DINERO, CRÉDITO E INTERÉS
Sobre la naturaleza del problema
Objeto de este capítulo es investigar la conexión entre la cantidad de dinero en circulación y el nivel del tipo de interés. Ya hemos dicho que las variaciones en la proporción entre la cantidad de dinero y la demanda de éste influyen en la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos. Queda por investigar si dichas variaciones influyen en los precios de los bienes de primer orden de igual manera que en los de los bienes de orden más elevado. Hasta ahora hemos venido considerando las variaciones en la relación de cambio existente entre el dinero y los bienes de consumo, prescindiendo de la relación de cambio entre el dinero y los bienes de producción. Este procedimiento podría parecer justificado, ya que la determinación del valor de los bienes de consumo es el proceso primario y de él se deriva el de la determinación del valor de los bienes de producción. Los bienes de capital o bienes de producción derivan su valor del de los productos que se espera obtener de ellos; no obstante, su valor nunca alcanza el valor íntegro de dichos productos, sino que, por regla general, permanece algo inferior. El margen existente entre el valor de los bienes de capital y el de los productos esperados constituye el interés; el origen de éste radica en la diferencia de valor entre bienes presentes y bienes futuros[1]. Si las variaciones de los precios debidas a componentes monetarios afectan en grado diferente a los bienes de producción y a los de consumo —posibilidad que no puede descartarse—, entonces dichas variaciones conducirán a un cambio en el tipo de interés. El problema que ello sugiere es idéntico a un segundo problema, si bien suelen tratarse separadamente: ¿Puede la política crediticia de los bancos emisores de medios fiduciarios afectar al tipo de interés? ¿Pueden los bancos rebajar el tipo de interés que cargan, en aquellos préstamos que pueden hacer por su facultad de emitir medios fiduciarios, hasta alcanzar el límite marcado por los costes técnicos de su negocio de descuento? La cuestión con que aquí nos tropezamos es la muy discutida de la naturaleza gratuita del crédito bancario.
En los círculos profanos este problema se considera ya resuelto desde hace mucho tiempo. El dinero realiza su función de medio general de cambio facilitando no sólo la venta de bienes presentes sino también el cambio de bienes presentes por bienes futuros y viceversa. El empresario que desea disponer de bienes de capital y trabajo en orden a iniciar un proceso de producción necesita ante todo tener dinero con que adquirirlos. No ha sido corriente transferir bienes de capital por medio del cambio directo. Los capitalistas adelantaban dinero a los productores, y éstos lo usaban para adquirir medios de producción y para pagar salarios. Los empresarios que no disponían de bastante capital propio no pedían bienes de producción, sino dinero. La demanda de capital adoptaba la forma de demanda de dinero; pero ello no debe ocultarnos la naturaleza del fenómeno. Lo que vulgarmente se entiende por abundancia de dinero y escasez de dinero no es otra cosa que abundancia de capital y escasez de capital. La comunidad no puede percibir directamente una escasez real o una abundancia real de dinero; es decir, no puede sentirla sino a través de su influencia en el valor de cambio objetivo del dinero y las consecuencias de las variaciones así inducidas. En efecto, puesto que la utilidad del dinero depende de su poder adquisitivo, el cual debe ser siempre tal que la demanda y la oferta totales coincidan, la comunidad goza siempre de la satisfacción máxima que el uso de dinero puede proporcionar.
Durante mucho tiempo no se ha reconocido esto, ni en gran parte se reconoce todavía. El empresario que desearía ampliar su negocio más allá de los límites fijados por la situación del mercado tiende a quejarse de la escasez de dinero. Toda elevación del tipo de descuento origina quejas relativas a la falta de liberalidad de los métodos bancarios y al obtuso comportamiento de los legisladores cuando dictan leyes que limitan la facultad de conceder crédito. Se recomienda el aumento de los medios fiduciarios como remedio universal para todos los males de la vida económica. Gran parte de la popularidad de las tendencias inflacionistas se basa en semejante manera de pensar. Y no son sólo los profanos quienes sustentan tales opiniones. A pesar de que los expertos están de acuerdo sobre este punto desde los famosos argumentos de David Hume y Adam Smith[2], casi todos los años aparecen nuevos escritores que pretenden demostrar que la amplitud y composición de la existencia de capital carece de influencia sobre el tipo de interés; que éste se determina por la oferta y la demanda de crédito, y que, sin necesidad de elevar el tipo de interés, los bancos podrían satisfacer incluso las mayores demandas de crédito si sus manos no estuvieran atadas por restricciones legislativas[3].
El observador superficial y poco perspicaz creerá poder descubrir muchos síntomas que aparentemente confirman estas opiniones y otras parecidas. Cuando los bancos de emisión elevan el tipo de descuento porque sus billetes en circulación amenazan superar la cantidad legalmente autorizada, la causa más inmediata de su proceder está en las disposiciones tomadas por los legisladores para la regulación de su derecho de emisión. La rigidez general del tipo de interés en el llamado mercado del dinero o mercado de las inversiones de capital a corto plazo, que se produce o, al menos, debería producirse como consecuencia de la elevación del tipo de descuento, se atribuye por ello, y con cierta apariencia de justificación, a la política bancaria nacional. Más sorprendente aún es la conducta de los bancos centrales cuando piensan que no pueden producir el deseado encarecimiento general en el mercado del dinero simplemente mediante la elevación del interés bancario: toman medidas cuya finalidad inmediata es obligar a los demás bancos nacionales a subir el tipo de interés de sus préstamos a corto plazo. En tales circunstancias el Banco de Inglaterra acostumbra lanzar bonos a largo plazo en el mercado libre[4], el Reichsbank ofrecer bonos del Tesoro para su descuento. Si consideramos estos métodos en sí mismos, sin tener en cuenta su función en el mercado, parece razonable concluir que los responsables de la elevación del tipo de interés son la legislación y la interesada política de los bancos. La ignorancia de las complicadas relaciones de la vida económica hace que todas las disposiciones legislativas parezcan medidas favorables al capitalismo y contrarias a los intereses de las clases productoras[5].
Pero los defensores de la política bancaria ortodoxa no han sido más afortunados en sus argumentos. Éstos manifiestan una precaria comprensión de los problemas que se ocultan tras eslóganes tales como «protección del patrón monetario» y «control de la especulación excesiva». Sus prolijas discusiones se adornan con datos estadísticos incapaces de probar nada, y dedican una escrupulosa atención a eliminar las grandes cuestiones teóricas que constituyen el núcleo de su problema. Es innegable que, entre el enorme montón de publicaciones sin valor acerca de la política bancaria aparecidas en los últimos años, existen algunos trabajos excelentes de carácter descriptivo; pero no es menos cierto que, con honrosas excepciones, su contribución a la teoría no puede compararse con los monumentos literarios producidos por la gran controversia entre la Escuela Monetaria y la Escuela Bancaria.
Los primitivos escritores ingleses que se ocuparon de la teoría del sistema bancario trataron de captar la esencia del problema. La cuestión en tomo a la cual se centraron sus investigaciones era si existe un límite a la concesión de crédito por los bancos; cuestión idéntica a la de la naturaleza gratuita del crédito, íntimamente ligada al problema del interés. Durante las primeras cuatro décadas del siglo XIX el Banco de Inglaterra pudo regular sólo hasta cierto punto la cantidad de crédito concedido mediante la variación del tipo de descuento. Debido a que la restricción legislativa del tipo de interés no fue eliminada hasta 1837, no pudo elevar el tipo de descuento por encima del 5 por 100, y tampoco pudo permitir que bajara del 4 por 100[6]. En aquel tiempo, el mejor medio que tenía para ajustar su cartera al estado del mercado de capitales era la expansión y contracción de sus actividades de descuento. Esto explica por qué los antiguos escritores de teoría bancaria hablaran en su mayor parte sólo de aumentos y disminuciones en la circulación de billetes, modo de expresión que duró bastante más que las circunstancias que justificaban la referencia a las subidas y bajadas del tipo de descuento. Pero esto no afecta a la esencia del asunto; en ambos problemas el único punto a discutir es si los bancos pueden o no conceder crédito por encima de la cuantía del capital disponible[7].
Ambas partes coincidieron al responder en esta cuestión negativamente. Estos escritores ingleses tenían un conocimiento extraordinariamente profundo de la naturaleza de las actividades económicas; combinaban un dominio perfecto de la literatura teórica de su tiempo con una visión de la vida económica basada en sus propias observaciones. Su educación rigurosamente lógica les permitió separar rápida y fácilmente lo esencial de lo no esencial y evitar que confundieran la apariencia externa de la verdad con su íntimo contenido. Sus opiniones acerca de la naturaleza del interés podían ser considerablemente divergentes (de hecho muchos de ellos no tenían sino las más vagas ideas acerca de este importante problema, cuyo significado no se explícito hasta una etapa posterior del desarrollo de la ciencia), pero no abrigaban la menor duda de que el nivel del tipo de interés, en cuanto determinado por las condiciones económicas generales, pudiera ser influenciado por el aumento o disminución de la cantidad de dinero u otros medios de pago en circulación, a parte de las consideraciones sobre el aumento de la existencia de bienes disponibles para finalidades productivas que pudiera resultar de la disminución de la demanda de dinero.
Pero a partir de aquí las dos escuelas se separan. Tooke, Fullarton y sus discípulos negaron lisamente que los bancos tuvieran cualquier poder para aumentar la emisión de billetes por encima de las necesidades de los negocios. En su opinión, los medios de pago emitidos por los bancos en un determinado tiempo se ajustan a las necesidades de los negocios de tal manera que, gracias a ello, los pagos que tienen que realizarse en ese tiempo a un nivel dado de los precios pueden perfectamente satisfacerse con la cantidad de dinero existente. Tan pronto como se satura la circulación, ningún banco, tenga o no derecho a emitir billetes, puede continuar concediendo crédito, a no ser de su propio capital o del de sus depositantes[8]. Este criterio era directamente opuesto al de Lord Overstone, Torrens y otros, que partían de la idea de que los bancos pueden ampliar arbitrariamente la emisión de sus billetes, y que trataban de hallar la forma de que se restableciera el perturbado equilibrio del mercado tras semejante procedimiento[9]. La Escuela Monetaria elaboró una teoría completa del valor del dinero y de la influencia de la concesión de crédito sobre los precios de las mercancías y sobre el tipo de interés. Cierto que sus doctrinas se basaban en un concepto insostenible de la naturaleza del valor económico; su versión de la teoría cuantitativa era puramente mecánica. Pero éste no es motivo para vituperarla, ya que sus seguidores no tenían ni intención ni posibilidad de superar la doctrina económica de su tiempo. En su propia esfera de investigación, la Escuela Monetaria consiguió un éxito notable que la hace acreedora al reconocimiento de quienes, con posterioridad, construyeron sobre las bases que ella puso. Es preciso insistir especialmente sobre este punto frente a la minimización de su influencia, que actualmente parece formar parte de los últimos estereotipos de los escritos sobre teoría bancaria. Los defectos que presentaba el sistema de la Escuela Monetaria ofrecían un blanco muy fácil a las agudas críticas de sus oponentes, y hay que reconocer que fue un mérito de los defensores del principio bancario el aprovechar esta oportunidad. Si se hubieran limitado a criticar el principio monetario, ninguna objeción podría hacérseles. Lo pernicioso de su influencia está en que pretendieron haber creado una teoría global de los sistemas monetario y bancario, imaginando que sus obiter dicta sobre la materia constituían semejante teoría. Frente a la teoría clásica, cuyos defectos no deben minimizarse pero cuya agudeza lógica y profunda comprensión de las complicaciones del problema son innegables, sostuvieron una serie de afirmaciones que no siempre formularon con precisión y que a menudo se contradecían imas a otras. De este modo prepararon el camino al método de tratar los problemas monetarios que caracterizó a nuestra ciencia antes de que los trabajos de Menger comenzaran a dar sus frutos[10].
El error fatal de Fullarton y sus discípulos fue olvidar el hecho de que incluso los billetes de banco convertibles se mantienen permanentemente en circulación, pudiendo así producir un exceso de medios fiduciarios cuyas consecuencias son semejantes a las de un aumento en la cantidad de dinero en circulación. Si bien es cierto, como insiste Fullarton, que los billetes emitidos como préstamo vuelven automáticamente al banco al vencer su plazo, ello sin embargo nada nos dice acerca de la cuestión de si el banco es capaz de mantenerlos en circulación mediante una reiterada prolongación de los préstamos. La afirmación que constituye el núcleo de la posición adoptada por la Escuela Bancaria, es decir, que es imposible poner y mantener en circulación más billetes que los que requiere la demanda del público, es insostenible, ya que la demanda de crédito no es una cantidad fija, sino que se expande cuando baja el tipo de interés, y se contrae cuando éste sube. Pero desde el momento en que el tipo de interés que se aplica a los préstamos concedidos en medios fiduciarios creados expresamente con este fin pueden reducirlo los bancos hasta el límite fijado por la utilidad marginal del capital empleado en el negocio bancario, esto es, prácticamente a cero, todo el edificio construido por la escuela de Tooke se desploma.
No es tarea nuestra realizar una exposición histórica de la controversia entre las dos famosas escuelas inglesas, por muy tentadora que pueda ser tal empresa. Nos limitaremos a afirmar una vez más que los trabajos de la Escuela Monetaria contienen muchas más ideas útiles de lo que suele suponerse, especialmente en Alemania, donde, por regla general, únicamente se conoce esta escuela a través de los trabajos de sus adversarios, tales como la Historia de los precios, de Tooke y Newmarch, los Principios, de Stuart Mill, y las versiones alemanas del principio bancario, sumamente deficientes en lo que respecta a la comprensión de la naturaleza de los problemas en cuestión.
Antes de investigar la influencia de la creación de medios fiduciarios en la determinación del valor de cambio objetivo del dinero y en el nivel del tipo de interés, debemos hablar de la relación entre las variaciones en la cantidad de dinero y en el tipo de interés.
La conexión entre las variaciones en la relación entre la cantidad de dinero y la demanda de dinero y las fluctuaciones en el tipo de interés
Las variaciones en la relación entre la cantidad de dinero y la demanda de éste tienen que acabar ejerciendo una influencia también en el tipo de interés; pero ello sucede de manera diferente de lo que vulgarmente se imagina. No existe una conexión directa entre el tipo de interés y la cantidad de dinero que poseen los individuos que participan en las transacciones del mercado; existe sólo una relación indirecta que se opera a través de los cambios en la distribución social de la riqueza y de la renta que se produce como consecuencia de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero.
Un cambio en la relación entre la cantidad y la demanda de dinero, y las consiguientes variaciones en la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos, sólo puede ejercer una influencia directa sobre el tipo de interés si se emplea dinero metálico y se producen variaciones en la cantidad de metal disponible para fines industriales. El aumento o disminución de la cantidad de metal disponible para fines no monetarios significa un aumento o disminución del fondo nacional de subsistencia y de este modo influye en el nivel del tipo de interés. No es necesario consignar que el significado práctico de este fenómeno es totalmente insignificante. Podemos, por ejemplo, imaginar cuán pequeño en comparación con la diaria acumulación de capital fue el aumento en el fondo nacional de subsistencia que originaron los descubrimientos de oro en Sudáfrica, o bien el aumento del fondo de subsistencia que se habría producido si la totalidad de los metales extraídos de las minas se hubieran empleado exclusivamente para fines industriales. Pero sea lo que fuere, lo importante para nosotros es mostrar que se trata de un fenómeno sólo vinculado con las formas no monetarias de empleo del metal.
Por lo que respecta a la función monetaria, no se precisa una larga discusión para demostrar que aquí todo depende de si la cantidad adicional de dinero se emplea o no uniformemente para obtener bienes de producción y bienes de consumo. Si una cantidad adicional de dinero elevara la demanda tanto de bienes de consumo como de los correspondientes bienes de orden superior exactamente en la misma proporción, o si la retirada de la circulación de una cantidad de dinero disminuyera en igual proporción ambas demandas, entonces no había lugar al problema de si tales variaciones tienen un efecto permanente sobre el nivel del tipo del interés.
Hemos visto que los desplazamientos en la distribución de la renta y de la propiedad constituyen una consecuencia esencial de las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero. Pero toda variación en la distribución de la renta y de la propiedad entraña a su vez variaciones en el tipo del interés. No es lo mismo que la renta de un millón de coronas se distribuya de manera que 100 personas perciban 2800 coronas cada una y 900 personas perciban 800 que el que dicha renta total se distribuya de manera que cada una de las 1000 personas perciban 1000 coronas. En términos generales, puede decirse que las personas que disfrutan de una renta elevada realizan un mejor aprovisionamiento para el futuro que las que tienen una renta escasa. Cuanto más pequeña es la renta de una persona mayor es el premio que atribuye a los bienes presentes en relación con los futuros. Por el contrario, un aumento de prosperidad significa un mejor aprovisionamiento para el futuro y una valoración más elevada de los bienes futuros[11].
Las variaciones en la relación entre la cantidad de dinero y la demanda de éste pueden influir permanentemente sobre el tipo de interés sólo a través de los desplazamientos en la distribución de la propiedad y de la renta que provocan. Si la distribución de la propiedad y de la renta se modifica de tal manera que aumente la capacidad de ahorro, entonces la relación entre el valor de los bienes presentes y el de los bienes futuros deberá cambiar a favor de los últimos. De hecho, uno de los elementos que contribuyen a determinar el tipo del interés, el fondo nacional de subsistencia, queda necesariamente afectado por el aumento del ahorro. Cuanto mayor sea el fondo de medios de subsistencia de la comunidad, más bajo será el tipo de interés[12]. De aquí se deduce inmediatamente que las particulares variaciones en la relación entre la cantidad de dinero y la demanda de éste no producen siempre los mismos efectos sobre el nivel del tipo de interés; por ejemplo, no puede decirse que un aumento de la cantidad de dinero provoque una disminución del tipo de interés ni que una disminución de la cantidad de dinero surta el efecto opuesto. El que se produzca una u otra consecuencia depende siempre de que la nueva distribución de la riqueza sea más o menos favorable a la acumulación de capital. Pero esta circunstancia puede ser diferente en cada caso individual, de acuerdo con la ponderación cuantitativa de los factores que la integran. Sin conocer los datos reales es imposible decir nada definitivo acerca de ella.
Éstos son los efectos a largo plazo sobre el tipo de interés causados por las variaciones en la relación entre la demanda total de dinero y la cantidad de éste. Se producen como consecuencia de los desplazamientos en la distribución de la renta y la propiedad provocados por las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero, y son tan permanentes como esas fluctuaciones. Pero durante el periodo de transición tienen lugar otras variaciones en el tipo de interés que son sólo de carácter transitorio. Ya nos hemos referido al hecho de que las consecuencias económicas generales de las variaciones en el valor de cambio del dinero provienen en parte de que dichas variaciones no aparecen uniforme y simultáneamente, sino que parten de un determinado punto y sólo gradualmente se van extendiendo a través del mercado. Mientras dura este proceso, surgen beneficios y pérdidas diferenciales, que de hecho son la fuente de la que proceden las variaciones en la distribución de la renta y la propiedad. Por regla general, los empresarios son los primeros afectados. Si el valor de cambio objetivo del dinero desciende, el empresario gana, ya que podrá hacer frente a parte de sus costes de producción a precios que no corresponden al nivel de precios más elevado, mientras que, por otra parte, podrá vender sus productos a un precio en consonancia con la variación que mientras tanto se ha producido. Si el valor de cambio objetivo del dinero se eleva, el empresario pierde, puesto que sólo podrá asegurar a sus productos un precio en consonancia con la caída del nivel de precios, mientras que sus gastos de producción tendrá que afrontarlos a los precios más altos. En el primer caso, las rentas de los empresarios suben durante el periodo transitorio, mientras que en el segundo caso bajan, lo cual no puede menos de influir sobre el tipo de interés. Un empresario que obtiene beneficios elevados estará dispuesto a pagar, si fuere necesario, un tipo de interés más alto, y la competencia de otros posibles prestatarios, atraídos por la misma perspectiva de mayores beneficios, inducirá una elevación del tipo de interés. En cambio, el empresario cuyos negocios van mal sólo podrá pagar un tipo de interés más bajo y la presión de la competencia obligará a los prestamistas a contentarse con ese menor tipo de interés. Así, una caída del valor del dinero va paralela a una elevación del tipo de interés, mientras que la elevación del valor del dinero lleva aparejado el descenso de dicho tipo, y esto dura tanto como el movimiento del valor de cambio objetivo del dinero. Cuando cesa este movimiento, el tipo de interés se restablece al nivel dictado por la situación económica general[13].
Así, pues, las variaciones del tipo de interés no aparecen como consecuencia inmediata de las variaciones en la relación entre la demanda de dinero y la cantidad de éste, sino que sólo se producen como resultado de desplazamientos en la distribución social de la propiedad que acompañan a las fluctuaciones en el valor de cambio objetivo del dinero provocadas por las variaciones en la relación entre cantidad y demanda de dinero. Además, la tan repetida cuestión de la precisa conexión entre las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero y la variación en el tipo de interés denota una desdichada confusión de ideas. Las variaciones en las valoraciones relativas de bienes presentes y de bienes futuros no son fenómenos diferentes de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero. Ambas forman parte de una única transformación de las condiciones económicas existentes, determinada en última instancia por los mismos factores. Al prestarle la consideración que merece, reparamos una negligencia y completamos el argumento desarrollado en la segunda parte de este libro.
La conexión entre el tipo de equilibrio y el tipo monetario de interés
Un aumento en la cantidad de dinero en sentido amplio originado por una emisión de medios fiduciarios significa un desplazamiento de la distribución social de la propiedad realizado en favor del emisor. Si son los bancos los que emiten los medios fiduciarios, este desplazamiento será especialmente favorable a la acumulación de capital, pues en tal caso el organismo emisor emplea la riqueza adicional recibida sólo para fines productivos, ya sea directamente iniciando o prosiguiendo un proceso de producción, ya sea indirectamente prestando dinero a los productores. Así, por regla general, la caída del tipo de interés en el mercado del crédito, que surge como la consecuencia más inmediata del aumento en la oferta de bienes presentes debida a la emisión de medios fiduciarios, deberá ser en parte permanente; es decir, no será eliminada por la reacción que se siga de la disminución de la propiedad de otras personas. Es muy probable que las masivas emisiones de medios fiduciarios realizadas por los bancos representen un fuerte impulso hacia la acumulación de capital y contribuyan consecuentemente a la caída en el tipo de interés.
Una cosa hay que dejar clara: no existe relación aritmética directa entre un aumento o una disminución en la emisión de medios fiduciarios, por una parte, y el aumento o disminución del tipo de interés que esto ocasiona de forma indirecta a través de sus efectos sobre la distribución social de la riqueza, por otra. Esto se deduce simplemente de la circunstancia de que no existe relación directa entre la redistribución de la propiedad y las diferentes maneras en que se emplea la existencia acumulada de bienes en la comunidad. La redistribución de la propiedad hace que los agentes económicos individuales tomen decisiones distintas de las que en otro caso hubieran tomado. Tratan los bienes de que disponen de manera diferente; los asignan de modo diferente entre el empleo presente (consuntivo) y empleo futuro (productivo). Esto puede dar lugar a una alteración en la cuantía del fondo nacional de subsistencia si los cambios en los usos a que los agentes económicos individuales destinan los bienes no se contrapesan entre sí sino que dejan un exceso en una u otra dirección. Esta alteración en la cuantía del fondo nacional de subsistencia es la causa más inmediata de la variación que experimenta el tipo de interés; y puesto que, como ya hemos dicho, éste no depende en absoluto inequívocamente de la amplitud y dirección de las fluctuaciones en la cantidad de dinero en sentido amplio, sino de la total estructura productiva de la comunidad, no puede establecerse una relación directa entre las variaciones en la cantidad de dinero y las variaciones del tipo de interés. De hecho es indudable que, por muy grande que sea el aumento de la cantidad de dinero en sentido amplio, ya se origine en un aumento de los medios fiduciarios o en un aumento de la cantidad de dinero en sentido estricto, el tipo de interés nunca podrá reducirse a cero. Eso sucedería únicamente si los desplazamientos que sobrevinieran aumentaran el fondo nacional de subsistencia hasta el extremo de que se agotaran todas las posibilidades de incrementar la producción mediante procesos indirectos más productivos. Esto significaría que en todas las ramas de la producción no se tendría en cuenta el tiempo transcurrido entre el comienzo de la producción y el disfrute del producto, y que la producción se llevaría tan lejos que los precios de los productos serían justamente los precisos para pagar una retribución igual a los factores primarios en cada empleo que se hiciera de ellos. Particularmente en lo que se refiere a los bienes duraderos, ello significaría que su cantidad y durabilidad aumentaría enormemente, hasta que los precios de sus servicios cayeran tanto que únicamente alcanzaran a amortizar las inversiones. No se puede precisar en qué medida, por ejemplo, debería incrementarse la oferta de viviendas para que el valor de su alquiler anual descienda hasta una suma que sólo rindiera justamente una renta total igual a su coste original por el tiempo que dure su vida. Si la vida de un bien puede aumentar casi indefinidamente en condiciones de costes decrecientes, el resultado será que sus servicios sean prácticamente bienes libres. Parece poco probable que se pueda dar una prueba precisa de que el aumento en la cuantía del fondo nacional de subsistencia debido a una redistribución de la propiedad pueda nunca llegar tan lejos. Pero tenemos capacidad suficiente para estimar las proporciones que alcanzaría sin necesidad de esta prueba precisa imposible de obtener. Por lo que respecta a los desplazamientos en la distribución de la propiedad provocados por un aumento en la circulación de medios fiduciarios, parece que podríamos ir aún más lejos y asegurar que en ninguna circunstancia serían muy considerables. Aunque no podamos probarlo en modo alguno, ya sea deductiva o inductivamente, no obstante parece ser ésta una afirmación bastante razonable. Y con esto deberemos contentamos, pues no pretendemos basar ningún género de ulterior argumento en semejante proposición indemostrable.
La cuestión que ahora nos ocupa es la siguiente: Es indiscutible que los bancos pueden reducir el tipo de interés de los créditos que conceden hasta cualquier nivel que esté por encima de sus costes (por ejemplo, el coste de fabricar los billetes, los salarios de sus empleados, etc.). Si lo hacen así, la fuerza de la competencia obligará a los demás bancos a seguir su ejemplo. Por consiguiente, los bancos tendrán la posibilidad de reducir el tipo de interés hasta este límite con tal de que al hacerlo no pongan en movimiento otras fuerzas que restablezcan automáticamente el tipo de interés al nivel que determinan las circunstancias del mercado de capitales, esto es, el mercado en el cual se intercambian los bienes presentes y futuros. El problema que se nos plantea es el que suele designarse con el tópico de la «naturaleza gratuita del crédito». Se trata del principal problema de la teoría bancaria.
Es un problema cuya gran importancia teórica y práctica se ha pasado por alto con frecuencia. La principal responsabilidad de este descuido debe atribuirse a la manera poco afortunada en que se ha formulado. Actualmente el problema de la naturaleza gratuita del crédito no parece tener una importancia práctica demasiado grande. Y puesto que el interés por las cuestiones de teoría pura es tan escaso entre los economistas actuales, se trata de un problema casi totalmente descuidado. No obstante, si la manera de plantearlo se modificase aunque sólo fuera ligeramente, resultaría evidente lo injustificado de semejante descuido, incluso desde el punto de vista de quienes sólo se preocupan de las necesidades de la vida diaria. Una nueva emisión de medios fiduciarios, según hemos visto, da lugar indirectamente a una variación en el tipo de interés al originar desplazamientos en la distribución social de la renta y de la riqueza. Pero los nuevos medios fiduciarios que llegan al mercado de préstamos producen también un efecto directo sobre el tipo de interés. Constituyen una oferta adicional de bienes presentes y, en consecuencia, tienden a hacerlo caer. La conexión entre estos dos efectos sobre el tipo de interés no está clara. ¿Existe una fuerza que los armoniza? Es sumamente probable que el aumento de la oferta de medios fiduciarios en el mercado en que se cambian bienes presentes por bienes futuros ejerza a primera vista una influencia más fuerte que los desplazamientos en la distribución social surgidos como consecuencia de este aumento. ¿Quedan así las cosas? ¿Es o no definitiva la inmediata reducción del interés que necesariamente sigue al aumento de medios fiduciarios?
Hasta ahora, el tratamiento que este problema ha recibido por parte de los economistas no ha estado en absoluto en línea con su importancia. Su verdadera naturaleza ha sido en su mayor parte tergiversada, por lo que era lógico que, con un planteamiento inicial incorrecto, todo ulterior intento de solución fracasara. Pero incluso las pocas teorías que han captado la esencia del problema han fracasado a la hora de intentar resolverlo.
Para algunos autores, el problema parece ofrecer escasa dificultad. De la circunstancia de que los bancos puedan reducir el tipo de interés hasta el límite establecido por sus costes de funcionamiento creyeron poder deducir que el crédito podría concederse gratuita o, mejor dicho, casi gratuitamente. Al formular esta conclusión, su doctrina implícitamente niega la existencia del interés. Considera éste como una compensación por la renuncia temporal al dinero en sentido amplio, punto de vista, ciertamente, de insuperable ingenuidad. La crítica científica hace bien al tratarla con desprecio, ya que no vale la pena ni siquiera mencionarla de pasada. En todo caso, conviene dejar constancia de cómo estas ideas sobre la naturaleza del interés ocupan un lugar importante en la opinión popular; se proponen una y otra vez y se recomiendan como base para la adopción de medidas de política bancaria[14].
No menos insostenible es la actitud de la opinión científica ortodoxa hacia el problema. Esta opinión, siguiendo en esto el ejemplo dado por los partidarios del principio bancario, se limita a cuestionar la existencia del problema. De hecho, no puede hacer otra cosa. Si se mantiene la opinión de que la cantidad de medios fiduciarios en circulación no puede nunca exceder la demanda —en el sentido arriba definido—, se deduce necesariamente que los bancos no pueden conceder crédito gratuitamente. Por supuesto, no podrían exigir ningún reembolso o compensación más allá de los costes de producción de los préstamos que conceden. Pero con esto no cambiaría fundamentalmente la cuestión, salvo en el caso de que los beneficios de la emisión de medios fiduciarios que los bancos en otro caso recibirían fueran en beneficio de los prestatarios. Y como, según esta opinión, los bancos no están capacitados para aumentar arbitrariamente la cantidad de medios fiduciarios en circulación, la limitación de la emisión de éstos dejaría únicamente un campo de acción muy pequeño para la influencia de su política de descuento sobre el tipo general de interés. De aquí se deduce que únicamente pueden surgir diferencias insignificantes entre el tipo de interés aplicado por los bancos de emisión y el que la situación económica general determina para otras transacciones crediticias.
Hemos tenido ya oportunidad de descubrir dónde está el error del argumento. Se reconoce que la cantidad de medios fiduciarios que proceden de los bancos está limitada por el número y amplitud de las demandas de descuento que los bancos reciben. Pero el número y amplitud de dichas demandas no es independiente de la política crediticia de los bancos; reduciendo el tipo de interés que aplican a sus préstamos, pueden aumentar indefinidamente la demanda crediticia del público. Y como los bancos —según reconocen aun los más ortodoxos discípulos de Tooke y Fullarton— pueden satisfacer toda demanda de crédito, pueden también ampliar arbitrariamente su emisión de medios fiduciarios. Es evidente que un solo banco no podrá hacerlo mientras sus competidores actúen de manera diferente; pero no parece que haya razón para que todos los bancos emisores de crédito de una comunidad aislada, o del mundo considerado en conjunto, no puedan hacerlo mediante un procedimiento uniforme. Si imaginamos una comunidad aislada en la que actúa un solo banco emisor, y suponemos también (lo cual es obvio) que los medios fiduciarios que dicho banco emite gozan de la confianza general de la comunidad y se emplean libremente en los negocios como sustitutos monetarios, entonces aparecerá más claramente la debilidad de la afirmación de la teoría bancaria ortodoxa. En tal situación, la emisión fiduciaria del banco no encontrará otros límites que los que el propio banco se fije.
Pero ni siquiera la Escuela Monetaria trató el problema de forma satisfactoria. Parece (aunque una investigación histórica exhaustiva tal vez podría conducir a otro resultado) que esta escuela se limitó a examinar las consecuencias de una inflación de medios fiduciarios en el supuesto de que coexistiesen varios grupos independientes de bancos en el mundo y de que estos grupos bancarios no siguieran todos una política crediticia uniforme y paralela. La cuestión de un aumento general de los medios fiduciarios, que en la primera mitad del siglo XIX tenía una escasa importancia práctica inmediata, no parece que entrara en el campo de sus investigaciones. Por lo que sus defensores no tuvieron ocasión de considerar el aspecto más importante del problema. Lo que necesitamos hacer para aclarar este importante problema es algo que todavía no se ha hecho, porque incluso el trabajo más meritorio en este campo, que es el realizado por Wicksell, no se puede decir que alcanzara su objetivo, aunque tuviera al menos el mérito de plantear el problema con claridad.
Wicksell distingue entre el tipo natural de interés (natürliche Kapitalzins), o tipo de interés que se fijaría por la oferta y la demanda si los bienes de capital se prestaran sin la mediación de dinero, y el tipo monetario de interés (Geldzins), que es el tipo de interés a corto plazo que se pide y se paga por los préstamos en dinero o sustitutos monetarios. No es preciso que ambos tipo de interés coincidan, pues los bancos pueden ampliar su emisión de medios fiduciarios hasta donde quieran, ejerciendo así una presión sobre el tipo monetario que lo contraiga al límite fijado por sus costes. Sin embargo, es cierto que, más pronto o más tarde, el tipo monetario de interés tiene que ponerse al nivel del tipo natural, y el problema está en averiguar de qué forma se realiza esta última coincidencia[15]. Nada que objetar en todo esto a la argumentación de Wicksell; las dificultades vienen ahora.
Según Wicksell, en todo momento y en todas las condiciones económicas posibles existe un nivel del tipo medio de interés monetario a corto plazo en el que el nivel general de los precios de las mercancías no tiende a oscilar hacia arriba o hacia abajo. A este tipo él lo llama tipo normal de interés, y su nivel se determina por el tipo natural de interés a largo plazo que prevalece, aunque por ciertas razones que no conciernen al problema que estudiamos no es preciso que ambos tipos coincidan exactamente. Cuando, por la causa que fuere, el tipo medio de interés a corto plazo se fija por debajo de este tipo normal, en cualquier cantidad por pequeña que sea, y se mantiene a este nivel, tendrá lugar un alza de los precios progresiva y eventualmente enorme «que naturalmente obligará a los bancos a elevar, más pronto o más tarde, sus tipos de interés»[16]. Ahora bien, por lo que respecta a la subida de los precios, podemos estar provisionalmente de acuerdo en esto; pero resulta inconcebible por qué una subida general en los precios de las mercancías tenga que inducir a los bancos a subir sus tipos de interés. Es claro que un motivo para ello puede estar bien en las regulaciones, ya sean legislativas o establecidas por los usos mercantiles, que limitan la circulación de medios fiduciarios, o bien en la necesaria consideración del proceder de los otros bancos que produce el mismo tipo de efecto. Pero si partimos, como hace Wicksell, del supuesto de que solamente hay medios fiduciarios en circulación y la cantidad de los mismos no está limitada legislativamente, de manera que los bancos son enteramente libres de ampliar su emisión, es imposible entonces ver por qué la elevación de los precios y el aumento de la demanda de préstamos tendrá que inducirlos a elevar el tipo de interés que aplican a estos préstamos.
Al propio Wicksell no se le ocurre otra razón que el que la necesidad de oro y billetes de banco que experimenta el mundo de los negocios es mayor cuando se eleva el nivel general de los precios, pues los bancos no reciben entonces la totalidad de las sumas que han prestado, parte de las cuales queda en manos del público; como consecuencia, las reservas del banco disminuyen, en tanto que aumenta su pasivo, todo lo cual les induce a elevar el tipo de interés[17]. Pero en este argumento Wicksell contradice el supuesto de que parte en su investigación. La consideración del nivel de sus reservas de caja y de su relación con las obligaciones surgidas de la emisión de medios fiduciarios no puede ser el móvil de la hipotética banca que él describe. Wicksell parece haber olvidado de pronto el supuesto en que al principio hacía tanto hincapié, a saber: que la circulación consiste exclusivamente en medios fiduciarios.
Wicksell hace incidentalmente una rápida mención de un segundo límite a la emisión de medios fiduciarios. Piensa que los bancos que aplican un tipo de interés más bajo que el correspondiente al nivel medio del tipo natural encuentran un límite en el empleo de metales preciosos para usos industriales. Si el poder adquisitivo del dinero es demasiado bajo, hace disminuir la producción del oro, pero aumenta, ceteris paribus, su consumo industrial, y la escasez que se produciría tan pronto como el consumo comenzara a exceder a la producción tendría que ser satisfecha con las reservas de los bancos[18]. Esto es totalmente cierto cuando se emplea dinero metálico; el aumento de medios fiduciarios debe frenarse antes de que la reducción del valor de cambio objetivo del dinero que implica absorba el valor proveniente del empleo monetario del metal. Tan pronto como el valor de cambio objetivo del dinero caiga por debajo del valor industrial del metal, toda nueva pérdida del valor (que, por otra parte, afectaría igualmente en el mismo grado al poder adquisitivo de los sustitutos monetarios) haría acudir a las ventanillas de los bancos a todos los que necesitaran metal para usos industriales, pues allí lo encontrarían más barato. Los bancos no podrían ampliar su emisión, ya que sus clientes podrían obtener un beneficio simplemente mediante el cambio de medios fiduciarios por dinero. Todos los medios fiduciarios emitidos por encima del límite dado volverían inmediatamente a los bancos[19].
Pero esta demostración no nos aproxima a la solución del problema. El mecanismo mediante el cual una emisión de medios fiduciarios se detiene tan pronto como la disminución del valor de cambio objetivo del material del cual se fabrica el dinero alcanza los límites establecidos por su empleo industrial es efectivo tan sólo en el caso de un dinero-mercancía: en el caso de dinero-crédito lo será únicamente en cuanto afecte a títulos sobre dinero-mercancía, pero nunca en el caso de dinero-signo. Más importante es un segundo factor: este límite se halla muy distante, por lo que aun cuando es eventualmente efectivo, deja todavía un margen muy amplio para el aumento de la emisión de medios fiduciarios. Pero de aquí no se sigue en absoluto que los bancos puedan reducir el tipo de interés de los préstamos a plena voluntad, como trataremos de demostrar a continuación.
La influencia de la política de interés de los bancos de crédito sobre la producción
Adoptando un procedimiento uniforme, los bancos pueden ampliar indefinidamente sus emisiones. También pueden estimular la demanda de capital reduciendo el tipo de interés de los préstamos y, dentro de los límites arriba expuestos, llegar en esto tan lejos como lo permita el coste de la concesión de los préstamos. Al hacerlo fuerzan a sus competidores en el mercado de préstamos, esto es, a todos aquéllos que no prestan medios fiduciarios creados por ellos mismos, a realizar una correspondiente reducción en el tipo de interés. De esta forma los bancos de emisión pueden en principio reducir el tipo de interés de los préstamos casi a cero. Esto, naturalmente, es cierto solamente en el supuesto de que los medios fiduciarios gocen de la confianza del público, de manera que cualquier demanda hecha a los bancos de liquidación de la promesa de conversión inmediata que constituye la naturaleza de los medios fiduciarios no se deba a la duda que sus poseedores puedan tener respecto a su garantía. Esto supuesto, la única explicación posible de una retirada de depósitos o de una presentación de billetes para su conversión será la existencia de una demanda de dinero para realizar pagos a personas que no pertenecen al círculo de los clientes de los bancos. Los bancos no tienen por qué satisfacer necesariamente esta demanda entregando dinero; pueden servir igualmente los medios fiduciarios de aquellos bancos entre cuyos clientes se encuentran aquellas personas a las que los propios clientes del banco desean realizar pagos. En este caso no es necesario que los bancos mantengan un fondo de conversión consistente en dinero, pues su lugar puede ocuparlo un fondo de conversión integrado por medios fiduciarios de otros bancos. Si imaginamos todo el sistema crediticio del mundo concentrado en un solo banco, veríamos que no existiría presentación de billetes y retirada de depósitos: de hecho la demanda total de dinero en sentido estricto desaparecería. Estas suposiciones no son completamente arbitrarias. Ya hemos dicho que la circulación de medios fiduciarios es solamente posible en el supuesto de que los institutos emisores gocen de la total confianza del público, ya que la más leve sombra de desconfianza entrañaría inmediatamente el colapso del castillo de naipes que es la circulación crediticia. También sabemos que todos los bancos de emisión tratan de ampliar su circulación de medios fiduciarios todo lo que pueden, y que los únicos obstáculos que hoy encuentran para ello son las prescripciones legales y los usos mercantiles relativos a la cobertura de los billetes y depósitos, no la resistencia por parte del público. Si no existiera una restricción artificial del sistema crediticio, y si todos los bancos emisores de crédito coincidieran en la adopción de un procedimiento análogo, únicamente sería cuestión de tiempo el completo abandono del uso del dinero. Está, por ello, enteramente justificado el que basemos nuestra exposición en el supuesto antes indicado.
Ahora bien, si el supuesto es válido, y si prescindimos del límite aplicado al caso del dinero metálico, al que ya nos hemos referido, no habrá prácticamente ningún límite a la emisión de medios fiduciarios; el tipo de interés de los préstamos y el nivel del valor de cambio objetivo del dinero estarán únicamente limitados por los costes de mantenimiento de los bancos, un mínimo extraordinariamente bajo. Suavizando las condiciones exigidas para la concesión de crédito, los bancos pueden ampliar la emisión de medios fiduciarios casi indefinidamente. Esta conducta irá acompañada de una caída en el valor de cambio objetivo del dinero. El rumbo que tome la depreciación, que es la consecuencia de una emisión de medios fiduciarios por los bancos, puede ser, en cierto grado, diferente de la que produciría un aumento en la cantidad de dinero en sentido estricto, o de la que produciría una emisión de medios fiduciarios no realizada por los bancos; pero la esencia del proceso sería la misma. Pues es indiferente que la disminución del valor de cambio objetivo del dinero afecte en primer lugar a los propietarios de minas, al gobierno que emite dinero-signo, dinero-crédito o piezas acuñadas, o a las empresas que disponen de los medios fiduciarios recién emitidos por medio de préstamos.
A nada conduce la ardua consideración del problema de si la cantidad de medios fiduciarios puede aumentarse indefinidamente sin menoscabo de la confianza del público. Para los problemas teóricos que tratamos esta cuestión carece de importancia. Nuestra investigación no tiende a demostrar que el valor de cambio objetivo del dinero y el tipo de interés de los préstamos pueden reducirse casi a cero, sino a extraer las consecuencias que se deducen de la posible divergencia entre el tipo de interés natural y el tipo de interés monetario. Por esta razón nos es indiferente que en un sistema de dinero-mercancía los medios fiduciarios no puedan seguir aumentando cuando el valor de cambio objetivo del dinero se reduce al nivel determinado por el empleo industrial del metal.
Si los bancos emisores de crédito pudieran reducir el tipo de interés de los préstamos por debajo del nivel determinado por la situación económica general (tipo de interés natural de Wicksell), surgiría la cuestión de las consecuencias de semejante situación. ¿Quedarían así las cosas, o se pondría automáticamente en movimiento alguna fuerza que eliminara la divergencia entre ambos tipos de interés? Es sorprendente que este problema, que a primera vista no puede menos de parecer sumamente interesante y que, sometido a un examen más detallado, demuestra tener una gran importancia para la comprensión de muchos procesos de la vida económica moderna, no se haya tratado hasta ahora seriamente.
No diremos aquí nada más sobre los efectos de una emisión de medios fiduciarios en la determinación del valor de cambio objetivo del dinero; ya se han tratado exhaustivamente. Nuestra tarea consistirá en señalar las consecuencias económicas generales de una posible divergencia entre el tipo natural y el tipo monetario de interés, dando por supuesto un procedimiento uniforme en los bancos emisores de crédito. Es claro que únicamente nos interesa considerar el caso de que los bancos reduzcan el tipo de interés por debajo del tipo natural. El caso opuesto de que el tipo bancario de interés se eleve por encima del natural no merece consideración, porque si los bancos actúan de esta forma lo único que harán será retirarse de la competencia en el mercado de capitales sin ocasionar ningún otro efecto digno de mención.
El nivel del tipo de interés natural está limitado por la productividad que conlleva el alargamiento de los procesos de producción, que está o no económicamente justificada, puesto que el interés sobre la unidad de capital, de la que depende ese alargamiento, tiene que ser siempre menor que el rendimiento marginal que lo justifica y mayor que éste cuando no está justificado. El periodo de producción definido tiene que ser de una longitud tal que el fondo de subsistencia sea necesario y suficiente para pagar los salarios de los trabajadores a lo largo de toda la duración del proceso, porque si fuera más corto, no se podría atender a todos los trabajadores, y se produciría un desempleo que acabaría transformando la situación que prevalece[20]. Ahora bien, si el tipo de interés de los préstamos se reduce artificialmente por debajo de su tasa natural, tal y como lo establece el libre juego de las fuerzas que operan en el mercado, los empresarios podrán y deberán emprender procesos de producción más largos. Es cierto que un proceso de producción más indirecto puede producir rendimientos absolutos mayores que los procesos más cortos, pero los rendimientos relativos son más pequeños, puesto que aunque el continuo alargamiento de los procesos capitalistas de producción aumentan los rendimientos de forma continuada, existe un punto a partir del cual éstos descienden[21]. Por consiguiente, sólo es posible afrontar procesos de producción más largos si esta productividad marginal más pequeña sigue compensando al empresario. Si el tipo de interés de los préstamos coincide con el tipo natural, no será suficiente para remunerarle, y comenzar un periodo más largo de producción entrañaría una pérdida. Por otra parte, una reducción del tipo de interés de los préstamos conducirá necesariamente a un alargamiento del periodo medio de producción. Es cierto que el capital nuevo puede ser empleado en la producción únicamente en el caso de que se inicien nuevos procesos indirectos de producción. Pero todo nuevo proceso indirecto de producción de esta naturaleza que comience deberá ser aún más largo que los que ya están en marcha; no son viables nuevos procesos indirectos de producción más cortos que los ya iniciados, ya que el capital se halla siempre invertido en los procesos indirectos de producción más cortos posible por ser los más rentables. Sólo cuando se han cubierto todos los procesos indirectos de producción cortos se emplea el capital en los más largos.
No obstante, un alargamiento del periodo de producción sólo es posible si los medios de subsistencia aumentan lo suficiente para sostener a los trabajadores y a los empresarios durante el mayor periodo o si las necesidades de los productores decrecen lo suficiente para que con los mismos medios puedan subsistir durante más tiempo. Ahora bien, es cierto que un aumento de los medios fiduciarios realiza una redistribución de la riqueza mediante sus efectos sobre el valor de cambio objetivo del dinero la cual puede conducir a un aumento del ahorro y a una reducción del nivel de vida. Cuando se emplea dinero-metálico, una depreciación del dinero puede conducir también, directa o indirectamente, a un aumento en la existencia de bienes, al dar lugar a un desvío de parte del metal de sus usos monetarios para aplicarlo a usos industriales. En tanto que dichos factores entran en consideración, un aumento de los medios fiduciarios origina una disminución incluso del tipo natural de interés, como podríamos demostrar si fuera necesario. Pero el problema que tenemos que investigar es muy diferente. No nos interesa la reducción del tipo natural de interés debida a un aumento en la emisión de medios fiduciarios, sino la reducción por debajo de éste en el tipo de interés monetario aplicado por los bancos, iniciada por los bancos de emisión de crédito y seguida necesariamente por el resto del mercado de préstamos. Ya hemos demostrado que los bancos pueden hacerlo perfectamente.
La situación es la siguiente: aun cuando no ha existido un aumento de los productos intermedios ni existe la posibilidad de alargar el periodo medio de producción, se establece un tipo de interés en el mercado de capitales que corresponde a un periodo de producción más largo; de este modo, aunque en última instancia es inadmisible e impracticable, un alargamiento del periodo de producción promete ser beneficioso durante cierto tiempo. Pero no puede existir la menor duda sobre adonde conduciría esto. Llegaría necesariamente un momento en que se agotarían los medios de subsistencia disponibles para el consumo, sin que los bienes de capital empleados en la producción hubieran sido transformados en bienes de consumo. Este momento aparecería tan pronto como la caída en el tipo de interés debilitase los motivos de ahorro, haciendo más lento el tipo de acumulación del capital. Los medios de subsistencia serían insuficientes para mantener a los trabajadores durante todo el periodo de producción iniciado. Puesto que la producción y el consumo son procesos continuos, de suerte que todos los días se inician unos procesos de producción y se completan otros, esta situación no pone en peligro la existencia humana por la aparición repentina de una falta total de medios de consumo; se manifiesta simplemente en una reducción de la cantidad de bienes disponibles para el consumo y en la consiguiente reducción del consumo. Los precios de mercado de los bienes de consumo se elevan, en tanto que descienden los bienes de producción.
Ésta es una de las formas en que se restablece el equilibrio del mercado de préstamos después de haber sido perturbado por la intervención de los bancos. El aumento de la actividad productiva que sigue a la política de los bancos de conceder préstamos a un tipo inferior al natural hace que los precios de los bienes de producción se eleven, mientras que los de los bienes de consumo, aunque también suban, lo hacen en un grado más moderado, a saber, el experimentado por los salarios. De esta forma se refuerza la tendencia a la caída en el tipo de interés de los préstamos originada por la política bancaria. Pero pronto tiene lugar un movimiento opuesto: los precios de los bienes de consumo se elevan, los de los bienes de producción descienden. Esto es, el tipo de interés de los préstamos se eleva nuevamente, aproximándose al tipo natural.
Este contramovimiento se refuerza a su vez por el hecho de que el aumento en la cantidad de dinero en sentido amplio, que va anejo al aumento de la cantidad de medios fiduciarios, reduce el valor de cambio objetivo del dinero. Ahora bien, como ya hemos visto, mientras persista esta depreciación del dinero, el tipo de interés sobre los préstamos deberá elevarse por encima del nivel a que sería exigido y pagado si no se hubiera modificado el valor de cambio objetivo del dinero[22].
Al principio los bancos pueden intentar hacer frente a esas dos tendencias que contrarrestan su política de interés reduciendo continuamente el tipo de interés que aplican a los préstamos y poniendo en circulación nuevas cantidades de medios fiduciarios. Pero cuanto más incrementen así la cantidad de dinero en sentido amplio, más rápidamente caerá el valor del dinero y más fuerte será el efecto contrario en el tipo de interés. No obstante, por mucho que los bancos traten de aumentar su circulación fiduciaria, no podrán detener la subida del tipo de interés. Aun cuando estuvieran en condiciones de seguir aumentando la cantidad de medios fiduciarios hasta que ya no fuera posible un ulterior aumento (bien porque el dinero empleado fuera metálico y se hubiera alcanzado el límite por debajo del cual el poder adquisitivo de la unidad monetaria y crediticia no puede bajar sin que los bancos se vean obligados a suspender su conversión en dinero efectivo, bien porque la reducción del interés aplicado a los préstamos hubiese alcanzado el límite establecido por los costes de mantenimiento de los bancos), serían incapaces de garantizar el resultado perseguido. Porque una avalancha tal de medios fiduciarios, cuando no se prevé su detención, debe conducir a una caída en el valor de cambio objetivo de la unidad monetaria y crediticia que originará una situación de pánico imposible de contener[23]. Entonces el tipo de interés de los préstamos deberá subir en igual forma y medida.
Así, pues, los bancos acabarán viéndose obligados a cesar en sus intentos de ofrecer un tipo de interés inferior al tipo natural. La relación entre el precio de los bienes de primer orden y el de los bienes de orden más alto debida a la situación del mercado de capital y alterada simplemente por la intervención de los bancos será restablecida de forma aproximada, y el único rastro de la alteración será un aumento general del valor de cambio objetivo del dinero debido a los factores procedentes del lado monetario. El restablecimiento preciso de la antigua relación entre los precios de los bienes de producción y los de consumo no será posible, por una parte porque la intervención de los bancos habrá determinado una redistribución de la propiedad, y por otra porque la recuperación automática del mercado de préstamos lleva aparejados algunos de los fenómenos típicos de una crisis, signos de la pérdida de algunos de los capitales invertidos en los procesos de producción excesivamente alargados. No es factible trasladar todos los bienes de producción de aquellos usos que han demostrado no ser beneficiosos a otros diferentes; una parte de ellos no puede ser retirada y por lo tanto tiene o bien que dejar de emplearse por completo o bien emplearse menos económicamente. En ambos casos hay una pérdida de valor. Supongamos, por ejemplo, que una ampliación artificial del crédito bancario da lugar a la creación de una empresa que únicamente produce un beneficio neto del cuatro por ciento. Mientras el tipo de interés fue del cuatro y medio por ciento, no pudo pensarse en la creación de tal empresa; podemos también suponer que fue factible gracias a un descenso hasta el tres y medio como consecuencia de un aumento en la emisión de medios fiduciarios. Supongamos ahora que se inicia una reacción en la forma antes descrita. El tipo de interés de los préstamos se eleva nuevamente al cuatro y medio, por lo que la continuación del negocio dejará de ser rentable. Suceda lo que suceda, ya sea que se abandone por completo el negocio o bien que el empresario decida continuarlo con beneficios más reducidos, en ambos casos —no sólo desde el punto de vista individual sino también desde el de la comunidad— ha habido una pérdida de valor. Algunos bienes económicos que podrían haber satisfecho necesidades más importantes se han empleado para otras de menor importancia; sólo en la medida en que pueda rectificarse la equivocación sufrida dirigiendo los recursos hacia un mejor empleo podrá evitarse la pérdida.
Crédito y crisis económica
Nuestra teoría bancaria, al igual que la del principio monetario, conduce en última instancia a una teoría del ciclo económico. Es cierto que la Escuela Monetaria no se ocupa a fondo de este problema; no sólo no se plantea las consecuencias que se derivan de un aumento ilimitado del crédito por parte de los bancos de emisión, sino que ni siquiera se plantea la cuestión de si los bancos pueden bajar de manera permanente el tipo natural de interés. Sus aspiraciones son más modestas y se limita a inquirir qué sucedería si los bancos de un país ampliaran la emisión de medios fiduciarios por encima de la de los demás países. Y así llegan a su doctrina del «drenaje exterior» y a explicar las crisis inglesas que tuvieron lugar hasta mediados del siglo XIX.
Si nuestra doctrina de las crisis hubiera de aplicarse a una historia más reciente, observaríamos que los bancos nunca han alcanzado el límite de sus posibilidades en la ampliación del crédito y en la expansión de los medios fiduciarios. Ésta se ha detenido siempre antes de alcanzar este límite, bien a causa de la creciente insatisfacción experimentada por los propios bancos y por aquellas personas que no habían olvidado las anteriores crisis, bien porque debían respetar las prescripciones legislativas sobre circulación máxima de medios fiduciarios. Y así estallaban las crisis antes de que tuvieran que declararse en quiebra. Sólo en este sentido podemos interpretar la afirmación de que la restricción del crédito circulatorio es la causa —o al menos el impulso inmediato— de las crisis y económicas, y que con tal de que los bancos hubieran continuado reduciendo el tipo de interés de los préstamos, habrían podido seguir aplazando el colapso del mercado. Si el acento se pone sobre la palabra aplazar, podría admitirse sin dificultad tal línea de razonamiento. Ciertamente, los bancos pueden aplazar el colapso del mercado; pero, como ya hemos dicho, llegará un momento en que ya no será posible seguir aumentando la circulación de medios fiduciarios. Entonces se producirá la catástrofe, con las peores consecuencias, y la reacción contra la tendencia alcista del mercado será tanto más fuerte cuanto más largo haya sido el periodo durante el cual el tipo de interés de los préstamos estuvo por debajo del tipo natural de interés y cuanto mayor haya sido el alargamiento de los procesos indirectos de producción no justificados por la situación del mercado de capital.