetada, la Kaufmannschaft de Berlín, y también, como todo el mundo sabe, la de los rectores de la política económica alemana en general. Sobre este punto parece que todos están de acuerdo, por muy diferentes que por otra parte puedan ser sus opiniones sobre la naturaleza de los fenómenos económicos. Pero aun prescindiendo por el momento de este error fundamental, es imposible pasar por alto la gran fragilidad, y sobre todo las contradicciones, de las doctrinas expuestas. Se considera sacrosanta la proporción de cobertura de los billetes del Reichsbank que establece la legislación bancaria de los setenta. Nunca se ha tenido en cuenta la posibilidad de cambiar estas disposiciones por otras que establezcan la cobertura, por ejemplo, en un cuarto, un quinto o un tercio. Se mantiene la letra de la ley mientras cambian las circunstancias en que se basa. Cuando los sustitutos monetarios en forma de depósitos aumentan sin que se haya provisto su cobertura, se incrementa la cantidad de medios fiduciarios. Esto constituye una ulterior demostración de que incluso aquella parte del argumento del principio bancario que es teóricamente correcta es incapaz de ejercer influencia alguna sobre la práctica. Tooke y Fullarton señalan repetidamente que no existe ninguna diferencia fundamental entre billetes y depósitos (que identifican con los cheques). Sus sucesores modernos no se atreven a sacar la consecuencia lógica de este hecho incontrovertible; dan un tratamiento diferente a los medios fiduciarios, según sean billetes o depósitos[28].

Si parte del oro en circulación en Alemania y parte de los billetes se sustituyen por medios fiduciarios en forma de depósitos, esto puede llevar a una disminución del tipo de interés solamente en la medida en que el oro que resulte superfluo se emplee para obtener bienes de capital en el extranjero. La sustitución de billetes no respaldados por depósitos metálicos no tiene consecuencias en relación con esto. Solamente cuando los billetes cubiertos por metal fueran reemplazados por depósitos sin cobertura metálica habría un aumento de la circulación de medios fiduciarios a expensas de los certificados de dinero, por los cuales quedaría el oro liberado para la exportación. Pero el mismo resultado se habría obtenido mediante una disminución de la relación entre la cobertura y los billetes; sin embargo, este sencillo artificio se ha considerado generalmente como impracticable, a pesar de ser en realidad tan seguro —o tan peligroso— como el otro. Si el oro así liberado se ha exportado, la existencia de los demás bienes económicos a disposición de la nación alemana tendrá que haber aumentado correspondientemente. Esto pudo generar un descenso, aunque muy pequeño, del tipo de interés, en caso de que la cantidad de oro sacada de Alemania fuera absorbida en el exterior con una caída general en el valor de cambio objetivo del dinero. Pero los defensores alemanes de la ampliación de los sistemas de cheque y de compensación no pensaron en esto al hacer semejantes propuestas. Recomendaron ampliar la circulación de medios fiduciarios en forma de depósitos porque creían que con ello se reduciría el número y la extensión de aquellas aplicaciones que solicitan el crédito que el Reichsbank concede en forma de billetes; y esperaban que así se produciría una reducción del tipo de interés de los préstamos. Todo esto obedece a un grave error. El nivel del tipo de interés de los préstamos no depende de la cantidad total de dinero nacional en sentido amplio, ni tampoco, por supuesto, de la cuantía de los medios fiduciarios en circulación. No fueron las disposiciones legales sobre la cobertura lo que indujo al Reichsbank a propiciar una política de descuento que evitara cualquier tensión entre el tipo natural de interés y el tipo de descuento, sino algo que afectaba inevitablemente a su propia solvencia.

En todos aquellos países cuyo sistema crediticio se halla organizado sobre la base de la llamada reserva única, de modo que la cantidad de dinero que se precisa para rescatar los sustitutos monetarios lo administra un banco central, al que en definitiva tendrán que recurrir en tiempos de crisis todos los demás bancos emisores de crédito, son los directores de este banco los primeros en advertir la salida del oro; y son ellos los primeros que deben tomar medidas para detenerla, puesto que sus primeros efectos se dirigen contra la institución de la que son responsables. Además, la elevación del tipo de descuento por el banco central suele preceder al endurecimiento de las condiciones de los préstamos en el mercado libre y en las transacciones entre los bancos privados y sus clientes. Y así los críticos superficiales se apresuran a concluir que post hoc ergo propter hoc. Nada más equivocado. Al margen totalmente de los procedimientos del banco central de emisión, los bancos privados y otros emisores de moneda tienen que ajustar su política de interés al tipo vigente en el mercado mundial. Tanto los bancos privados como el banco central pueden experimentar salidas de sumas de dinero para realizar arbitraje con los tipos de interés. En realidad, mientras la movilidad del capital no se limite, les será imposible a los bancos emisores de crédito de cualquier país seguir una política crediticia independiente.

(III)

PROBLEMAS DE LA POLÍTICA CREDITICIA EN EL PERIODO QUE SIGUIÓ A LA GUERRA

9

El patrón divisa-oro[29]

Dondequiera que la inflación ha sumido al sistema monetario en la confusión, el primer objetivo de la política monetaria ha sido detener las prensas. Una vez hecho esto, una vez que por lo menos se ha aprendido que incluso la política de subir el valor de cambio objetivo del dinero produce consecuencias indeseables, y una vez que se ha comprendido que lo principal es estabilizar el valor del dinero, los esfuerzos se dirigen a establecer un patrón divisa-oro lo más rápidamente posible. Esto es, por ejemplo, lo que ocurrió en Austria a finales de 1922, y desde entonces, al menos por ahora, quedó fijado en este país el tipo de cambio del dólar. Pero en las actuales circunstancias, la invariabilidad del tipo del dólar significa también invariabilidad del precio del oro. Austria tiene así un patrón dólar y también, indirectamente, un patrón divisa-oro. Tal es el sistema monetario que parece ser la aspiración inmediata de Alemania, Polonia, Hungría y muchos otros países europeos. En la actualidad, las aspiraciones europeas en el campo de la política monetaria se limitan a volver al patrón oro. Lo cual es perfectamente comprensible, ya que el patrón oro había funcionado con anterioridad a plena satisfacción; es cierto que no aseguró el inalcanzable ideal de una moneda con un valor de cambio objetivo invariable, pero preservó al sistema monetario de la influencia de los gobiernos y las políticas cambiantes.

Aun así el sistema de patrón oro estaba ya minado antes de la guerra. El primer paso fue la abolición del empleo físico del oro en los pagos individuales y la acumulación de las existencias de oro en los sótanos de los grandes bancos de emisión. El siguiente paso fue la adopción de la práctica que una serie de estados adoptaron de mantener las reservas de oro de los bancos centrales de emisión (o los fondos de conversión que existían en su lugar) no en oro verdadero, sino en diversas especies de títulos extranjeros pagaderos en oro. Y así ocurrió que la mayor parte de las existencias de oro que eran usadas con fines monetarios se acumuló gradualmente en las manos de unos pocos grandes bancos de emisión, de tal forma que estos bancos llegaron a ser los bancos de reservas centrales del mundo, como previamente los bancos centrales de emisión habían llegado a ser los bancos centrales de reservas para los países individuales. La guerra no creó por sí misma este movimiento, sino solamente lo aceleró un poco. Tampoco dicho movimiento ha llegado al punto en el que todo el oro que se produce y no es absorbido para usos industriales, fluya a un solo centro. El Banco de Inglaterra y los bancos centrales de emisión de algunos Estados controlan todavía grandes existencias de oro.

Sin embargo, las fluctuaciones en el precio del oro dependen esencialmente en nuestros días, de la política que sigue el Consejo de la Reserva Federal. Si los Estados Unidos no absorbieran el oro en la proporción en que lo hacen, su precio disminuiría, y el precio en oro de las mercancías subiría. Desde el momento en que el dólar representa una cantidad fija de oro, los Estados Unidos admiten mayor cantidad de oro y entregan mercancías a cambio de oro en proporción ilimitada. De esta manera se ha evitado una rápida caída en el valor del oro. Pero esta política de los Estados Unidos, que supone considerables sacrificios, podría cambiar algún día. Variaciones en el precio del oro podrían ocurrir y dar lugar a que surgiera en otros países de patrón oro la cuestión de si no sería mejor, para evitar ulteriores alzas de los precios, disociar el patrón monetario del oro. Igual que Suecia intentó elevar la corona sobre su antigua paridad oro no acuñando más oro, así otros países de patrón oro o que intentan volver a él, actuarían de una manera parecida. Esto podría significar una nueva caída en el precio del oro y una ulterior reducción de la utilidad del oro para fines monetarios. Si no tenemos en cuenta las demandas asiáticas de dinero, podríamos decir, sin exageración, que el oro ha dejado de ser una mercancía cuyas fluctuaciones en su precio son independientes de la influencia gubernamental. Las fluctuaciones en el precio del oro son en nuestros días sustancialmente dependientes de la conducta de un gobierno, del de los Estados Unidos de América[30].

Todo lo que no había podido preverse en este resultado de un largo proceso de desarrollo es la circunstancia de que las fluctuaciones en el precio del oro habrían de depender de la política de un solo gobierno. El hecho de que los Estados Unidos hayan adquirido tal predominio económico sobre otros países como ha ocurrido actualmente, y que sólo este país entre los demás de gran importancia económica haya mantenido el patrón oro mientras que otros países (Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, y demás) lo hayan abandonado temporalmente, es consecuencia de lo ocurrido durante la guerra. Ahora bien, la situación no sería esencialmente diferente si el precio del oro dependiera no de la política de Estados Unidos solamente, sino también de la de otros cuatro o cinco gobiernos. Aquellos protagonistas del patrón divisa-oro que lo han recomendado como sistema monetario general y no sólo como un simple remedio para países pobres, han descuidado este hecho. No se han percatado de que el patrón divisa-oro significa en definitiva despojar al oro de la característica más importante desde el punto de vista de la política monetaria: la independencia respecto a la influencia del gobierno sobre las fluctuaciones de su valor. No se ha recomendado o adoptado el patrón divisa-oro con el fin de destronar al oro. Lo único que Ricardo deseaba era reducir los costes del sistema monetario. En muchos países que desde la última década del siglo pasado en adelante han querido abandonar el patrón plata o el patrón dinero-crédito, el patrón divisa-oro, más que un patrón oro con una moneda efectiva de oro, ha sido adoptado para evitar que el aumento de una nueva demanda de oro causara una subida de su precio y una caída en los precios oro de las mercancías. Pero cualesquiera que hayan sido los motivos que hayan influido sobre los protagonistas del patrón divisa-oro, no puede haber duda respecto a los resultados de su creciente popularidad.

Si se mantiene el patrón divisa-oro, antes o después deberá plantearse la cuestión de si no sería mejor sustituirlo por un patrón de dinero-crédito cuyas fluctuaciones pudieran controlarse mejor que las del oro. Pues si las fluctuaciones en el precio del oro dependen sustancialmente de la intervención política, no se ve por qué la política de los gobiernos habría de restringirse y no dar rienda suelta a su intervención, desde el momento en que esta restricción no sería suficiente para confinar la arbitrariedad de la política de precios dentro de límites estrechos. Podría ahorrarse perfectamente el coste del oro adicional para fines monetarios producido por todo el mundo, puesto que ya no garantiza el resultado de independizar el sistema monetario frente a las intervenciones estatales.

Si no se desea este completo control del gobierno, sólo queda una alternativa: intentar volver del actual patrón oro, al empleo real del oro.

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Vuelta al dinero oro

Una vuelta al empleo real del oro tendría unos efectos que difícilmente serían bien recibidos. Conduciría a un alza en el precio del oro o, lo que es lo mismo, a una bajada en los precios de las mercancías. Ya hemos dicho que por lo general esto no se desea, y también hemos visto por qué es así. Podemos suponer con fundamento que tal caída de los precios causaría el mismo malestar que el que causó el proceso de expulsar el oro de la circulación. No se precisa demasiada perspicacia para poder predecir que en tales circunstancias no pasaría mucho tiempo sin que al patrón oro se le hiciera responsable de la mala marcha de los negocios. De nuevo se le reprocharía la bajada de los precios y la subida del tipo de interés. Y de nuevo se avanzaría algún tipo de propuestas de «modificación» del patrón oro. A pesar de todas estas objeciones, la cuestión de si sería aconsejable una vuelta al patrón oro real merece una seria consideración.

Sólo una cosa haría recomendable el abandono del patrón divisa-oro y la reintroducción del uso efectivo del oro, y es la necesidad de hacer que la reaparición de las políticas inflacionistas resulte, si no imposible, por lo menos sustancialmente más difícil. Desde finales del siglo pasado, el intervencionismo estatal en la política monetaria se ha propuesto restringir la circulación efectiva del oro basándose en tres razones: primera, porque deseaba fomentar la inflación, sin rechazar las leyes bancarias existentes, mediante la concentración de las reservas de oro en el banco central; segunda, porque deseaba acumular reservas de guerra; y tercera, porque deseaba apartar a la gente del uso de las monedas de oro para preparar el terreno a la política inflacionista de la inminente Gran Guerra.

Posiblemente no se podrá evitar la guerra o la inflación oponiéndose a semejantes pretensiones. La propuesta de Kant de prohibir el aumento de los préstamos para fines bélicos es sumamente ingenua, y más ingenuo aún sería extender también esa prohibición a la emisión de medios fiduciarios[31]. Sólo una cosa puede vencer la guerra: la actitud liberal del pensamiento que no ve en la guerra más que la destrucción y el aniquilamiento, y que nunca desea que se produzca, porque la considera perjudicial incluso para los vencedores. Donde prevalece el liberalismo, no habrá nunca guerra. Pero donde haya otras opiniones referentes a la utilidad y nocividad de la guerra, ninguna ley ni reglamento, por ingeniosos que sean, podrá evitarla. Si la guerra se considera ventajosa, las leyes que regulan los sistemas monetarios serán incapaces de detenerla. El primer día de cualquier guerra quedan abolidas todas las leyes que la obstaculizan, igual que en 1914 se vino abajo toda la legislación monetaria de los estados beligerantes sin que nadie dijera una sola palabra en contra. Pretender oponerse a políticas futuras de guerra mediante la legislación monetaria es una estupidez. Sin embargo, debemos conceder que el argumento en favor de dificultar la guerra no debe descuidarse cuando se debate la cuestión de si la efectiva circulación interior del oro debe o no eliminarse en el futuro. Si la gente está acostumbrada a emplear el oro en sus transacciones diarias ofrecerá mayor resistencia a una política inflacionista que la que opusieron los países de Europa en 1914. No les es tan fácil a los gobiernos rechazar las reacciones de la guerra sobre el sistema monetario; se verán obligados a justificar su política. El mantenimiento de una moneda de oro efectiva impondría costes considerables a los distintos países y conduciría al principio a una baja general de los precios; no cabe sobre ello la menor duda. Pero todos estos inconvenientes deberán aceptarse como parte del ajuste si se quiere obtener otros servicios del sistema monetario que el de prepararse para la guerra, la revolución o cualquier otra calamidad.

Desde este punto de vista es desde el que debemos considerar la cuestión de la denominación de los billetes. Si se prohíbe la emisión de billetes que no forman un múltiplo de por lo menos las monedas de oro más pequeñas, se emplearán monedas de oro en las transacciones ordinarias. Esto podrá conseguirse de manera más eficaz mediante un acuerdo monetario internacional. Sería fácil forzar a los países a aceptar este acuerdo mediante penalidades aduaneras.

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El problema de la libertad bancaria

Los acontecimientos de estos últimos años replantean cuestiones que parecían ya cerradas. Una de ellas es la cuestión de la libertad de los bancos. Ya no es posible considerarla completamente resuelta como lo ha sido durante décadas. Las desafortunadas experiencias de los billetes de banco que perdieron su valor porque ya no eran efectivamente convertibles condujo en otro tiempo a limitar el derecho de emitir billetes a unas pocas instituciones privilegiadas. Con todo, la experiencia de la regulación estatal de los bancos de emisión ha sido incomparablemente más negativa que la de las empresas privadas no controladas. ¿Qué importan todos los fracasos de los bancos de emisión y comerciales conocidos en la historia en comparación con el total colapso del sistema bancario alemán? Todo lo que se ha dicho en apoyo del control del sistema bancario palidece junto a las objeciones que hoy pueden hacerse contra la regulación estatal de la emisión de billetes. Los argumentos estatistas que se adujeron contra la liberad de emisión ya no convencen; en la esfera bancaria, como en todas las demás esferas, el estatismo ha fracasado.

Las salvaguardias ingeniadas por la legislación liberal del siglo XIX para proteger el sistema de bancos emisores contra los abusos del estado se han demostrado inadecuadas. Nada ha sido más fácil que burlar las medidas legislativas encaminadas a la protección del patrón monetario. Todos los gobiernos, incluso los más débiles e incapaces, lo han hecho sin dificultad. Su política bancaria les ha permitido crear una situación que el patrón oro estaba destinado a evitar: el sometimiento del valor del dinero a la influencia de las fuerzas políticas. Y, habiéndose arrogado este poder, los gobiernos lo han empleado del peor modo posible. Pero, habida cuenta de lo que fueron los demás factores políticos e ideológicos, no podemos afirmar sin más ni más que la plena libertad bancaria habría podido o debido hacer otra cosa.

Supongamos que la libertad bancaria hubiera prevalecido en Europa durante las dos últimas generaciones anteriores al estallido de la Guerra Mundial; que los billetes de banco no hubieran tenido curso legal; que los billetes se hubieran juzgado siempre teniendo en cuenta, no sólo su autenticidad, sino también su solidez, allí donde circulaban, rechazándose los emitidos por bancos desconocidos; pero que, sin embargo, los billetes emitidos por grandes y conocidas firmas bancarias hubieran circulado tan libremente como los emitidos por los grandes bancos centrales en el periodo en que éstos no eran de curso legal. Supongamos también que, no habiendo peligro de que se constituyera un cartel bancario mundial, los bancos hubieran evitado —forzados a ello por la necesidad de convertir sus propios billetes a su presentación— la ampliación inmoderada de sus emisiones aplicando un tipo de interés bajo; o por lo menos que este riesgo no hubiera sido mayor que el existente bajo el sistema de regulación legislativa. Supongamos, en una palabra, que al estallar la guerra, el sistema no hubiera funcionado ni mejor ni peor que el que existe actualmente. Pero la cuestión está en saber si habría podido comportarse mejor después del 28 de julio de 1914. Creo que la respuesta debe ser negativa.

Los gobiernos de los estados beligerantes —y neutrales— borraron de un plumazo todo el sistema de legislación bancaria, y habrían hecho lo mismo si los bancos no hubiesen estado controlados. No habrían tenido en absoluto necesidad de proceder a la emisión de bonos del Tesoro. Simplemente habrían impuesto a los bancos la obligación de conceder préstamos al estado, permitiéndoles cumplir esta obligación al dispensarlos de la necesidad de rescatar sus billetes convirtiéndolos en billetes de curso legal. La solución de algunos pequeños problemas técnicos habría sido diferente, pero el efecto habría sido el mismo, ya que lo que permitió que los gobiernos destruyeran el sistema bancario no era ningún defecto técnico, jurídico o económico de la organización bancaria, sino el poder que les confería el sentimiento general en favor del estatismo y de la guerra. Podían dominar el sistema monetario porque la opinión pública les daba el derecho moral de hacerlo. «La necesidad no conoce ley» fue el principio que sirvió de excusa a todas las acciones de semejantes gobiernos, y no sólo el alemán, al que se reprochó el candor con que confesó su adhesión a esta máxima.

Todo lo más, como hemos explicado, puede garantizarse una efectiva aunque limitada protección contra el futuro abuso estatal del sistema bancario prohibiendo la emisión de billetes de pequeña denominación. Es decir, no por medio de la empresa bancaria privada sin control alguno, sino, por el contrario, mediante la intervención sobre la libertad de emitir billetes. Aparte de esta única prohibición, sería perfectamente posible eliminar de la emisión de billetes toda restricción legislativa y, por supuesto, sin ningún privilegio legislativo como la garantía de curso legal otorgada a los billetes. Sin embargo, está claro que la libertad bancaria per se no puede evitar la vuelta a una política inflacionista.

Prescindiendo de la cuestión de la preparación financiera para la guerra, los argumentos que se alegan en favor de la centralización, la monopolización y control estatal sobre los bancos de emisión en general y de los bancos de crédito en particular son totalmente insostenibles. Durante los últimos veinte o treinta años, la literatura bancaria se ha enredado tanto en los detalles de la técnica comercial, ha abandonado de tal modo la perspectiva de la teoría económica y ha sucumbido tan completamente a la influencia de las más descaradas formas de argumentos estatistas, que para descubrir las consideraciones que se supone militan contra la libertad bancaria es necesario retroceder a las ideas que dominaban la literatura y la política bancarias hace dos o tres generaciones. Se suponía entonces que el sistema de emisión bancaria estaba regulado de forma que protegía los intereses del pobre e ignorante hombre de la calle, de manera que las quiebras de los bancos no pudieran infligir pérdida alguna a quienes no eran hábiles y prácticos en asuntos económicos: el trabajador, el empleado asalariado, el funcionario, el labrador. Se argumentaba en el sentido de que tales personas privadas no deben verse obligadas a aceptar billetes cuyo valor no pueden probar, argumento cuya sola enunciación demuestra su total inconsistencia. Ninguna política bancaria ha sido más perjudicial para el hombre de la calle que la del reciente estatismo.

Sin embargo, el argumento que entonces se creyó decisivo lo suministró el principio monetario. Desde el punto de vista de esta doctrina, todo billete emitido sin cobertura oro es peligroso, por lo que, si se quiere evitar la recurrencia de las crisis económicas, es preciso restringir tales emisiones. Sobre la cuestión de la importancia teórica del principio monetario, y sobre la cuestión de si los medios propuestos por la Escuela Monetaria pudieron ser efectivos, o pueden serlo todavía, nada podemos añadir a lo que ya hemos dicho. Ya hemos demostrado que los peligros que ve el principio monetario sólo existen cuando todos los bancos emisores de crédito proceden de manera uniforme, no sólo dentro de un país, sino en todo el mundo. En la actualidad, la monopolización de los bancos de emisión en cada país aislado no sólo es incapaz de oponer ningún obstáculo a la uniformidad de procedimientos, sino que materialmente la facilita.

Lo que en la última generación anterior a la guerra se suponía que era el argumento decisivo contra la libertad bancaria es justamente lo contrario de lo que sostenía la Escuela Monetaria. Antes de la guerra, lo que se pretendía con el control estatal de la actividad bancaria era reducir artificialmente el tipo interior de interés por debajo del nivel que habrían fijado las consideraciones sobre la posibilidad de conversión si los bancos hubieran sido completamente libres. Se intentó hacer lo más ineficaz posible la obligación de convertir los billetes a su presentación, lo cual constituye la piedra angular de todos los sistemas de bancos emisores de crédito. Tal era la intención de todas estas pequeñas medidas, poco importantes por separado, pero acumulativamente de un efecto considerable aunque temporal, que entonces solían denominarse política bancaria. Su único intento puede sintetizarse en la frase: Sea como fuere, mantener bajo el tipo de descuento. Consiguieron esquivar todos los obstáculos naturales y legales que impedían reducir el tipo bancario por debajo del tipo natural de interés. De hecho, el objeto de toda política bancaria ha sido eludir la necesidad de una política de descuento, un objetivo, es cierto, que no fue posible conseguir hasta que el estallido de la guerra dejó expedito el camino de la inflación.

Si examinamos los argumentos en pro y en contra de la regulación estatal del sistema de bancos emisores y de todo el sistema de medios fiduciarios sin el prejuicio estatista en favor de las reglas y prohibiciones, la única conclusión lógica es la de uno de los últimos defensores de la libertad bancaria: «Sólo hay un peligro que sea peculiar a la emisión de billetes: dispensarla de la obligación de derecho común según la cual todo sujeto que adquiere un compromiso está rigurosamente obligado a respetarle en cualquier momento y en cualquier parte. Este peligro es infinitamente mayor y más peligroso bajo un sistema de monopolio»[32].

12

La propuesta de Fisher de un patrón mercancía

A medida que se consolida la idea de que las fluctuaciones generales de los negocios deben explicarse por referencia a la política crediticia de los bancos, más afanosamente se busca la manera de eliminar la alternancia de auge y depresión en la vida económica. Con el fin precisamente de evitar la recurrencia periódica de las crisis económicas generales, la Escuela Monetaria proponía limitar la emisión de billetes sin cobertura. Un lógico paso ulterior era llenar la laguna presente en su teoría, y consiguientemente en sus propuestas de política económica, mediante la limitación de la emisión de medios fiduciarios de cualquier clase, y no sólo de los billetes de banco. Si así se hubiera hecho, los bancos de crédito no habrían podido ofrecer tipos de interés más bajos que el de equilibrio e introducir así en la circulación nuevas cantidades de medios fiduciarios, con la consecuencia inmediata de estimular artificialmente la actividad económica y la inevitable consecuencia final de la temida crisis económica.

El que efectivamente se dé un paso tan decisivo como éste depende de la política crediticia que en el inmediato futuro sigan los bancos en general y los grandes bancos centrales de emisión en particular. Ya hemos visto que un solo banco, e incluso todos los bancos de un determinado país, o todos los bancos de varios países, no pueden aumentar la emisión de medios fiduciarios si los demás bancos no hacen lo mismo. El hecho de que sólo con gran dificultad se haya logrado un acuerdo tácito en tal sentido entre los bancos de emisión del mundo, y aun así, sólo haya tenido lugar lo que en definitiva no es más que un pequeño incremento del crédito, ha constituido la más eficaz protección de los tiempos modernos contra los excesos de la política crediticia. A este respecto, todavía[33] no sabemos cómo se desenvolverán las circunstancias. Si los bancos de crédito pueden hoy con mayor facilidad ampliar su circulación, el fracaso en adoptar medidas tendentes a limitar la emisión de medios fiduciarios implicará el mayor peligro para la estabilidad de la vida económica.

Durante los años inmediatamente anteriores a la Gran Guerra, el valor de cambio objetivo del oro fue bajando continuamente. Desde 1896, el nivel del precio de las mercancías aumentó también de forma continuada. Este movimiento, que tiene su explicación por un lado en la mayor producción de oro y por otro en el empleo cada vez más extendido de los medios fiduciarios, se hizo más pronunciado después de estallar la guerra. El oro desapareció de la circulación en una serie de países populosos y afluyó a un número de países cada vez menor, en los que siguió desempeñando su función monetaria igual que antes. Desde luego, esto se tradujo en un descenso de la capacidad adquisitiva del oro. Los precios subieron, no sólo en los países con moneda inflada, sino también en aquéllos que continuaban bajo el patrón oro. Si los países que actualmente tienen papel moneda vuelven al oro, el valor objetivo de cambio del mismo aumentará; los precios oro de las mercancías y los servicios bajarán. Este efecto podría modificarse si se adoptara la variedad del patrón divisa-oro en vez del oro como dinero; pero si se ampliara de nuevo el área en que el oro se emplea como dinero, ésa sería una consecuencia que difícilmente podría evitarse del todo. Sólo cesaría si todos los países adoptaran el patrón oro. Tal vez entonces se reanudaría la caída en el valor del oro que se ha venido prolongando durante casi treinta años.

Así, pues, la perspectiva no es particularmente agradable. No es sorprendente, dadas las circunstancias, que la atención de los teóricos y de los políticos se haya dirigido con especial interés a proponer medidas tendentes nada menos que a la creación de un dinero con la capacidad adquisitiva más estable posible.

La idea fundamental del modelo de Fisher para estabilizar la capacidad adquisitiva del dinero es sustituir el patrón oro por un patrón «mercancía». Las teorías anteriores sobre el patrón mercancía se concibieron como complementarias del patrón oro. Lo que pretendían era que las obligaciones monetarias cuyo vencimiento comportaba el transcurso de algún periodo de tiempo fueran satisfechas —bien en virtud de una legislación general obligatoria o bien por especiales acuerdos contractuales entre las partes— no según la suma nominal de dinero a que se refiriesen, sino por el pago de aquella suma de dinero cuya capacidad adquisitiva en el momento de satisfacer la obligación fuera igual a la capacidad adquisitiva de la suma de dinero tomada a préstamo en el momento en que la obligación se originó. Dicho de otro modo, pretendían que el oro continuara desempeñando su función monetaria; la cláusula de actualización sólo tendría efecto en los pagos aplazados. Pero el proyecto de Fisher es más ambicioso. Su patrón mercancía no pretende sólo completar el patrón oro, sino sustituirlo por completo; objetivo que deberá alcanzarse por medio de una ingeniosa combinación del concepto fundamental de patrón divisa-oro con el de cláusula de actualización.

Los sustitutos monetarios que circulan bajo el patrón divisa-oro pueden convertirse mediante la entrega de oro o de letras sobre países que se hallen bajo el patrón oro. Fisher desea mantener la conversión en oro, pero de tal manera que la circulación de las unidades no tenga necesidad de convertirse en una cantidad fija de oro, sino en la cantidad de oro que corresponda a la capacidad adquisitiva de la unidad monetaria en el momento de iniciarse este plan. El dólar —según el modelo elaborado por Fisher para Estados Unidos— ya no sería una cantidad fija de oro de capacidad de compra variable, sino que sería una cantidad variable de oro con capacidad de compra fija. Los cálculos basados sobre las estadísticas de precios se emplean un mes tras otro para la construcción de un número índice que indica en qué medida la capacidad de compra del dólar ha subido o bajado en comparación con el mes precedente. Así, de acuerdo con este cambio en el valor del dinero, la cantidad de oro que representa un dólar ha aumentado o ha disminuido. Y ésta será la cantidad de oro por la cual un dólar podrá cambiarse en los bancos encargados de esta misión, y ésta será la cantidad de oro que tendrán que pagar por un dólar a todo el que lo pida.

El plan de Fisher es ambicioso pero sencillo. Acaso no sea necesario decir que en modo alguno depende de la particular teoría de Fisher sobre el dinero, cuyos fallos en ciertos aspectos cruciales ya hemos puesto de manifiesto[34].

No es preciso criticar de nuevo el plan de Fisher en relación con las graves dudas sobre la corrección científica de los números índice y la posibilidad de utilizarlos en la práctica para eliminar aquellas modificaciones no pretendidas de los contratos a largo término que surgen de las variaciones en el valor del dinero[35]. En el modelo de Fisher, la función del número índice sirve como indicador de las variaciones en la capacidad adquisitiva de la unidad monetaria de mes en mes. Podemos suponer que para determinar los cambios en el valor del dinero en periodos muy cortos —y en nuestro caso un mes puede ciertamente considerase un periodo muy corto— los números índice pueden emplearse con una exactitud por lo menos suficiente para fines prácticos. Pero aun aceptando esto, tendríamos sin embargo que concluir que la ejecución del plan de Fisher no podría en modo alguno mejorar las consecuencias sociales de las variaciones en el valor del dinero.

Pero antes de entrar en esta discusión, conviene averiguar qué es lo que el plan propone respecto a la práctica comercial.

Si se afirma que los efectos de las variaciones en el valor del dinero en las transacciones crediticias a largo plazo se ven compensadas por las variaciones en el tipo de interés, entonces la adopción de un patrón mercancía basado en el uso de los números índice como complemento del patrón oro deberá considerarse superfluo. Pero, en cualquier caso, esto no puede ciertamente aplicarse a las variaciones graduales del valor del dinero cuya amplitud e incluso dirección no pueden preverse; la depreciación del oro que se ha venido produciendo desde finales del siglo pasado difícilmente puede hallar una expresión en las variaciones del tipo de interés. Así, si se pudiera encontrar una solución satisfactoria al problema de medir las variaciones del valor del dinero, la adopción de una cláusula de actualización para las transacciones crediticias a largo plazo (dejando a las partes de los distintos contratos la decisión del empleo de los índices) no podría en absoluto considerarse superflua. Pero las dificultades técnicas son aquí tan grandes que resultan insuperables. La insuficiencia científica de todos los métodos de cálculo de números índice significa que no puede haber ninguno que sea «correcto» y por consiguiente ninguno que pueda reclamar el reconocimiento general. La elección entre los muchos métodos posibles, todos ellos igualmente inadecuados desde el punto de vista puramente teórico, es una elección arbitraria. Ahora bien, si cada método conduce a un resultado diferente, también habrán de ser diferentes las opiniones de los deudores y de los acreedores respecto a ellos. Las distintas soluciones adoptadas, por la ley o por las autoridades administrativas responsables de calcular los números índice, cuando surgen los distintos problemas, constituirán una nueva fuente de incertidumbre en las transacciones crediticias a largo plazo, incertidumbre que podrá afectar a los fundamentos de esas transacciones en mayor medida que las variaciones en el valor del oro.

Todo esto podría aplicarse a las propuestas de Fisher en la medida en que se refieren a las transacciones crediticias a largo plazo. En la medida en que se refieren a las transacciones a corto plazo, debe observarse que incluso bajo la actual organización del sistema monetario no se ignoran las fluctuaciones futuras en el valor del dinero. La dificultad de tener en cuenta las variaciones futuras del Valor del dinero en las transacciones crediticias a largo plazo estriba en la imposibilidad de prever la dirección y amplitud de las variaciones en periodos largos ni siquiera con relativa certeza. Pero para periodos más cortos, semanas o incluso periodos de unos pocos meses, se puede en cierta medida prever el movimiento del nivel de precios de las mercancías; y consiguientemente se tiene en cuenta en todas las transacciones crediticias a corto plazo. El tipo de interés en el mercado del dinero, como se le llama al tipo de interés en el mercado de inversiones a corto plazo, expresa entre otras cosas la opinión del mundo de los negocios sobre las variaciones inminentes en los precios de las mercancías. Sube cuando se espera un alza de precios y baja cuando se espera que los precios caigan. En aquellos acuerdos comerciales en que se tiene en cuenta explícitamente el interés no habría especial dificultad en el esquema de Fisher para realizar el necesario ajuste de la técnica de los negocios; el único ajuste que sería necesario en las nuevas circunstancias sería el de no considerar las variaciones del nivel de los precios de las mercancías para los cálculos futuros del tipo de interés. Pero el asunto es algo más complicado en aquellas transacciones en las que no aparece un tipo de interés explícito, sino que se tiene en cuenta implícitamente en otros términos del acuerdo.

Un ejemplo de un caso de compra a crédito nos ayudará a comprender este punto. Supongamos que en este caso el número índice en un periodo de cinco meses sucesivos sube cada mes en progresión aritmética en un 1 por 100 sobre el número índice del primer mes, según aparece en el siguiente cuadro:

Mes Número Índice Cantidad de oro fino que habrá de
pagarse por un dólar en centésimas de gramo
1 100 160,0
2 101 161,6
3 102 163,2
4 103 164,8
5 104 166,4

Una persona que comprase mercancías en febrero con tres meses de crédito tendría que pagar en mayo 0,048 gramos de oro fino por cada dólar por encima del valor oro contenido en los dólares con que hizo la transacción. Según la práctica actual, los términos de la transacción concluida en febrero habrían tenido en cuenta la prevista subida general de los precios; en la compra entonces realizada se expresan ya las estimaciones del comprador y del vendedor sobre las probabilidades inmediatas relativas a los precios futuros. Ahora bien, puesto que según el esquema de Fisher el precio de compra se fijaría en el pago de un número de dólares acordado, esta alza de los precios se tendría en cuenta una segunda vez, lo cual no parece correcto. En otras palabras, la práctica hoy dominante en lo que respecta a la compra a crédito y a otras transacciones crediticias debería modificarse.

Todo lo que —tras la introducción del patrón mercancía— tiene que hacer una persona que haya comprado un artículo en enero con un crédito a tres meses por 105 dólares bajo un patrón oro simple es tener en cuenta las fluctuaciones previstas en el valor del oro de un modo diferente a fin de no pagar más caro de lo que lo hubiera hecho con dólares oro. Si prevé correctamente que estas fluctuaciones ascenderán a tres dólares, deberá convenir un precio de compra de sólo 160 x 105/164,8 dólares = 101,94 dólares. El plan de Fisher hace necesaria una técnica diferente en los negocios, sin que pueda decirse que esta técnica sea más sencilla que la empleada bajo el patrón oro puro. Tanto con el plan de Fisher como sin él, los compradores y vendedores deberán tener en cuenta las variaciones en el nivel general de los precios al igual que las variaciones particulares en los precios de las mercancías objeto de la compra-venta; la única diferencia está en el método con que valoran el resultado de su opinión especulativa.

Podemos así apreciar qué valor tiene el plan de Fisher en lo que concierne a las consecuencias de las variaciones en el valor del dinero que surgen en relación con las transacciones crediticias. Por lo que respecta a las transacciones a largo plazo, en las que el sistema de Fisher nada añade a la antigua y a menudo discutida cláusula de actualización, que nunca se ha puesto en práctica a causa de los inconvenientes que comporta, el empleo de un patrón mercancía como suplemento del patrón oro es impracticable debido a la fundamental insuficiencia de todos los métodos para calcular los números índices. Para las transacciones a corto plazo, en las que las variaciones en el valor del dinero se tienen ya en cuenta de un modo diferente, el sistema es superfluo.

Pero las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero tienen otro tipo de consecuencia social que surge del hecho de que no se expresan simultánea y uniformemente respecto a todas las mercancías y servicios. El modelo de Fisher no presta ayuda alguna frente a tales consecuencias; en realidad, Fisher nunca se refiere a este tipo de consecuencias de las variaciones en el valor del dinero y sus efectos sociales sólo los ve en la repercusión sobre las relaciones de deuda contraídas en términos de dinero.

De cualquier manera que se calcule, un número índice no expresa sino una media de las variaciones de los precios. Habrá precios que cambien más y precios que cambien menos que la media calculada, e incluso habrá precios que cambien en dirección opuesta. Quienes se ocupan de aquellas mercancías cuyo precio cambia de manera diferente a la media quedarán afectados por las variaciones en el valor de cambio objetivo del oro en la forma ya expuesta (Segunda Parte, capítulo XII, secciones 3 y 4) y el ajuste del valor del dólar al movimiento medio de los precios de las mercancías tal como se expresa en el número índice elegido será totalmente incapaz de afectar a esto. Cuando el valor del oro baja, habrá personas que se favorezcan por el hecho de que el alza de los precios comienza antes para las mercancías que venden que para las que compran; y, por otra parte, habrá personas cuyos intereses se ven perjudicados por el hecho de que tienen que seguir vendiendo sus mercancías a los precios más bajos correspondientes a las circunstancias anteriores, aunque tengan que comprar a precios más altos. La puesta en práctica del modelo de Fisher tampoco podría hacer que las variaciones en el valor del dinero se produjeran simultánea y uniformemente en relación con todos los demás bienes económicos.

Así, pues, las consecuencias sociales de las variaciones en el valor del dinero tampoco pueden eliminarse con la ayuda del patrón mercancía de Fisher.

13

Cuestiones básicas de la futura política monetaria

El modelo de Irving Fisher es sintomático de una tendencia en la política monetaria contemporánea que es contraria al oro. Hay una inclinación en los Estados Unidos y en los países anglosajones a sobreestimar excesivamente la importancia de los métodos basados en los números índice. En estos países se ha pasado por alto totalmente que la exactitud científica de estos métodos deja mucho que desear, que lo único que pueden aportar es un resultado bastante tosco en el mejor de los casos, y que la cuestión de si es preferible uno u otro método de cálculo nunca puede resolverse por medios científicos. La elección dependerá siempre de consideraciones políticas. Es un grave error imaginar que los métodos sugeridos por los teóricos y los estadísticos del dinero sean capaces de independizar la determinación del valor del dinero respecto a las decisiones políticas de los gobernantes. Un sistema monetario en el que las variaciones del valor del dinero y los precios de las mercancías estén controlados por el número computado en las estadísticas de los precios no es menos dependiente de la influencia del gobierno que cualquier otro sistema monetario en el que el gobierno pueda ejercer una influencia sobre los valores.

No hay duda de que la actual situación del mercado del oro tiene que optar entre dos posibilidades: una vuelta al empleo efectivo del oro en la forma del patrón oro inglés del siglo XIX, o el paso a un patrón de dinero-signo con un poder adquisitivo regulado de acuerdo con los números índice. El patrón divisa-oro sólo podría considerarse como base de futuros sistemas monetarios si un acuerdo internacional pudiera imponer a los distintos estados la obligación de mantener una existencia de oro de una dimensión acorde con su capacidad. Un patrón divisa-oro con un fondo de conversión constituido principalmente por letras en monedas de oro de otros países no es, a la larga, una solución general práctica del problema.

La primera edición alemana de esta obra, publicada en 1912, concluía intentando vislumbrar la historia futura del dinero y del crédito. El meollo de aquella exposición rezaba así: «Se ha llegado gradualmente a reconocer como principio fundamental de política monetaria que hay que evitar la intervención en la medida de lo posible. Los medios fiduciarios apenas difieren en su naturaleza del dinero; su oferta afecta al mercado de la misma manera que la oferta de dinero propiamente dicho; las variaciones en su cantidad influyen sobre el valor de cambio objetivo del dinero exactamente igual que las variaciones en la cantidad de dinero. De aquí que lógicamente tengan que someterse a los mismos principios establecidos para el dinero; respecto a ellos debe desplegarse el mismo empeño que el que se despliega para eliminar en lo posible la influencia humana sobre la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos. La posibilidad de originar fluctuaciones temporales en las relaciones de cambio entre bienes de órdenes superiores e inferiores mediante la emisión de medios fiduciarios, y las perniciosas consecuencias vinculadas a la divergencia entre los tipos natural y monetario de interés, son circunstancias que conducen a la misma conclusión. Ahora bien, es evidente que la única manera de eliminar la influencia humana sobre el sistema crediticio es suprimir toda ulterior emisión de medios fiduciarios. La idea básica de la ley de Peel mantiene su vigencia, debiéndose incluir la emisión de crédito en forma de saldos bancarios en la prohibición legislativa de una manera aún más completa que en la Inglaterra de su tiempo.

»A primera vista podría parecer que la aplicación de tales medidas radicales debería conducir a un alza del valor objetivo de cambio del dinero. Pero no ocurre así necesariamente. Es probable que la producción de oro y el aumento de la emisión por los bancos de crédito aumenten actualmente en mayor medida que la demanda de dinero y consiguientemente lleven a una continua disminución del valor de cambio objetivo del dinero. Y es claro que semejante resultado se deriva de la aparentemente unilateral fijación de los precios por parte de los vendedores, cuyo efecto sobre la disminución del valor del dinero ya hemos examinado detalladamente. Las quejas sobre el alza general del coste de la vida, que continuarán aún durante algún tiempo, pueden servir para confirmar la exactitud de este supuesto, que no puede ni confirmarse ni refutarse estadísticamente. Así, pues, una contención en el aumento de la cantidad de dinero en sentido amplio no tiene por qué originar necesariamente un alza de la capacidad adquisitiva de la unidad monetaria; es posible que pueda tener el efecto de contrarrestar total o parcialmente la baja en el valor del dinero que de otro modo se habría producido.

»No puede excluirse enteramente que la política monetaria y crediticia del futuro intente detener toda ulterior caída del valor de cambio objetivo del dinero. Amplias clases de la población —perceptoras de sueldos y salarios— sienten que la continua caída del valor del dinero es injusta. Es seguro que cualquier propuesta que les prometa un alivio en este sentido recibirá su más caluroso apoyo. Cuáles serán estas propuestas y cuál será su alcance, es difícil de prever. En todo caso, los economistas no están llamados a ser profetas».

En otro lugar en el curso de esta exposición se decía que sería inútil ensayar y mejorar el sistema monetario en la forma considerada por la cláusula de actualización: «Debemos abandonar todo intento de hacer la organización del mercado más perfecta de lo que es actualmente y contentamos con lo que ya se ha conseguido; mejor dicho, debemos tratar de conservar lo que ya se ha alcanzado; tarea que ciertamente no es tan fácil como piensan quienes se han preocupado más de perfeccionar el aparato de cambio que de apreciar los peligros que entraña su mantenimiento en el actual nivel de perfección.

»Sería un error suponer que la moderna organización del cambio tendrá que seguir existiendo. Lleva en sí misma el germen de su propia destrucción; el desarrollo de los medios fiduciarios la llevará infaliblemente a la quiebra. Mientras los diferentes bancos de crédito se pongan de acuerdo sobre los principios comunes de su política crediticia, o mientras la multiplicidad de bancos emisores de crédito sea sustituida por un único banco mundial, será imposible poner freno a la expansión de los medios fiduciarios. Al principio, se podrá aumentar la emisión de medios fiduciarios sólo hasta el punto en que el valor de cambio objetivo del dinero se deprima hasta el nivel determinado por los demás usos del metal monetario. Pero semejante límite no existe en el caso del dinero-signo y del dinero-crédito, e incluso en el caso del dinero-mercancía se trata de un límite superable. Pues desde el momento en que el empleo de sustitutos monetarios haya reemplazado al empleo efectivo de dinero en las transacciones de cambio, y no estamos muy lejos de esta situación, quedará superado el límite que representa la obligación de convertir los sustitutos monetarios, con lo que quedará fácilmente consumada la transición al dinero bancario. Entonces el único límite a la emisión estará constituido por los costes técnicos del negocio bancario. En todo caso, mucho antes de que se alcancen estos límites, las consecuencias del aumento de medios fiduciarios se harán sentir agudamente».

Mientras tanto hemos experimentado el colapso, bastante repentino, de los sistemas monetarios en muchos estados europeos. La inflación de los periodos bélico y posbélico, que superó todas las previsiones, ha creado un caos sin precedentes. Ahora estamos en vías de dominar este caos y de volver a una nueva organización del sistema monetario que será tanto mejor cuanto menos difiera del sistema vigente antes de la guerra.

La organización del cambio así realizada tendrá de nuevo todos los defectos a que continuamente nos hemos referido a lo largo de esta obra. El futuro deberá encargarse de erigir salvaguardias contra las medidas inflacionistas del sistema monetario que adopte el gobierno y contra la ampliación de la circulación de medios fiduciarios por parte de los bancos.

Pero tales salvaguardias por sí solas no bastarán para conjurar los peligros que amenazan al desarrollo pacífico de la función del dinero y de los medios fiduciarios en facilitar el cambio. El dinero es parte del mecanismo del mercado libre en un orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción. Sólo si las fuerzas políticas no se oponen a la propiedad privada de los medios de producción se podrá llevar a cabo una política orientada a la mayor estabilidad posible del valor de cambio objetivo del dinero.