CAPÍTULO XII

CONSECUENCIAS SOCIALES DE LAS VARIACIONES EN EL VALOR DE CAMBIO OBJETIVO DEL DINERO

1

El cambio de bienes presentes por bienes futuros

Las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero provocan desplazamientos en la distribución de la renta y de la propiedad; por un lado, porque a los individuos suele pasarles inadvertida la variabilidad del valor del dinero, y por otro porque dichas variaciones no afectan uniforme y simultáneamente a todos los bienes y servicios económicos.

Durante siglos y aun milenios la gente no se percató de que las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero podían obedecer a factores monetarios. Intentaban explicar todas las variaciones de los precios exclusivamente por el lado de las mercancías. Fue gran mérito de Bodino ser el primero en refutar esta opinión, que no tardó en desaparecer de la literatura científica. Es cierto que continuó dominando durante mucho tiempo en la opinión profana, pero en la actualidad incluso aquí se ha debilitado. Sin embargo, cuando los individuos cambian bienes presentes por bienes futuros no siempre tienen en cuenta en sus valoraciones las variaciones del valor de cambio objetivo del dinero. Prestamistas y prestatarios no acostumbran tener en cuenta las posibles fluctuaciones futuras de dicho valor.

Transacciones en que bienes presentes se cambian por bienes futuros tienen lugar también cuando una obligación futura debe satisfacerse, no en dinero, sino en otros bienes. Aún son más frecuentes aquellas transacciones en las que el cumplimiento del contrato por una o ambas partes no se realiza hasta pasado algún tiempo. Todas estas transacciones llevan consigo un riesgo, hecho éste que conocen perfectamente las partes contratantes. Cuando alguien compra (o vende) trigo, algodón o azúcar futuros, o cuando se estipula un contrato a largo término para el suministro de carbón, hierro o madera, se tienen ciertamente en cuenta los riesgos que llevan implícitos tales transacciones. Se ponderan cuidadosamente las probabilidades de futuras variaciones en los precios, y a veces se toman las medidas oportunas, bien en forma de seguros o bien a través de cláusulas especiales tal como las ha desarrollado la moderna técnica comercial, para reducir el factor aleatorio en sus contratos.

Al estipular contratos a largo plazo que implican dinero, las partes contratantes no suelen percatarse de que están tomando parte en una transacción especulativa. Los individuos se guían en sus contratos por la creencia de que el dinero tiene un valor estable, que su valor de cambio objetivo no está sujeto a fluctuaciones, por lo menos en lo que concierne a sus determinantes monetarios. Esto aparece claramente en la postura que adoptan los sistemas jurídicos respecto al problema del valor de cambio objetivo de dinero.

En el derecho, el valor de cambio objetivo del dinero es estable. A veces se afirma que los sistemas legales adoptan la ficción de la estabilidad del valor de cambio del dinero; pero esto no es cierto. Al construir una ficción, la ley nos exige considerar una situación efectiva e imaginar que es diferente de como es en realidad, bien añadiendo elementos no existentes, o bien prescindiendo de otros que realmente existen, para de este modo poder aplicar las máximas legales que se refieren tan sólo a la situación así definida. El objetivo de este procedimiento es posibilitar la determinación de casos análogos cuando no se aplica una regla directa. La naturaleza de las ficciones legales responde a este propósito, y se mantienen en tanto éste lo requiere. El legislador y el juez saben siempre que la situación ficticia no corresponde a la realidad. Lo mismo ocurre con las llamadas ficciones dogmáticas que se emplean en la jurisprudencia para poder clasificar sistemáticamente y relacionar entre sí los hechos legales. También aquí se considera la situación como existente, pero no se presume que exista[1].

La actitud del derecho frente al dinero es totalmente diferente. El jurista desconoce por completo el problema del valor del dinero; nada sabe de las fluctuaciones de su valor de cambio. La ingenua creencia popular de la estabilidad del valor del dinero se ha filtrado, con toda su confusión, en el derecho, y ningún gran acontecimiento histórico que haya producido amplias y súbitas variaciones en el valor del dinero ha sido motivo para analizar críticamente la actitud legal respecto a este tema. El sistema del derecho civil estaba ya cerrado cuando Bodino intentó explicar el fundamento de las variaciones del poder adquisitivo del dinero atribuyéndolo a factores procedentes del lado monetario. Es éste un campo en el que los descubrimientos de los economistas más modernos no han dejado huellas en el derecho. Para éste, la invariabilidad del valor del dinero no es una ficción, sino un hecho.

A pesar de todo, el derecho consagra su atención a determinadas cuestiones marginales del valor del dinero. Y así se ocupa de la cuestión de cómo las obligaciones legales y deudas existentes deben calcularse teniendo en cuenta la incidencia del cambio de moneda. En otros tiempos, la jurisprudencia dedicaba a la adulteración de la moneda por los príncipes la misma atención que posteriormente dedicó a los problemas nacidos de las diferentes políticas de los estados en la elección, primero, entre dinero crédito y dinero metálico y, luego, entre oro y plata. Sin embargo, el trato que estas cuestiones han recibido por parte de los juristas no ha conducido a reconocer que el valor del dinero está sujeto a continuas fluctuaciones. En efecto, la naturaleza del problema y el modo en que se ha tratado impidió desde el principio que así se hiciera. Se consideró como cuestión no de la actitud del derecho hacia las variaciones del valor del dinero, sino del poder del príncipe o del estado para modificar arbitrariamente las obligaciones existentes y así destruir los derechos en vigor. Durante cierto tiempo, esto planteó el problema de si la validez legal del dinero obedece a que lleva estampada la efigie del soberano o bien al contenido metálico de la moneda. Posteriormente el de si había de ser el imperativo de la ley o el libre uso de los negocios lo que declarase la validez del dinero como medio legal de pago. La respuesta de la opinión pública, basada en los principios de la propiedad privada y en la protección de los derechos adquiridos, fue la misma en ambos casos: Prout quidque contractum est, ita et solvi debet; ut cum re contraximus, re solvi debet, veluti cum mutuum dedimus, ut retro pecuniae tantundem solvi debeat[2]. El requisito en este caso de que nada se considerara dinero excepto lo que fuera tal en el momento en que se completara la transacción y que la deuda debía pagarse no simplemente en el metal sino en la moneda especificada en el contrato, derivaba de la consideración popular, considerada como la única correcta por todas las clases sociales y especialmente por los comerciantes, de que lo esencial en una moneda acuñada es su contenido metálico, y que la estampación no tiene otro valor que el de certificar autorizadamente su peso y pureza. A nadie se le ocurrió considerar las monedas en los negocios como cosa distinta de cualquiera otra pieza de metal del mismo peso y pureza. De hecho, hoy ya no cabe duda de que se trató de un patrón metálico.

La opinión de que en el cumplimiento de las obligaciones estipuladas en dinero únicamente se tomaba en cuenta el contenido metálico del mismo prevaleció en contra de la doctrina nominalista sostenida por las autoridades encargadas de la acuñación. Aparece en las medidas legales adoptadas para estabilizar el metal contenido en la moneda, y desde finales del siglo XVII —en que las monedas se desarrollaron en patrones monetarios sistemáticos— ha proporcionado el criterio para determinar la relación entre las diferentes monedas del mismo metal (cuando circulan simultánea o sucesivamente) y para los intentos, evidentemente ineficaces, de combinar los dos metales preciosos en un sistema monetario uniforme.

Ni siquiera la aparición del dinero crédito, con los problemas a que dio lugar, fue capaz de dirigir la atención de la jurisprudencia hacia la cuestión del valor del dinero. Se pensó que el sistema de papel-moneda era acorde con el espíritu del derecho únicamente si el papel moneda permanecía constantemente equivalente al dinero metálico al que originariamente representaba y al que había sustituido o si el contenido en metal o el valor-metal de los títulos continuaba vigente en los contratos de deuda. Pero el hecho de que el valor de cambio incluso del dinero metálico está sujeto a variaciones ha seguido sin tener un reconocimiento legal explícito y de la opinión pública, por lo menos en lo que se refiere al oro (ningún otro metal debe tomarse en consideración en la actualidad); no existe ni una sola máxima legal que tenga en cuenta este hecho, aunque haya sido bien conocido por los economistas durante más de tres siglos.

En su ingenua creencia en la estabilidad del valor del dinero el derecho está en completa armonía con la opinión pública. Cuando surge alguna diferencia entre el derecho y la opinión, se sigue necesariamente una reacción; se origina un movimiento contra aquella parte del derecho que se considera injusta. Tales conflictos siempre tienden a concluir con la victoria de la opinión sobre el derecho; finalmente, las opiniones de la clase rectora se incorporan al derecho. El hecho de que no sea posible descubrir en parte alguna un rastro de oposición a la actitud del derecho sobre este punto del valor del dinero muestra bien a las claras que sus disposiciones relativas a esta materia posiblemente no se apartan de la opinión general. Es decir, que no sólo el derecho sino también la opinión pública jamás se han visto turbados por la más mínima duda respecto a la estabilidad del valor del dinero; tan es así que durante mucho tiempo se ha considerado el dinero como la medida del valor. Y así, cuando se estipula una transacción crediticia que ha de cumplirse en dinero, a nadie se le ocurre tomar en consideración las futuras fluctuaciones de su poder adquisitivo.

Toda variación en la relación de cambio entre el dinero y los demás bienes económicos modifica la posición tomada inicialmente por las partes en las transacciones crediticias en términos de dinero. Un aumento del poder adquisitivo de éste es desventajoso para el deudor y ventajoso para el acreedor; un descenso significa lo contrario. Si las partes contratantes tuvieran en cuenta las posibles variaciones del valor del dinero al cambiar bienes presentes por bienes futuros, no se producirían esas consecuencias. (Pero lo cierto es que ni la intensidad ni la dirección de dichas variaciones pueden preverse).

La variabilidad del poder adquisitivo del dinero sólo se tiene en cuenta cuando la coexistencia de dos o más especies de dinero cuya relación de cambio está sujeta a grandes fluctuaciones atrae la atención sobre el problema. Es generalmente sabido que las posibles variaciones futuras en las cotizaciones del cambio exterior se hallan plenamente presentes en toda clase de transacciones crediticias. También es conocido el papel que este tipo de consideraciones desempeñan tanto en el comercio interior de los países en que se emplea más de un tipo de moneda como en el comercio entre países con monedas diferentes. Sin embargo, esta consideración de una variabilidad en el valor del dinero en tales casos se hace de tal suerte que sigue siendo compatible con el supuesto de que ese valor es estable. Las fluctuaciones en el valor de una clase de dinero se miden por la equivalente de una de sus unidades referida a unidades de dinero de otra clase; pero el valor de esta otra clase de dinero se toma a su vez como estable. Las fluctuaciones de la moneda cuya estabilidad está en tela de juicio se miden en oro; pero no se tiene en cuenta el hecho de que las monedas-oro se hallan igualmente sujetas a fluctuación. Los individuos en sus transacciones consideran la variabilidad del valor de cambio objetivo del dinero en la medida en que son conscientes de ello; pero sólo son conscientes respecto a ciertas clases de dinero, no respecto a todas. Al oro, principal medio de cambio en la actualidad, se le considera con valor estable[3].

En la medida en que se prevén las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero, éstas influyen sobre los términos de las transacciones crediticias. Si se prevé una disminución en el poder adquisitivo de la unidad monetaria, los prestamistas deberán contar con que la suma de dinero que el deudor les restituya al concluir la transacción tendrá menor poder adquisitivo que la suma primitivamente prestada. En realidad, los prestamistas harían mejor en no prestar y comprar otros bienes con su dinero. Lo contrario puede decirse con respecto a los deudores. Si compran mercancías con el dinero que han tomado a préstamo y las revenden más tarde obtendrán un excedente sobre la suma que tienen que devolver. La transacción crediticia les reporta un beneficio. Es, pues, fácil comprender que, mientras se prevea una depreciación continuada, los prestamistas exigirán intereses más altos y los prestatarios los pagarán de buen grado. Si, por el contrario, se prevé un aumento del valor del dinero, el tipo de interés será más bajo de lo que de otro modo hubiera sido[4].

Así, si pudieran preverse la dirección y amplitud de las variaciones del valor de cambio del dinero, no resultarían afectadas las relaciones entre el deudor y acreedor; las alteraciones futuras en el poder adquisitivo podrían tenerse lo suficientemente en cuenta en los términos originarios de la transacción crediticia[5]. Pero puesto que esta suposición, incluso si las fluctuaciones se refieren al dinero-crédito o dinero-papel en relación con el dinero-oro, no se aplica sino de manera muy imperfecta, considerar las futuras variaciones del valor del dinero en los contratos de deuda resulta necesariamente inadecuada; mientras que incluso en nuestros días, después de las grandes y rápidas fluctuaciones del valor del oro que se han producido tras el estallido de la [primera] guerra mundial, la gran mayoría de los interesados en la vida económica (todos excepto los pocos que están familiarizados con la teoría económica) ignoran por completo que el valor del oro es variable. El valor de las monedas-oro se sigue considerando estable.

Los economistas que reconocen que el valor incluso del mejor dinero es variable recomiendan que al estipular los términos de las transacciones crediticias, es decir aquéllas en que se cambian bienes presentes por bienes futuros, el medio de cambio no sea un único bien, como es costumbre en la actualidad, sino un «paquete» de bienes; es posible en teoría pero no en la práctica incluir todos los bienes económicos en semejante paquete. Si se adoptase esta propuesta, el dinero se seguiría empleando como medio para cambiar bienes presentes; pero en transacciones crediticias las obligaciones pendientes se liquidarían, no por el pago de la cantidad nominal de dinero especificada en el contrato, sino por el de una suma que tenga un poder adquisitivo igual al que la cantidad originaria tenía en el momento de celebrarse el contrato. Así, pues, si el valor de cambio objetivo del dinero se eleva durante el periodo del contrato, se pagará una cantidad de dinero más pequeña proporcionalmente. Si disminuye, una suma proporcionalmente mayor.

Los argumentos que expusimos más arriba respecto a la medida de las variaciones en el valor del dinero demuestran que estas recomendaciones son totalmente inadecuadas. Si a los precios de los distintos bienes económicos se les da un peso igual al determinar la paridad de los coeficientes sin tener en cuenta sus cantidades relativas, pueden agravarse los daños que se desea remediar. Si a las variaciones en los precios de mercancías como trigo, centeno, algodón, hulla y hierro se les da el mismo valor que a las variaciones de los precios de la pimienta, el opio, los diamantes o el níquel, entonces el establecimiento de una cláusula de actualización tendrá el efecto de hacer más incierto que ahora el contenido de los contratos a largo plazo. Si se emplea la llamada media ponderada, en la que las mercancías individuales influyen según su importancia[6], se seguirán las mismas consecuencias que si se alterasen las condiciones de la producción y el consumo, ya que los valores subjetivos atribuidos por los seres humanos a los diferentes bienes económicos se hallan expuestos a constante fluctuación, lo mismo que las condiciones de la producción; pero es imposible tener en cuenta este hecho al determinar los coeficientes de paridad, porque éstos deberían ser invariables a fin de permitir su conexión con el pasado.

Es probable que la mención de los efectos de las variaciones del valor del dinero sobre las relaciones de deuda existentes se asocie hoy inmediatamente a los resultados de los monstruosos experimentos inflacionistas que han caracterizado la reciente historia europea. En todos los países, durante la última parte de este periodo, los juristas han discutido ampliamente la cuestión de si habría sido posible —o si aún lo es— remediar por medio de las leyes existentes o creando otras nuevas el daño producido a los acreedores. En estas discusiones no se ha tenido en cuenta que las variaciones en el contenido de los contratos de deuda debidas a la depreciación del dinero se debieron a la actitud que adoptó la ley respecto al problema. No se trata de un caso en el que se invocase el sistema legal para remediar un inconveniente del que no fuese responsable. El inconveniente era precisamente su propia actitud, la circunstancia de que fuera el gobierno el causante de la depreciación. La máxima legal de que un billete de banco no convertible es un medio legal de pago exactamente igual que el oro que circulaba antes del comienzo de la guerra, con el cual no tiene de común más que el nombre de «marco», no es más que una de las normas que permiten al estado explotar su poder de crear nuevo dinero como fuente de ingresos. No puede disociarse de este sistema, como tampoco se pueden disociar las leyes que eximen a los bancos de la obligación de convertir sus billetes y les obligan a hacer nuevos préstamos al gobierno por la emisión de nuevos billetes.

Cuando los juristas y los hombres de negocios aseguran que la depreciación del dinero tiene una gran influencia en toda clase de relaciones de deuda; que dificulta, e incluso imposibilita, los negocios; que produce invariablemente consecuencias que nadie desea y que todo el mundo cree injustas, naturalmente que estamos de acuerdo con ellos. En un orden social que se basa en el uso del dinero y en el que todo cálculo se efectúa con referencia a él, la destrucción del sistema monetario significa nada menos que la destrucción de las bases de todo cambio. Sin embargo, este daño no pueden impedirlo unas leyes ad hoc encaminadas a librar a una persona o grupo de personas o clases de la comunidad de la carga de la depreciación, imponiéndola por consiguiente, más pesada aún, sobre los demás. Si queremos evitar las perniciosas consecuencias de la depreciación, debemos oponernos a la política inflacionista que la engendra.

Alguien ha propuesto que las obligaciones monetarias se liquiden en oro y no según su valor nominal. Si se adoptara esta propuesta, por cada marco prestado habría de pagarse una cantidad que en el momento del reembolso pudiera comprar el mismo peso de oro que hubiera podido hacerlo un marco en el momento de concluirse el contrato de deuda[7]. El que se hayan propugnado y aprobado dichas propuestas demuestra que el estatismo ha perdido ya su dominio sobre el sistema monetario y que las políticas inflacionistas se aproximan inevitablemente a su fin[8]. Todavía hace pocos años semejante propuesta habría sido motejada de ridícula o considerada como alta traición. (A propósito, es curioso que el primer paso para imponer la idea de que el curso legal del papel moneda debe restringirse a su valor de mercado se diera sin excepción alguna en una dirección que favorecía al tesoro nacional).

Para acabar con las consecuencias de una política inflacionista ilimitada, la única solución es renunciar a toda medida inflacionista. El problema que los que propugnan la cláusula de actualización pretenden resolver por medio de un «dinero-mercancía», suplementario del dinero metálico, y que Irving Fisher intenta solucionar con sus propuestas de estabilización del poder adquisitivo del dinero, es cosa totalmente diferente, ya que se refiere a las variaciones del valor del oro.

2

Cálculo económico y contabilidad

A la ingenua concepción del dinero como estable en valor o como medida del valor se debe también que el cálculo económico se realice en términos de dinero.

Tampoco en otros aspectos es perfecta la contabilidad. La precisión de sus afirmaciones es únicamente ilusoria. Las valoraciones de bienes y derechos de que se ocupa se basan siempre en cálculos que dependen de factores más o menos inciertos y desconocidos. En la medida en que surge esta incertidumbre en la valoración de las mercancías, la práctica comercial, sancionada por la ley, intenta superar esta dificultad ejerciendo la mayor precaución posible. Para ello se exigen cálculos conservadores del activo y generosos del pasivo, de tal suerte que el comerciante se prevenga contra la decepción respecto al éxito de sus empresas y sus acreedores se vean protegidos.

Pero en la contabilidad también hay insuficiencias debidas a la incertidumbre de sus valoraciones resultante del riesgo en la variación del valor del propio dinero. De ello no son responsables ni el comerciante ni el contable ni el tribunal mercantil. Consideran el dinero como una medida de valor y precio, y calculan lo mismo en unidades monetarias que en unidades de longitud, superficie, capacidad y peso. Y si un economista llama su atención sobre la dudosa naturaleza de este procedimiento, no entienden el alcance de sus observaciones[9].

No tener en cuenta las variaciones del valor del dinero en los cálculos económicos falsea las cuentas de pérdidas y ganancias. Si el valor del dinero desciende, la contabilidad corriente, que no considera la depreciación monetaria, señala beneficios aparentes, ya que equilibra las cantidades de dinero procedentes de ventas con un coste de producción calculado en dinero de un valor más alto, y cancela en los libros valores originariamente calculados en dinero de un valor más alto con partidas de dinero de un valor menor. Lo que así se considera impropiamente como beneficio, en lugar de como parte del capital, es consumido por el empresario, o pasa bien al consumidor en forma de reducción de precios que de otro modo no se habría hecho, o bien al obrero en forma de un aumento de salario, y el gobierno procede a gravarlo como renta o beneficios. En cualquier caso, el consumo de capital resulta de que la depreciación monetaria falsea la cuenta de capital. En determinadas condiciones, la consiguiente destrucción de capital y el aumento de consumo pueden quedar parcialmente compensadas por el hecho de que la depreciación también origina auténticos beneficios, los de los deudores, por ejemplo, que no se consumen sino que van a reservas. Pero lo único que esto puede hacer es compensar parcialmente la destrucción del capital originada por la depreciación[10].

Los consumidores de mercancías que se venden demasiado baratas como resultado del cálculo erróneo derivado de la depreciación no tienen por qué ser habitantes del territorio en que se emplea la moneda depreciada como dinero nacional. Las reducciones de precios realizadas por la depreciación monetaria fomentan la exportación a países en los que la moneda no se ha depreciado o por lo menos desciende menos rápidamente. El empresario que calcula con referencia a una moneda con valor estable no puede competir con el que está dispuesto a hacer a sus clientes un casi regalo de parte de su capital. En 1920 y 1921, los comerciantes holandeses que habían vendido mercancías a Austria podían volver a comprarlas al cabo de un cierto tiempo más baratas de lo que originariamente habían sido vendidas, puesto que los comerciantes austriacos no se dieron cuenta de que las estaban vendiendo por menos de lo que habían pagado por ellas.

Mientras no se reconozca la verdadera situación, suele ser materia de regocijo al ingenuo estilo mercantilista el aumento de las exportaciones y se considera la depreciación del dinero como una excelente «prima a la exportación». Pero cuando se descubre que la fuente de donde procede esta prima es el capital de la comunidad, el procedimiento de «liquidación» suele considerarse menos favorable. Por el contrario, en los países importadores la actitud del público oscila entre la indignación contra el «dumping» y la satisfacción por las condiciones favorables de compra.

Cuando la depreciación monetaria es resultado de la inflación gubernamental producida por la emisión de billetes, se pueden evitar sus desastrosos efectos sobre el cálculo económico llevando la contabilidad en un dinero estable. Pero si lo que se deprecia es el oro, el dinero mundial, la salida no es tan fácil[11].

3

Consecuencias sociales de las variaciones en el valor del dinero cuando sólo se emplea una clase de moneda

Si prescindimos del cambio de bienes presentes por bienes futuros, y limitamos nuestras consideraciones a aquellos casos en que los cambios se verifican únicamente entre bienes y dinero presentes, observaremos al instante una diferencia fundamental entre los efectos de una variación aislada en el precio de una mercancía determinada, derivada tan sólo del lado de la mercancía, y los de una variación en la relación de cambio entre dinero y otros bienes económicos en general, procedente del lado monetario. Las variaciones en el precio de una determinada mercancía influyen en la distribución de bienes entre los individuos ante todo porque la mercancía en cuestión, si forma parte en las transacciones cambiarías, ex definitione no es distribuida entre los individuos en proporción a la demanda de la misma. Existen agentes económicos que la producen (en el más amplio sentido de la palabra, incluyendo los comerciantes) y la venden, y existen otros que tan sólo la compran y consumen. Los efectos que resultan de un desplazamiento de la relación de cambio entre esta cierta mercancía y los demás bienes económicos (incluyendo el dinero) son evidentes: aparecen claramente quiénes han de beneficiarse y quiénes perjudicarse.

En el caso del dinero los efectos son diferentes. En lo que se refiere a éste, todos los agentes económicos son, en cierta medida, comerciantes[12]. Cada agente económico separado mantiene unas existencias de dinero que corresponden a la amplitud e intensidad con que es capaz de expresar su demanda en el mercado. Si el valor de cambio objetivo de todas las existencias mundiales de dinero pudiera aumentarse o disminuirse instantáneamente y en una proporción igual; si todos los precios-dinero de todos los bienes y servicios pudieran elevarse o descender uniformemente y de una vez, la riqueza relativa de los agentes económicos individuales no quedaría afectada. Los cálculos monetarios subsiguientes se harían en cifras mayores o menores: esto es todo lo que ocurriría. La variación en el valor del dinero no tendría otro significado que si se variase el calendario o los pesos y medidas.

Los desplazamientos sociales que tienen lugar como consecuencia de las variaciones en el valor del dinero resultan tan sólo de que esta presunción no se da en la realidad. En el capítulo que se ocupa de los determinantes del valor de cambio objetivo del dinero ya señalamos que las variaciones en el valor del dinero arrancan siempre de un punto dado y se extienden gradualmente a través de toda la comunidad. Y ése es el motivo de que semejantes variaciones influyan en la distribución social de la renta.

Cierto es que las variaciones en las relaciones de cambio en el mercado que emanan del lado de las mercancías no se verifican, por regla general, todas a la vez, y también comienzan en un punto determinado y se propagan con mayor o menor rapidez. Y por ello, esta especie de variaciones del precio producen efectos debidos a que las variaciones de los precios no se producen todas de repente sino de forma gradual. Pero estas consecuencias sólo tienen que afrontarlas en cierta medida un número limitado de agentes económicos, es decir, aquéllos que, como comerciantes o productores, venden la mercancía en cuestión. Pero las consecuencias de las variaciones en el valor de cambio objetivo de una mercancía no se quedan ahí. Cuando el precio del carbón desciende porque ha aumentado la producción en tanto que la demanda permanece inalterada, afecta a aquellos vendedores al por menor que se han abastecido de los comerciantes al por mayor al antiguo precio, que era más alto, y ahora tan sólo pueden disponer de sus existencias a un nuevo precio más bajo. Pero esto no es lo único que cuenta en el conjunto de cambios sociales originados por el aumento de la producción de carbón. El aumento en la oferta del mismo habrá mejorado la posición económica de la comunidad. El descenso en el precio de dicho artículo no significa tan sólo un reajuste de la renta y de la propiedad entre el productor y el consumidor: denota igualmente un aumento en la renta y riqueza nacionales. Muchos han ganado lo que nadie ha perdido. El caso del dinero es diferente.

La causa más importante de una disminución del valor del dinero que tenemos que tener en cuenta es un aumento en la cantidad del mismo mientras su demanda permanece constante o desciende, o si aumenta, lo hace al menos en menor proporción que la cantidad. Este aumento de la cantidad de dinero, como hemos visto, comienza con quienes reciben originariamente la cantidad adicional del mismo, y se transfiere a aquéllos que negocian con estas personas, y así sucesivamente. La valoración subjetiva del dinero va descendiendo gradualmente, ya que quienes entran en posesión de una cantidad adicional de dinero tienden a pagar precios más altos que antes. La subida de los precios conduce a un aumento de la producción y de los salarios, y puesto que esta situación se valora como signo de prosperidad económica, un descenso en el valor del dinero siempre ha sido y es considerado como un medio extraordinariamente eficaz de aumentar el bienestar económico[13]. Se trata de una visión equivocada, puesto que un aumento en la cantidad de dinero no se convierte en un aumento de la cantidad de los bienes de consumo a disposición del público. Sus efectos pueden muy bien consistir en una alteración de la distribución de los bienes económicos entre los hombres, pero en ningún caso, fuera de las circunstancias accidentales a que nos referimos anteriormente (véase p. 113), puede aumentar directamente la suma total de sus bienes o su bienestar. Es cierto que este resultado puede conseguirse indirectamente, en la medida en que cualquier cambio en la distribución puede afectar también a la producción; esto es, por aquellas clases que se benefician de la distribución y que destinan el dinero adicional a acumular más capital del que hubieran acumulado aquéllos de quienes se ha obtenido el dinero. Pero ésta es otra cuestión. Lo que interesa es si la variación del valor del dinero tiene algún otro significado económico distinto de sus efectos sobre la distribución. Si no lo tiene, el aumento de prosperidad será únicamente aparente, ya que tan sólo puede beneficiar a una parte de la comunidad a costa de la correspondiente pérdida de la otra. Y, en efecto, así sucede. El coste tendrán que soportarlo aquellas clases o países que sean los últimos en ser alcanzados por el descenso en el valor del dinero.

Supongamos, por ejemplo, que se descubre una nueva mina de oro en un determinado estado. La cantidad de oro suplementaria que de ella afluye al mercado va en primer lugar a los propietarios de la mina y luego a los que negocian con ellos. Si distinguimos esquemáticamente el conjunto de la comunidad en cuatro grupos: propietarios de minas, productores de bienes suntuarios, el resto de los productores y los agricultores, los dos primeros podrán beneficiarse de la reducción del valor del dinero, el primero en mayor grado que el segundo. Pero tan pronto como llegamos al tercer grupo, la situación cambia. El beneficio obtenido por el mismo como resultado del aumento en la demanda de los dos primeros se encontrará compensado, en cierta medida, por el aumento de precios de los bienes suntuarios que han experimentado todo el efecto de la depreciación en el momento que comienza a afectar a los otros bienes. Finalmente, para el cuarto grupo, el proceso no se resuelve más que en pérdidas. Los agricultores tendrán que pagar más caros los productos industriales antes de que el aumento de los precios agrícolas pueda compensarles. Es cierto que cuando al fin los precios de los productos agrícolas se elevan, el periodo de dificultad económica de los agricultores habrá concluido; pero ya no les será posible conseguir unos beneficios que les compensen de las pérdidas sufridas. Es decir, no podrán utilizar sus ingresos incrementados en comprar mercancías a precios que correspondan al antiguo nivel del valor del dinero, ya que el aumento de precios se habrá extendido a toda la comunidad. De este modo, las pérdidas experimentadas por los agricultores en el momento en que todavía venden sus productos al antiguo bajo precio, teniendo que pagar a precios nuevos y más elevados los productos de los demás, quedan sin compensar. Son estas pérdidas de los grupos últimamente afectados por la variación del valor del dinero las que constituyen la fuente de los beneficios obtenidos por los propietarios de las minas y de los grupos más directamente relacionados con ellos.

Para que se produzca este efecto en la distribución de la renta y la riqueza es indiferente que se trate de dinero metálico, dinero-crédito o dinero-papel. Cuando el aumento de dinero procede de la emisión de dinero-papel o de billetes de banco no convertibles, al principio sólo se benefician ciertos agentes económicos, y la cantidad adicional de dinero tan sólo se extiende gradualmente a través de la comunidad. Si, por ejemplo, se efectúa una emisión de papel moneda en tiempo de guerra, los nuevos billetes irán primeramente a los bolsillos de los proveedores de material bélico. «Como resultado, las demandas de ciertos artículos por parte de estas personas aumentarán, así como su venta y precio, especialmente en tanto son artículos suntuarios. De este modo mejorará la situación de los productores de estos artículos; su demanda de otras mercancías también aumentará, continuándose de esta suerte el aumento de precios y ventas, distribuyéndose entre un número de artículos que aumenta continuamente, hasta que al fin alcanza a todos ellos.»[14] En este caso, como en el anterior, hay algunos que ganan y otros que pierden con la inflación. Cuanto antes se encuentre un individuo en situación de ajustar su renta dinero a su nuevo valor, tanto más favorable le será el proceso. Qué personas, grupos y clases salen ganando en este proceso y cuáles salen perdiendo depende de los datos de cada caso individual, sin cuyo conocimiento no estamos en condiciones de formular un juicio.

Dejemos ahora el ejemplo del estado aislado y fijemos nuestra atención en los movimientos internacionales que surgen de un descenso del valor del dinero debido a un aumento en su cantidad. También en este caso el proceso es el mismo. No existe aumento alguno en la existencia disponible de bienes: únicamente se altera su distribución. El país en que están situadas las nuevas minas y los países que comercian directamente con él mejoran su posición, puesto que aún pueden comprar mercancías de otros países a los antiguos bajos precios en un momento en que ya ha comenzado la depreciación interior. Aquellos países a quienes afecta en último término la nueva corriente dineraria son los que tienen que soportar finalmente el coste del aumento de bienestar de los demás países. Así, Europa hizo un mal negocio cuando el reciente descubrimiento de los campos auríferos de América, Australia y África del Sur produjo un tremendo auge en estos países. Surgieron palacios de la noche a la mañana donde pocos años antes no había sino selvas vírgenes y desiertos; las praderas fueron cruzadas por ferrocarriles, y todo lo referente a bienes suntuarios que podían producirse en el antiguo Continente encontraba mercados en territorios que poco antes habían estado poblados por desnudos nómadas, y entre gentes que en muchos casos habían carecido hasta entonces incluso de lo más elemental para su existencia. Toda esta riqueza se importó por los nuevos colonizadores, los afortunados buscadores de oro, de los viejos países industriales, y fue pagada en oro, que se gastaba con la misma facilidad con que se había recibido. Bien es verdad que los precios pagados por estas mercancías eran más altos de lo que debía corresponder al anterior poder adquisitivo del dinero; sin embargo, no eran tan altos, habida cuenta de las nuevas circunstancias. Europa había exportado barcos y ferrocarriles, artículos de metal y textiles, muebles y máquinas, a cambio de oro, que poco o nada necesitaba, ya que lo que tenía era suficiente para sus transacciones monetarias.

Una disminución del valor del dinero producida por cualquier otra causa tiene un efecto completamente similar, puesto que las consecuencias económicas de las variaciones del valor del dinero obedecen no a sus causas sino a la naturaleza de su lento progreso de persona en persona, de clase en clase y de país en país. Si consideramos en particular aquellas variaciones en el valor del dinero producidas por la elevación de los precios por parte de los vendedores, según expusimos en el capítulo octavo, veremos que la resultante disminución gradual en el valor del dinero constituye uno de los motivos de los grupos que promueven esa elevación de los precios. A los grupos que inician el alza se les convierte ésta en desventaja cuando los otros grupos elevan al fin sus precios; pero los primeros se benefician de sus precios más altos mientras que los precios de las cosas que compran permanecen todavía a un nivel más bajo. Esto constituye para ellos una ganancia permanente. Se equilibra por las pérdidas de aquellos grupos que son los últimos en elevar los precios de sus bienes o servicios, pues éstos tienen que pagar precios más elevados cuando aún reciben los precios más bajos por lo que venden. Y cuando al fin elevan también sus precios, como son los últimos en hacerlo, no pueden obtener compensación sus anteriores pérdidas a costa de las demás clases de la comunidad. Los asalariados suelen estar en esta situación, ya que, por regla general, el precio del trabajo no participa de los primeros estadios de los movimientos ascensionales de los precios; los empresarios ganan lo que pierden los trabajadores. Durante largo tiempo los funcionarios civiles estuvieron en la misma situación. Sus múltiples quejas se basaban en parte en que, como sus ingresos de dinero no podían elevarse fácilmente, habían de soportar en gran parte el coste de la elevación continua de los precios. Esta situación ha cambiado recientemente debido a la organización de los funcionarios civiles en sindicatos, que les han permitido obtener una respuesta más rápida a las demandas formuladas para un aumento de sueldo.

Lo contrario de lo que ocurre con una depreciación del valor del dinero tiene lugar cuando éste aumenta. Una apreciación del dinero, como una depreciación del mismo, no se produce súbita y uniformemente a través de toda la comunidad, sino que, por regla general, parte de una clase aislada y se extiende gradualmente. Si no ocurriera así, y si el aumento en el valor del dinero tuviera lugar casi simultáneamente en toda la comunidad, no produciría las consecuencias económicas que aquí nos interesan. Supongamos, por ejemplo, que la bancarrota de las instituciones de crédito de un país genera pánico, y que la gente se apresura a vender mercancías a cualquier precio, a fin de obtener dinero líquido, mientras que por otro lado no pueden encontrarse compradores más que a precios muy reducidos. Se comprende fácilmente que el aumento del valor del dinero que se produce como consecuencia de dicho pánico afectará a todas las personas y mercancías uniforme y simultáneamente. Sin embargo, por regla general, un aumento en el valor del dinero se extiende sólo gradualmente. Los primeros que deban aceptar los precios más bajos que los anteriores por las mercancías que venden, mientras aún tienen que pagar los antiguos altos precios por las mercancías que compran, son los que resultan perjudicados por el aumento del valor del dinero. Y los últimos en reducir los precios de las mercancías que venden, mientras pueden obtener ventaja del descenso de los precios de las otras cosas, son los que se benefician con el cambio.

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Consecuencias de las variaciones en la relación de cambio entre dos clases distintas de dinero

Entre las consecuencias de las variaciones en el valor del dinero, la ciencia económica se ha interesado principalmente por las de las variaciones de la relación de cambio entre dos clases diferentes de dinero. Este interés ha estado motivado por los acontecimientos de la historia monetaria. En el transcurso del siglo XIX el comercio internacional se desarrolló de un modo hasta entonces insospechado, y las relaciones económicas entre países llegaron a ser extraordinariamente intensas. Precisamente en este momento en que las relaciones comerciales empezaron a ser más activas, los patrones monetarios de los distintos estados se hicieron más diversos. Muchos países pasaron por un periodo más o menos largo de dinero crédito, y otros, que tenían un patrón parte en oro y parte en plata, pronto se hallaron en dificultades debido a que la relación entre los valores de estos dos metales preciosos, que había cambiado muy lentamente durante siglos, súbitamente empezó a mostrar algunas variaciones. En los últimos años se le ha dado a este problema una mayor importancia práctica a causa de los acontecimientos monetarios de la guerra y la postguerra.

Supongamos que un kilogramo de plata se había podido cambiar por 10 quintales de trigo, y que habiéndose reducido a la mitad el valor de cambio objetivo de la plata, debido, por ejemplo, al descubrimiento de nuevas y más prolíficas minas, por un kilogramo de la misma sólo se pueden comprar ahora cinco quintales. De lo dicho sobre la relación de cambio natural de las diferentes clases de monedas se deduce que el valor de cambio objetivo de la plata, referido a otras clases de dinero, se ha igualmente reducido a la mitad. Si antes había sido posible comprar un kilogramo de oro con 15 kilogramos de plata, ahora se necesitarían 30 para efectuar la misma operación, ya que el valor de cambio objetivo del oro con relación a las mercancías permanecería invariado, mientras que el de la plata se habría reducido en un 50 por 100. Este cambio en el poder adquisitivo de la plata sobre las mercancías no se produjo de golpe sino gradualmente. Se ha explicado satisfactoriamente cómo el cambio empezó en un cierto punto y se fue extendiendo poco a poco, así como las consecuencias de este proceso. Hasta ahora hemos estudiado estas consecuencias cuando se producen dentro de un área con un patrón monetario uniforme; pero ahora debemos analizar las consecuencias que el hecho tiene en las relaciones comerciales con áreas en que se emplean otras clases de dinero. Lo mismo que en el caso anterior, si las variaciones del valor de cambio objetivo del dinero tuvieran lugar de manera uniforme y simultánea en toda la comunidad, esas consecuencias sociales no se producirían. El hecho de que estas variaciones ocurran siempre una tras otra es la única razón de sus notables efectos económicos.

Las variaciones en el valor de cambio objetivo de una determinada clase de dinero no afectan a la determinación de la relación de cambio entre ésta y otras clases de dinero hasta que empiezan a afectar a las mercancías, que o bien son objeto de relaciones comerciales entre las dos áreas o por lo menos pueden serlo por un pequeño cambio en los precios. El punto en que surge esta situación determina los efectos sobre las relaciones comerciales de las dos áreas que resultarán de las variaciones en el valor de cambio objetivo del dinero. Éstas varían a medida que los precios de las mercancías objeto del comercio internacional se ajustan al nuevo valor del dinero antes o después que las demás mercancías. En la moderna organización del sistema monetario este reajuste se hace primeramente en las bolsas. La especulación sobre la divisa extranjera y los mercados de valores anticipa las variaciones futuras en la relación de cambio entre las diferentes clases de dinero cuando las variaciones del valor del dinero no han completado aún su curso a través de la comunidad y quizá cuando no han hecho más que empezar, pero en todo caso antes de que hayan afectado a las mercancías que juegan un papel decisivo en el comercio exterior. Mal especulador sería el que no captara el curso de los acontecimientos a su debido tiempo y actuara de conformidad. Pero tan pronto como se ha producido la variación en la cotización de la divisa extranjera, reacciona sobre el comercio exterior de un modo peculiar, hasta que los precios de todos los bienes y servicios se hayan ajustado al nuevo valor de cambio objetivo del dinero. Durante este intervalo, los márgenes entre los diferentes precios y salarios constituyen un fondo que alguien debe recibir y transmitir. En una palabra: estamos de nuevo ante una redistribución digna de tenerse en cuenta por influir más allá del área en que la mercancía cuyo valor de cambio objetivo varía se emplea como dinero interior. Es evidente que ésta es la única clase de consecuencias que se derivan de las variaciones del valor del dinero. La existencia de bienes de la sociedad no ha aumentado en modo alguno; la cantidad total que puede distribuirse permanece idéntica.

Tan pronto como una variación incompleta en el valor de cambio objetivo de cualquier especie de dinero se hace patente en las cotizaciones de la divisa exterior surge una nueva oportunidad de obtener un beneficio, ya para los exportadores ya para los importadores, según que el poder adquisitivo del dinero disminuya o aumente. Tomemos el primer caso, el de una disminución en el valor del dinero. Puesto que, según nuestro supuesto, los cambios en los precios interiores aún no han concluido, los exportadores obtendrán una ventaja al alcanzar los nuevos altos precios las mercancías que venden, mientras que las mercancías y servicios que compran, y, lo que es más importante, los factores materiales y personales de la producción que emplean, los obtienen todavía a los antiguos bajos precios. Que sea el «exportador», el productor, o el comerciante quien se embolsa esta ganancia no tiene que ver con el objeto de nuestro debate. Lo que necesitamos saber es que en tales circunstancias las transacciones resultarán beneficiosas para unos y perjudiciales para otros.

En todo caso, el exportador comparte su beneficio con el importador y consumidor extranjero. Y aun es posible (esto depende de la organización del comercio de exportación) que los beneficios que obtiene el exportador sean más aparentes que reales.

De esta suerte, el resultado siempre es que la ganancia de los compradores extranjeros, que en algunos casos se comparte con los exportadores nacionales, se contrapesa con pérdidas soportadas íntegramente en el interior. Es evidente que lo indicado con respecto al fomento de la exportación debida al falseamiento de la contabilidad monetaria es aplicable asimismo a la «prima de exportación» que surge de la disminución del valor del dinero.